En 1950 me tocó presidir el Centro de Ingeniería de la Acción Católica Universitaria (ACU). Simultáneamente tuvimos la suerte de que fuera nombrado como Asesor del Centro nada menos que el P. Ruta. (P. Ruta, a secas, sin el monseñor que le llegó mucho después). Fue un privilegio contar con un teólogo lúcido, moderno, joven y entusiasta, en sintonía con la juventud universitaria; fue nuestro asesor, nuestro consejero y yo diría nuestro compañero, que se avino a nuestros requerimientos e inquietudes con total entrega y sabiduría. A partir de ahí no tuvimos más dudas, ni a nivel teológico ni a nivel humano, pues tenía palabras de verdad para cada ocasión. Decía, "socarronamente", que los ingenieros, por no tocar en su profesión el problema del ser humano (como Medicina o Derecho) no teníamos ocasión de contagiamos con el pecado " por lo que iríamos al cielo directamente".......En fin, siempre con su buen humor a flor de labios, lo ví tan integrado a nosotros, que podían convivir en él, en perfecta armonía, su doble función de padre y hermano. Y para colmo y gran satisfacción personal, logramos en el verano ‘51 realizar, con él como figura central, un campamento de dos semanas en Bariloche, acampando a orillas del Nahuel Huapí, al lado del Perito Moreno y al pié del cerro López.. Fue un campamento inolvidable e imborrable. Siempre sostuve que un campamento de jóvenes es la ocasión ideal para afianzar la amistad, aún más que el compañerismo, máximo si se tiene como líder a alguien como el P. Ruta. El grupo estaba formado por el P. Ruta , retitulado por nosotros como el Rutísimo Ruta; el seminarista Gatti; los profes Bergamini y Giménez, los serios del grupo e interlocutores filosóficos del P. Ruta; Giorgieri, el alma máter y paganini de las cuentas comunes; O'Neill, la hormiguita, primero en levantarse y último en acostarse; Posik, el abogado discutidor: Marchionni, animador sin igual con sus chistes e imitaciones; Gavióla y sus cuecas mendocinas; Godoy, que por sus ocurrencias pasó de Godoy a Jodoy; Beltramino, (a) Sojit siempre callado y sonriente; mi hermano Alberto, médico y explorador de montaña y finalmente yo, Claudio ó Caito, que por saber de memoria las respuestas en latín me tocaba ayudar en las misas: "Et introibo ad altare Dei; ad Deum qui laetificat juventutem meam". Y... sí, seguro que nuestra alegría juvenil venía de Tata Dios. La convivencia fue genial: cada uno con su carisma hacía y recibía las bromas de rigor, lo que sostenía una permanente alegría, además de los cantos, unos de origen mendocino (saca el espiche a la bordalesa...) y otros de origen vasco (los pintores de Victoria...), con los cuales atronábamos todo lugar visitado. Hicimos los cerros López, Otto y Tronador a plena nieve (y algunos con zapatillas de goma). Llegamos hasta el límite con Chile en Puerto Blest y dimos la vuelta turística del Modesta Victoria. Pero al cabo de una semana un temporal de lluvia nos obligó a levantar las carpas y refugiarnos en el colegio salesiano. Allí el P. Ruta nos dio un cursillo sobre oratoria, con el libro de M. Freppel. Una sola anécdota para ilustrar: en una de las salidas mi hermano el médico se apartó del grupo para explorar y no volvió a la carpa. Era ya de noche y al detectar su ausencia salimos a buscarlo, hasta que un paisano del lugar, consultado, nos dijo" andar de noche es muy peligroso, mañana, cuando Dios encienda las lucecitas del amanecer salgan a buscarlo". Y así fue, lo encontramos ya retornando siguiendo la orilla del lago. En fin, recuerdos gratos e ingratos, que marcaron este campamento para siempre, siendo uno de tantos motivos entrañables por lo que, aquellos que lo conocimos y tratamos, recordamos con cariño y admiración al P. Ruta. Claudio S. Taladriz ( a) Caito