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CULTURA
I
Lunes 2 de mayo de 2011
Ernesto Sabato 1911 - 2011
El arte novelesco de Gengis Kant
Diccionario Estas son algunas de las reflexiones del escritor sobre aspectos importantes de su vida y de su obra
Las obras de Sabato se adentran en el reino de las sombras y de lo irracional con una perturbadora audacia espiritual; sus libros muestran lo que la razón de Occidente y la historia oficial se empeñan en ocultar
MARIA ROSA LOJO PARA LA NACION Ernesto Sabato, que, como se declara en Abaddón el Exterminador, nunca estuvo del todo seguro acerca de la fecha exacta de su propio nacimiento (un supuesto 24 de junio de 1911), eligió apartarse del territorio sólido de las verdades demostrables para arriesgarse en las incertidumbres, los claroscuros y las ambivalencias de los mundos imaginarios. Pasó así de la física a la metafísica, de los números a las letras, no sin escándalo. La reacción que este tránsito despertó en el estricto ámbito de las ciencias llamadas duras fue equivalente –dijo alguna vez– a la que hubiese provocado en su familia una honesta y previsible ama de casa que decidiera, de pronto, entregarse a las drogas y la prostitución. No obstante, quizá por esa “lógica de la paradoja” que rigió para él vida y poética, fue su sobresaliente carrera científica la que lo puso decididamente en el “camino de Damasco” de la conversión literaria. Así, una estadía en París, como becario del Instituto Curie, le permitió conocer de primera mano a los surrealistas y dadaístas: entre otros, André Breton, Tristan Tzara, Marcelle Ferru, el pintor canario Domínguez. Sabato, que ya pintaba y escribía (aunque más bien como afición secreta) comenzó en París la redacción de La fuente muda, su primer e inconcluso ensayo novelesco, anticipación o pretexto de Sobre héroes y tumbas. Su autor, empero, no ahorraría luego críticas al surrealismo. En Uno y el universo afirma que las realizaciones de esta escuela suelen permanecer por debajo de sus pretensiones teóricas y que sus genuinos logros son más bien ajenos al principio del automatismo, o que sus crispaciones y convulsiones no pasan, en la mayor parte de los casos, de la impostación retórica (El escritor y sus fantasmas). Sin embargo, no dejó de admitir que, en su impulso inicial, este movimiento implicó un quiebre y una liberación (continuadora de la liberación romántica) tanto de la cárcel racionalista como de la cárcel esteticista, para enfrentar, con renovados medios expresivos, “el replanteo de la condición humana”. Resulta notoria, por otro lado, más allá de cualquier explícito reconocimiento, su vinculación con el pensamiento de Georges Bataille (el autor de Histoire de l’oeil) o su valoración del cuerpo y el erotismo como puerta de acceso a una dimensión ampliada del conocimiento.
Lúcido y lúdico Sabato, discípulo en el Colegio Nacional de La Plata del intelectual dominicano Pedro Henríquez Ureña (a quien nunca dejó de recordar con agradecimiento y admiración) comenzó a publicar colaboraciones en la revista Sur, presentado por su antiguo profesor. Luego dio a conocer su primer libro: Uno y el universo (1945), singular “diccionario” heterodoxo de perplejidades e iluminaciones, donde brilla un ironista ingenioso y por momentos feroz, capaz de un humor punzante. Este perfil sabatiano –lúcido y lúdico– que emerge en toda su obra de ensayo y ficción quedó relativamente oscurecido acaso por el predominante magisterio ético que la sociedad le adjudicó en sus últimos años, pero en épocas anteriores Sabato fue también el autor de estas memorables definiciones: “Genealogías: hay gentes que se enorgullecen de sus antepasados. Sin embargo, es preferible enorgullecerse de ser el antepasado de otros”. O: “Gengis Kant: bárbaro conquistador y filósofo alemán”. Síntesis ésta paradójica por excelencia, alianza de los extremos, irreverente “correlación de lejanías”, surrealistas “coincidencia de los opuestos”, en la que, por cierto, se halla implícita su propia aspiración estética tal cual se expondría, mucho más tarde, en Abaddón...: “En realidad, sería necesario inventar un arte que mezclara las ideas puras con el baile; los alaridos con la geometría. Algo que se realizarse en un recinto hermético y sagrado; un ritual en el que los gestos estuvieran unidos al más puro pensamiento y discurso filosófico a danzas de guerreros zulúes. Una combinación de Kant con Jerónimo Bosch, de Picasso con Einstein, de Rilke con Gengis Khan”. La publicación de El túnel (1948), con el sello de Sur, revela a un na-
