el nuevo mandato que conflictúa a los padres

4 oct. 2014 - Algunos colegios, sobre todo para explicar los nuevos en- foques en matemática, orga- nizan talleres para padres. Informar acerca de los nue-.
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SÁBADO

| Sábado 4 de octubre de 2014

Vínculos

No los ayuden con la tarea: el nuevo mandato que conflictúa a los padres

Los sí y los no que sirven y acompañan

Qué hacer para facilitar el aprendizaje y reforzarlo

Hoy, el gran dilema paterno es cómo se puede acompañar a los hijos sin hacer los deberes con ellos Viene de tapa

Para Rebeca Anijovich, Magíster en Formación de Formadores, de la Universidad de San Andrés, que los hijos reciban tareas de la escuela para realizarlas en la casa es, frecuentemente, objeto de discusión y debate. “Las propuestas académicas van desde resolver todo en el aula hasta pedir una enorme cantidad de contenidos para el hogar porque es necesario incrementar la práctica y complementar lo que «no se alcanza» a realizar en la escuela. Una primera consideración nos lleva a distinguir quiénes son los destinatarios de estas tareas para el hogar y, en este caso, nos referiremos especialmente a los alumnos de la escuela primaria. Aunque, tal vez, la cuestión más compleja está referida al modo en cómo los padres acompañamos a nuestros hijos, así como también el vínculo que mantenemos con la escuela. ¿Confiamos y apoyamos a la institución en sus modos de encarar la enseñanza? ¿Cuánto incide nuestra propia historia escolar al momento de guiar la de los niños? ¿Cómo acompañarlos sin hacer la tarea por ellos? ¿Debemos reconocer que los niños resuelven sus trabajos de un modo diferente a como lo hacíamos en nuestra época de estudiantes?” Los replanteos de Anijovich suelen hacer eco cada tarde en un batallón de padres que deben lidiar con la tarea escolar de sus hijos, como le sucede a Elena Stambulsky, quien reconoce a la nacion que, a la par de su hijo, Kevin, ella también está “terminando” séptimo grado por segunda vez. “En los últimos años, la preocupación por saber hasta dónde tenía que ayudarlo fue creciendo. Muchas veces me sentaba con él y terminábamos haciendo la tarea juntos, más yo que él. Pero si después en la prueba le iba mal, yo era la responsable –cuenta Elena, que con su hijo menor, de 6 años, confiesa intentar otra metodología–. La verdad es que no es nada sencillo poder ayudarlos, sobre todo cuando los enfoques de enseñanza son tan distintos a los nuestros. Hace un par de años, pedí una reunión en el colegio para que me explicaran el método apropiado para resolver las divisiones. Terminamos todos agotados. El límite de hasta dónde intervenir o soltarles la mano es difícil. Finalmente, después de mucho ensayo y error, y encuentros con la psicopedagoga, ahora nos focalizamos en la duda. Y si hay cosas que en casa no se pueden resolver, se recurre a los maestros.” En este sentido, Anijovich plantea: “Muchos proyectos pedagógicos estimulan en las aulas el desarrollo de aprendices que desplieguen una variedad de modos de resolver una tarea, de pensar en lugar de ir de modo directo en busca de la respuesta correcta. Y acompañar a los hijos es permitir que la escuela haga su tarea, es conocer e interesarse por entender las nuevas maneras de aprender, ya sea preguntando a los maestros como también conversando con nuestros hijos acerca de ello”. Todos los especialistas consultados coinciden en un punto. Una máxima que no admite entre líneas: hay que intervenir cuando ellos pidan ayuda, pero sin hacer la tarea que les encomendaron. Asistirlos también es reconocer que aprenden de un modo diferente de nosotros. Que no se frustre ni se deprima Muchas veces, a contramano de los actuales proyectos pedagógicos y más en sintonía con los tiempos modernos, donde el tiempo “nunca” alcanza, la ansiedad de los padres supera a la de los propios alumnos. Que un niño aprenda a lidiar con la frustración de no poder resolver un problema requiere tiempo, dedicación y paciencia. “Y eso falta, siempre hay mucho apuro, a cualquier lado hay que ir corriendo –señala Grace Horne, directora de la Escuela del Sol–. Nosotros, además de darles clases a los padres para enseñarles cómo trabajan los chicos también organizamos grupos de reflexión, y allí conversamos sobre temas que preocupan como la frustración, los límites o el deseo. Los niños están perdiendo la idea de deseo. «No le compren la patineta cuando están en la nursery», les digo bromeando. Pero muchas veces para que no sufran y salir del paso lo más rápido posible, los padres resuelven las cosas por ellos.” Una solución efímera, según la experiencia de Virginia Sturm, capacitadora docente del gobierno porteño y vicedirectora de la Nueva Escuela Argentina 2000, “porque si el chico no entendió, es un tema de la escuela, allí es

