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SÁBADO
| Sábado 9 de agoSto de 2014
Salidas
eXPerIencIas Fernando Massa
Emerger renovado luego de una zambullida en la conciencia corporal mediante la técnica Alexander Para tratar una vieja contractura en la espalda, un cronista experimenta este novedoso método nacido en el teatro
E
l fenómeno de estar existiendo. Ser conscientes de nuestro cuerpo. A veces lo somos sólo de una parte, pero nos olvidamos del resto. Y a veces no lo somos en absoluto. Estas idas y venidas se pueden traducir en una forma de estar presentes o ausentes: de eso, entre otras cosas, se ocupa la técnica Alexander. Lo primero que me llamó la atención cuando leí un poco más sobre esta técnica corporal fue su aplicación a los dolores de espalda. Siempre la había relacionado al arte: años atrás, en el departamento de un amigo que estudiaba teatro, había encontrado un pilón de fotocopias subrayadas que hablaban de esta técnica como un método para mejorar la postura, moverse, respirar y fluir mejor al hacer música, bailar o actuar. Recién ahora me enteraba de que también podía tener que ver algo conmigo. O por lo menos con ese crujido que una mañana, hace un año y medio, se colgó de mi omóplato y no se fue más. Una contractura de la que le hablé al médico clínico en una de mis esporádicas visitas y que sin prestarle mucha atención atribuyó al estrés de la vida moderna. Aproveché entonces a comentárselo al paso al traumatólogo: esta vez la consulta derivó en unas radiografías de columna que revelaron una leve escoliosis y un cuello ladeado hacia el otro lado como para mantener el equilibrio. Nada grave. Nada que no pudiera pasar por diez sesiones de RPG –Reeducación Postural Global–, una terapia que me hizo caminar sobre las nubes cada vez que salía a la calle después de que el kinesiólogo estirara brazos, torso, cuello y piernas. Pero el crujido seguía ahí, mientras permanecía parado delante de una silla en un monoambiente despojado, luminoso y silencioso, pese a dar a Federico Lacroze. Marta, la profesora, me explicó que la técnica Alexander trabaja con pensamientos. Un concepto que definió como direcciones. “Yo te voy a estar hablando y también voy a estar colocando mis manos sobre vos. No es necesario que me mires cuando te hablo: vamos a estar observando el equilibrio y el balance de tu cabeza sobre el tronco”, dijo. Volví a pensar en el crujido cuando le dije que creía que mi cráneo se
santiago filipuzzi
apoyaba ahí atrás, en la parte baja del cuello. Y no, el cráneo está apoyado sobre la primera vértebra cervical, Atlas, la que sostiene el mundo. “Es un lugar más central, no es atrás –dijo–. Está debajo de tus oídos, que es el órgano del equilibrio.” Y me mostró cómo había cambiado mi equilibrio corporal: sin darme cuenta, me había relajado, había dejado caer la cabeza levemente hacia adelante, sin obligarme a mantener esa postura rígida que había creído correcta. “No queremos que lleves la cabeza a un lugar y digas tengo que tener la cabeza acá… Al contrario, queremos seguir dispuestos a soltar los lugares.” Marta incorporó un concepto más, la inhibición, no en el sentido freudiano, sino entendido como “no querer hacer algo”, según lo concibió Frederick Matthias Alexander a principios del siglo XX. “La técnica consiste en acompañar a la persona en el desarrollo de la inhibición y dirección de una forma vivencial. La persona, tomando decisiones, pensando, inventándose, negán-
Un método para el arte y la vida cotidiana La técnica Alexander se aplica en el mundo del arte, pero también en la vida cotidiana y profesional. En el Cetaba, en Carranza 1190, el combo de una clase grupal introductoria y una individual cuesta $ 250 dose a querer hacer lo correcto. Ir charlando con su propio cuerpo, con su propia conciencia...” Muchos conceptos para una sola clase, sí. A otro alumno no le diría todas estas cosas. Habría tiempo para que lo fuera comprendiendo solo… Me invitó entonces a sentarme, a darme cuenta de cómo lo hacía, pero sin mirar al espejo, sino percibiéndome. Y no tenía idea de cómo me sentaba. Simplemente lo hacía. Quien sí se valió de la ayuda
de tres espejos para observar y comprender el uso de sí mismo fue el actor Frederick Alexander, un proceso de autoobservación que derivó en este método, que no sólo le devolvió la voz –la había perdido–, sino que le reveló un mejoramiento general en el uso de su cuerpo. Con las preguntas de Marta, tomé conciencia de que al sentarme arqueaba el cuello hacia atrás, lo que ella definió como “acortar el movimiento”. Aunque recién lo entendí cuando ya arriba de la mesa, durante otro ejercicio –o juego, como ella los denominaba–, me invitó a levantar la pierna: el problema, me dijo, era que usaba acortamiento muscular en vez de alargamiento. Me invitó el movimiento y yo me permití no hacer nada, levantar la pierna sin doblarla... y fue raro... Sentí un inusual cosquilleo en el músculo. Ella también lo percibió y se rió con complicidad. “Se trata de eso –dijo–. Ir reemplazando patrones de acortamiento por patrones de expansión para todo el organismo. Es un tiempo en