rrador comprometido aún con otra poética. Lejos de la arquitectura compleja, caudalosa, barroca, de Sobre héroes y tumbas, esta breve y densa novela se despliega con diestra originalidad en el molde de una intriga policial que pretende descubrir, no al asesino (que es el mismo narrador), sino sus intrincados móviles. Ya aparecen en ella el eje semántico vista-ceguera y la trágica lucha del héroe por transformar el encuentro erótico en la búsqueda y la posesión de un inalcanzable conocimiento absoluto. Las dos novelas siguientes, Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el Exterminador (1974), proporcionan a sus lectores el vértigo de una aventura a través del tiempo y el espacio, de los géneros y de los textos, de las ciudades dentro de la ciudad, de la profecía y de la memoria, de personajes que envejecen y retornan, de historias (como la de El túnel) que dentro de ellas vuelven a contarse y se hacen objeto de una interpretación infinita. Deliberadamente ambiciosas, fuera de medida, se proponen registrar –en la huella de los románticos alemanes– la totalidad de la experiencia humana y también, de las modalidades posibles de la escritura (entre otras, el ensayo y la ficción, la poesía y la prosa, la reflexión metaliteraria, la poética fantástica y la realista, subsumidas todas ellas en la categoría híbrida y desbocada de la “novela”). Estas ficciones nos colocan ante las aporías de la civilización, frente a los límites insalvables de una gnoseología que –de Platón en adelante– se ha construido sobre el modelo de la visión transparente, de la luz meridiana. La simbólica de Sabato desarma las certezas de ese conocimiento visual y propone un nuevo “criterio de verdad”, en el que la evidencia pasa por lo invisible, en el que la especularidad engañosa y fantasmal de la vista cede ante la profunda y oscura clarividencia del tacto (la clarividencia de los ciegos). El cuerpo, raíz y fundamento de la
Sabato le dio a Buenos Aires en sus textos una presencia que hoy es parte de la historia ciudadana
escritura, es también aquí el frágil e imprescindible mediador de un “saber” nocturno, que descubre lo abismal, perforando los espejismos de la luz cotidiana. La inmersión de Fernando Vidal Olmos en la Cloaca, o la cópula del personaje Sabato con el ojo vulvar de Soledad suponen la violación de todos los tabúes, la fusión, el devoramiento que lleva, por fin, a la caverna y a la Madre, que instala fugazmente al buscador en la escamoteada Unidad primigenia.
Pensamiento puro La ficción de Sabato es, en este sentido, un desciframiento de palimpsestos, una retrospectiva agónica hacia la escritura prístina, hacia el original oculto tras las copias dispersas en la superficie de lo real, falsificado y fragmentado por un logos que no acierta a dar cuenta de la integridad del ser. La visión del pensamiento puro es también ciega, al ser parcial: porque divide para reinar e instala la discordia en el centro de lo Uno; separa la materia del espíritu; la conciencia del cuerpo; la razón de la pulsión y de la pasión; el individuo de la comunidad; desacraliza la naturaleza y corta el vínculo filial con ella para convertirla en objeto, en cosa dominada. Esta separación es vivida como un suceso trágico que ha arrojado a la criatura humana en el seno de
la historia y también de la ficción, hija del desequilibrio, del dolor, de lo imperfecto. Un dios no conoce el tiempo; un dios, dirá Sabato, no escribe novelas. ¿Qué hay en ese lugar donde la persecución de un saber elusivo se transforma en túnel y retrocede hacia una revelación inversa a la del parto? ¿Qué o quién se esconde tras las máscaras de lo oscuro? ¿Dios, el cuerpo negado por la razón de Occidente? ¿Las vías de conocimiento mutiladas por esa razón? ¿La androginia primaria obliterada bajo los estereotipos de los sexos? ¿El poder o el saber que nos harían semejantes a dioses? La novelística sabatina no responde, por cierto, a esas preguntas. La cosa en sí continúa inaccesible, diría Kant, mientras Gengis el conquistador avanza de todos modos en la desesperada búsqueda. Si el hecho estético consiste en anticipar “una revelación que no se produce”, Sabato (mucho menos en las antípodas de Borges de lo que ciertos clichés dieron por sentado) convierte sabiamente su obra ficcional en el relato de una pesquisa interminable. Sitúa a sus sujetos desgarrados en una tensión perentoria, cuyo estallido no hace sino acrecentar el misterio; exacerba el juego de los opuestos, se instala en una zona álgida de ambivalencia. Busca la luz dentro de la oscuridad; el deseo en el miedo;
