Un tren que une la pasión desde la misma Nueva York

17 jun. 2009 - Eduardo Romero golpea durante los ensayos en Farmingdale; Angel Cabrera, reconocido por el público norteamericano tras su triunfo en ...
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Miércoles 17 de junio de 2009

GOLF

El US Open

Un tren que une la pasión desde la misma Nueva York Los carteles publicitarios y los pasajeros adelantan el clima del Bethpage Black Dormir en el auto para tener un horario de salida La Bethpage Black figura 29a en el ranking de las 100 mejores canchas de los Estados Unidos. Esta cancha pública incita a jugadores a dormir en sus autos para obtener un horario de salida, dada la demanda. Los aficionados que son residentes neoyorquinos tienen un costo de 50 dólares durante la semana, y de 60 los fines de semana. Los que no viven en Nueva York deben pagar 100 y 120 dólares, respectivamente. Eduardo Romero golpea durante los ensayos en Farmingdale; Angel Cabrera, reconocido por el público norteamericano tras su triunfo en Augusta, y Andrés Romero analizan la cancha; los argentinos disfrutaron de la práctica, en la esspera del comienzo del US Open

// AF P Y REUTERS

Un día bien criollo en tierraa americana Ante 18.500 espectadores, Angel Cabrera, Eduardo Romero y Andrés Romero participaron de la práctica en la cancha donde se realizará el gran torneo; distendidos, bromearon con la gente y hasta con Tiger Por Gastón Saiz Enviado especial ARMINGDALE, Estados Unidos.– “¡Peligro! Esta cancha es extremadamente difícil. La recomendamos solamente para jugadores de alto nivel.” Con semejante advertencia que anuncia uno de los carteles, mejor ni pisar el campo del Bethpage State Park. Más allá del susto, la credencial habilita para conocer el trazado en estos días de práctica por dentro de las sogas, con el alivio de no tener que andar pegando pelotas como estos batalladores del golf. Pobres, ellos. En todo caso, los que tienen el compromiso son Angel Cabrera, Andrés Romero, Eduardo Romero y el norteamericano Bronson Burgoon, que juntos armaron un ensayo desde el hoyo 10 y hasta el 18. Acompañándolos a escasos metros durante nueve hoyos, la perspectiva cambia totalmente. La primera impresión: debe dar mucha pena dejar a alguien sin un autógrafo. Hay chicos que estiran sus bracitos, pasan sus gorros por entre las vallas y más de una vez quedan frustrados en el intento. No porque los jugadores sean malos, sino porque es imposible atenderlos a todos. Los números oficiales

F

Contento por compartir un Major con Cabrera ”Me pone contento compartir un Major con el Pato, justo después de su victoria en el Masters. Es reconfortante reencontrarse acá con él luego de haber jugado tantos años juntos. El campo está muy difícil; por lo pronto, mi primer objetivo es superar el corte clasificatorio, y después tratar de meterme entre los mejores. Pero estoy sin presiones”, indicó Eduardo Romero.

indican que hubo 18.500 espectadores en el primer día de práctica. Ayer, la cifra se duplicó y todo tiende a ponerse peor para el tránsito de gente. O mejor, en favor del clima de las tribunas. De un hoyo a otro se encolumnan corredores atestados de fanáticos, a los que hay que corresponder con un gesto como mínimo. Los argentinos se prestaron en todo momento a este juego con el público, desparramado como si fueran ejércitos de romanos a lo largo de las 7426 yardas. “¡Qué mal tiro!”, le gritó un espectador a Cabrera, después de un approach demasiado corto. El cordobés se dio vuelta, identificó al fanático entre la tribuna y le ofreció el palo, como diciendo: “¿Querés probar vos?”. Enseguida, las risas de todos. Al Pato lo nombraron con todo tipo de apelativos. Como ahora lo conocen bastante bien, los norteamericanos dejaron de decirle “Eingel” para rebautizarlo como “Anhel”. Falta una corrección en la pronunciación y Cabrera se gana la popularidad masiva en este país. Hubo otro que le gritó: “¡Come on, Mr. Green Jacket!” (¡Vamos, señor Saco Verde!), a propósito de Augusta. Uno más también le espetó en inglés: “¡La mataste!”, luego de que le pegó a la pelota en el hígado con un tremendo drive. La regla de oro detrás de las sogas es así: a más cerveza inge-

