El Eternauta, héroe libertario

que revolucionario. © LA NACION. EL académico Salvador Gutiérrez. Ordóñez, director del depar- ... también lo es que escriban. –continuó Gutiérrez Ordóñez–.
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OPINION

Lunes 19 de septiembre de 2011

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LA EQUIVOCA IDENTIFICACION DEL PERSONAJE DE OESTERHELD CON KIRCHNER

LINEA DIRECTA

Siempre hay, hubo y habrá confusiones E GRACIELA MELGAREJO LA NACION

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L académico Salvador Gutiérrez Ordóñez, director del departamento de Español al Día y coordinador de la nueva edición de la Ortografía de la Real Academia Española, contestaba en una entrevista en el diario español El País, el 10/8: “Un niño no escribe mal porque envíe SMS, sino porque no ha aprendido a escribir. “Es muy bueno insistir en que los chicos lean, pero también lo es que escriban –continuó Gutiérrez Ordóñez–. Son dos destrezas cerebralmente disociadas. Escribir es una técnica cognitiva compleja como puedan serlo la mecanografía, tocar el piano o encestar al baloncesto. Hay que practicar y practicar. Y aun así...” Evidentemente, no hay magia y la solución es siempre la misma: practicar y practicar, porque escribir bien no es un problema de edad. Por correo electrónico llega, justamente, una consulta de un lector de 19 años, Federico Ariel Sivak: “Soy un fervoroso hincha millonario, y con pavor descubro que el periodista de la nota «No vi a River peor que en otras fechas» (sección deportiva, 11-9-11) utiliza el verbo haber de una manera incorrectísima. Cito: «Por reglamentación, sólo podían haber 30 personas de la entidad de Florencio Varela, pero dio la impresión de que habían muchas más». Tengo entendido que el verbo haber, cuando es usado para denotar la existencia de cosas o personas, funciona como impersonal. Por tanto, se debe conjugar en tercera persona del singular”. Nuestro joven lector está en lo correcto. Esta confusión con el uso transitivo impersonal del verbo haber, con el significado de ‘encontrarse’, sigue siendo una de las más comunes. Para hacer un poco de historia, por ejemplo, el 25/7/2005, en el “Diálogo semanal con los lectores”, se volvía a tratar, por quinta o sexta vez, el tema, y el título de la columna fue, en esa ocasión: “Siempre hubo y habrá confusiones”. Para los lectores que frecuentan Twitter, una recomendación: sigan el servicio de información muy útil de la RAE, @RAEinforma, para consultar dudas. Respecto del uso comentado de haber, esto dice la Academia: “Había muchas personas, ha habido quejas, hubo problemas. Cuando el verbo haber se emplea para denotar la mera presencia o existencia de personas o cosas, funciona como impersonal y, por lo tanto, se usa solamente en tercera persona del singular (que en el presente de indicativo adopta la forma especial hay: Hay muchos niños en el parque). En estos casos, el elemento nominal que acompaña al verbo no es el sujeto (los verbos impersonales carecen de sujeto), sino el complemento directo. En consecuencia, es erróneo poner el verbo en plural cuando el elemento nominal se refiere a varias personas o cosas, ya que la concordancia del verbo la determina el sujeto, nunca el complemento directo. Así, oraciones como *Habían muchas personas en la sala, *Han habido algunas quejas o *Hubieron problemas para entrar al concierto son incorrectas; debe decirse Había muchas personas en la sala, Ha habido algunas quejas, Hubo problemas para entrar al concierto. [Más información en el Diccionario panhispánico de dudas, s/v haber, 4]. Para concluir, como septiembre ha demostrado ser un mes lleno de celebraciones, se agrega aquí una más. El periodista Hernán Cereghetti pide que no se olvide que el 4 se recordó el Día de la Secretaria, que se festeja “desde hace más de medio siglo”. Se trata, además, de un recuerdo personal: “La fecha fue establecida en 1957 por la empresa Remington Rand Sudamericana y se debió a una idea de su presidente Heriberto Salbach, quien la importó de Chile, país del que era oriundo. Por aquellos años yo me desempeñaba en dicha empresa como jefe de Personal. Se llamó a concurso a las secretarias de todas las empresas para que remitieran trabajos relacionados con las tareas que desarrollaban; fue un trabajo intelectual antes que un concurso de belleza. El resultado se dio a conocer en el transcurso de una función que se llevó a cabo el 4 de septiembre de 1957 en el teatro Presidente Alvear y resultó ganadora la señorita Zulema Sullivan, quien años más tarde fundó el Instituto Argentino de Secretarias Ejecutivas, que aún hoy funciona”. © LA NACION

