su rostro

Toscana. De repente, un transeúnte se cruzó por su camino, sonriente al verla perdida. Marcos era un chico de edad madura. Era alto, medía aproximadamente.
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SU ROSTRO Volvió a cerrar los ojos y se acurrucó en su cama. Quería seguir durmiendo, necesitaba que todo aquello no fuese un sueño. Había vuelto a ser joven y a sentir que no tenía preocupación alguna. Mientras se disponía a visitar la catedral de Florencia, se perdió por las largas e interminables calles de la Toscana. De repente, un transeúnte se cruzó por su camino, sonriente al verla perdida. Marcos era un chico de edad madura. Era alto, medía aproximadamente un metro ochenta. Su constitución era delgada, aunque su apariencia era atlética y vigorosa. Tenía una cara ovalada y muy linda. Su tez era clara, de esas que en verano suelen adoptar fácilmente el color de una gamba. Su piel parecía suave y un tanto sensible; es evidente que le gustaba cuidarla y seguramente se aplicaba cremas caras. De repente cambió la escena en su sueño. Ahora todo transcurría en un día lluvioso del mes de abril, en la Villa Capra. Él era muy cariñoso y atento. Y aquel mismo día se la jugó: le propuso pasar junto a ella el resto de sus días. Desde entonces, a dos mil kilómetros de distancia, ella recuerda su mirada, jamás podrá olvidarla. Lo que más le llamaba la atención de su rostro eran sus llamativos ojos verdes esmeralda que la observaban de forma intensa. Ella siempre lo recordaba feliz, incluso podía rememorar en sus ojos ese brillo característico que irradia la felicidad. Su mirada era seductora y penetrante; y no solo eso, sino que también era capaz de transmitir serenidad y confianza: ella lo creía, estaba segura de que no mentía. Sus cejas finas acentuaban su expresividad cada vez que las arqueaba. Su nariz era respingona y resaltaba sus labios carnosos, los cuales dibujaban una bonita sonrisa que dejaba entrever el resplandor de su dentadura blanca y luminosa, la más bonita mueca que ella había visto jamás. De repente, ella se despertó y se incorporó rápidamente sentándose en la cama. Alargó el brazo para coger el paquete de Marlboro y el mechero. Mientras encendía el pitillo que aguantaba entre sus labios, se preguntaba si realmente era feliz sin tenerlo a su lado. Con cada calada se preguntaba por qué le había dejado escapar rechazando la propuesta que él le hizo en Villa Capra, bajo la luz de la luna, estando tan segura de que él era todo lo que ella podía desear. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de lo mucho que echaba de menos tenerle a su lado cada mañana y poder acariciar su cara para acabar de despertarlo con un dulce beso. Recordaba que en ocasiones raspaba, pero le gustaba sentir su aspereza. Aunque cuidaba mucho su imagen, a veces se dejaba la barba, pero siempre la mantenía muy mimada: se la recortaba cada tres días. Además, descendía por las comisuras de sus labios un fino bigote, sin el cual le costaba imaginárselo. Su pelo era negro, voluminoso y sedoso; solía peinárselo hacia arriba, aunque ella acostumbraba a despeinárselo. Le encantaba acariciarlo, también a su cabello.