Espectáculos
Página 4/LA NACION
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Sábado 19 de junio de 2010
TEATRO Opinión Por Ernesto Schoo
Saulo Benavente, joven para siempre “Indudablemente, fue el creador más sobresaliente de la escenografía argentina del siglo XX y puedo señalar, sin exagerar, que en ella hubo un antes de Saulo y un después”. Son las palabras iniciales, firmadas por César López Osornio (director del Museo de Arte Contemporáneo de La Plata), del magnífico libro que Cora Roca dedica a la obra de Saulo Benavente, editado por el Fondo Nacional de las Artes, y compañero de la excelente biografía del gran escenógrafo argentino, también escrita por Roca, y publicada el año pasado por el Instituto Nacional del Teatro. * * * Ambos libros son un merecido homenaje al gran artista y excepcional ser humano que fue Benavente (1916-1982), cuya contribución a las artes de la representación no se limitó al ámbito nacional sino que lo trascendió: amigo y colaborador de su colega checo Josef Svoboda, de Jean Vilar en el TNP francés y de JeanLouis Barrault en París “Con una soga y en Buenos Aires –y de muchas otras ilushacía el tres figuras de relieve presidió el horizonte, con mundial–, Instituto Internacional Teatro, de la Unesco, una palangana del entre 1958 y 1982, y sigue siendo su presidente el sol” de honor post mortem. Esas distinciones son apenas un reflejo de su formidable labor, que abarca más de las 530 escenografías, más diseño de luces y de vestuario, que han podido rescatarse de la dispersión y el olvido. Porque esa labor incluía también su generosidad ilimitada, su trato afable, su constante preocupación por el prójimo y la destreza con que sacaba partido de las carencias. Como dice López Osornio, “con una soga hacía el horizonte, con una palangana el sol”. * * * El volumen, con el nivel de calidad habitual en los libros del FNA, es un espléndido álbum de imágenes, en blanco y negro y color, que registra la actividad de Saulo en las variadas disciplinas que abordó, con introducciones de Graciela Galán en teatro, Claudio España en cine (entre otros títulos, Barrio gris, Pampa bárbara, El último perro) y Marcelo Salvioli en ópera. Tras haber disfrutado durante muchos años de sus magistrales ambientaciones –recuerdo en especial las de Un sombrero de paja de Italia, en el Instituto de Arte Moderno (1951), por la síntesis y la imaginación cómica–, tuve el honor de ser su colega en el escuela de cine de la Universidad de La Plata. Allí conocí al Saulo cotidiano, cordial, siempre despeinado, con sus entonces insólitos pantalones de fajina, los múltiples bolsillos abarrotados de herramientas y de toda clase de chirimbolos que le servían para resolver problemas del momento, seguido por sus alumnos deslumbrados. Así también lo recuerdan los libros de Cora Roca: joven para siempre.
(Platea infantil)
Por Juan Garff
Un circo con payasos demasiado melancólicos La propuesta que encabeza Roberto Catarineu está más cerca de la nostalgia de un adulto que de la diversión de un niño Regular (( ¡Payasos en banda! Autor: Daniel Zaballa. Intérpretes: Roberto Catarineu, Gustavo Oliver, Daniel Zaballa, Carolina Bujas, María Luz Zaballa, Francisco J. Suárez. Músicos en escena: Leo Heras, Jorge Polanuer, Diego Maurizi y Julio Martínez (Cuatro Vientos), Hugo Claverie (percusión). Escenografía: Jorge Crapanzano. Vestuario: Marta Albertinazzi. Copreografía: Juan Pablo Sierra. Música: Jorge Polanuer. Iluminación: Jorge Pastorino. Dirección: José Paez Toledo. Teatro Nacional Cervantes. Sábados y domingos, a las 15. $ 25.
La fórmula se presenta atractiva: el experimentado Roberto Catarineu y los saxofonistas del grupo Cuatro Vientos, en una puesta en escena en clave de payasos, con los recursos que ofrece una sala mayor como la María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes. Desde un lugar central en el escenario, Catarineu protagoniza al presentador del circo, un maestro de ceremonias que no sólo introduce los personajes y sus números, sino toda la tradición circense. Pero lo hace desde una óptica cargada de nostalgia por la vigencia supuestamente casi perdida de la gracia de los clowns. Puede discutirse si esto es así, en vista de la presencia de múltiples vertientes escénicas actuales que rescatan a los payasos, más teniendo en cartelera al Cirque du Soleil con la espléndida rutina del argentino Toto Castiñeiras, más cercana incluso a toda la historia universal del clown que a la estética del denominado nuevo circo. Puede objetarse, por otra parte, que la nostalgia es un sentimiento lejano a la fresca inmediatez de la infancia. Pero la dificultad mayor con que se enfrenta ¡Payasos en banda! es el tono enunciativo, casi declamatorio, con que arranca el texto de Daniel Zaballa en la larga introducción, que no termina de convertirse en humor en acción con la aparición de la dupla del Clown Blanco y el Payaso Augusto, interpretados por Gustavo Oliver y el mismo Zaballa, respectivamente. La propuesta de un recambio generacional a través de dos asistentes que emergen como representantes de los niños del público –María Luz Zaballa y Francisco Suárez– tampoco se sostiene en una presencia actoral tal que dé un vuelco a la situación, ni llegan a quitar el aliento los juegos de altura de Carolina Bujas sobre el trapecio.
