Espectáculos
Página 2/LA NACION
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Sábado 5 de junio de 2010
El momento del sí Lautaro (Gonzalo Heredia) preparado para aceptar a Martina (Carina Zampini) como esposa, luego de pedir instrucciones a Jorge Bechara, director de Malparida ANDREA KNIGHT
Entre la pena de amor y el deseo de venganza Continuación de la Pág. 1, Col. 2 se verá el martes por El Trece. Mientras tanto, Raúl Taibo (Lorenzo Uribe) y Alejandro Müller (Lino) aprovechan los rayos de sol del mediodía, apostados cerca de la escalera de entrada de este salón de eventos ubicado en Pilar. “Llegó Juana, llegó Juana”, se escucha por el walkie talkie de uno de los asistentes de producción, que enseguida sale corriendo a recibir a la protagonista, que desciende de una espaciosa camioneta blanca. En el jardín, donde todo está dispuesto para que comience la ceremonia, uno de los primeros en instalarse en su puesto es Heredia, de sobrio jacket y flor en solapa. Parado junto al altar, como un novio expectante, se ríe junto a sus compañeros de elenco: Brenda Gandini (Bárbara), Esteban Pérez (Hernán). A menos de veinte metros, retocan el maquillaje y le ponen el velo a su futura mujer, interpretada por Zampini, que luce un peinado recogido y un discreto vestido de novia strapless, escondido debajo de un abrigo azul que no se sacará hasta que empiecen a grabar. Minutos más tarde, con un brillante vestido corto de color dorado, aparece Viale, que luce su larguísimo pelo, esta vez en la forma de una eterna trenza cosida, con la que jugará más tarde hasta que el director, Jorge Bechara, dispare “acción”. “Juana es muy graciosa, muy afectuosa con todos los técnicos”, halaga Alberto Roccatagliata, el apuntador que trabaja en Pol-ka desde la época de Verdad-Consecuencia; el que persigue incansablemente a los actores para que se aprendan la letra. No es el único en distinguir la buena conducta de la actriz en el set. “Antes de conocer a Juana, pensaba que iba a tener el comportamiento convencional de una estrella y nada que ver. No es diva para nada: comparte camarines. La verdad que tanto Juana como Gonzalo son una revelación. Son dos ángeles”, elogia Mónica Villa, que encarna a Olga, la empleada doméstica que trabaja en la casa de los Uribe. “Juana tiene una belleza muy especial. Es una protagonista distinta por su tipo de físico. Tiene
(Publicaciones)
una belleza como las estrellas de otra época. Vos no te encontrabas a Ava Gardner en la verdulería; no encontrabas una belleza natural así por la calle. Juana me remite a eso”, describe Villa. Sentada, codo a codo, con Taibo, Viale no para de reírse y de moverse. A diferencia de su fría, rígida y calculadora criatura, se para, abre su bata de polar, baila, y todos la festejan. Cuando las cámaras se activan, endurece el gesto. Ahora es Renata y clava la mirada en su amor imposible, Lautaro, el que hoy se casa y no precisamente con ella. Una de las víctimas del hechizo de Renata en la novela y el objetivo número uno en su maquiavélico plan de ajuste de cuentas es Lo-
renzo Uribe, el padre de Lautaro. “Lorenzo está súper enamorado y piensa que todo puede volver a ocurrir. Más que ingenuo me parece que le sucede lo que nos pasa a los hombres a esta edad cuando nos enamoramos. Además, ella aprieta todos los botones como para que él piense que es el hombre de su vida y que ella es la mujer para él”, explica Taibo, que en la ficción y como un exitoso empresario cayó en la redes de la vengativa Renata, que en realidad sólo está con él para destrozarle la vida, como él (sin saberlo) ha hecho con su madre, que se suicidó luego del fallido romance que mantuvieron veinte años atrás. “Estoy haciendo el personaje en base a varias experiencias vivi-
Plan maquiavélico Lorenzo Uribe (Raúl Taibo), enamorado perdidamente de Renata (Juana Viale), que tratará de destruirlo para vengar así la muerte de su madre; al lado, Florencia Raggi se incorporará a la telenovela como una ambiciosa empresaria que también quiere seducirlo
das –agrega, con una carcajada, el eterno actor de telenovelas que dice conocer de cerca a mujeres tan manipuladoras como la protagonista–. Lo que se viene para Lorenzo es una gran confrontación con su hijo y sostener la empresa, porque va a aparecer una gran competidora en la piel de Florencia Raggi, que
se incorpora al elenco, como una mujer ambiciosa que quiere seducirlo para quedarse con la firma”. Con el nudo de la corbata intacto, una hora después de que terminen de grabar, Taibo resume: “En lo comercial y lo afectivo está hasta las manos el hombre”. En un alto de la grabación, Viale se aleja del decorado, enciende un cigarrillo y reflexiona sobre el efecto “impactante” que causa la novela en el público: “Me extraña a veces que vengan madres con sus hijos a decirme que les encanta el programa. No entiendo cómo los dejan verlo con las cosas que pasan. Yo no los dejo”. Cuando se le pregunta al apuntador sobre el actor más afecto a salirse del libreto, responde: “Hay
