El placer está en tus manos Terapéutica del hombre

el pensador español Jesús Ballesteros, su insistencia en la primacía del arte frente a la verdad, y, como consecuencia de ello, su propuesta de una “ética del ...
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NOTAS

Sábado 27 de marzo de 2010

I

RIGUROSAMENTE INCIERTO

CUANDO LA EDUCACION SEXUAL RESTA POESIA Y BELLEZA AL SEXO

Mente y política

El placer está en tus manos

NORBERTO FIRPO

P

PARA LA NACION

or un lado, el perito mercantil Exordio Peribáñez se siente entre deprimido y compungido; por otro, se reconoce entre mórbido y exultante, como si se hubiese volcado encima medio frasco del elixir de la vanidad. Tan opuestas extravagancias del ánimo tienen su explicación, que el psicoterapeuta Epifanio Calandraca desliza confidencialmente a quien quiera oírlo, en estos términos: “Lo que pasa es que Peribáñez tiene una inteligencia superior, atributo que acaban de confirmarle los expertos del club Mensa, filial Argentina. Pero la certeza de que lo distingue una mente prodigiosa acabó transformándolo en un tipo insoportable, engreído hasta el caracú. Su inteligencia superior lo ha vuelto un soberbio, un reverendo pedante, con perdón de la palabra”. El club Mensa es una prestigiosa institución internacional, especializada en medir –mediante una enorme batería de tests– el índice de utilidad de la materia gris que cada cual posee. Según consta en una nota titulada “Más argentinos miden su intelecto”, que este diario publicó el 1º de noviembre pasado, el club Mensa sabe arreglárselas para determinar eso que se llama coeficiente intelectual. Y como el artículo establecía que todo sujeto más o menos biempensante tiene un coeficiente que se ubica entre los 90 y los 110 puntos, picado en la curiosidad Exordio Peribáñez decidió someterse a examen, con un resultado altamente halagador, puesto que acreditó 148 puntos. En consecuencia, fue invitado a integrar el cuadro de honor del club Mensa. En tanto perito mercantil, y enterado de que posee una inteligencia superior, el ego de Peribáñez se fue por las nubes: ha robustecido su convencimiento de que tiene la fórmula para enjugar de una buena vez la maléfica deuda externa argentina, que ha de estar sumando hoy unos 142.000 millones de dólares. Y es en este punto donde la vanidad lo desorbita: ansía ser ministro de Economía, sin más tardanza, para después enrolarse en la carrera presidencial del año que viene. He ahí el quid de sus contrapuestos estados de ánimo: su psicoterapeuta y sus nuevos amigos del club Mensa le hicieron saber, con palabra suave, que una inteligencia sobresaliente no es condición que exija el ejercicio de la política, y menos en la Argentina: “Hay ejemplos a montones –le dijeron–. Aquí y ahora, los circuitos de nuestra política no se corresponden con los circuitos de las neuronas… Debería saber que la actividad política, en nuestro país, no requiere que sus practicantes acrediten alto coeficiente intelectual, sino apenas cierta audacia, una caja pronta y muchísimas ganas de paladear las mieles del poder”. En fin: Peribáñez se reconoce compungido y deprimido, y no atina a salir de su círculo vanidoso, una vicisitud que te la regalo. © LA NACION

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MARIO VARGAS LLOSA PARA LA NACION

MADRID ace algún tiempo, hubo un pequeño alboroto mediático en España al descubrirse que la Junta de Gobierno de Extremadura, en manos de los socialistas, había organizado, dentro de su plan de educación sexual de los escolares, unos talleres de masturbación para niños y niñas a partir de los 14 años, campaña a la que bautizó, no sin picardía, “El placer está en tus manos”. Ante las protestas de algunos contribuyentes de que se invirtiera de este modo el dinero de los impuestos, los voceros de la Junta alegaron que la educación sexual de los niños era indispensable para “prevenir embarazos no deseados” y que, por lo tanto, las clases de masturbación servirían para “evitar males mayores”. En la polémica que el asunto provocó, la Junta de Extremadura recibió las felicitaciones y el apoyo de la Junta de Andalucía, cuya consejera de Igualdad y Bienestar, Micaela Navarro, anunció que aquella iniciativa era importante y que en Andalucía comenzaría en breve el lanzamiento de una campaña similar a la extremeña. De otro lado, un intento de acabar con los talleres de masturbación mediante una acción judicial que intentó una organización afín al Partido Popular y bautizada –con no menos chispa– “Manos limpias” fracasó estrepitosamente, pues la Fiscalía del Tribunal de Justicia de Extremadura no dio curso a la denuncia y la archivó. ¡A masturbarse, pues, niños y niñas del