Máscaras, música y gags En un repaso por los tópicos tradicionales de las parejas de clowns, en las que uno es el que dirige con experiencia e inteligencia y otro parece ser el ingenuo que lo asiste, tan frecuentes bajo las carpas de los circos populares que recorrieron nuestro país, no faltan el cachetazo estruendoso ni la caída de la silla que se retira abruptamente. Tampoco el gag
A toda orquesta El grupo de músicos Cuatro Vientos participa –en clave de clown– de esta obra que dirige José Páez Toledo
de la corrida de toros ni el sueño imposible del amor de la trapecista. La dirección de José Páez Toledo no logra, sin embargo, llevar esta reivindicación del humor circense a plasmarse en una convocatoria franca a la risa de la platea presente. El aporte de los músicos de Cuatro Vientos se reduce, así, a pesar de sus logradas máscaras clownescas, al de comparsas del juego escénico. El gran presentador tiene su momento de humor –aunque ajeno a los chicos– con las referencias a la espera de Godot, el personaje de Samuel Beckett, tal vez poniendo en él la risa inalcanzable. Al espectador adulto le queda la nostalgia por la nariz roja que llevaba Catarineu en Vivitos y coleando, de Hugo Midón, o por la más osada intervención escénico-musical de los Cuatro Vientos en la versión de La tempestad, de Shakespeare, que supo dirigir Claudio Hochman. A los niños, las ganas de divertirse un poco más.
(Piedra libre) N Villafañe hecho música. Coco Romero presenta Los caminos del gallo pinto, versiones musicalizadas en clave murguera de los poemas de Javier Villafañe, en el ciclo del Momusi. Biblioteca Nacional, Agüero 2502. Domingo, a las 12. Entrada libre. N Menú musical. El grupo Cara-
cachumba presenta sus temas más populares junto a nuevas canciones rioplatenses en Caracachumba a la carta. En el Metropolitan 2, Corrientes 1343. Sábados, domingos y feriados, a las 16.30. Desde 40 pesos.
N Paseo histórico. La Plaza de Mayo revive escenas de hace dos siglos, en el juego teatral, musical y circense de Mascaradas de Mayo, con dirección de Héctor Alvarellos. En la Plaza de Mayo, domingo, a las 14.30. Entrada libre. N Para los más chicos. Los temas de Pipo Pescador son el eje de Teatro Chupete, una propuesta para los más pequeños, con dirección de Gastón Cerana. Auditorium San Isidro, Avenida del Libertador 16138. Sábados, domingos y feriados, a las 15.30. Entradas: 40 pesos.
GTZA. DEL CASTELLO
Elenco desparejo para el último trabajo del creador de Alicia en el país de las maravillas
A Lewis Carroll no le hubiera gustado Sobreactuaciones en un esfuerzo de producción Regular (( La caza del Snark. De Lewis Carroll. Traducción, adaptación y dirección: Natasha Ivannova. Con Federico Alonso, Gonzalo Yanacon, Sergio Fernández, Luciano Duval, Eduardo Lanfranchi, Oscar Domínguez, Daniel Grbec; Juan José Barocelli y Laura Otaola. Escenografía Norberto Laino. Vestuario: Mercedes Uría. Música original: Jorge Pascuale. Centro Cultural Ricardo Rojas. Domingos, a las 19. Duración: 60 minutos.
La caza del Snark (cuyo subtítulo es “Una agonía en ocho crisis”) es la última obra maestra de Lewis Carroll. Se trata de un poema narrativo en cuya peripecia pervive de un modo fantasmal y más disparatado la figura del capitán Ahab, protagonista de Moby Dick, la novela de Melville. Su autor consideraba que se traba de un libro para niños, pero el francés Louis Aragon dijo que era el poema más importante de los tiempos modernos. Su encanto es tan evidente para la lectura como visible su dificultad para lograr en una transcripción escénica un montaje de similar hechizo. Porque la sola ilustración de lo que cuenta el poema no basta. Se necesita, dentro de las específicas condiciones del transcurrir teatral, plasmar una realización que pueda subyugar
en los mismos niveles en que lo hace la narración. El espectáculo de Ivannova tiene un buen comienzo: la visión de la proa de un gran barco y el misterio que produce una partitura musical con mucha “atmósfera” sugieren un desarrollo atrapante. Pero la magia se desvanece de inmediato con la aparición de los actores, que convierten la historia en una maratón de composiciones sobreactuadas y, para colmo, sin ninguna gracia. Borges decía: “Quien escribe para los niños corre peligro de quedar contaminado de puerilidad”. Aquí ocurre algo similar: se actúa con un amateurismo que parecería descontar que en la platea hay un público dispuesto a deslumbrarse con lo que es sólo grandilocuencia insustancial. Existe esfuerzo en la producción, y eso es loable, pero esa disposición como único recurso teatral es insuficiente. Carroll rechazó los dibujos que Holiday hizo del “Snark” porque decía que ese ser era inimaginable. En rigor, lo que sugería es que se dejara en libertad al lector para que lo configurara en su mente como quisiera. Cuando no hay una propuesta realmente atractiva para hacer una obra con tamaña fantasía, lo mejor es dejarla que cumpla el maravilloso destino de lectura para el que fue concebida, que ya es mucho.
Alberto Catena