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El sentido del sinsentido

de cubrir el sufrimiento o estrategia para seguir ade- lante con la vida, lo cierto es que Meursault hereda esa idiosincrasia familiar basada en “aclarar toda si-.
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El sentido del sinsentido Camus nos habla del desasosiego de quienes vivimos en sociedades carentes de lógica, donde la moral social se impone a la del individuo

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Viernes 27 de mayo de 2011

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Desde que se publica, y hasta hoy, la prosa simple y despojada de El extranjero establece una resonancia poco común en quien lo lee. Parece estar escrita para uno, dar contención a una parte de nosotros mismos que difícilmente podemos expresar. No cuenta una historia feliz pero transmite ese estado en una dimensión parecida a la que los griegos encontraban al dialogar con los dioses en el Olimpo. “Absurdo”, el nombre con que Camus designa esa visión (o cosmovisión, o sensibilidad, no una filosofía), agrega confusión. Primero, porque en casi todos los idiomas el concepto tiene un carácter concluyente: decimos que algo es absurdo cuando no tiene lógica. Lo absurdo cierra toda discusión posterior. Segundo, porque se lo toma como un punto de llegada y no de partida: para empezar a percibir la vida desde el lugar del sinsentido primordial. Es absurdo buscar un sentido en un universo carente de propósito. Es absurdo, e

Grenier le presta libros recién llegados de París, le cuenta anécdotas de la Primera Guerra Mundial y lo introduce en los temas filosóficos y literarios del momento: soledad, muerte, desesperación. Las lecturas lo ponen en contacto con la gravedad de la vida y reafirman en él, por sobre todo, una naciente determinación de escribir. El cuerpo se lo pide, como antes le pedía nadar. Sólo otra pasión se equipara a la que tiene por los libros: el fútbol. En su diario, admite que cuanto sabe de moral se lo debe a ese deporte: “En la cancha nadie te pregunta si tu madre trabaja o si tienes hambre, si juegas bien o juegas mal”. Moustique (Mosquito), como lo llaman los compañeros, juega en el Racing local. Atiende el juego desde el arco, solo y al mismo tiempo solidario con el equipo, una actitud que mantendrá en otros campos el resto de su vida. En verdad, Albert encuentra su lugar en cualquier lugar. Se siente separado, no inferior. Para sobrevivir, camufla su vulnerabilidad con ironía, charme y cierta arrogancia que lo hace más simpático. Encuentra un parecido entre la embriaguez que le produce bañarse en el mar y el anhelo de cultura que le despiertan las clases de filosofía de Jean Grenier. En Camus, una vida, Oliver Todd recoge una frase de Camus para su mentor: “Sin la mano afectuosa que le tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto”. Empieza a ver su sufrimiento como si fuera el de otro. Se considera bendecido por los dioses cuando, a los 17 años, el cuerpo le pasa un aviso. Durante un partido de fútbol pierde el aire y debe abandonar la cancha. Tose y escupe sangre. Le diagnostican tuberculosis pulmonar,

inútil, ver la vida asociada a la idea de divinidad. “Somos arrojados a este mundo y el desenlace siempre es la muerte. Sólo hay vida antes de ella, y nada después. Esto no es lo absurdo: lo absurdo es la confrontación entre el sentimiento irracional y el avasallador anhelo de claridad que resuena en las profundidades del hombre”, escribe Camus. Para él, lo que hace extranjero, o extraño, al hombre es lidiar contra ese sentimiento de ajenidad. Eso nos separa de nuestra vida, nos da la sensación de desubicación permanente, de falta de pertenencia. ¿Quién, acaso, no ha soñado o se ha sentido alguna vez como un actor que camina por el escenario sin reconocer la escena ni saber el texto de la obra que presuntamente debe representar? Su absurdo habla del de-sasosiego y de las contradicciones de quienes vivimos en sociedades carentes de lógica, sociedades cuya moral social se impone sobre la

del individuo. Meursault sostiene un compromiso férreo con sus sentimientos; bajo ningún concepto trata de disimularlos ni acomodarlos a lo que pueda pedirle la realidad. Meursault viene a recordarnos que somos condenados por no jugar el juego, por tener que mentir. “Mentir –escribe Camus en el prólogo que rescata la versión de El extranjero como novela gráfica que acaba de publicar De la Flor, con ilustraciones de Julián Aron– no es sólo decir lo que no es. Es también, y sobre todo, decir más de lo que es y, en lo que concierne al corazón humano, decir más de lo que no se siente. Es lo que todos hacemos a diario para simplificar la vida.” Enmascaramos sentimientos para que la sociedad no se sienta amenazada. Esto es lo que nos condena a la infelicidad. El relato de Meursault se vuelve dolorosamente familiar porque nos hace eco. Meursault adelanta la sensación de absurdo que ahoga a los

