Nunca he sido una persona dedicada a cultivar la saudade [linda y ...

pero por suerte, pronto se calmaron. José Saramago. Nobel de Literatura | Azinhaga (Portugal), 86. Por Adriana Carvalho / Fotografía de Mario Sánchez Gómez.
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N o b e l d e L i t e r a t u r a | Azinhaga (Portugal), 86

José Saramago > Nunca he sido una persona dedicada a cultivar la saudade [linda y triste palabra portuguesa que expresa el dolor de la

ausencia de algo o de alguien]. Tengo conciencia de que el tiempo pasa y sé que nosotros pasamos con él. De nada vale quedarse preso en los recuerdos. > Dejarme llevar por el niño que fui. Ésa es mi filosofía de vida. Si tuviera que empezar la vida de nuevo, escogería hacerlo exactamente como lo he hecho hasta ahora. No elegiría tener ni más comida ni tampoco más bienestar. Jamás he sido una persona ambiciosa. Aunque no esté muy contento con lo que soy hoy, tampoco tengo razón para no estarlo. > La casa de mis abuelos ya no existe, pero la tengo tan vívida en la memoria que si supiera dibujar sería capaz de reconstruirla al detalle: su arquitectura, su atmósfera... Puedo verla con total nitidez. > Hace unos años tuve una crisis de hipo. Puede parecer una tontería sin importancia, hasta un poco ridícula, pero lo cierto es que lo pasé muy mal. Los médicos me recetaron medicamentos, pero no me hicieron ningún efecto. Pasé unos días horribles, hasta que supe que, en estos casos, el azúcar cristalizado puede ayudar. Lograba calmarme la crisis, pero no terminaba de curarla. Pasado un tiempo, estaba con Pilar [del Río, su esposa y periodista española] en el Festival de Cine de San Sebastián y nos quedamos sin azúcar. Yo había leído en un anuncio que lo bueno para el hipo era el vinagre. Por eso pedí a Pilar que me lo comprase. Bebí una copa entera. Fue como tragar fuego pero el hipo desapareció. Fue un santo remedio. > Un cierto pudor natural no me deja hablar de Pilar todo lo que me gustaría. La verdad es que la conocí a una edad [a los 63 años] en la que uno ya no espera mucho de la vida. Yo le decía: “Tenemos 28 años de diferencia. Es demasiado. Te arriesgas a quedarte viuda muy temprano”. Ella me contestaba: “Eso no me importa. Lo que me interesa es el día a día, el ahora en que estamos vivos”. Por eso, estos años –que podrían haber sido de completa decadencia para mí– se han convertido en una de las etapas más activas de mi vida. Somos como uña y carne. > Escribo en un blog [http://cuaderno.josesaramago.org] y de ese modo intento llenar ese espacio infinito que es Internet. Ella, la Red, no tendrá que decir un día: “Estoy llena. No me escriba más”. > Siempre estoy solo cuando redacto el final de un libro. Es un momento de gran emoción, en el que se mezclan sentimientos de alivio y pena. No porque vayas a extrañar a los personajes, que ya han cumplido su cometido, sino porque no tendrás más esa preocupación constante que acompaña al escritor. Uno se lamenta y dice: “Y ahora, ¿qué hago?”. > No creo que todo ya haya sido dicho, que todo esté escrito. No es verdad. Incluso, aunque todo ya hubiera sido dicho, uno podría decirlo de otra manera. En este marco se encuadra la literatura. > La solidaridad tiene que manifestarse de forma práctica, porque si no se convierte en una actitud filosófica sin compromiso alguno ni valor. No digo que uno deba recorrer el mundo en busca de causas para defender, simplemente hay que reaccionar cuando las situaciones se presentan. Es lo que pasa ahora con Ernesto Cardenal [poeta nicaragüense que está siendo perseguido por el gobierno de Daniel Ortega. Saramago y otros escritores han hecho un manifiesto para apoyarle]. En el caso de Juan Gelman [poeta argentino], que buscaba los restos mortales de su hijo y su nuera, desaparecidos en Uruguay durante el gobierno militar, escribí una carta al presidente Julio Sanguinetti. Creo que pude ayudarle [los restos mortales fueron encontrados, así como la nieta del poeta, que vivía con la familia de un militar que la secuestró después del asesinato de su madre]. > Cuando tenía ocho o nueve años viví días muy importantes. Me marcaron mucho. No puedo dejar de pensar: “¿Cómo podría yo tener una percepción semejante a esa edad?”. > Si me preguntan por la muerte, digo que ya la conozco. Cuando estaba en el hospital ingresado por una neumonía, un poeta español al que admiraba mucho, Ángel González, fue internado con la misma enfermedad. Unos tres o cuatro días después, murió. Los médicos decían a Pilar que lo más probable era que yo no sobreviviera. Yo le decía: “Vamos a ver si consigo terminar el libro” [Saramago entonces escribía El viaje del elefante, publicado por Alfaguara]. Al final escapé. Salí de ese episodio con una sensación de gran serenidad. Fue como un estuario donde las aguas podían llegar con mucha fuerza, pero por suerte, pronto se calmaron.

Saramago puede aguantar la mirada, bien de frente, a la vida y a la muerte.

P o r A d r i a n a C a r v a l h o / Fo t o g r a f í a d e M a r i o S á n c h e z G ó m e z

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