Violencia simbólica Corregir lo que se hizo mal e imponer el propio método para resolver la tarea es una forma de violentar el tiempo del aprendizaje de los niños, dicen los expertos

Ambiente compartido No hace falta sentarse al lado del niño para hacer la tarea. Promover un ambiente de trabajo compartido entre padres e hijos es una forma de acompañarlos y de ayudar

Mariana, de diez años, le explica a su mamá el nuevo método de matemáticas, totalmente distinto al de antes donde hay que resolverlo; en lugar de generar un conflicto familiar, es mejor poner una nota en el cuaderno de comunicaciones para que la maestra lo retome al día siguiente. Es muy valiosa la duda que puede aparecer en el chico cuando se sentó solo a resolver una tarea. Eso, además, propicia el debate grupal y el intercambio. Es la mejor manera de saber que puede existir más de una resolución para un determinado problema”. Nada es igual en la escuela de hoy que en la de hace tres o cuatro décadas: Ximena Ferreira Sánchez, mamá de tres niños en edad escolar, aprendió definitivamente la lección después de algunos años de ensayo y error. “Si te equivocaste, mi amor, o no entendés, preguntale a la maestra –les dice ahora Ximena a sus hijos, ante la aparición de la duda–. Al principio, me sentía impotente por no poder asistirlo, pero aprendí que en casa debo contenerlo, ayudarlo

a resolver la situación, que no es lo mismo que ayudarlo a resolver la tarea. Yo sé que los viernes tienen fecha de entrega y estoy atenta, pregunto si necesitan algo. Pero no me meto”, asegura. Diálogo entre adultos Claridad en el diálogo entre la escuela y los padres. Docentes y directivos reconocen que, en determinadas situaciones, falta comunicación entre la institución y las familias. “A veces, la escuela no es del todo clara, y los padres no saben cuándo es el momento de intervenir. Por eso trabajamos con las familias desde el primer ciclo para analizar las diferentes estrategias de los niños, sobre todo desde primero hasta cuarto grado. Tanto la matemática como la escritura son situaciones cotidianas de trabajo, y la posibilidad de compartir con un hijo ese proceso de aprendizaje refuerza la relación cognitiva que se va construyendo de

a poco –opina María Victoria Alfieri, directora del colegio Aletheia–. Lo que es terrible es cuando aparece la violencia del mandato por parte de los padres; una violencia simbólica que se muestra en la falta de respeto hacia los tiempos del niño, que no son los mismos que los del adulto.” En sintonía con la reflexión de Alfieri, se expresa la directora de la Escuela del Sol, e insiste en este concepto: “Es difícil crear un clima de trabajo distendido y paciente cuando una madre llega de trabajar y quiere que, en dos horas, sus hijos se bañen, coman y hagan la tarea. Hace poco una madre pidió una reunión porque estaba preocupada por este tema y no sabía cómo ayudar a sus hijos con los deberes. «Sacate la oficina de encima cuando llegás a tu casa», fue mi primer consejo. Y ojo que no hay que sentarse al lado del chico como un sargento para ver cómo trabaja. Mientras la mamá cocina puede invitar a su hijo