H

supersticiones, mentiras y prejuicios que tradicionalmente han rodeado al sexo, iniciativas como la de los talleres de masturbación lo trivialicen de tal modo que acaben por convertirlo en un ejercicio sin misterio, disociado del sentimiento y la pasión, privando de este modo a las futuras generaciones de una fuente de placer que ha irrigado hasta ahora de manera fecunda la imaginación y la creatividad de los seres humanos. La masturbación no necesita ser enseñada: ella se descubre en la intimidad y es uno de los quehaceres humanos que fundan la vida privada y van desgajando al niño y a la niña de su entorno familiar, individualizándolos y sensibilizándolos gracias al mundo secreto de los deseos e

perros. La supuesta liberación del sexo, uno de los rasgos más acusados de la modernidad en las sociedades occidentales, dentro de la cual se inscribe esta idea de dar clases de masturbación en las escuelas, quizá consiga abolir ciertas ideas falsas y estúpidas sobre el onanismo. En buena hora. Pero también contribuirá a asestar otra puñalada al erotismo y, acaso, a abolirlo. ¿Quién saldrá ganando? No los libertarios ni los libertinos, sino los puritanos y las iglesias. Y continuará el empobrecimiento y banalización del amor que caracteriza a nuestra época. La idea de los talleres de masturbación es un nuevo eslabón en el movimiento que, para ponerle una fecha de nacimiento, comenzó en París, en mayo de 1968, y

la mujer se ha evaporado, por fortuna, y gracias a ello y a la generalización del uso de la píldora las mujeres gozan hoy, si no exactamente de la misma libertad que los hombres, al menos de un margen de libertad sexual infinitamente más ancho que sus abuelas y bisabuelas, y que sus congéneres de los países musulmanes y tercermundistas. De otro lado, aunque sin desaparecer del todo, han ido reduciéndose los prejuicios y anatemas, y las disposiciones legales que hasta hace pocos años penaban la homosexualidad y la consideraban una práctica perversa. Poco a poco, va admitiéndose en los países occidentales el matrimonio entre personas del mismo sexo con los mismos derechos que los de las parejas heterosexuales, incluido el de adoptar niños. Y, también de manera paulatina, va extendiéndose la idea de que, en materia sexual, lo que hagan o dejen de hacer entre ellos los adultos en uso de razón y decisión es prerrogativa suya y nadie, empezando por el Estado, debe inmiscuirse en el asunto. Todo esto constituye un progreso, por supuesto. Pero es un error creer, como los promotores de este movimiento liberador, que desacralizándolo, desvistiéndolo de las veladuras y rituales que lo acompañan desde hace siglos, desapareciendo de su práctica toda forma de transgresión, el sexo pasará a ser una práctica sana y normal en la ciudad. El sexo sólo es sano y normal entre los animales y las plantas. Lo fue entre noso-

¿Pondrán notas? ¿Tomarán exámenes? ¿Qué proezas habrá que realizar para sacarse un excelente?

Sacar el sexo de las alcobas para exhibirlo en la plaza pública no es liberalizarlo, sino retrotraerlo a las cavernas

mundo! ¡Cuánta agua ha corrido en este viejísimo planeta que todavía nos soporta a los humanos, desde que, en mi niñez, los padres salesianos y los hermanos de La Salle –dos colegios en los que estudié la primaria– nos asustaban con el espantajo de que los “malos tocamientos” producían la ceguera, la tuberculosis y la imbecilidad! Ahora, seis décadas después, ¡clases de paja en las escuelas! Eso se llama progreso, señores. ¿Lo es, de veras? La curiosidad, no la maledicencia, me acribilla el cerebro de preguntas. ¿Pondrán notas? ¿Tomarán exámenes? ¿Los talleres serán sólo teóricos o también prácticos? ¿Qué proezas tendrán que realizar el alumno y la alumna para sacar la nota de excelencia y qué fiascos para ser desaprobados? ¿Dependerá de la cantidad de conocimientos que su memoria retenga o de la velocidad, cantidad y consistencia de los orgasmos que produzca la destreza táctil de chicos y chicas? No son bromas. Si se tiene la audacia de abrir talleres para iluminar a la puericia en las artes y técnicas de la masturbación, todas ellas son perfectamente pertinentes. Diré de entrada que no tengo el menor reparo moral que oponer a la iniciativa “El placer está en tus manos” de la Junta de Extremadura. Reconozco las buenas intenciones que la animan y admito, incluso, que, mediante campañas de esta índole no es imposible que disminuyan los embarazos no queridos. Mi crítica es de índole sensual y sexual. Me temo que en vez de liberar a los niños de las