que las personas van desarrollando esta escucha de sí mismos, de darse cuenta de lo que están haciendo.” Claro que no en todos los ejercicios “solté”: en la mayoría seguí “agarrado”, tensando ingles, cadera, espalda, cuello. Toda esa tensión acumulada que no soltamos nunca y que a veces ni registramos, salvo que se manifiesten con un crujido. En mi tenaz intento por comprender a Marta, me quedé con un concepto. Uno que me resultó esclarecedor. Fue cuando me acosté sobre la mesa con los ojos cerrados y ella me pidió que los abriera. Porque no está prohibido estar con los ojos cerrados, pero en la técnica Alexander invitan a las personas a estar con los ojos abiertos. Al fin de cuentas, se está trabajando con la autopercepción. “Hay mucha idea de esto de cerrar los ojos y conectarse con uno mismo –concluyó Marta–. Y la verdad es que la vida cotidiana transcurre con ojos abiertos.” Sí, eso de ser conscientes de estar existiendo. Y no sólo quedarse con un crujido.ß
Una muestra en el Malba sobre crítica institucional En una nueva edición del programa Contemporáneo dedicado al arte actual, local y regional, el Malba inauguró anteayer C-32 Sucursal, una exposición que se puede visitar hasta el próximo 13 de octubre dedicada a La Ene (Nuevo Museo Energía de Arte Contemporáneo), un proyecto de crítica institucional fundado en 2010 en Buenos Aires. Con la coordinación y curaduría de Gala Berger, Sofía Dourron, Marina Reyes Franco y Santiago Villanueva, C-32 Sucursal se plantea como un traslado temporal de las actividades de La Ene a la sala del programa Contemporáneo, la fachada y la explanada del Malba, en las que se exhibirá la colección de La Ene compuesta por 16 piezas y el archivo. Además, se realizarán talleres, intervenciones y residencias que se llevarán a cabo en conjunto entre ambas instituciones. “La colección de La Ene surge como respuesta a las constantes problemáticas que presentan los museos en sus reservas, problemas de almacenamiento y también de conservación”, dijo Marina Reyes Franco, una de las fundadoras y actual directora de La Ene. Frente a esto, se propusieron sortear estos obstáculos y buscar alternativas a las concepciones tradicionales de colección y patrimonio institucional, con la idea de que las obras puedan ser almacenadas en un disco rígido y activadas en cualquier lugar. “Esto no significa que la colección esté conformada por piezas exclusivamente digitales –aclaran los curadores–, sino que pueden adquirir un formato digital para su conservación.” Como parte de las actividades afines a la exposición, y en su rol de residentes, la mexicana Sofía Olascoaga continuará su investigación “Entre utopía y desencanto”, sobre la educación alternativa en Cuernavaca, México, con vertientes para explorar en la Argentina, mientras que el puertorriqueño Radamés “Juni” Figueroa realizará una gran estructura en el hall central del museo, un espacio habitable que invita a la participación del público, como punto de encuentro y reflexión sobre la muestra. Por su parte, Luis Camnitzer presentará su texto-obra “El museo es una escuela”, una instalación sitespecific que se modifica según su emplazamiento en las fachadas de diferentes instituciones de arte.ß
escenas urbanas Patricio Pidal/ AFV
Deportes urbanos el jueves pasado, en el Parque Costanera, como si fuera primavera: Francisco Gravina, Lucrecia Politi; Tulio Ginés, Evelyn Dios y Agustín Gómez Kolber
pequeños grandes temas Miguel Espeche
La epidemia de los perfeccionistas
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l afán ansioso de perfección es una epidemia. Se inmiscuye en todos los ámbitos de la vida, desvirtuando los mejores momentos, sobre todo por aquello de que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Uno lo nota ya en el clima emocional del perfeccionista militante: está nervioso, insatisfecho, nunca relaja-
do. Su tensión lleva a que ofrezca a cada instante el máximo de sus recursos, en todo momento comparando lo que es con lo que debiera ser según el modelo de turno. En esa comparación, por supuesto, siempre pierde lo que existe, y gana “lo que debiera haber sido”, según aquel modelo mencionado.
