Viernes 15 de marzo de 2013 | adn cultura | 13
Un bestseller holandés
Con el título literal de the Dinner, apareció hace pocas semanas en inglés la novela del holandés Herman Koch, disponible ya en castellano como la cena. antes de cualquier juicio, la crítica del new York times menciona el éxito en Europa de esta narración febril sobre padres, hijos y hermanos en el mundo contemporáneo. El dato curioso es que Koch es el primer holandés que figura en la lista de los más vendidos en Estados Unidos.
El ExtranjEro
EnsaYo
Soberanía y subjetividad Carlo Galli propone una historia de la democracia en Europa que es, también, una reflexión sobre sus posibilidades del Partido Nacional Bolchevique. En segundo lugar, la mirada del propio Carrére, que se presenta, sin indulgencia, como un “bobo” (burgués bohemio) parisino, un universitario que no se ha movido demasiado de su origen social, simpatizante de la derecha en su juventud y luego socialdemócrata, que no comulga con las ideas de Limónov pero que no puede dejar de ver reflejadas en su vida todas las contradicciones del comunismo, frente a las cuales, empero, el capitalismo occidental no puede oponer ninguna superación. Carrère ha logrado en su libro aquello que desean los lectores que siempre quieren creer en la literatura (sea de ficción o de no ficción) y también, el ideal de toda literatura con un componente moral, componente que nada tiene que ver, claro está, con las moralinas: ha logrado representar a un “otro” dándole auténtico aire en sus páginas, pero sin dejar de evidenciar que su representación también habla de sí mismo. Carrère ha conseguido no juzgar a su personaje y respeta el pacto de acercarse lo más posible a la “visión de mundo” de su protagonista. Acaso no muchas novelas puedan mantenerse en ese plano del compromiso con el lector y, en todo caso, en la ficción, siempre queda el recurso de amoldar el personaje a los criterios de la que uno está
Es asimismo un libro sobre la historia de rusia desde la segunda Guerra Mundial hasta el presente dispuesto a contar. No es el caso de Limónov, cuyas acciones claramente fascistas durante su combate en Sarajevo –adonde acudió convencido de que allí se jugaba una recuperación del mundo que él había conocido en la infancia– obligaron a Carrère a abandonar durante un año la escritura del libro. Afortunadamente, retomó la tarea, acaso porque Limónov es, además de esa faceta tardía, muchas otras cosas. A lo largo del libro, el autor apela a la conjunción de varios nombres propios para definir la personalidad, la literatura y la militancia política de Limónov: al entrevistarlo, lo ve como una mezcla de Houellebecq, Lou Reed y Cohn-Bendit; al leer sus diarios, cree que podrían haber sido escritos, también, por Charles
Manson o Lee Harvey Oswald. Pero en ningún momento menciona a Charles Baudelaire y si hay algo que recuerda la intensa violencia que siente Limónov ante la desigualdad y las falsas “buenas conciencias”, es un texto como “Aticémosles a los pobres”, de Spleen de París, en el cual el narrador agarra a golpes de puño a un mendigo que le pide limosna, éste se defiende apaleándolo a su vez, y hacia el final, exhaustos, el narrador le dice: “Caballero, es usted mi igual, concédame el honor de compartir mi bolsa conmigo”. La violencia como única forma de igualación, como recurso desesperado frente a una estructura que no se puede cambiar, es una característica que reaparece en el singular escritor ruso, también con ese raro componente moral que impide que escenas como la anterior sean leídas desde el llano matonismo. Una de las anécdotas que mejor retratan su actitud híbrida entre el punk y el socialismo, acontece en un congreso internacional de escritores, en Budapest, donde se lo trató de intelectual prestigioso. “Eduard declaró que él no era un intelectual sino un proleta, y un proleta receloso, no progresista, no sindicado, un proletario que sabe que los obreros son siempre los cornudos de la historia. […] Por la noche, en el bar del hotel, asestó un puñetazo en la jeta a un escritor inglés que había hablado mal de la Unión Soviética”. Curiosamente, al regresar a la Rusia de la perestroika, convertido en escritor famoso, los “proletas” no le dirigen la palabra en el tren, mientras que a aquellos encumbrados “que acceden a conversar sólo le gustaría partirles la crisma”. Nada más novelesco que la vida de este fundador del tardío Partido Nacional Bolchevique, que se jacta de no haber sido “nunca un disidente, sólo un delincuente” y que vive con honor sus numerosas estadías en la cárcel por oponerse a Vladimir Putin, figura que, paradójicamente, es para Carrère una especie de “doble” poderoso. Su naturaleza novelesca es, vale aclararlo, igual a la de los personajes del mejor realismo del siglo XIX: su vida sintetiza una densa historicidad, una verdad contradictoria, no resuelta, sobre la historia del siglo XX. C
