Elogio del papel Partidario del relato, sea cual fuere su lenguaje o soporte, Antonio Skármeta, autor de la novela que dio origen a la película “Il postino”, despliega razones a favor de lo impreso. Por Antonio Skarmeta
Soy un romántico perdido admirador del libro de papel, así como de las inscripciones que han hecho culturas desaparecidas en las cavernas o en pergaminos ancestrales. Y sin embargo, entre los escritores contemporáneos pertenezco a la rara especie de aquellos que no abominaron de la televisión y durante más de una década hice programas en Latinoamérica, como “El Show de los Libros” y “La Torre de Papel” en People and Arts. Contra todas las predicciones de que un intento de hacer masiva la cultura del libro sería castigado con nula o escasa sintonía, los programas que hice, transmitidos muy tarde de noche, en muchas ocasiones se ubicaron entre los diez programas más vistos en los canales que los transmitían. Esto no sólo es atribuible al espíritu del realismo mágico que caracteriza buena parte de la literatura latinoamericana sino a mi convicción profunda, adquirida en la infancia, de que los relatos escritos pueden dar un destello más intenso si recuperan la alegría original de la oralidad. Esta convicción no me vino de la lectura de antropólogos, sino de rústicas experiencias aldeanas compartidas con mi abuela cuando era un niño de ocho años. Mi infancia fue un largo idilio con la radio y mi primera experiencia con relatos que carecían de todo soporte material. Cuando mi abuela tejía interminables chalecos después del almuerzo, me pedía que me quedara sentado a su lado, mientras ella oía horribles melodramas radiales con música patética y episodios escalofriantes. Se apasionaba de tal manera que se irritaba si alguien le hacía una pregunta o sonaba el teléfono. Y comentaba con furia la torpeza de los protagonistas que no eran tan decididos como ella para actuar. Por ejemplo, recuerdo una serie en que capítulo a capítulo dos bandidos intentaban robar el anillo de diamantes de una mujer aristocrática. Pero cada vez que estaban a punto de birlarle el anillo de su dedo algo pasaba: entraba la criada, el marido se acercaba a besarla, ella se encerraba en el baño a ducharse. Mi abuela, que amaba las emociones fuertes, me dijo indignada, con su acento croata: “Qué bandidos más estúpidos. Lo que tienen que hacer es traer hacha, cortar dedo mujer rica, y llevarse anillo y dedo”.
En el pueblo donde oíamos eras seriales patéticas la electricidad no era muy estable. Y había muchos cortes de energía. Mi abuela se indignaba, pues ocurrían a veces en el momento culminante de la acción. Y entonces me decía: “A ver, Antonio, qué crees tú que está pasando ahora.” Y yo, con muchos gestos y ritmo acezante, le iba contando lo que me imaginaba. Por cierto con acciones tan descabelladas como las que le gustaban a ella. Mi abuela asentía y seguía tejiendo. Y un día sábado, en que sí había electricidad y la radio funcionaba con el melodrama a alto volumen, mi abuela la apagó y me dijo: “Antonio, mejor cuéntame tú”. Yo estimo que ese fue el momento inaugural de mi vida de escritor: ¡sin soporte de ningún tipo! La aprobación de la anciana de mis “complementos” dramáticos, me resultó más valiosa que un PH D en Creative Writing de Harvard. Sé que gran parte de las conversaciones sobre el futuro del libro versan sobre los soportes del relato: desde nuestro amado tradicional volumen de papel hasta el e-book. Siendo yo un escritor que aprendió a amar la literatura sin ningún soporte material –como no fuera la voz humana– no le temo al tipo de aeropuerto donde aterricen las fantasías. Para mí el problema de la literatura no es el tipo de soporte sino la falta de lectores. Si hago el elogio del libro de papel con entusiasmo es porque hasta ahora éste ha sido el vehículo que me ha permitido contactarme con lectores en más de treinta lenguas Pero también lo han conseguido los filmes hechos sobre mis novelas y las óperas que las han cantado. No temo a las transformaciones: al contrario, las aliento. Trabajo con ellas. Sé que cualquiera que sea el soporte de las cartas que le lleva mi cartero a Pablo Neruda la emoción que tendrá el lector del libro, del i- pad, del e-book, o de la pantalla de cine, o de los escenarios teatrales, será la misma. Un discurso que convivirá entre marejadas de otros para ocupar en el alma de la gente un espacio inmaterial. He estado consultando las estadísticas acerca de la cantidad de lectores de libros en sistemas electrónicos y noto que hasta el momento el mercado de éstos en mi lengua, el castellano, es enormemente inferior a los de habla inglesa. Nada de extraño, en principio, porque hasta el vocabulario de la electrónica tiene un origen inglés. Sin embargo, quiero proponerles una consideración que me hace pensar que el soporte de papel de la literatura, el libro, es un objeto tan sofisticado que al menos, en lo que llamamos