Si el hijo saca 8, pide 10. Si el proyecto laboral arriba a su final tras enormes dificultades, pide también que salga lindo y con inmaculada presentación estética. Si el novio es alto, debiera ser además fuerte, y si la novia es linda, debiera tener un máster y hacer ricas milanesas… convengamos que así no se puede vivir, estimados perfeccionistas. A la perfección nunca se llega, y muchos creen que es ese afán perfeccionista el que mueve el mundo… pero no es así. Lo que mueve al mundo es el deseo, las ganas, el amor, pero no la ansiedad de la que el perfeccionista hace culto. Se sabe que la ansiedad se nutre del miedo a no llegar a rendir de manera satisfactoria (¿para quién?). Esa ansiedad surge de haber (mal) aprendido que el amor y el reconocimiento se consiguen solamente si se llenan los requisitos del perfeccionismo y, si no se llega, se cae
en el pozo oscuro de la existencia. Exactamente en este punto los filósofos defensores del perfeccionismo acusarán al pensamiento acá expresado de conformista, mediocre, resignado… Ante estas acusaciones, todo aquel que no sea perfeccionista se asustará y callará, resignadamente, frente al culto del perfeccionista de turno, que hablará de “darlo todo” y competir contra la realidad de manera permanente, en vez de alimentar y colaborar con esa realidad con eficacia, arte, entusiasmo y, digámoslo a riesgo de parecer edulcorados, algo de amor. Es verdad que gustar de hacer bien lo que se hace o aspirar, por ejemplo, a tener un cuerpo lindo o acorde con la estética que se profese no transforma a nadie en militante del perfeccionismo, sino todo lo contrario. Es lindo hacer las cosas bien hechas, verse armónico frente al espejo y obtener
los mejores resultados producto de las mejores acciones. No es ésta una apología de la mediocridad y la dejadez, a no confundirse. Ocurre que, si rascamos la superficie psicológica del perfeccionista, vemos que no es tanto el gozo, sino su miedo a nunca tener paz lo que lo lleva a buscar lo absoluto del resultado. Y sabemos: lo que se hace por miedo, nunca genera algo realmente saludable. Cuando no hay problemas, el perfeccionista los busca, porque es como un soldado que, en tiempo de paz, no sabe cómo transformar su espada en arado y se angustia de ese “vacío” que le da la serenidad… y la de los otros. Hay que aflojar con el perfeccionismo y honrar lo que es por lo que debiera ser. Y dejar de lado la idea de que, si valoramos las cosas por lo que son, esas cosas se quedarán cristalizadas para siempre porque nadie las “presiona”. A modo de ejemplo, digamos
que la mejor manera de que un hijo crezca es quererlo por lo que es, valorarlo, sabiendo que crecerá, pero que su infancia no es “imperfección”, sino que es un estadio determinado de la vida que tiende a irse desplegando hacia su plenitud. Cuando hacemos las cosas con gusto, responsabilidad y entusiasmo, suelen salir bien. Por eso, más que buscar lo perfecto, hay que buscar el entusiasmo por lo que se hace y el amor por lo que se es. No se trata de colonizar la realidad con un ideal que la aplaste, tal como pasa con los cuerpos de quienes no se parecen a los de las modelos de turno, sino de ponerle onda a todo, que lo perfecto es justamente alcanzar lo mejor, pero desde la alegría de poder ser quien uno es y hacer lo que uno desea desde el corazón.ß El autor es psicólogo y psicoterapeuta @MiguelEspeche