algunos que tienen más ductilidad. Por lo pronto, él”, dice señalando a Heredia, que pasa caminando por delante. “Se improvisa bastante; hay una cierta libertad, más que nada en las escenas cómicas. En las dramáticas a veces tenemos que acomodar el texto a lo que un actor pueda decir”, explica Roccatagliata, y destaca a Mónica Cabrera, que se desenvuelve en la trama como oficinista en la empresa de los Uribe, como una actriz de raza. “El que más improvisa es Luciano Castro (que se incorporó a la tira como un intrépido policía a partir de la muerte del personaje de Patricia Viggiano). Es una máquina de tirar texto; nunca te hace dos escenas iguales. No para”, asegura el apuntador, que también trabajó junto al actor en el gran suceso televisivo que fue Valientes. En la solemne escena en que el cura le pregunta a Lautaro si acepta a Martina como esposa, hay un silencio. “¿Yo tengo que aceptar?”, pregunta Heredia al director y todos los extras acomodados como invitados frente al altar se ríen, y hasta algunos aplauden. “La mirás a Renata y, después, aceptás”, le ordena la autoridad y repiten la grabación. “Todo va a cambiar con la firma oficial y los anillos”, promete el director, que estudia los detalles de la próxima escena, mientras todo el elenco –vestido de fiesta para la ocasión– y el equipo se dirigen hacia la cocina del salón, donde en tres largas mesas los espera el almuerzo.
Por Marcelo Stiletano
La TV que queremos
y, sobre todo, explicaciones fundadas que echan por tierra algunos equívocos y lugares comunes. Editorial Paidós. Buenos Aires, marzo de 2010. 133 páginas
De Roxana Morduchowicz
Un triple mérito convierte en valioso y bienvenido este trabajo de la responsable del programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación. En primer lugar, La TV que queremos es un estudio sobre la materia de su subtítulo (“Una televisión de calidad para chicos y adolescentes”), realizado con rigor académico, conocimiento del tema y riqueza bibliográfica. También funciona como guía orientadora para padres y docentes, con parámetros muy precisos acerca de lo que debería ser una televisión de calidad. Y a la vez, esas recomendaciones también pueden verse como pronunciamientos asertivos, juicios de valor a los
las palabras que en la realidad (no podría hablarse en sentido literal de “toma de prisioneros”), pero resultan más que útiles para que el televidente reconozca rápidamente cómo funciona en la actualidad este medio a partir de ejemplos muy cercanos y un lenguaje preciso y muy didáctico. Editorial La Crujía. Buenos Aires, marzo 2010. 143 páginas.
La programación televisiva en guerra De Hugo Di Guglielmo
que apela la autora como punto de partida y también de llegada: ella confía en las virtudes docentes y formativas de la TV, pero advierte, asimismo, sobre los riesgos a los que pueden exponerse los televidentes menos protegidos. Hay abundantes ejemplos locales y extranjeros, actualización tecnológica
La metáfora bélica a la que recurre el título nos habla del carácter casi urgente de este trabajo, suerte de apéndice del injustamente inadvertido Vivir del aire, quizás el texto más útil de todo lo publicado en los últimos años para entender cómo se hace la televisión desde adentro. Desde su experiencia –fue director de programación de Canal 13 y
hoy se desempeña como consultor internacional–, el autor recurre al lenguaje propio de la guerra y la estrategia para mostrar cuál es el escenario de las contiendas televisivas actuales, cómo se comportan sus actores y hacia dónde se dirigen esas acciones. Las alegorías resultan más fuertes en
El artesano del miedo, Narciso Ibáñez Menta De Leandro D’Ambrosio y Gillespi
D’Ambrosio y Gillespi cumplieron con creces el compromiso que se impusieron en un primer encuentro de fervor compartido por la vida y la obra de Narciso Ibáñez Menta.
El resultado es un libro extraordinariamente documentado, en el que no parece faltar nada de la impar trayectoria de esa figura tan bien llamada por los autores “artesano del miedo”. Rebosante de citas, menciones, programas, elencos, comentarios, viajes y anécdotas, el libro se deja llevar por el entusias-
mo y la voluntad de no omitir ni guardar hasta el mínimo detalle. La consecuencia de semejante esfuerzo es un sólido trabajo de referencia para quienes quieran indagar sobre algún episodio de la trayectoria de esta figura notable, y a la vez un texto desordenado, en el que saltan a la vista unos cuantos desajustes en la redacción y varios nombres escritos de forma incorrecta. Otros grandes atractivos son una formidable selección de fotos y una completísima ficha de los programas de TV de los que participó Ibáñez Menta, que lleva a lamentar aún más la pérdida definitiva de gran parte de esos archivos. Editorial Corregidor. Buenos Aires, marzo de 2010. 236 páginas