Viernes 31 de octubre de 2014 | adn cultura | 17 crónicas visuales
El dibujo como refugio en la era del exceso Consagrado como fotógrafo, el autor opta por sus acuarelas para registrar una visita a la exposición de Noé
Marcos López para la nacion
E
Avanzando entre dudas (2014)
de dos conceptos opuestos en una sola expresión, como La estática velocidad (2009) o Precaria estabilidad (2011). Sus dos obras más recientes, de este año, se llaman Oxímoron y Coherente oxímoron (esta última, una vuelta de tuerca sobre el mismo concepto de esta figura retórica); son esculturas pintadas, pinturas escultóricas o como el lector quiera clasificar lo inclasificable. Convertir la pintura en escultura es otra de las tareas de este artista polifacético. Lo demuestra sobre todo en Reflexiones con texto y fuera de contexto (2000), una serie de bastidores de madera dispuestos en forma desordenada que trepa paredes y avanza sobre el espacio. Aquí la pintura no se expande sobre la tela sino sobre el esqueleto de madera que la sostiene. En otro sector hay obras realizadas en colaboración tanto con su hija, Paula Noé Murphy (Escala, 2011), como con su colega Eduardo Stupía (Mano alzada y Mano a mano, ambas de 2011) y la joven Cecilia Ivanchevich (Diálogo visual, 2014), responsable a su vez del Laboratorio Interdisciplinario de Arte, una experiencia de creación colectiva con artistas visuales, sonoros y audiovisuales. El hecho de mostrar obras en conjunto no sólo es testimonio de la generosidad y apertura de Noé, sino también el reconocimiento de la existencia de poéticas semejantes que pueden empalmar perfectamente si se deja de lado el
ego. Su muestra, en el primer piso, está escoltada en el segundo piso por la de los jóvenes Manuel Ameztoy y Ernesto Arellano, quienes conforman el dúo Splash in vitraux. Convocados por el curador Santiago Bengolea, presentan Yeso, una instalación site-specific de grandes dimensiones compuesta por tres partes. La primera está integrada por objetos escultóricos dispuestos en el espacio, formas geométricas a través de las cuales el espectador puede circular. Luego, un piso de baldosas de yeso armado que puede ser transitado, alterado y destruido por las pisadas. Finalmente, hay una versión vertical de paneles gigantescos. En estas obras hay experimentación de soporte, precisamente el yeso que le da nombre y que evoca la antigua técnica del fresco. La fusión de ambas personalidades se continúa en la confusión de colores, básicamente un chorreado de pintura que le debe más al azar que al control. Los tres conjuntos escoltan y acompañan muy bien la obra de Noé, tanto en el despliegue de color y en la paleta abundante como en la tensión caos/cosmos. Además de la obra del dúo, se puede ver la de cada uno de los artistas, ambas en color rojo; Ameztoy presenta un imponente calado de tela industrial, y Arellano un derrame de cerámica que adopta formas totémicas. Indudablemente, un cierre de lujo para la programación 2014 de la Colección Fortabat. C Ficha. Noé. Siglo XXI y Yeso, del colectivo Splash in Vitraux en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat (Olga Cossetini 141), hasta el 1 de febrero de 2015.
l futuro llegó. La anunciada crisis de la fotografía es ahora. Ya. El Titanic versión 5.0 como metáfora del irreversible final de esta época de saturación fotográfica, capturas digitales que se pierden en el océano del ciberespacio y navegan rumbo al iceberg. Faltan dos minutos para el accidente. El capitán toma champán y baila arriba de las mesas en la sala VIP, enfiestado, tomándose selfies y subiéndolas a Facebook al momento. El único modo de calmar la angustia que me provoca este desmadre comunicacional es refugiarme en estas crónicas sociales artesanales/manuales. Dibujos hechos para materializar y documentar un hecho sociocultural. Algo así como las crónicas de Indias o los dibujos de Darwin. Ayudado por un Fernet doble mezclado con Amargo Serrano, tomé valor para tomar un taxi hasta Puerto Madero para saludar a Yuyo en el día de su inauguración. Mi objetivo era darle un abrazo e irme. Cuando lo encuentro, comienzo a verbalizar elogios. No tengo mucha confianza con él. Debemos haber cruzado veinte palabras en toda la vida. Yuyo me corta en seco el palabrerío, me agarra de un brazo y me pone frente a su nueva escultura. La del dibujito. Como diciendo: “Vamos al grano. Mirá y dejemos de hablar al pedo”. Se da vuelta y se pone a hablar con otra gente. La sensación que tuve fue la presencia energética del hecho artístico. La escultura me transmitió energía. Un exceso de vitalidad. Vine a casa y dibujé a Yuyo encasquetado en su sombrero panamá y la mano sola fue
Luis Felipe Noé en la Colección Fortabat
dibujando un cuchillo. Un gesto gauchesco, algo así como estar a la defensiva, a estar alerta por si atacan... Uno le carga a sus retratados sus propias paranoias. La línea piensa. Cuando uno dibuja hay que dejarse llevar y no borrar. Lo que sale, sale. Luego sentí que en la inauguración de la muestra en la Colección Fortabat sobrevolaba el aura de Amalita. No se nota mucho que es ella. La dibujé de memoria y me salió mal. La escultura también la dibujé de memoria. No quiero volver a ver la exposición por temor a que la escultura de Noé no se parezca a la del dibujito. Los tiempos cambian demasiado rápido. Ahora necesito mis dibujitos como crónica. Como objeto cargado de memoria y emociones. Se guarda en un cajón y no en un disco duro. Existe. Esta fechado. Firmado. Y tiene una ventaja: los dibujitos no se olvidan. Las fotos sí. La crónica manual, artesanal, subjetiva, no-pixelar, queda como único e ilusorio refugio de supervivencia. De todas maneras, no es para preocuparse. Son juegos de palabras. Entretenimientos literarios. C
Amalita Fortabat y Yuyo Noé con una de sus esculturas, por Marcos López