tros, los bípedos, cuando aún no éramos humanos del todo, es decir, cuando el sexo era en nosotros desfogue del instinto y poco más que eso, una descarga física de energía que garantizaba la reproducción. La desanimalización de la especie fue un largo y complicado proceso, y en él tuvo un papel decisivo la lenta aparición del individuo soberano, su emancipación de la tribu, con tendencias, disposiciones, designios, anhelos, deseos que lo diferenciaban de los demás y lo constituían como ser único e intransferible. El sexo desempeñó un papel protagónico en la creación del individuo y, como mostró con más lucidez que nadie el genio de Freud, en ese dominio, el más íntimo y privado de la soberanía individual, es donde se fraguan los rasgos distintivos de cada personalidad, lo que nos pertenece como propio y nos hace diferentes de los otros. Ese es un dominio privado y secreto y debe seguir siéndolo si no queremos cegar una de las fuentes más intensas del placer y de la creatividad, es decir, de la civilización. George Bataille no se equivocaba cuando alertaba contra los riesgos de una permisividad desenfrenada en materia sexual. La desaparición de los prejuicios no puede significar la abolición de los rituales, el misterio, las formas y la discreción gracias a los cuales el sexo se civilizó y humanizó. Con sexo público, sano y normal, la vida podría volverse infinitamente más aburrida, mediocre y violenta de lo que es.

instruyéndolos sobre asuntos capitales como lo sagrado, el mito, el tabú, el cuerpo y el placer. Por eso, destruir los ritos privados y acabar con la discreción y el pudor que han acompañado al sexo no es combatir un prejuicio, sino amputar de la vida sexual aquella dimensión que fue surgiendo en torno a ella a medida que la cultura y el desarrollo de las artes y las letras iban enriqueciéndola y convirtiéndola a ella misma en obra de arte. Sacar el sexo de las alcobas para exhibirlo en la plaza pública es, paradójicamente, no liberalizarlo, sino regresarlo a los tiempos de la caverna, cuando las parejas no habían aprendido todavía a hacer el amor, sólo a copular y ayuntarse, como los monos y los

pretende poner fin a todos los obstáculos y prevenciones de carácter religioso e ideológico que, desde tiempos inveterados, han reprimido la vida sexual, provocando innumerables sufrimientos, sobre todo a las mujeres y a las minorías sexuales, así como frustración, neurosis y desequilibrios psíquicos de todo orden en quienes, debido a la rigidez de la moral reinante, se han visto discriminados, censurados y condenados a una insegura clandestinidad. Este movimiento ha tenido muy saludables consecuencias, desde luego, en los países occidentales, aunque en otras culturas ha exacerbado las prohibiciones y represiones. El mito y culto de la virginidad que pesaba como una lápida sobre

© LA NACION

Terapéutica del hombre desligado JUAN CIANCIARDO

L

a palabra “compromiso” es políticamente incorrecta y ha sido progresivamente expulsada de nuestro discurso cotidiano. Un buen reflejo lo podemos encontrar en el arte. Es ya un lugar común de los guiones hollywoodenses que el personaje central sea un aventurero con buena estampa, de entre 35 y 40 años, acompañado por una veinteañera. En algún momento de la película, entre tiros y corridas de autos, el héroe se cruzará con un ex compañero de colegio. Este segundo personaje siempre tiene cara de agotamiento. La explicación: tiene una mujer gritona y descuidada, y un par de hijos que exigen dedicación sobrehumana. Su error vital fue formar una familia. Si no se hubiera comprometido, podría acompañar a la estrella en su raid aventurero y amoroso. Otro reflejo se puede encontrar en la literatura. Por tomar un ejemplo, Juan Ranz, protagonista de la novela Corazón tan blanco, de Javier Marías, nos confiesa: “Cuando me casé, durante el mismo viaje de bodas tuve dos sensaciones desagradables, y aún me pregunto si la segunda fue y es sólo una fantasía, inventada o hallada para paliar la primera o para combatirla. Ese primer malestar es el que ya he mencionado, el que, por lo que uno oye, y por el tipo de bromas que se gastan a los que van a casarse, y por los muchos refranes negativistas que al respecto hay en mi lengua, debe ser común a todos los desposados

