En Proust, los celos son el sentimiento más importante

24 ene. 2014 - y compró acciones de la compañía Río Tinto, a la que le fue muy mal. Marcel compraba ac- ciones por la sonoridad de los nombres. “Río.
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8 | ADN CULTURA | Viernes 24 de enero de 2014

“En Proust, los celos son el sentimiento más importante” Jean-Paul Enthoven. Junto con su hijo Raphaël, conocido por sus trabajos de divulgación filosófica y por su relación con Carla Bruni, el editor y periodista escribió un “diccionario amoroso” sobre el escritor francés. En esta entrevista cuenta cómo se tramó ese volumen bifronte que celebra el centenario del primer tomo de En busca del tiempo perdido Hugo Beccacece | para la nacion

E

l centenario de la publicación de Du côté de chez Swann, de Marcel Proust, produjo una multiplicación de ensayos, reediciones y debates acerca de En busca del tiempo perdido y su autor. Un lugar muy especial ocupa el Dictionnaire amoureux de Marcel Proust, firmado por Jean-Paul y Raphaël Enthoven (padre e hijo respectivamente), editado por Plon/Grasset. En un libro de más de trescientas entradas, los Enthoven se ocupan de los personajes, las anécdotas y los conceptos que les parecen reveladores en la novela proustiana. Lo hacen desde dos perspectivas opuestas, pero que se complementan. El padre, Jean-Paul, es partidario del método de Charles Sainte-Beuve, que propiciaba el conocimiento de la biografía de un escritor para aclarar las obras de éste. Sin embargo, Proust escribió un largo ensayo, mezcla de memorias y ficción, Contra Sainte-Beuve, donde sostiene que la lectura de un escrito (novela, poema o ensayo) debe prescindir por completo para su interpretación de la vida del autor. Por su parte, Raphaël Enthoven, el hijo, adhiere a la perspectiva de Proust. Por lo tanto, el Dictionnaire es el civilizado y muy ameno campo de batalla de las dos posiciones. Y aunque las entradas no están firmadas, el lector puede darse cuenta, con poco riesgo de error, de quién escribió cada una de ellas. Padre e hijo han conquistado un lugar muy particular en el mundo intelectual francés. Los dos tienen una sólida formación humanista, escriben con una elegancia, por momentos rococó, en la que las florituras son abundantes como los aforismos o las frases destinadas a ser citadas por su corte clásico. Pero hay algo más: los dos son apuestos y mediáticos, verdaderos maestros en el arte de interesar a un público masivo en temas no masivos. Los lectores no compran el Dictionnaire, que se convirtió en best seller, por el nombre de Proust, sino por el apellido Enthoven, más aún cuando viene multiplicado por dos. Como corresponde a personajes mediáticos, un escándalo aumentó la popularidad de ambos [ver recuadro]. Jean-Paul Enthoven es uno de los periodistas culturales y editores más destacados de Francia; muy amigo de Bernard-Henri Lévy, tuvo mucho que ver con el lanzamiento en 1977 de los “nuevos filósofos”, a los que apoyó desde el semanario Le Nouvel Obser-

vateur. Además de ensayista, Jean-Paul ha escrito las novelas Aurore (“Aurora”), Ce que nous avons eu de meilleur (“Lo mejor que tuvimos”) y L’hypothèse des sentiments (“La hipótesis de los sentimientos”). Por su parte, Raphaël Enthoven, filósofo de formación, es un fino divulgador. Su emisión sobre temas filosóficos en el canal Arte lo convirtió en una especie de ícono intelectual, al que siguen desde los jóvenes hasta las amas de casa, seducidas por su discurso, su voz y su aspecto de galán de telenovela. Los juegos del amor y del azar [una vez más, ver recuadro] traen a Jean-Paul Enthoven desde hace ya varios veranos a Punta del Este. Desde allí, con el mismo estilo de elegante cordialidad de su escritura, habla por teléfono del Dictionnaire y de sus otros libros. –El Dictionnaire está dedicado a Gilberte Enthoven, su madre y abuela de Raphaël, por su “bondad proustiana”, su nombre [N. de R.: la hija de Charles Swann se llama Gilberte] y su amor por las flores. Pero entre los rasgos de los personajes proustianos la bondad no es el más evidente. –Mi madre era una mujer muy buena y conocía muy bien la obra de Marcel Proust. Podría decir que él era un miembro de nuestra familia. Se lo citaba a diario a propósito de cualquier situación. Proust ponía la bondad por encima de la inteligencia y tras cada lectura de À la recherche… uno se siente mejor persona. Hay en ese libro tanta pasión por el ser humano, de cualquier clase que sea, por las creaciones de la humanidad, la literatura, la música, la arquitectura, las iglesias, que uno se siente lavado y enriquecido por esa frecuentación. Para Proust, el verdadero genio culmina en la bondad. Sin embargo, sus personajes, casi sin excepción, son malos. Su mirada omnisciente y el humor decepcionado con que considera los manejos de sus criaturas están teñidos de compasión por los seres humanos. –Usted está del lado de Sainte-Beuve y su hijo, al igual que Proust, en contra de él. ¿Por qué seguir adoptando el método de Sainte-Beuve para leer À la recherche… cuando el propio autor rechaza ese tipo de interpretación? –Precisamente por esa clase de preguntas se hace necesario recurrir a la biografía de un escritor. La madre de Proust murió en 1905 y Marcel empezó a escribir su novela en 1908.