Cabrera y Woods, en la firma de autógrafos

rida, mayor el estruendo del vozarrón. “¿Sabés la curda que se van a agarrar éstos cuando empiece a hacer más calor?”, se comentaban entre el grupo albiceleste mirando a los simpatizantes. Es increíble la capacidad que tienen el

Pato, el Gato y el Pigu para ambientar un clima bien criollo en tierra extranjera. Están a punto de participar en un Major, se llevan muy bien con Tiger Woods, con el que comparten bromas y distensión en un encuentro momentáneo, con firma de banderines incluida; una afinidad que nació hace bastante, sobre todo de parte del dúo cordobés, que combatió con el N° 1 y David Duval en la Copa del Mundo de 2000 en Buenos Aires. Igual, ellos escenifican la situación como si jugaran en Villa Allende o en Tucumán. Si no fuera por ese público que aúlla ahí afuera, estarían como en su casa. Los lazos entre ellos son de una empatía cultivada a lo largo de tantos años y viajes compartidos, sobre todo entre Cabrera y Eduardo. Pero Andrés llegó para terciar y muchas veces termina quedando de punto. “Le voy a tirar al arbolito aquel de la izquierda”, anticipó el Pigu en la salida del 16. “¡ Noooo, estás loco! ¡Apuntale al búnker del otro lado!”, apuró el Pato. Se plegó el Gato: “Sí, ahí donde está el tablero”. ¡Bueno, hacé lo que quieras!, se resignó finalmente Cabrera, siempre en clave de broma. Los caddies Coco Monteros, Alejandro Molina y Rubén Yorio participan de ese show cordobés-tucumano sin guiones preestablecidos. También los instructores Charlie Epps y Mariano Bartolomé, que

assisten con consejos y filmaciones in situ. A Anécdotas, chistes y vivencias de lo más diisparatadas pueden surgir de cualquiera dee los tres jugadores. “Mi yerno es senador y docente”, sorprende el Gato. Después acclara: “Sí, porque se la pasa cenando y see levanta siempre a las doce”. Cabrera se rííe a carcajadas y Andrés se achina aún m más para estirar su natural sonrisa. El trrío se descontractura y va al revés de lo qu ue impone esta nueva era del golf, con ju ugadores robotizados, máxima disciplina y movimientos calculados como fórmulas m matemáticas. En medio de las bromas, la caminata por la a cancha es como combatir en Vietnam. L Los pies se hunden en el terreno húmedo y la temperatura varía locamente. El prronóstico dice que va a llover juevesviiernes-sábado, y eso va a ser otro gran prroblema. Mientras tanto, sol y nubes grrises alternan fichas. Y la gente que no pa ara con las ovaciones y los gritos. No es nada fácil seguir el ritmo, la atmósfera ab bomba, aun llevando sólo una birome y un anotador. La Bethpage Black debe ser mentalm mente tortuosa para quienes vienen en ncadenando bogeys, entre esos pastizales ab brasadores y enormes búnkeres que in nvitan a caer al vacío. Cuando el hoyo ess cuesta arriba, más complicado todavía.

