Viernes 23 de noviembre de 2012 | adn cultura | 13
Un nuevo Goncourt
Hace poco más de dos semanas se anunció que el Goncourt, el prestigioso premio literario francés, correspondía este año a le sermon sur la chute de rome, novela de jérôme Ferrari, escritor de origen corso, publicada por actes Sud. En le journal du Dimanche, el influyente crítico Bernard Pivot hizo la siguiente consideración: “no hay aquí ni alegoría impura ni sermón inútil. la moral del mundo no ha cambiado. Sigue como siempre y retoma su discurso sobre las diversas caras del libre albedrío. le sermon sur la chute de rome es también una brillante novela sobre la vanidad y el orgullo”.
El ExtranjEro
litEratura ExtranjEra
El especialista En Culpa, Ferdinand von Schirach se sirve de su oficio de abogado para mostrar desde adentro, y no sin compasión, la naturaleza del crimen disco, en el sentido de discoteca) ha sido un género mirado siempre con cierta displicencia, reducido a sinónimo de música pasatista, pensada exclusivamente para bailar y poco y nada comprometida con su tiempo. Este libro es sobre la otra cultura disco, no la del final, la del mainstream, la de los Bee Gees (a quienes les dedica apenas unos párrafos, en un libro de más de 400 páginas) y Fiebre de sábado por la noche, sino aquella que tuvo que ver, y mucho, con la lucha por los derechos civiles de los negros y de la comunidad gay (“la música disco se volvió la herramienta más efectiva en la lucha por la liberación gay”, afirma Shapiro). Pero también con un cambio de posiciones del espectador. En las primeras discos que rastrea, se produjo eso que define de la siguiente manera: “La audiencia anteriormente pasiva del arte y el cine era ahora invitada a transformarse en parte del proceso, en parte de la obra”; porque no se trataría ya del virtuosismo
lo notable del libro de Shapiro es que quien habla, quien revela, es la música misma de un instrumentista, sino de la habilidad de componer y, luego, de seleccionar la música de tal manera de llevar al público hacia climas, estados, momentos particulares”. Por eso, el origen de esa música no puede ser otro que el de una “sociedad al borde del colapso”, tanto que encuentra que la mejor manera de describir a la sociedad estadounidense de principios de los años setenta es con el espejo de la Alemania prenazi, la de la República de Weimar, y la de la París ocupada, en donde sitúa justamente la génesis de la discoteca tal como hoy la conocemos. Para definir y delimitar la música disco rastrea su origen negro en el soul, pero también trae a cuenta el elemento latino y el europeo, tanto el northern soul inglés como el aporte italiano y alemán (y hará, en el capítulo dedicado al eurodisco, una interesante observación sobre la irrupción de la máquina de ritmos y el bombardeo promocional norteamericano como el momento en que las identidades nacionales europeas comienzan a disolverse). También toma en cuenta los cambios tecnológicos y los horizontes nuevos que estos abrie-
ron, desde la posibilidad de mezclar, de unir músicas cada vez más aceitada, el uso de los samplers que permitieron “nuevas” creaciones hechas de retazos previos. Pero lo notable de Shapiro es que quien protagoniza, quien habla, quien revela, es la música misma. En una suerte de antropología hacia adentro, con una actitud de “miro primero y cuento después”, el autor hace “hablar” a los acordes, a una línea de bajo, a las letras o a las palomas mensajeras que tuvieron un papel clave en la cultura callejera neoyorquina (con cita a Ghost Dog, el camino del samurái, la película de Jim Jarmusch, incluida). Y sobre todo produce un profundo deseo de escuchar la música sobre la que se está leyendo. A lo largo de sus páginas hay lugar también para una crónica de esos espacios, las discotecas, donde la música disco floreció, y de los DJ como una nueva figura de la cultura, protagonistas fundamentales del género. Mientras el libro de Shapiro saca sus conclusiones desde lo experimental, de los “hechos”, muy al estilo norteamericano, De la cultura rock, de Chastagner, en cambio, parece elaborar teorías y luego hacer que los hechos se ajusten a lo pensado, tomando como objeto de investigación más la cultura rock que la música en sí misma (“la rebelión del rock es ante todo de orden textual”, afirma) Así, coloca al rock, casi como lo hacía la mirada setentista de estos pagos, como un impulso que fue renovador, si se quiere, pero que rápidamente