No lo había hecho antes porque no quería que su madre supiera que era homosexual. De todos modos, el narrador, al que los del côtè de Sainte-Beuve identifican en buena medida con Proust, es el único personaje importante no homosexual en esa gigantesca catedral. Curiosamente tampoco sufre de asma, como sufría el autor. A medida que avanza la narración y la redacción del texto, Proust deja huellas de los personajes en los que se inspiró. Quizá hubiera corregido algunos de esos deslices, pero ya no tenía tiempo de hacerlo. A partir de La prisionera, no pudo corregir sus originales. La enfermedad se lo impidió. Paul Morand señaló uno de esos detalles delatores. En cierta escena, el narrador está junto a Albertine y ella busca ocultar una carta que la compromete y la guarda en un bolsillo del salto de cama. Los saltos de cama de las mujeres de esa época no tenían bolsillo. Otro ejemplo, en una escena Albertine dice en La prisionera que preferiría “hacerse romper el culo” por unos apaches antes que gastar dinero para invitar a comer a los Verdurin. Esa expresión es más bien propia de un homosexual masculino que de una lesbiana. Proust, dos meses antes de su muerte, agregó a mano ese párrafo a la copia dactilografiada, como si ya no distinguiera entre el personaje ficticio de Albertine y Alfred Agostinelli, el hombre real del que Proust se había enamorado. Marcel desalentaba a quienes leían su libro como una novela en clave. Decía que, en todo caso, había diez claves para un solo personaje. Lo que no siempre era cierto. Eso le evitaba problemas con la gente que conocía y en la que se había inspirado y, por otra, le permitía distinguir entre

“Proust ponía la bondad por encima de la inteligencia y, tras cada lectura de À la recherche..., uno se siente mejor persona” “Marcel desalentaba a quienes leían su novela en clave. Decía que, en todo caso, había diez claves para un solo personaje”

el narrador como personaje y él, como autor. –¿Cómo se repartieron las entradas usted y Raphaël Enthoven? –No hubo casi ningún problema, porque él, que está contra Sainte-Beuve y es un filósofo, se ocupó más bien de los conceptos y de los pensadores relacionados con Proust, por ejemplo Bergson o Spinoza. En cambio, yo me encargué de los personajes, la biografía, ciertos modelos en la vida real; por ejemplo, Jean Cocteau, además de algunas anécdotas y sentimientos. –¿Quién escribió la entrada sobre los celos? –Yo. Los celos son el sentimiento más importante de À la recherche… Según Proust, uno no está celoso porque está enamorado; al revés, uno se enamora porque está celoso. Los celos preceden al amor. Swann se enamora de Odette cuando sospecha que ella tiene como amante a Forcheville. Los celos son los que permiten cristalizar el amor. –¿Usted es celoso? –Sí. Soy un gran celoso, de la peor especie, un celoso proustiano, alguien que tiene celos del pasado. Soy suficientemente narcisista como para no tener demasiados celos del presente y del futuro; en cambio, me atormenta el pasado porque no puede cambiarse. –¿Encontró alguna relación entre Proust y América latina? –Muy pocas. El compositor y cantante Reynaldo Hahn, el gran amigo de Marcel, había nacido en Venezuela. El secretario del conde Robert de Montesquiou era Gabriel Iturri, un tucumano. A Proust le gustaban los nombres españoles tradicionales. Se interesó mucho por su joven amigo, Illán Álvarez de Toledo, marqués de Casa-Fuerte, nacido en Nápoles y criado en Francia, que descendía de los virreyes españoles de Nápoles. La relativa ruina de Proust se debió en parte a su debilidad por las palabras españolas. Jugaba a la Bolsa y compró acciones de la compañía Río Tinto, a la que le fue muy mal. Marcel compraba acciones por la sonoridad de los nombres. “Río Tinto” le encantó. En cambio, no le gustaba su propio apellido. Cuando entraba a un salón y el ujier debía anunciarlo, le pedía que no lo nombrara muy fuerte. Había una razón para esa actitud. El apellido Proust proviene de una región entre la Beauce y Perche. En esa zona, la “s” de Proust no se pronuncia, por lo tanto, el nombre de familia quedaba reducido