las bellas artes, convivirá con los nuevos soportes y quizás con alguna ventaja. Mi argumento: las pantallas hoy son la herramienta fundamental de trabajo de la humanidad. En cualquier lugar del planeta la mayor parte del tiempo laboral transcurre entre los fogonazos de los ordenadores. La electrónica, en primer lugar, está asociada al trabajo. Doblega nuestra vista, nos agota la atención. Es nuestro jefe. Claro que también es el espacio privilegiado de comunicación entre las personas que se sienten ligadas con su uso. Pero no es menos interesante que las formas más populares de expresión entre los viajeros de la red de Internet sea el mensaje abreviado, minimalista, conciso. El de la información: Twitter. Pero justamente la literatura es mucho más que información. Un libro científico es un caudal de informaciones y los textos de estudio son sólo eso: información que hay que entender, aprender, dominar y aplicar. Mas la literatura no tiene nada que ver con estos criterios pragmáticos. La literatura es justamente el regodeo en la palabra, en las imágenes que abren la mente hacia zonas no codificadas por el lenguaje de las ciencias. La literatura de creación, narración o poesía, pertenecen al ámbito del placer más que el del trabajo. Creo que este factor psicológico –de evasión hacia lo otro– pondrá a salvo al libro de la voracidad de la información. De quienes la dan y de quienes la piden. Claro que es posible comprar un DVD y ver el último filme premiado en Cannes en la pantalla de televisor de la casa. Pero aún vamos al cine. Claro que nuestros sentimientos profundos de religiosidad permiten un diálogo íntimo con la divinidad en un rezo, pero entramos a los templos,
y participamos de los ritos. Claro que podemos decirle palabras de amor a la amada por teléfono o por mail: pero buscamos encontrarla y vamos tras sus labios con nuestro beso. Si aceptamos que la información pragmática es algo que también puede ser eficientemente proporcionada por los medios electrónicos, paralelamente reconozcamos que el libro tradicional es un objeto estético que supera las necesidades de información. La industria del libro de papel ha creado en su entorno - librerías, lecturas, prensa cultural, la admiración simultánea y la excitación colectiva ajena a la “soledad” del libro electrónico. Dudo que la fantasmal aparición de un relato en la soledad de un soporte electrónico privado tenga la efusiva gracia del nacimiento de un texto en papel. La publicación de un libro en la modalidad existente es un acontecimiento cultural que pone esa imaginación extravagante, que es la fantasía de un escritor, en la agenda colectiva de la gente. De allí que mi apuesta es por una larga convivencia de distintos tipos de soportes: los electrónicos serán fieles aliados de la investigación, la información, el “trabajo” intelectual, el contacto “solitario” con un relato. Los soportes en papel seguirán siendo el espacio privilegiado de la imaginación no utilitaria, de la combinación de artes que se expresan en el objeto libro. Y por cierto la noble tarea que ya las instituciones más dedicadas a la cultura universal han iniciado de crear las bibliotecas virtuales es digna de todo elogio. Esa información se expandirá e influirá en la vida de millones de personas haciéndolas más informadas, sensibles y, consecuentemente, más libres. El futuro del autor Pero hay un aspecto que me preocupa en lo que concierne al futuro del libro, que va adjunto a éste, y que creo que no es nada menor: el futuro del autor. Temo que la explosiva rapidez de los medios electrónicos vaya muy por delante de las leyes de protección de la propiedad intelectual y que la figura del creador y su obra está a merced de empresas que se apropian de contenidos y que las ponen en circulación sin prestar ninguna, o muy poca atención, a los derechos de propiedad intelectual que el libro de papel ha sabido resguardar de manera bastante honorable. Si los legisladores de todos los países del mundo que suscriben el respeto a la cultura y a los derechos humanos no legislan enérgicamente contra la apropiación y divulgación indebida de creaciones individuales, el autor profesional, que es el alma del relato, verá menguado su rol, su ánimo. El escritor deberá hacer de su arte una suerte de hobby adjunto a un trabajo que le permita mantenerse: ser empleado de una compañía de seguros, maestro en una universidad, kioskero en una esquina, lavador de autos, portero de hotel, domador de leones, y por qué no, mientras aún exista la oficina de correos….