[email protected] Twitter: @gramelgar

El Eternauta, héroe libertario

N la que fue una de las últimas apariciones públicas en vida de Néstor Kirchner, la Juventud Peronista convocó a un acto en el Luna Park el 14 de septiembre de 2010, en el que la única oradora fue la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Al margen de las connotaciones históricas que el acto, del cual se ha cumplido un año, pueda tener, resulta interesate considerar el contenido de la convocatoria. En un afiche que invitaba al evento aparecía la figura de Néstor Kirchner como el Eternauta, el conocido personaje de la famosa historieta creada por Héctor Oesterheld y Francisco Solano López, de fines de los 50. ¿Qué llevaría a los jóvenes de La Cámpora a querer identificarlo con ese personaje? ¿Sería un tributo premonitorio y un deseo de perdurabilidad hacia una persona que ya mostraba serios problemas de salud, a tal punto que ese día apenas pudo participar del acto? Hay varios aspectos de la vida del autor que podrían caber en el imaginario de dicha agrupación. Por un lado, Oesterheld es un desaparecido, secuestrado el 27 de abril de 1977 en La Plata, detenido en un centro clandestino y muerto probablemente en algún momento de 1978. Militante de la JP y Montoneros, para ese entonces su vida estaba enmarcada en sucesos trágicos: sus cuatro hijas ya habían desaparecido también. Por otro, al comienzo de El Eternauta se bosqueja una teoría que bien podría interpretarse como “kirchnerista”. Pero antes de explicarla, será necesario introducir al lector que no conoce la historieta en su contenido. Cuatro amigos están jugando a las cartas en el altillo de una casa de Olivos cuando ven caer una nieve, suceso muy extraordinario para la ciudad de Buenos Aires, y comprenden que la nieve es letal. Juan Salvo –quien es el Eternauta, dueño de la casa donde también están su mujer y su hija– y Favalli, un profesor universitario con grandes conocimientos técnicos, comienzan primero a tratar de proteger y salvar sus vidas, y luego a defenderse y luchar contra un invasor extraterrestre que quiere ocupar el planeta, comenzando por Buenos Aires. En los primeros pasajes, se describe una situación de tipo hobbesiana: ante la ausencia de la autoridad, se regresa al estado de naturaleza, en el que todos pelean contra todos para sobrevivir. Salvo y Favalli encuentran a los pocos sobrevivientes de una unidad del ejército y se suman al combate contra los invasores. Es decir, en términos “K”, la existencia de un enemigo común “une” a las fuerzas populares. Hasta allí lo poco de kirchnerismo que un lego en la materia puede encontrar en toda la historieta. Luego, la historia cobra un carácter más bien “libertario” o “individualista liberal”, como se explicará. Es necesario tener en cuenta que, si bien Oesterheld fue montonero, era un gran admirador del escritor norteamericano de ciencia ficción Robert Heinlein, en quien se habría inspirado para desarrollar la serie. Así, de Amo de títeres rescata la idea de un parásito que ocupa la corteza cerebral de los humanos para dirigirlos como títeres, y de Tropas del espacio, la de unos insectos gigantes que invaden la Tierra. En El Eternauta, a los sobrevivientes de la nieve letal que son capturados por los extraterrestres les colocan un “teledirector” en la nuca para dirigir sus movimientos, los llaman “hombres robot”, y el grupo de combatientes, entre los que están Salvo y Favalli, se enfrenta con unos escarabajos gigantes en la avenida General Paz. Heinlein, uno de los tres grandes autores

