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lgunos skaters de hoy son como los superhéroes: tienen una identidad secreta. Estos hombres de más de treinta años vendrían a ser parte de la tercera gran era del skate. Luego de los inicios de esta disciplina en los 60, su momento de gloria con el punk en los 80, la segunda década de este siglo es, sin dudas, el regreso triunfal. Y basta con ir a un skatepark, una plaza o prestar atención a los conductores de patinetas que se pasean los fines de semana, para comprobarlo. La mayoría patinaron de chicos y, por razones de lo más variadas, volvieron a subirse a una tabla en estos últimos meses. “Cuando estás patinando tenés puesto el traje de skater, y recién después te enterás de que uno es mecánico dental, el otro es ingeniero químico, arquitecto, abogado, diseñador, comunicador, tatuador, padre...”, dice el artista plástico Mariano Giraud. Con 34 años, este ex skater de la época de la Galería Churba se volvió a unir a la movida hace ya casi dos años. Todo empezó con un reencuentro: unos amigos con los cuales patinaba de chico le contaron que habían retomado. Un ¿querés venir? alcanzó para que desde ese día en adelante no dejara de patinar todas las semanas. Entonces, surgió la posibilidad de combinar sus intereses con el premio Petrobras en arteBA. Construyó una rampa y proyectó sobre ella el universo. La ahora renombrada Cocoon por sus habitués está en un rincón escondido de la ciudad, y se convirtió sin querer en un reducto de amateurs y de otros no tanto. Fabián Bercic, por ejemplo, un artista plástico de 41 años, dio sus primeros pasos en el skate hace dos meses cuando, de visita por el taller, la vio y se subió. “Esto me da como una salida. Me divierte estar trabajando en una posición sedentaria y saber que en un rato me voy a ir a la rampa a volar. Es romper con el sedentarismo”, reflexiona. Hoy ya sabe hacer algunas pruebas como el fifty, y está queriendo que le salga el rock and roll. Eso sí, es un hombre precavido y, como la mayoría de los skaters de su generación, usa protecciones para minimizar las caídas. Además comenta que un amigo
La rampa Cocoon, ubicada en un lugar secreto de la ciudad, reúne a treintañeros, y no tanto, que redescubrieron la patineta SOLEDAD AZNAREZ
suyo le compró una tabla a su hijo, se tentó y se compró una para él también. Podría ser perfectamente alguno de los tantos padres que van con sus hijos los sábados a Backside, el skatepark de Flores. Como él, Adrián Morano, el químico que patina también en la rampa de Giraud, retomó medio en chiste por su hermanito. Claro que su hermano ya no anda más, pero él siguió firme y hasta convoca a viejos amigos, como Andrés Cintado, que
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confiesa que en la calle anda poco y nada. Para Cintado el skate significa reencuentro: “Venimos con la familia, hacemos tercer tiempo, asado, tomamos algo. Esto une gente y lima asperezas”. “¿Qué es de niño y qué no es de niño en este contexto?”, cuestiona el diseñador chileno Gonzalo de la Cuadra, con dos masters en su haber. Y agrega: “Como ejercicio dicen que es bueno cardiovascularmente, es un deporte aeróbico que además te
Sábado 15 de enero de 2011
da flexibilidad. Lo que pasa es que culturalmente se asocia con el juego, pero no es así. Simplemente que en vez de jugar al fútbol nosotros andamos en skate.” En las rampas todos aparentan tener más o menos quince años. No por su aspecto, sino por la actitud. “Cuando estás ahí arriba hay toda una energía que te viene no sé de dónde, y cuando te bajás estás muerto, porque ya no sos un adolescente”, dice Matías Pedros, que luce un casco blanco con el nombre de la rampa en negro, y sostiene que como la pileta de la película en cuestión, el skate es también rejuvenecedor. Skater de la vieja escuela, lo suyo viene del mar. Explica que el skate salió del surf: es una tabla, pero como en la ciudad no hay agua le agregaron las ruedas. “Si vos corrés una ola, en general es un estilo más fluido. El estilo del skate de los noventa en adelante es un estilo más técnico”, cuenta. Los que, como él, son de la generación de “los treinta para arriba” en general andan en mini ramp, half o bowl, una pileta con el fondo redondeado y no incursionan en los caños de la calle con saltos o pruebas extremas. Están también los que se aventuran en nuevos terrenos, pero sin llegar al street style, como Matías Buenaventura. Retomó el skate este año, y ahora hace hasta sus compras sobre ruedas. “Voy por los pasillos, despacio, para que no me echen. Hago un par de góndolas, paro, agarro algo, y sigo. Si voy a comprar pocas cositas, uso mochila, y quizá llevo alguna bolsa, pero es mejor tener las manos libres”, aconseja. Durante la semana también va a trabajar patinando, y estaciona su medio de transporte nada menos que en la sala de Cinecolor. La usa también en su casa, para ir de la cocina a la computadora; en lugares chicos es donde mejor funciona. Responsables, casco, protecciones y por ende pocos moretones a la vista, muchos de los skaters reincidentes coinciden en que están patinando mejor que cuando eran chicos. “Debe ser porque uno es más inteligente, y aunque haya menos respuesta física hay mayor respuesta mental”, reflexiona Giraud. “Uno es más sabio y está más focalizado. Es una disciplina además de ser un deporte, y requiere de mucha cabeza.”
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