El malestar de la democracia carlo galli
FCE Trad.: María Julia De Ruschi 94 páginas $ 67
José Fernández Vega para La nacion
H
abía una vez un continente que daba lecciones de democracia porque la había inventado dos milenios y medio atrás y consolidado en (casi) todos sus países en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Parece ahora un hecho remoto, pero hace apenas un lustro Europa comenzó a sentir que la democracia se le deshacía entre las manos. Desintegrada por la dictadura absoluta del capital financiero, la democracia sufrió en su madre patria, Grecia, antes y mucho más que en cualquier otra parte: un partido fascista crecía en las elecciones, un primer ministro fue eyectado cuando se le ocurrió someter a referéndum los ajustes impuestos desde el extranjero. Pero la desorientación, acelerada por la crisis económica, pronto se volvió continental. Intelectuales europeos se alarmaron por el rápido ocaso de la democracia tal como la concebían. Jürgen Habermas, el más célebre filósofo alemán vivo, llegó a escribir que la Unión Europea era en realidad una oligarquía. Esta palabra, puesta en circulación por Aristóteles, también capta el ánimo dominante en las calles. La descripción corriente del vínculo entre un conjunto denominado “la gente” y otro titulado “sistema político” consiste en una serie de variaciones sobre el prefijo “des”: desafiliación, desconfianza, deslegitimación. El malestar de la democracia, de Carlo Galli se suma a otros intentos de reflexión que se multiplican en Europa, pero sin la carga de denuncia que caracteriza a la mayoría de ellos. Según el autor, la definición de democracia es su propia historia, y por ello brinda un
compacto panorama que comienza en Atenas y culmina en las tormentas políticas del presente. Su relato se atiene menos a los hechos que a las ideas que los animaron. La historia del pensamiento político moderno es paralela a una progresiva democratización, porque el Estado moderno no nace democrático y sus presupuestos no son ya los que sostuvieron los antiguos. Para los modernos, en la idea de democracia se entrecruzan las de pueblo y persona, soberanía y subjetividad. Estas nociones, con el tiempo, van alterando su contenido; también fueron en aumento las tensiones entre ellas, en particular desde la irrupción de las masas en el escenario electoral. Como afirma Galli: “La contradicción fundamental de la democracia es la ausencia de pueblo, es decir, la pretensión de hacer coexistir democracia y pueblo, por una parte, con Estado y representación, por la otra”. Estos conflictos teóricos tienen enormes efectos prácticos. El subjetivismo deriva en una especie de supermercado de derechos personales o comunitarios (en oposición al universalismo original del sistema); la crisis de representación atiza el populismo (término de usos inestables, entre panegíricos y apologéticos). La globalización contribuyó a agravar este cuadro, puesto que desestructuró de tal manera formas y conceptos que la coordinación entre Estado, partidos y mercado quedó desbaratada. El capitalismo, que para Galli fue la precondición histórica de la democracia moderna, se halla hoy fuera de control y amenaza el propio sistema. La democracia de partidos dejó paso a la de opinión, algo que se verifica de forma drámatica en la Italia de estos días. ¿Es la democracia una “religión del pasado”, como sugiere Galli? ¿Estamos ante la crisis final de la democracia? Sólido en sus recapitulaciones y diagnósticos, la propuesta final de este libro resulta peculiarmente raquítica: un regreso a la buena vida de los antiguos, a los ideales del humanismo renacentista. Entre las ruinas de la política moderna, lo único claro es que la democracia significa igualdad y no opresión. Ésos son los puntos básicos para cualquier reconstrucción. C