MARTIN KRAUSE PARA LA NACION

de ciencia ficción del siglo XX, junto con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, era un reconocido libertario o individualista liberal. Definiremos como “libertario” a quien considera la libertad individual como el valor más importante, del cual se desprenden los demás; alguien que cree en la absoluta libertad política, descree del Estado y prefiere la libertad de los mercados. A comienzos de los años 70, según un estudio realizado por la Sociedad Internacional para la Libertad Individual, uno de cada seis activistas libertarios había llegado a estas ideas a partir de la lectura de Heinlein. En La Luna es una cruel amante (1966), ganadora del premio Hugo al mejor libro de ciencia ficción de ese año, se des-

En clave heinleiniana, en El Eternauta destaca el triunfo de la iniciativa individual contra la planificación centralizada cribe una revolución libertaria en la Luna cuyo objetivo era liberarla de los controles políticos y burocráticos de la Tierra. Uno de los personajes, álter ego de Heinlein, es el profesor Bernardo de la Paz, quien dice: “El derecho humano más básico es el derecho a comerciar en el mercado libre”. De la Paz se autodenomina “anarquista racional”, definición que se escuchó muchas veces a Jorge Luis Borges. Otra connotación poco kirchnerista de El Eternauta: en un argumento muy borgiano, al final de la historieta Juan Salvo hace funcionar una máquina de los extraterrestres que lo lleva a viajar en el tiempo; llega hasta quien le está contando la historia de su vida y la búsqueda de su mujer y su hija, para enterarse, al final, que está en Buenos Aires, cuatro años antes de la fecha de la primera invasión. Luego, toda la historia de El Eternauta, en el mejor estilo heinleiniano, destaca el triunfo de la iniciativa individual

contra la planificación centralizada. El primer rival que enfrentan Salvo y Favelli son los escarabajos gigantes. Al principio parecen invencibles, pero al poco tiempo se dan cuenta de que son torpes, de que son manejados por otros, y como esos otros no pueden estar al tanto de todas las circunstancias de tiempo y lugar (en palabras de Hayek) son presa fácil de los combatientes emprendedores que pueden combinar esa información local con su propia capacidad de decisión para vencerlos (Hayek, El uso del conocimiento en la sociedad, 1945) y ocupar el estadio Monunental como base de defensa. Luego descubren a los ya mencionados “hombres robots”. Ambos son controlados por los “Manos”, unos seres muy inteligentes con rasgos humanos, pero con manos de veinte dedos. Estas manos les permiten pulsar una gran cantidad de botones en máquinas, con las que controlan también a los “Gurbos”, unos potentes paquidermos de otro planeta. Pero los “Manos” son a su vez controlados por los “Ellos”, los verdaderos invasores (o al menos eso se supone, ya que nunca aparecen en la historieta). El control se hace efectivo a través de la “glándula del terror” que los “Ellos” implantan en los “Manos” y lleva a éstos a obedecer todas sus órdenes, porque tan sólo el temor de no hacerlo hace segregar un veneno a las glándulas que termina con su muerte. El intento de “planificar” la invasión fracasa, a causa de unos pocos individuos que tomaron la iniciativa individual de juntarse y luchar contra el invasor. El fracaso de la planificación no es muy distinto del que se observaba en cualquier experimento de planificación socialista o, en otra medida, en la administración estatal centralizada de tanto servicio público. Es más: los gobiernos del resto del planeta responden ante la invasión enviando misiles nucleares que pierden su efecto debido a un aparato extraterrestre que los neutraliza. Es decir, hasta ese momento, la respuesta de “otros Estados” ha sido inefectiva. Pero Salvo llega hasta el cuartel general de los invasores, lo toma y apaga el efecto neutralizador: los invasores tienen

