Viernes 7 de febrero de 2014 | adn cultura | 19
Performances En acción, aquí y ahora Un artista describe sus impresiones como observador de la Performatón, el nuevo ciclo de verano que continuará hasta marzo en San Telmo con propuestas de varios invitados
Leopoldo Estol para la nacion
S
El espíritu de Tim Burton sobrevuela la obra Carroll Borland, de 2003
trabajo de Gordín. Hay algunas citas claras a sus películas, como aquella maqueta de casitas pintadas de color pastel, donde podría aparecer en cualquier momento la vendedora de Avon golpeando puertas. La retrospectiva es una fiesta para niños y adultos con alma de niños. Es como la excursión que hacía Willy Wonka por su fábrica de chocolate; no tanto la de Johnny Depp en la remake de 2005 sino la de Gene Wilder en la versión de 1970, pues la fantasía multicolor se despliega en un set acotado, sin apelar a desmesuradas escenografías y engaños digitales. Gordín no elige desplegar su ímpetu narrativo en macroinstalaciones sino en el espacio más artesanal de la maqueta. Edificios monumentales como el Luna Park o el Gran Rex se reducen a una escala tan minúscula que enfadarían al generoso e ingenuo Derek Zoolander de la escuela para niños que no saben leer bien. Como suele suceder tantas veces, la felicidad edulcorada se convierte en el preludio de la tragedia; basta seguir recorriendo la muestra de Gordín para ver niños huyendo de una casa que se incendia, bibliotecas que se derrumban arrastrando a otras, inundaciones y hasta una invasión de extraterrestres. Seguramente Gordín deambulará por el museo con su aspecto juvenil, corpulento, de bermudas y con su remera estampada del MOZA (Museum of Zombie Art), cual Willy Wonka guiando a sus admiradores, no ya por una maqueta sino por un museo de verdad. C Ficha. Un extraño efecto en el cielo, de Sebastián Gordín, en el Mamba (San Juan 350), hasta el 20 de abril.
fotos: gentileza mamba
e acercan niños hasta donde usted está y le dicen cosas. Algunos con recelo, cual contactos de espionaje, otros sin disimulo hablan como si supieran quién es usted. En otro contexto, un hombre y una mujer, desnudos, se apoyan a la izquierda y a la derecha de una pequeña abertura a través de la cual se puede ingresar a la muestra. ¿Ya empezó la performance? El que se atrevió a confiar en los niños fue Tino Sehgal en el Guggenheim de Nueva York. La segunda pieza es un clásico de 1977 donde Marina Abramović, una verdadera diva del género, da la bienvenida a un museo junto con su pareja. Estas dos obras inquietantes que ponen a la performance en el ojo de las tendencias mundiales sirven como introducción a un territorio nuevo. De repente se escucha un disparo, o un fusible quemado. Algo imprevisto sucede miles de kilómetros al sur: en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires arranca el Performatón, un ciclo dedicado a la performance. El que habla ahora en el edificio de San Telmo tiene un teclado con botones enormes y acciona notas embadurnadas con eco. Se amplifica en la sala la duda de un público curioso que permanece expectante. Lux Lindner, el elegante caballero, se dirige a la audiencia con un tono solemne aunque apresurado, rebosante de mucho dato sabihondo; se mira en un espejito de moto y se descubre un tanto ridículo. Detrás de él, un PowerPoint pasa imágenes; una de ellas corresponde a un Alberto Greco joven que se escabulle y nos desafía a seguirlo… ¿Hacia dónde vamos? Irrumpe una mujer en la sala con un par-
lante atado a la cintura que amplifica su voz, aunque hay que estar cerca de ella y no fiarse de la amplificación, ya que la joya de una gran narradora es, siempre, su voz. En el relato se mezclan texturas, una larga lista de drogas legales antecede las similitudes que percibe la performer cuando mira TV por cable por la noche. Por ejemplo, Michael Douglas aparece en tres canales al mismo tiempo; Will Smith, en dos. Acto seguido, se pone a narrar la historia de un tal Covensky, un conocido couch, un motivador que organiza sesiones en una consultora top. Liv Schulman –nacida en París en 1985– logra sacar a la gente de sus opacas vidas, al mostrar cómo las majestuosas formas neoclásicas se encuentran sin saberlo debajo de capas y capas de tedio. Así, la performer-lectora empuja las palabras fuera de su boca, habla mientras su personaje inspira a su equipo una relectura de la vida, donde el arte misteriosamente ha triunfado. Cerraremos este tríptico de degustación con Diego Melero, sociólogo y artista. Aferrado a un escobillón discute –sin perder gracia– el atribulado presente. Un trabajador, un representante de su gremio se pregunta cuánto aumento corresponde reclamarle al patrón y, sin lograr poner el tema sobre la mesa, sumerge al público en un repaso histórico que va de la primera FORA hasta el luchador incansable Agustín Tosco o al fortalecimiento actual de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa. Un torrente de datos imposibles de asimilar a no ser por la calidez de sus gestos y por la sensación de que todo eso de verdad está pasando. En su mirada, la posibilidad de superar conflictos queda por fortuna en el espacio del entendimiento común y es así como sus performances vienen generando un bagaje efervescente. En 2012, Melero interpretó a un Sergio Massa que, corrido de los carriles estipulados por su partido, decidió de pronto acelerar por colectora. C
adn gordín
Buenos Aires, 1969 En 1989 egresó de la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y expuso su primera muestra individual en el Centro Cultural Ricardo Rojas. En 1994 obtuvo el Premio Braque, consistente en una beca de estudios en París, donde concurrió al taller de escultura de la Escuela Nacional Superior de Artes Decorativas. Fue invitado a trabajar en tres residencias para artistas en Francia: Monflanquin (1996), Ateliers de Artistas de Marsella (2001) y el Fondo Regional de Arte Contemporáneo del Loire (2002). Una pareja se besa en el Mamba como parte de la performance de Schulman