¡ cartero! Mucho me temo, además, que una de las frases más populares de mi novela Il Postino, El Cartero de Neruda , que en el momento que se formuló era una espontánea declaración de amor a la poesía, hoy se ha transformado en una práctica perversa de consorcios que ganan fortunas distribuyendo, sin ética de ningún tipo, materiales que no les pertenecen. Les recuerdo la insólita situación con la que se divirtieron los lectores que compraron mi libro El cartero de Neruda . El poeta le reprocha al inocente cartero que le ha robado algunos versos de amor que ha escrito y que ha recitado como si fueran de él, el cartero, a la mujer que ama. Ante esta llamada de atención del poeta, el cartero replica airado: “La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa”. Si el libro se hizo popular junto al filme basado en él, con Massimo Troisi en el rol protagónico, esa frase fue tan celebrada por los jóvenes que un importante fabricante de remeras la imprimió en sus productos. Jamás pudimos imaginarnos que esta inocente broma podría llegar a ser parte de una política depredadora de los servidores electrónicos quienes parecen no haber leído la respuesta que Neruda le
da al Cartero tras oír su enfática proclama: “Sí, pero no llevemos la democracia tan lejos que tengamos que someter a votación dentro de la familia quién es el padre”. Hay países que han avanzado en legislar sobre el uso indebido de materiales sin respetar el derecho de autor y hay otros que legislan y sus leyes no cuentan con la simpatía de los millones de “democráticos” usuarios de la red electrónica que condenaría sin problemas a quien se robara un pollo congelado en un supermercado. Existe la idea muy popular entre los jóvenes de que la belleza de una obra de arte debe ser una especie de dominio colectivo. ¡Menudo problema para el creador que suele estar muy cerca de las aspiraciones de la gente! ¿Cómo explicarles que estas demandas hundirían la posibilidad de sobrevivir dignamente a los autores que aman y que los aman a ellos? ¿Cómo decirles con toda claridad que son las compañías que emiten estos contenidos las que se llevan las ganancias con cada descarga ilegal que ellos hacen? Hasta el momento el libro impreso ha sobrevivido a los abusos de la fotocopiadora porque hay una ética en los lectores y por qué no decirlo, una estética, que entiende que el libro impreso es mucho más que las meras palabras que puso allí un autor. ¿Pero qué futuro va a tener el libro si el creador no está protegido y expuesto impunemente a la rapiña de sus obras? ¿Pretenden acaso que los estados mantengan con becas eternas a los autores y que estos se conviertan en servidores del poder que les da de comer? Papel, ética y estética Que hay alguna ética ligada a una estética se comprueba en esta observación que he leído de la escritora Cornelia Funke cuando cuenta que en Estados Unidos los menores de 18 años leen sólo en lectores digitales y que “sólo cuando se enamoran de un libro, lo compran en papel”. Un dato muy oportuno para volver a mi elogio del soporte maravilloso que es el libro. Su prestigio, es aquí equiparado a la palabra “amor”. En Barcelona, una de las capitales editoriales del mundo, el día de Saint Jordi las parejas de enamorados intercambian como regalos flores y libros. Confirma también mi sensación de que el formato electrónico se adapta mucho mejor a la información que a la literatura, el dato de que en Alemania éste supera al impreso, y que en literatura de ficción sólo alcanza a un modesto veinte por ciento de las ventas. Ni hablar de España, donde la gran agente literaria Carmen Balcells ha revelado que los resultados de ventas de e-books son casi nulos, pese a que ella ha expresado su entusiasmo por los nuevos artefactos y se adecua a la realidad. Si el libro de papel ha de sobrevivir y convivir con la difusión de libros por la red y los ebooks, los grandes espacios de circulación han de activarse para hacerse más acogedores. En los distintos idiomas y continentes por los que me muevo detecto un ansia en la gente de intimidad, de estar cerca del artista y la obra de arte, de huir de la experiencia chirriante y estridente, de estar vivo “en vivo” en medio de los acontecimientos. Lo veo en mi experiencia y en la de varios colegas, a los que más y más se nos invita a lecturas, conferencias, debates. El libro, tal como lo hemos conocido hasta hoy, recoge mucho de esa anhelada proximidad, concentra una comunicación más íntima con el lector, menos mediatizada. No hay que hacer ningún clic para llegar y sumergirse en él. Dicen los estudiosos del futuro que en algunas décadas el libro será una rareza, un objeto de “boutique”. Está bien, con el libro electrónico tal vez muera el libro de papel, pero no el relato. Aunque sospecho que la imaginación de los poetas, músicos, narradores, cineastas, será disfrutada por millones gratis, pirateada o plagiada, y que los artistas volveremos a la romántica pobreza de la bohemia. ¡Qué más da! ¡Hemos vivido en ella tanto tiempo! O como decimos en Chile : “¡Qué le hace el agua al pescado!” Conferencia dictada en Focus 2011. Second UNESCO World Forum on Culture and Cultural Industries. Disponible en: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Elogio-del-papel_0_686331376.html Fecha de consulta: 20 de mayo de 2013