que huir, pero también los héroes, porque ahora los misiles van a llegar y explotarán, algo que efectivamente ocurre. Uno de ellos destruye el centro de la ciudad de Buenos Aires. Es cierto: la iniciativa individual no es perfecta, pero al menos termina haciendo huir a los invasores, quienes volverán a intentar con la nieve mortal. Finalmente, Favalli y otros son capturados y convertidos en hombres robot, pero Salvo escapa al intentar conducir una nave de los invasores y disparar involuntariamente una máquina del tiempo que lo lleva a distintas dimensiones. Allí encuentra a un “Mano” que también logró escapar de los “Ellos”, y le dice: “Así como hay entre los hombres, por sobre los sentimientos de familia o de patria, un sentimiento de solidaridad hacia todos los demás seres humanos, descubrirás que también existe entre todos los seres inteligentes del universo, por más diferentes que sean, sentimientos de solidaridad, un apego a todo lo que sea espíritu, que une a los marcianos con los terrestres, a los “trípedos” de Ruma del quinto planeta Vega con los “glóbulos” de Laskaria, la patria de los “Gurbos”.” Eso suena más a la “simpatía” del Adam Smith de Teoría de los sentimientos morales que a los usuales comentarios de 6,7,8 o de Carta Abierta. Coincide, además, con los últimos aportes de la psicología evolutiva, la teoría de los juegos repetidos y la economía experimental, que señalan la inclinación de los individuos a cooperar con otros, lo que explica la fortaleza de los intercambios voluntarios en mercados y el progreso de las sociedades que los aceptan y promueven. Suena más a la solidaridad voluntaria que a la impuesta obligatoriamente por los programas de ayuda social del Estado. Seguramente, Oesterheld imaginó en su personaje a un libertador, y es conocida su admiración por el Che Guevara. Pero a diferencia de éste, Salvo no busca el poder. Sólo defiende su libertad individual y la de su familia. En tal sentido, es más libertario que revolucionario. © LA NACION El autor es profesor de Economía de la UBA e investigador de la fundación Libertad y Progreso

El eclipse de Dios JESUS MARIA SILVEYRA

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L papa Benedicto XVI, en su reciente visita a España para la Jornada Mundial de la Juventud, mientras hablaba frente a un grupo de religiosas, dijo que Europa vive una “especie de eclipse de Dios, cierta amnesia; más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza”. La figura utilizada por este gran pensador en los comienzos del siglo XXI es muy acertada. Al hablar de “eclipse de Dios”, nos está llevando de la mano a pensar que algo se ha interpuesto en el camino entre Dios y el hombre. ¿Qué es? No se trata de un astro, claro que no. Sin embargo, la luz procedente de Dios ha sido bloqueada por un “cuerpo eclipsante” que pareciera haber producido la “desaparición” (en griego, ekleipsis) de Dios. Pero ¿puede Dios desaparecer, o es el hombre quien no lo ve, cegado como está por la oscuridad del cuerpo eclipsante? Si creemos en la existencia de un creador absoluto, éste no puede desaparecer, porque es preexistente a la misma creación y a toda relatividad. Por lo tanto, sigue allí, desde la eternidad, iluminando. Ocurre que algo se ha interpuesto entre Él y el hombre. El Papa, durante el mismo viaje, habló de que la sociedad estaba expuesta a los “fuegos fatuos del relativismo y la mediocridad”. Me quedo con este concepto para fundamentar lo que sigue. Es decir, que la