ARCHIVO
Con su esposa, Matilde, en el jardín de su casa de Santos Lugares
el poder en la esclavitud; lo femenino en lo masculino; el amor negado en la más violenta enunciación del odio; la ganancia de la pérdida; lo intemporal en la historia; la libertad en el destino. Dibuja fabulosos subsuelos que son el teatro del sueño de la razón, cuando engendra monstruos, y también una galería del horror nacional. Las cabezas cortadas, como la fruta madura que comienza a pudrirse, el cuerpo descompuesto de Juan Galo de Lavalle son, asimismo, las metáforas de una patria que parecerá haber estado siempre en estado convulsivo de desintegración, que nunca ha llegado a fundarse verdaderamente. Los textos de Sabato se internan en el otro lado del logos, en lo que el logos desplazó fuera de la vista al convertirse en el único eje del orden, del poder, del conocimiento, esto es: en el Mythos y la Escritura, o la reescritura del Mythos a través de la imaginación novelesca de sus símbolos. Y evoca, también, al sesgo, lo que está del otro lado de la Razón Argentina, del modelo nacional blanco, europeo, civilizado, construido, ejemplarmente, por “padres de la patria”. En el revés de estos textos se inscriben el mestizaje, el país hispanocriollo y aborigen, la llamada “barbarie”, las madres fundadoras de la “matria”, deseadas y temidas. La historia del fracaso, con un héroe noble que, sin embargo, es Caín, y ha encendido con el asesinato de Dorrego la antorcha de una inextinguible guerra civil. La desunión de las etnias y de las lenguas en una Buenas Aires Babel donde tanto los inmigrantes como los “cabecitas negras” se sienten desterrados y extranjeros. La absurda esperanza que sostiene las vidas humanas, a pesar de la razón y a menudo en su contra.
Múltiples registros La obra de Ernesto Sabato ha concitado una vasta recepción por parte de la crítica académica internacional, que la abordó desde múltiples registros: el psicoanálisis, la sociocrítica, la crítica textual, la rejilla mítico-simbólica. Pero también la devoción sucesiva de sus innumerables lectores no especializados la ha convertido en clásica, esto es, en esa obra en la que cada transeúnte halla –trazado con inimitable intensidad– el diseño de su propio itinerario vital, de sus terrores y sus deseos. Tiene, por lo tanto, muchas entradas: tantas como las motivaciones individuales. Unos la leerán como el vademécum que nos guía por una ciudad aparentemente conocida y esencialmente misteriosa. Algunos rastrearán en ella las raíces del mal o del mal argentino; o las torsiones del arte moderno, desde el romanticismo a nuestros días; o verán en sus mapas de escrituras diversas, grafitis y desechos verbales, vislumbres posmodernas. Otros seguirán el hilo fracturado del discurso amoroso que alcanza, en Martín y Alejandra, una iconografía ya legendaria. Todos entramos quizá en su “círculo mágico narrativo” a través de dos “puertas trampa”: la seducción de inolvidables personajes que viven expuestos a la intemperie de la transgresión y la ruptura, fuera de las cómodas convenciones, a temperatura extrema; la ilusión de que nosotros, sujetos al yugo de la medianía, encarcelados en la inevitable, rutinaria sensatez, estamos acompañándolos en su periplo extraordinario. Que por una vez nos convertimos en nictálopes, en vampiros de sus vidas ficticias que alimentan el desvaído tono de la nuestra, en atónitos espectadores de lo prohibido. Que ejercemos, como los magos, y como algunos novelistas, el arte de desaparecer del mundo visible, manso, reconocido, y nos iniciamos –alucinados durmientes despiertos– en la práctica de ver en la oscuridad.