ignacio coló

a que se siente en la mesa y le cuente lo que tiene que hacer. Acompañarlos sin intervenir directamente es ayudarlos”. Para Elena Stambulsky, la mamá de Kevin, no fue fácil “soltarle la mano” a su hijo, pero hoy reconoce que trajo sus recompensas. “Hoy me importa más el esfuerzo que el resultado. Uno quiere que a su hijo le vaya bien, por supuesto, pero hay que aceptar los errores, las equivocaciones, los bochazos. Uno deposita un voto de confianza en el colegio, entonces hay que respetar las decisiones de los maestros, y los pedidos. Hoy sólo ayudo a Kevin cuando aparece la duda, y lo acompaño.” Grace Horne también insiste. “Dejar que hagan solos sus tareas es ayudarlos a ser autónomos y responsables. Y cuando se tropiezan con una piedra, hay que tenderles la mano para levantarse. Imponer el propio método para esquivarla no los favorece.”ß

Ahora el deber más difícil lo tenemos nosotros testimonio Franco Varise LA NACION

¿C

ortarse los dedos? ¿Pensar en otra cosa? ¿Qué hacer cuando uno puede ayudar a alguien, pero casi como si fuera una excepción en la vida solidaria no debe hacerlo? Observar a un hijo mirando el clásico cuaderno Rivadavia (u otra marca similar) revolviéndose el pelo frente a una cuenta de matemáticas que no le sale es una tortura china. No ayudar en estos casos es aconsejable, pero difícil de sostener. Lo curioso es que la pregunta acerca de si los padres podemos asistir a nuestros hijos en las tareas aparece en las reuniones de padres en la escuela a lo largo del año. Aunque todos sabemos la respuesta: “No”.

Sin embargo, el interrogante vuelve a plantearse quizá con la esperanza de que hubiera cambiado algo en los estudios de la pedagogía para que, ahora, pueda ser un sí... Obviamente, el argumento de la negativa tiene una lógica indiscutible: si el alumno no lo hace solo, nunca podrá aprenderlo. Es un poco desesperante. Y quien diga que no ayuda ni un poquito en la tarea a sus hijos miente inocentemente. Es de suponer que los docentes ya lo saben y por eso son tan tajantes en su respuesta para no abrir ningún margen de tolerancia a lo que ya saben que ocurre de hecho y que se niega. El momento de los deberes siempre ha sido traumático. Muchos de los adultos que hoy ven a sus hijos pelearse con las hojas del cuaderno creen que a ellos les resultó mucho más fácil o que estaban mejor

predispuestos. Pero como para muchas cosas en la vida, el olvido cumple un servicio esencial para la construcción del ego. En realidad, a todos les costó y a todos les afligió hacer la tarea. Pero muy pocos recuerdan si sus padres los ayudaron a hacer la tarea. Incluso si se les consulta, dicen convencidos que “nunca”. Ahora bien, la ansiedad por asistir a un hijo en los deberes tiene varias aristas por analizar. La primera es que los padres quieren sacarse de encima (incluso más que los chicos) ese momento y salir del paso. Entonces, deslizan en un papelito la respuesta a la cuenta o en plan didáctico directamente hacen el cálculo explicando cada paso con plena conciencia de que el chico en verdad no está entendiendo nada. En esos casos, viene la culpa. Y ahí es cuando empieza

la pregunta insistente casi maniática: “¿Entendiste?, ¿entendiste? ¿Seguro?”. Los tiempos modernos, lamentablemente, conspiran contra la posibilidad de que los tiempos para hacer la tarea puedan extenderse y relajarse. Siempre, los padres y los chicos están a las corridas o con sueño, o con ganas de vivir un momento familiar después de no haberse visto en todo el día. Por eso, en algunos países, e incluso en instituciones educativas del país, las autoridades optaron por no dar tarea a los chicos para la casa. Cuando los chicos son más grandes, el problema también es más grande. Hay casos en los que no sólo hay que reprimir por el bien del otro las ganas de ayudar, sino que también por el propio: no son pocos los casos en que ni siquiera el adulto puede resolver la tarea.ß

