Viernes 28 de febrero de 2014 | adn cultura | 21
En la trastiEnda
Argentinos por el mundo
Mientras el Centro Pompidou dedica una sala a su obra en el marco de la muestra Modernidades plurales (19051970) hasta enero de 2015, Gyula Kosice emplazó días atrás su escultura Júbilo en el parque de la fundación Pablo Atchugarry, en Punta del Este (foto). La obra se sumó a otras del artista instaladas en lugares públicos en Uruguay, la Argentina, Italia, Francia, Corea y Eslovaquia. En tanto, Natalia Mumbru, Amalia Hernández y Laura Medinilla fueron reconocidas con el Team Spirit Award en el Chicago Snow Days, una competencia internacional de escultura monumental en nieve en la que participaron representantes de Estados Unidos, República Checa, Noruega, Mexico, India y Ucrania.
Arte, patrimonio y room service
Obras de Matías Duville, Marcelo Pombo, Nicola Costantino, Ana Eckell, Lobo Velar y Luis Tomasello podrán encontrarse en el renovado Hotel Plaza Francia, en pleno corazón de Recoleta, que abrirá sus puertas en marzo como parte de la cadena de hoteles boutique Esplendor. Con materiales y diseño contemporáneos, los arquitectos Cecilia Timossi y Mauro Bernardini recuperaron las líneas del basamento original del edificio de la década de 1950, que se destaca por su fachada de ladrillos inspirada en el Mayfair londinense.
Visita guiada por la ciudad
Mañana a las 15 se presentará en el Centro Metropolitano de Diseño el Monumento al hombre común, instalación de Gaspar Libedinsky, y a las 19 Canal (á) dedicará su programación al fallecido artista Carlos Páez Vilaró. También abrirá al público la séptima edición del Puma Urban Art en el Centro Cultural Recoleta; una buena oportunidad para visitar la retrospectiva de Marcos Zimmermann que se inauguró el miércoles en la Sala Cronopios.
Pava, cucharón y escurridor
gentileza mnad
MUEstras
El desvelo de Roux Años de insomnio llevaron al artista a descubrir en su propio hogar un mundo que le era ajeno: ollas, cazuelas y muebles cobraron nueva vida gracias a sus carbonillas
Elba Pérez para la nacion
P
adeceres felizmente superados determinaron en Guillermo Roux un insomnio tenaz que contaminaba la vigilia diurna. Quienes comparten tales disturbios saben de los tormentos que se procura no proyectar sobre los seres queridos. Roux, hombre de bien, encontró un atajo. A pie juntillas sentó reales en la cocina familiar, escenario raramente frecuentado en días de bonanza y buen dormir. Hizo más: abrió vasares y alacenas, urgó los anaqueles. Y halló enseres mínimos que nunca llegaron a su mesa: ollas abolladas, cazuelas chafadas, lozas desportilladas, frascos sin tapa ni posible utilidad. Como el singular corta-huevos. ¿Depreciados dioses lares? Tal vez nostalgias de fogón. La diferencia es la mirada. Roux encontró en este batiburrillo doméstico aquellos primores de lo vulgar celebrados por Azorín, cuya prosa menuda, casi cominera,
admiraba Adolfo Bioy Casares. Y sobre estos prestigios de lo menudo campea, soberano, el dicho de Teresa de Cepeda y Ahumada, la doctora de Ávila, aquel de “Dios también está entre las ollas”. Tarea quijotesca si la hay. Y para captar estos entresijos menudos en los dibujos que ahora se exhiben en el Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD), Roux optó por la humilde carbonilla, trasunto de los hollines que tiznan peroles, sartenes y cafeteras. Con ella logra penumbras y destellos, ambos virtuosos, y en ocasiones asistido de leves pero determinantes acentos de azul ultramar, ocres o bermellón en tiza pastel. Roux no se vale de esfuminos –suerte de lápiz de papel secante– o de la humilde miga de pan amasada por ansiosos alumnos para modelar volúmenes y claroscuros. Suena baladí pero no lo es. Exige pupila y control de los medios gráficos. Aquellos que Roux adquirió bajo la férula de Corinto Trezzini, el maestro que le reveló el color latente en un trazo de carbón sobre papel Ingres. Se dice que la rama de sauce es la mejor materia para carbonillas. Barras menudas,
febles, quebradizas. Alberto Bellucci, director del MNAD, conjetura que Roux las empuña como una batuta sensible tanto a lo airoso como a lo cantábile. Bellucci acierta, ya que la obra de Roux es de inocultable naturaleza poética y musical. Nocturnos es la perfecta denominación de la muestra. Roux es audaz concertador de carbón y bolígrafo, otro menoscabado artículo de escritura. Nocturnos podría asimilarse al tema de la naturaleza muerta, pero el término inglés still life (vida quieta) cuadra mejor. En atisbos a párpados entrecerrados, mirada de pintor, y en el silencio de la noche, estos objetos pretendidamente inanimados cobran vida, secretean al insomne en diálogo sostenido que la muestra invita a compartir. Las nocturnidades se prolongaron por varios insomnes años. Y el desvelado hizo sigilosas incursiones en los entornos de la cocina. El cambio de escenario le ofreció otros protagonistas silentes: sillas Windsor con almohadón al crochet, una mesa de tablero curvo bajo la cual asoma, calzado con semillado Oxford, el propio artista. Atenuada la abstinencia no querida, Roux retorna a los escarceos de sueños y vigilias. En ese territorio mutable hace su agosto en soportes pequeños que su genio expande y magnifica. En tales formatos se repone de la epopeya mural de La Constitución guía al pueblo. Unos y otras dan testimonio de su fe y ejercicio ciudadano, inescindibles en su obra. C Ficha. Nocturnos, carbonillas y otras técnicas de Guillermo Roux, en el Museo Nacional de Arte Decorativo (Avenida del Libertador 1902), hasta el 2 de marzo.