Personajes Geoff Emerick
“ No pensé que ellos se separarían” “Q
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Viernes 27 de abril de 2012
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uiero que mi voz suene como el Dalái Lama cantando desde la cumbre de una montaña...” Eso le pidió de entrada John Lennon a Geoff Emerick, para el tema “Tomorrow Never Knows”, durante la grabación del álbum Revolver (1966). Aunque había sido ayudante de sesiones anteriores, ése fue el debut oficial de Emerick como ingeniero de sonido de los Beatles. Después de entrar en pánico unos segundos, utilizó por primera vez un amplificador con dos altavoces llamado Leslie para obtener efectos como el vibrato (a partir de la voz), y el sistema de grabación ADT, para duplicar el sonido vocal. Gracias a estas experimentaciones, el disco se convirtió en uno de los más influyentes de la banda y el técnico ganó su primer Grammy. Según relata Emerick en El sonido de los Beatles (Indicios, 2012), libro que escribió con la ayuda del veterano periodista Howard Massey y que acaba de ser presentado en la Argentina, no sería la última vez que Lennon le plantearía algo así. Mientras Paul McCartney solía decir cosas como “esta canción necesita metales y timbales”, su compañero, más amante de las expresiones vagas, soltaba un “que suene como James Dean andando en moto a gran velocidad por la autopista”. La colaboración de Emerick con los Beatles comenzó después de la famosa gira por Estados Unidos, en la que Len-
non declaró que eran más populares que Jesús. Entonces, habían decidido que no harían más tours en vivo. El afán del grupo por superar sus propios límites e incorporar otras sonoridades, aparte de guitarras, bajos y baterías, coincidió con el espíritu pionero de Emerick, que entonces tenía 19 años y estaba dispuesto a desafiar las normas estrictas que imponían los estudios EMI, en Abbey Road. De eso habla el ingeniero londinense en las 412 páginas de su libro, prologado por otro artista británico con el que ha trabajado: Elvis Costello. Como observador de primera mano, Emerick, quien acompañó a los Beatles en su camino a la fama (y de pasó dejó su marca en otros tres títulos imprescindibles: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, el Álbum blanco y Abbey Road), recrea sus experiencias en la sala de grabación. Si bien no hace grandes revelaciones sobre la banda de Liverpool, sí muestra el costado más amargo de George Harrison (“quien recién vino a encontrarse en 1969 con Abbey Road”) y cuestiona el rol del productor George Martin, a quien, según dice, los “Fabulosos Cuatro” siempre trataron como un ayudante, nunca como un igual. Su relato es un manjar para los fans de la agrupación, ya que además de detallar las creaciones musicales y los ensayos sonoros de placas como Sgt. Pepper’s (1966, el mejor álbum de todos los tiempos, según la revista Rolling Stone), grafica las personalidades de cada beatle.
El ingeniero de grabación de álbumes como Sgt. Pepper’s y Revolver es también autor de un libro fascinante sobre las glorias y disputas vividas en Abbey Road, que acaba de lanzarse en la Argentina. Acá recuerda al cuarteto de Liverpool POR FRANCIA FERNÁNDEZ Para La Nacion
También, los tira y afloja que se sucedieron a puertas cerradas, sobre todo, en las deprimentes y tensas sesiones del Álbum blanco (1968). Desde el comienzo Emerick deja claro que, para él, los artistas del conjunto eran John y Paul. “La visión de mucha gente sobre la colaboración entre Lennon y McCartney suele ser muy simplista: que Lennon era el rockero duro y dispuesto a todo, mientras McCartney era el blando y sentimental. Si bien parte de eso era cierto, la relación entre ellos era mucho más profunda... John era la única persona del mundo que podía decirle a Paul: ‘Esta canción es una mierda’, y que Paul lo aceptara. A su vez, Paul era el único que podía mirar a los ojos a John y decirle: ‘Has ido demasiado lejos’”, apunta el autor en su libro. Según dice, Paul era el más detallista, versátil y simpático de todos. John, el divertido, cáustico e impaciente, que siempre quería que su voz se escuchara distinta. George, el suspicaz, que hacía comentarios insidiosos, y que al principio no lograba tocar un solo de guitarra de corrido. Y Ringo, una especie de colaborador, con un sentido del humor particular, y que sólo abría la boca cuando realmente tenía algo que decir. Con sorprendente detalle, Emerick aporta recuerdos vívidos de su experiencia con unos veinteañeros que, en los años 60, eran músicos que trabajaban arduamente. Al comienzo, bien tem-