PARA LA NACION

oscuridad del cuerpo eclipsante proviene de estos fuegos fatuos que parecen iluminar, pero lo que hacen es confundir al hombre. Ya no basta con hablar de que se trata del mal o del pecado, sino de algo mucho más sutil, difuso y abarcador que toca las raíces de la civilización judeo-cristiana, impregnándolo todo de relativismo. Es un fuego difuso ligado al “misterio de la iniquidad” del que tanto nos habló Juan Pablo II, parecido al fuego que brota en la noche de los restos óseos abandonados sobre la tierra, producto de la inflamación y hasta la exacerbación de la materia. El hombre, preso del “misterio de la iniquidad”, no puede ver a Dios por distintos motivos, pero, fundamentalmente, porque ha caído en las redes del relativismo más atroz que quizás haya conocido. Ese relativismo atroz lo sumerge en los mares de la mediocridad, donde ésta se vuelve casi un principio físico que todo lo confunde y destrona a Dios del centro de la vida. Dios deja de ser centro y fundamento del universo para convertirse en un ser ordinario sin mayor peso y utilidad, salvo para aquellos que todavía pensamos que el Absoluto y su misterio son la excepcionalidad de la existencia. Dios pasa a ser una palabra vacía de contenido, casi descartable, que, por ejemplo, ni vale la pena agregar en el preámbulo de la Constitución europea. ¿Para qué y por qué, se preguntaron los constituyentes? De allí que el Papa diga, refiriéndose al

Viejo Continente, que “se corre el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza”, porque si el ser humano no tiene en cuenta a Dios en su vida, evidentemente se ha perdido a sí mismo al renegar del “sentido” que milenariamente le dio a su existencia. El sinsentido de la vida lleva al hombre posmoderno, principalmente al urbanoide de los grandes conglomerados del mundo, a considerarse a sí mismo el único sentido, a decir “yo soy”, como si fuera el mismo Yavé, el “yo soy” que Moisés escuchó responder a Dios, cuando le preguntó por su nombre. Pero, lamentablemente, este hombre del “yo soy” con minúsculas, vacío de sentido trascendente, se encuentra perdido en su propio laberinto: si él “es” completamente, nada le debería faltar (pero sabe que algo le falta) y si no “es”, ¿qué remedio tiene cuestionarse? (Porque no quiere aceptar que es imagen de un Ser Superior.) Por lo tanto, deja la cuestión de la existencia y del “ser” de lado, para preocuparse más bien por el “tener”. Se dice: “Si tengo, soy; si no tengo, no soy”. Es justamente el misterio de la iniquidad el que se ha encargado de sumergirlo en este dilema del “tener y no tener”, del que alguna vez habló Hemingway. Así, por ejemplo, el urbanoide se dice a sí mismo: “Si tengo mi celular, mi plasma, mi laptop, mi tecnología, mi conexión permanente con lo que ocurre hasta en el más remoto rincón del mundo, entonces, yo soy”. La

necesidad de consumir y de sentir en lo inmediato, en el “ya”, está implícita en ese “tener”. Hay una confusión de valores y deseos desordenados que alimentan esa fatuidad del fuego que despide el “cuerpo eclipsante”. Fatuidad que expresa en algunos casos la vanidad del hombre y, en otras, su propia necedad ante la irremediable finitud de la vida, que lo pondrá cara a cara con la muerte y con el sinsentido de una existencia vivida sin proyectar lo que le espera cruzando el umbral del tiempo, cuando tome conciencia de que el tener no le ha servido de preparación de su eternidad, cuando vuelva a la presencia del misterio de su origen y se enfrente cara a cara con el “Yo Soy”, con mayúsculas. ¿Cómo salir de este eclipse de Dios? Hay muchas respuestas y cada quien debe encontrar la suya, pero lo primero es saberse inmerso en esta situación, tomar conciencia, tocar el propio cuerpo, aceptar las limitaciones, pensar en la finitud, detener la prisa y el flujo de información abrumador que nos excede, guardar silencio y en el silencio, contemplar la Creación. Quizá en ese silencio contemplativo renazca la luz plena de un nuevo amanecer y el hombre vuelva a preguntarse sobre el sentido de la vida, y se reencuentre con la luz poderosa del Dios hecho hombre. © LA NACION El autor es escritor. Su último libro es Dios está sanando (Lumen)