Falsas premisas que llenan de dudas y culpas opinión Andrea Jáuregui y Diana Guelar PARA LA NACION

A

yudar o no ayudar a los hijos a hacer la tarea. He aquí el dilema, diría Hamlet. Pero en realidad no lo es, porque un dilema, por definición, enfrenta dos alternativas contrarias, sólo dos, y pierde en el camino muchas opciones intermedias. Esta manía de formatear la vida en blanco y negro, entre lo que deberíamos o no deberíamos hacer, nos pone a los padres entre la espada y la pared. Opción A: los ayudamos. No importa qué tan cansados estemos, nos sentamos a la hora señalada a

hacer la tarea con los chicos. Aunque sea una tortura. Aunque tengamos la cabeza en otro lado. Aunque ese tiempo, supuestamente nutriente y didáctico, se convierta en una batalla campal. Y si somos muy perfeccionistas, lo más probable es que terminemos haciendo nosotros mismos la tarea mientras ellos juegan a otra cosa. Porque a veces nos importa más el resultado, la nota, la obligación del deber cumplido que los aprendizajes y las herramientas que los chicos puedan adquirir para resolver los problemas a futuro cuando sean adultos. Opción B: no los ayudamos, y aunque sabemos que así estamos reforzando su autonomía y su sentido de la responsabilidad, nos bancamos la pena de dejarlos solos con tanto esfuerzo.

Lo cierto es que ninguna de las dos opciones garantiza que a los hijos les vaya bien en la escuela. Tampoco garantiza que nosotros nos sintamos menos culpables, ni los chicos menos frustrados si los resultados no son lo que esperábamos. Hagamos lo que hagamos, cuando partimos de falsas premisas nos llenamos de dudas y de culpa. Para salir del dilema, podemos preguntarnos entonces qué es lo más útil que podemos hacer en este momento, con este hijo y esta tarea en particular. ¿Cómo se desempeña sin ayuda en ésta y otras materias? ¿Está realmente preparado para resolverlo solo? ¿Qué tipo de acompañamiento necesita mi hijo? ¿Necesita ayuda con los deberes o necesita, en realidad, otro tipo de atención? ¿Puede

tolerar la frustración si le va mal? ¿Podemos tolerar nosotros, como padres, corrernos a un costado y dejarlo experimentar en su camino? ¿Estamos preparados para tolerar nuestra propia frustración si no le va tan bien como esperábamos? Quizás, haciéndonos preguntas puntuales como éstas empiecen a aparecer modos mucho más flexibles y creativos para acompañar a nuestros hijos durante su etapa escolar. Lo cierto es que nadie puede darnos recetas en blanco y negro, porque cada vida, cada familia, cada mamá y/o papá y cada hijo en particular, por suerte, son multicolores.ß Autoras de Perfectamente imperfectas. Cómo salir de la trampa de la madre ideal, de editorial Planeta

Hábitos positivos Leer en voz alta para los hijos, una lectura silenciosa de a dos, cada uno con su libro o ver documentales en familia marcan una diferencia en el desarrollo del aprendizaje infantil

Focalizar en la duda Prestar atención a las dudas que surgen e intervenir sólo cuando los chicos lo requieren. No estar encima de sus compromisos académicos fomenta la creatividad para la resolución de conflictos

Impulsos no deseables No corregir impulsivamente las faltas de ortografía en la etapa silábica o prealfabética. Hay que alentarlos a escribir en lugar de cohibirlos

Talleres para padres Algunos colegios, sobre todo para explicar los nuevos enfoques en matemática, organizan talleres para padres. Informar acerca de los nuevos métodos es una manera de comprender los procesos