NUEVA YORK (De un enviado especial).– Entre la distracción, no se descarta terminar atropellado por la marea humana que va a sus trabajos en un martes laboral. Pero vale la pena detenerse justo en la esquina de 34 West Street y la Séptima Avenida, levantar la vista y contemplar una enorme publicidad de Nike con los 14 títulos grandes de Tiger Woods. Es un rápido y preciso recorrido de diapositivas en blanco y negro, desde aquel primer zarpazo de 1997 en el Masters hasta el US Open 2008, en Torrey Pines, donde el N° 1 aparece retorcido de dolor con su rodilla maltrecha. En el cartel sobra un buen espacio para nuevas conquistas de Grand Slam del californiano. Viene al caso: más gloria para el Rey es lo que justamente auguran los miles de simpatizantes que todos los días emprenden su camino a la Meca golfística de esta semana: la cancha del Bethpage State Park. El trayecto comienza en Penn Station, debajo del Madison Square Garden, y finaliza en Farmingdale, en unos 55 minutos por las vías del Long Island Rail Road. Estas líneas se escriben desde el tren que une esos dos puntos, a 32 millas de distancia. En este vagón, por ejemplo, son mayoría los pasajeros con gorrita de golf, chomba –lisa o a rayas– y rigurosas bermudas caqui, azul o cuadriculada. Pero por la cantidad de gente vestida igual que se acumuló en la pista 21 para subirse a la formación, es seguro que el destino de casi todos es el torneo. Incluso, muchos cargan con la sillita portátil y los paraguas, decididos a recorrer la cancha aún en estos días de práctica. Hablan enérgicamente, la palabra “Tiger” se cuela cada cinco o seis frases, y el entusiasmo crece con el traqueteo de las vías. Allí van.

“Tome este tren para ir al US Open”, recuerdan las señales luminosas desde dentro de los vagones y también en las estaciones, según van pasando. Por las dudas, los altavoces señalan la misma información y dan el aviso de bajarse en Farmingdale para no seguir de largo. Imposible perderse. La promoción del segundo Major del año bombardea en cada rincón y se expresa en todas sus formas: con afiches colgados en los techos de Penn Station, con cronogramas de trenes adicionales para el certamen y publicidades alusivas. Entre la inacabable oferta de espectáculos de esta ciudad, el US Open es la joya deportiva de la semana. En la llegada a Farmingdale, adornada con escarapelas nortemericanas, el tren se desagota casi por completo. Espera una larga pero ágil fila de espectadores, entregados a los controles de tickets y a la detección de metales. Los celulares, los Ipods y los MP3 son los principales enemigos del golf y no van a traspasar los arcos magnéticos. Cualquier descuidado ya sabe que se separará de su aparato compañero por unas cuantas horas, a riesgo de perderlo. La siguiente etapa es subirse a algún ómnibus de la numerosa flota que cruzará las pintorescas casitas de Bethpage hasta llegar en unos cinco minutos a la tierra prometida. Desde la entrada de la cancha pública continúa esta armónica coreografía de voluntarios, personal de la USGA y los troopers, los típicos policías norteamericanos de tierra adentro. Pero no hay por qué inquietarse si el espectador lleva su entrada correspondiente y camina por los sectores permitidos. Es el momento, entonces, de disfrutar del campeonato de golf más emblemático de los Estados Unidos junto con el Masters.

Cuesta imaginarse, incluso, algún escenario de máxima presión para el último día. Atender este infierno con forma de cancha es sólo para gente capacitada. El Gato sigue disfrutando. Simula festejos alzando el puño y la gente lo alienta. Incluso cuando se pierde un birdie imposible de no más de 15 centímetros. El Pigu clama por una hamburguesa para calmar el hambre y sigue probando tiros, con fantasías incluidas. En las prácticas todo vale: los jugadores recolocan las pelotas, a veces ejecutan más de una salida, prueban las caídas y examinan qué tal rueda la pelotita sobre el green, pero no necesariamente con tiros al hoyo, sino con marcación de tees. La práctica se va terminando. Allí en el final del 18 espera un último batallón de cazaautógrafos. Los argentinos cumplen con el pedido, después de una tarde rica en matices, con golf y distensión en un sano equilibrio. Los aplausos y el aliento se sienten más cerca que nunca, pero las felicitaciones son exclusivamente para ellos.

Audio. La previa del US Open, por Gastón Saiz, enviado especial a EE.UU. www.lanacion.com.ar/ 1140010

El público contempla la caminata de Tiger, su coach y su caddie; la cancha del Bethpage ya vive el US Open

//REUTERS