ulcerocancerosa, hemotisis. “Cuatro meses de sobrevida si no te tratas.” Ningún antibiótico puede curarlo, sólo el neumotórax. O sale bien o sale mal. Camus asume que puede morir. “¿Por qué me ataca esta enfermedad, a mí, que he nacido para el placer y la felicidad?”, se pregunta. Por ser hijo de soldado muerto en guerra, consigue que lo atiendan gratis en el Hospital Mustapha, que posee los mejores equipos. Todos los días recibe inyecciones de aire en la pleura. Su rabia por vivir se impone sobre el pánico a morir. “Lo absurdo –escribirá– no es más que este enfrentamiento.” Se recupera en la casa, más confortable, de su tío Gustave Acault, un próspero carnicero anarcovolteriano que le suministra abundante carne roja. Acault es una figura popular en el Argel cultural, muy conocido por su amor a la política, los libros y la buena ropa. No tiene hijos e imagina a su sobrino al frente de su negocio. “Te ocupará poco tiempo y podrás escribir”, le dice. En su biblioteca, Albert descubre a Anatole France, Emile Zola, Paul Valéry, James Joyce, André Gide. “Ahí comence a leer realmente”, admitió muchas veces. Grenier le regala El dolor, de André de Richard. Lo devora en una noche. Al día siguiente se da cuenta de que conoce ese territorio que, además, puede ser contado. Por culpa de la tuberculosis, no puede presentarse a la prueba de oposición para ser profesor. Además, los médicos le recomiendan estar al aire libre lo menos posible. Es el primer velo de lo trágico que se interpone entre el joven y el sol. Sus diarios registran esa etapa como “la escuela de la enfermedad”. En los primeros ensayos, que escribe a los 19 años y publica a los 25 bajo el título El revés y el derecho, recoge este tipo de pensamientos: “El mal llega rápido y demora

disconformes de su generación y de las siguientes: no estar de acuerdo, pero aceptar. “El hombre absurdo –escribe Sartre sobre Meursault– nunca se suicida, quiere vivir sin ninguna atadura con sus certezas, sin futuro, sin esperanza, sin ilusiones y también sin resignaciones. Mira la muerte con apasionada atención y esta fascinación lo libera. Experimenta la ‘divina irresponsabilidad’ del hombre condenado.” Camus no vive “condenado” por su tuberculosis ni por su pobreza. Pese a padecer ambas, desde niño cree haber nacido para la felicidad. Toda vez que se pregunta: “¿Qué me ha marcado?”, desemboca en ese amor irrefrenable por la vida, mezcla de inocencia, coherencia, insatisfacción, coraje, lucidez, entrega al misterio, con que Meursault se despide antes de ser ejecutado:“Esta noche cargada de presagios y estrellas, me abro por primera vez a la tierna indiferencia del mundo”. ¿Cómo no sentirse redimido con esta confesión?

en irse”, “Hay situaciones que empujan a ver la vida con ojos de un adulto”, “No hay amor de vivir sin desesperación de vivir”. También cuenta que su madre responde con indiferencia a su enfermedad. Forma de cubrir el sufrimiento o estrategia para seguir adelante con la vida, lo cierto es que Meursault hereda esa idiosincrasia familiar basada en “aclarar toda situación no hablando sobre ella”. Albert empieza a cuidar su aspecto, se peina como en los films negros de la época, anda por los cafés de la rue Michelet con su sombrero Borsalino, traje y medias blancas. Sus amigos son intelectuales, poetas, editores, arquitectos, escultores. Bebe anisette. Los fines de semana va a la playa y a los bailes de sábado por la noche. No muchas petites amies resisten su mirada oscura, introspectiva; él tampoco a ellas. A los 21 se casa con la hija de un medico oftalmólogo de clase alta y se van a vivir a una casa en las colinas. Simone Hié tiene 19 años y una belleza diabólica. Es adicta a la heroína. Al segundo año, Camus descubre que Simone mantiene relaciones sexuales con su médico a cambio de drogas y se separa. Como reacción al mundo de Simone, se afilia al Partido Comunista. Los postulados de Marx y Engels lo tienen sin cuidado: pide coordinar la liga de militantes árabes. Dos años después, cuando el PC rompe con el Partido Popular Argelino, del líder independentista Messali Hadj, renuncia. Algunos dicen que “lo purgan”. Camus termina la Facultad de Filosofía, pasa una breve temporada de recuperación en una clínica del sur de Francia y, al volver, ingresa en el Argel Républicain, un diario de Pascal Pia, parisino, 10 años mayor que él, también huérfano de guerra. Hace periodismo