se convirtió en “arma” capitalista (y especialmente norteamericana) para la conquista “cultural” del mundo occidental. La negación del pasado inherente al género en sus orígenes, la rebelión contra lo establecido y el rechazo a las obligaciones serían desde su perspectiva lo que permitió de alguna manera el avance del liberalismo de estas últimas décadas. Una mirada con la que en muchos casos es fácil acordar (como respecto del lugar que ocupan hoy las marcas y los auspiciantes) pero que por momentos se vuelve unidireccional y hasta un poco paranoica. Tanto es así que, sobre el capítulo final, siente la necesidad de reivindicar nuevamente al rock, y ante la pregunta que recorre el libro (“¿para qué sirve resistir?”) rescata, entre otros pocos nombres, a Frank Zappa, en un intento final de renegar de la postura pesimista que recorre el libro. C
Culpa FErdinand von schirach
Salamandra Trad.: María José Díez Pérez 160 páginas $ 85
José María Brindisi Para La nacion
E
l primer libro del alemán Ferdinand von Schirach convirtió a su autor, tal vez inesperadamente, en un instantáneo fenómeno de ventas. Abogado de profesión, Von Schirach había decidido transformar en literatura parte del vastísimo catálogo de experiencias que su oficio le había regalado. El libro, que mucho antes de serlo fue apenas un antídoto contra el insomnio, llevó como título el muy austero –o muy directo– Crímenes, cuya suerte de continuación acaba de traducirse al castellano con un título todavía más sobrio: Culpa. Con todo, y aunque ya hayan transcurrido casi setenta años desde el fin de la Segunda Guerra, no deja de ser significativo que en Alemania se publique un volumen de relatos con ese nombre. Y es justamente allí donde radica parte de su fuerza: sin duda mucho más confiado en sus armas como escritor, Von Schirach elige esta vez no recostarse tanto en el poder efectivo y con frecuencia efectista de las acciones, aunque resulte imprescindible referirse a ellas, sino en las motivaciones de los personajes, eso que muchas veces ni siquiera son capaces de traducir en imágenes concretas y que no obstante los arrastra fatalmente al crimen o a la locura. Se trata de un título-guía: un eje invisible que le permite a su autor rehuir el centro de las historias, evitar la tentación de revelarlas o reducirlas a una lectura unívoca. El procedimiento es ejemplar, sobre todo si se tiene en cuenta hasta qué punto contar este tipo de historias era jugar con fuego. Más que como trama, las anécdotas se
desarrollan aquí como una suerte de apunte, de crónica maquillada. La historia de la banda de música que, en una fiesta popular, viola a una camarera y a continuación sigue haciendo lo suyo; la de la pareja de jóvenes bohemios que mata a un viejo, y algunas semanas después se suicida; la de los chicos que someten a un ritual iniciático a otro y provocan, por accidente, la muerte de una maestra; la del hombre que lleva un maletín con fotos de crímenes brutales y luego es asesinado por no entregarlo donde debía; la del hombre a quien una alumna celosa de su mujer le arruina la vida en un rapto de furia. Todas ellas se narran desde cierta distancia, pero no sin compasión. Más bien es la perspectiva del abogado, la doble vida de Von Schirach que le facilita el desprendimiento de toda fascinación. Quien cuenta, en cada uno de los relatos de Culpa, no es alguien hipnotizado por aquello que ha descubierto, por esa iluminación sombría que a veces despiertan la muerte y el horror. Su economía narrativa es una decisión formal, pero asimismo es el resultado del conocimiento, de la práctica. En el fondo, lo que Von Schirach busca en este libro es reflexionar en voz alta, sólo que lo hace a través de los hechos. En otros términos: como si intentara explicarlos, aunque intuya que esa justificación jamás llegará, o será insuficiente. A raíz de ello, la magnífica figura del narrador se comprende mejor a medida que los relatos se encadenan; ese abogado que casi siempre es apenas un hilo de voz, un acompañante silencioso. De algún modo, el que recoge los cadáveres. Pero este conjunto de relatos es también una confesión: la de una derrota o metamorfosis, que no es otra cosa que el fin de la esperanza. Menos ingenuo de lo que aparenta, el epígrafe de Aristóteles que antecede al libro (“Las cosas son como son”) pierde con el correr de las páginas toda ironía para dejarnos la intensidad de su sabor amargo. Aunque sobreviva la culpa. C