ALMA: “El alma es una fuerza que se halla en entrañable vinculación con la naturaleza viviente, creadora de símbolos y mitos, capaz de interpretar los enigmas que se presentan ante el hombre y que el espíritu a lo más no hace sino conjurar. El espíritu destruye el mundo de los mitos por la acción mecánica de los conceptos; es la despersonalización y la muerte. El espíritu juzga mientras el alma vive”. (El escritor y sus fantasmas.) AMOR: “Por los fantásticos poderes del amor, todo aquello quedaba abolido, menos aquel cuerpo de Alejandra que esperaba a su lado, un cuerpo que alguna vez moriría y se corrompería, pero que ahora era inmortal e incorruptible, como si el espíritu que lo habitaba transmitiese a su carne los atributos de su eternidad. Los latidos de su corazón le demostraban a él, a Martín, que estaba ascendiendo a una altura antes nunca alcanzada, una cima donde el aire era purísimo pero tenso...” (Sobre héroes y tumbas.) ARTE Y MITO: “Pasó lo que tenía que pasar: expulsado por el pensamiento, el mito se refugió en el arte, que así resultó ser una profanación del mito, pero al mismo tiempo una reivindicación. Lo que te prueba dos cosas: primero, que es imbatible, que es una necesidad profunda del hombre. Segundo, que el arte nos salvará de la alienación total, de esa segregación brutal del pensamiento mágico y del pensamiento lógico. El hombre lo es todo a la vez”. (Abaddón el Exterminador.) BORGES: “A usted, Borges, heresiarca del arrabal porteño, latinista del lunfardo, suma de infinitos bibliotecarios hipostáticos, mezcla rara de Asia Menor y Palermo, de Chesterton y Carriego, de Kafka y Martín Fierro; a usted, Borges, lo veo ante todo como un Gran Poeta.” “Y luego así: arbitrario, genial, tierno, relojero, débil, grande, triunfante, arriesgado, temeroso, fracasado, magnífico, infeliz, limitado, infantil e inmortal”. (Uno y el universo.) BUENOS AIRES: “Oh, Babilonia. La ciudad gallega más grande del mundo. La ciudad italiana más grande del mundo. Etcétera. Más pizzerías que en Nápoles y en Roma juntos. «Lo nacional». ¡Dios mío! ¿Qué era lo nacional? Oh, Babilonia. “Contemplaba con mirada de pequeño dios impotente el conglomerado turbio y gigantesco, tierno y brutal, aborrecible y querido, que como un temible leviatán se recortaba contra los nubarrones del Oeste. “Nada y todo”. (Sobre héroes y tumbas.) CIEGOS: “Luego, a medida que fui creciendo, fue acentuándose mi prevención contra esos usurpadores, especie de chantajistas morales que, cosa natural, abundan en los subterráneos, por esa condición que los emparienta con los animales de sangre fría y piel resbaladiza que habitan en cuevas, cavernas, sótanos, viejos pasadizos, caños de desagües, alcantarillas, pozos ciegos, grietas profundas, minas abandonadas con silenciosas filtraciones de agua; y algunos, los más poderosos, en enormes cuevas subterráneas, a veces a centenares de metros de profundidad, como se puede deducir de informes equívocos y recientes de espeleólogos y buscadores de tesoros; lo suficientemente claros, sin embargo, para quienes conocen las amenazas que pesan sobre los que intentan violar el gran secreto”. (Sobre héroes y tumbas.) FRACASO: “De pronto, Alejandra, mirándolo a Vania, dijo: –Me gusta la gente fracasada. ¿A vos no te pasa lo mismo? El se quedó meditando en aquella singular afirmación. –El triunfo –prosiguió– tiene siempre algo de vulgar y de horrible. Se quedó luego un momento en silencio y al cabo agregó: –¡Lo que sería este país si todo el mundo triunfase! No quiero ni pensarlo. Nos salva un poco el fracaso de tanta gente”. (Sobre héroes y tumbas.) PERSONAJES DE LA FICCION: “Por lo demás, los seres reales son libres y si los personajes de ficción no son libres, no son verdaderos, y la novela se convierte en un simulacro sin valor. El artista se siente frente a un personaje suyo como un espectador ineficaz frente a un ser de carne y hueso; puede ver, puede hasta prever el acto”. (El escritor y sus fantasmas.)