PARA LA NACION

(sobre todo a los hombres) en ese inicio de algo que incomprensiblemente se ve y se vive como el fin de ese algo. Ese malestar se resume en una frase muy aterradora, e ignoro qué harán los demás para sobreponerse a ella: «¿Y ahora qué?»”. Es posible encontrar en el arte reflejos de un aspecto de la época que transitamos: la identificación de todo compromiso en serio con los demás con la represión de impulsos vitales legítimos. La asunción de responsabilidades con los otros nos es presentada como una enfermedad. Vitalidad y autenticidad son asimiladas

El arte refleja un mal de la época: se identifica el compromiso con la represión de impulsos vitales legítimos a la posibilidad de elegir, que es percibida como un fin en sí mismo. Este deterioro de la idea de compromiso se manifestó paradigmáticamente en el pensamiento de Nietzsche. Como afirma el pensador español Jesús Ballesteros, su insistencia en la primacía del arte frente a la verdad, y, como consecuencia de ello, su propuesta de una “ética del olvido y del juego”, lo conduce a proponer la exaltación de lo fugaz, lo transitorio, lo instantáneo, lo

no duradero. “Por ello ve precisamente en el hombre como un ser capaz de prometer la mayor de las represiones, el fruto de la única verdadera violencia.” La actitud típicamente contemporánea es vivir el instante: el hombre de hoy no se encuentra obligado con su pasado ni con su futuro. Se considera libre respecto de todo lo que no sea el presente. Esto producirá diversas consecuencias: desprecio radical de todo el pensamiento anterior, despreocupación por el futuro del mundo, uso abusivo de la naturaleza. Y, sobre todo, será una de las claves para comprender la tristeza profunda del hombre moderno. Un hombre que vive apegado al presente es un hombre desorientado (porque prescinde de la orientación que proviene del pasado, carece de memoria) y sin expectativas, sin proyectos (porque su cerrazón al futuro le impide toda conexión con su connatural trascendentalidad). También en la pintura se refleja esta situación. Por un lado, expresa la perplejidad que genera en nosotros la deconstrucción de nuestra identidad, como se observa en el acrílico Rompecabezas (1968), de Jorge de la Vega, y, por otro, manifiesta la desolación que se sigue de ello, como creo adivinar en una de las tres versiones de la serie Siete últimas canciones (1986), de Guillermo Kuitca. En el primero de los cuadros mencionados se muestran cuatro rostros desesperados que miran hacia lugares distintos, como buscándose sin

encontrarse, separados unos de otros por líneas gruesas que obstruyen la comunicación. En la obra de Kuitca, en cambio, se ve un hombre solitario en una habitación inmensa, con los brazos caídos, portando la desgracia de no tener más que la riqueza material que lo rodea. La anulación de todo compromiso conduce a que rija lo que Freud ha denominado –en su obra Más allá del principio del placer– “imperio del principio de autodestrucción”. Es que el hombre sólo se hace pleno mediante un despliegue de todas sus potencias. Apegado al presente y desligado

El hombre desligado de todo pierde la perspectiva de la realidad, y así se torna incapaz de comprenderla y amarla de todo compromiso pierde la perspectiva de la realidad, y así se torna incapaz de comprenderla y amarla. Esto también fue puesto de relieve por Kierkegaard, que por eso propuso como modelo de persona al hombre casado, frente al donjuán, que encarna el esteticismo. Para salir de esta situación debemos aprender a amar. Como ha sostenido Pedro Serna, se trata, en el fondo, de eso: no hemos aprendido a amar, a buscar la autorreali-

zación, la propia felicidad, a través de la entrega de sí, de la apertura al otro. Aunque nuestra voluntad se encuentre incómoda en el amor de donación, en el sacrificio, aunque prefiera el cálculo, el do ut des, lo cierto es que “sólo el amor incondicionado puede superar la soledad, proporcionar la seguridad, la conciencia de ser querido por uno mismo, sin cláusulas de revisión… Lo único que puede devolvernos el paraíso perdido que andamos buscando dramáticamente es el amor incondicional, que no rehúye el sacrificio, que se refuerza en los momentos de debilidad, en las dificultades, y que se mira a sí mismo en el horizonte de la vida y de la muerte”. Ese amor sin condiciones es exigido por la formación de un hijo, que anhela ser querido por sus padres sin que importe si es el mejor o el peor alumno de su clase, el más lindo o el más feo. Y es la incondicionalidad que fundamenta la forma arquetípica de amor que se ha dado en Occidente: un compromiso de entrega total entre varón y mujer, un matrimonio que funda una familia. “Sólo una familia así fundada puede enseñar al hombre a amar de veras. Esa familia y ese modo de entender el matrimonio coinciden con la milenaria propuesta cristiana que veía en ellos el lugar natural del hombre, el mejor lugar para nacer y morir.” © LA NACION

El autor es decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral.