María, inspiración para todas las madres del mundo
Palabras del papa Francisco, el 4 de mayo, en la basílica de Santa María la Mayor Agradezco a ustedes que hoy han venido a rezar a la Virgen, a la Madre, a la Salus Populi Romani. Esta tarde estamos aquí ante María. Hemos rezado bajo su guía maternal para que nos conduzca a estar cada vez más unidos a su Hijo Jesús, le hemos traído nuestras alegrías y nuestros sufrimientos, nuestras esperanzas y nuestras dificultades, la hemos invocado con la bella advocación de Salus Populi Romani, pidiendo para todos nosotros, para Roma y para el mundo que nos done la salud. Sí, porque María nos da la salud, es nuestra salud. Jesucristo, con su Pasión, Muerte y Resurrección, nos trae la salvación, nos dona la gracia y la alegría de ser hijos de Dios, de llamarlo en verdad con el nombre de Padre. María es madre y una madre se preocupa sobre todo por la salud de sus hijos, sabe cuidarla siempre con amor grande y tierno. La Virgen custodia nuestra salud. ¿Qué quiere decir esto? Pienso sobre todo en tres aspectos: nos ayuda a crecer, a afrontar la vida, a ser libres. 1. Una mamá ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza ―que también se deriva de un cierto bienestar― a no conformarse con una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas cosas. La mamá cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales. El Evangelio de san Lucas dice que, en la familia de Nazaret, Jesús "iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él" (Lc 2, 40). La Virgen hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto. 2. Una mamá además piensa en la salud de sus hijos, educándoles también a afrontar las dificultades de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuera una autopista sin obstáculos. La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perderse en ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles, y saberlos superar, en un sano equilibrio que una madre "siente" entre las áreas de seguridad y las zonas de riesgo. Y esto una madre sabe hacerlo. Lleva al hijo no siempre sobre el camino seguro, porque de esta manera no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el riesgo, porque es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas. Una vida sin retos no existe y un chico o una chica que no sepa afrontarlos poniéndose en juego ¡no tiene columna vertebral! Recordemos
la parábola del buen samaritano: Jesús no propone la conducta del sacerdote y del levita, que evitan socorrer al hombre que había caído en manos de ladrones, sino la del samaritano que ve la situación de ese hombre y la afronta de una manera concreta. María ha vivido muchos momentos no fáciles en su vida, desde el nacimiento de Jesús, cuando para ellos "no había lugar para ellos en el albergue" (Lc 2, 7), hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25). Y como una buena madre está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida, ante nuestra debilidad, ante nuestros pecados: nos da fuerza, nos muestra el camino de su Hijo. Jesús en la cruz le dice a María, indicando a Juan: "¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!" y a Juan: "Aquí tienes a tu madre" (cfr. Jn 19, 2627). En este discípulo todos estamos representados: el Señor nos confía en las manos llenas de amor y de ternura de la Madre, para que sintamos que nos sostiene al afrontar y vencer las dificultades de nuestro camino humano y cristiano. No tener miedo de las dificultades. Afrontarlas con la ayuda de la madre. 3. Un último aspecto: una buena mamá no sólo acompaña a los niños en el crecimiento, sin evitar los problemas, los desafíos de la vida, una buena mamá ayuda también a tomar las decisiones definitivas con libertad. Esto no es fácil. Pero una madre sabe hacerlo, en este momento en que reina la filosofía de lo provisional. Pero, ¿qué significa libertad? Por cierto, no es hacer todo lo que uno quiere, dejarse dominar por las pasiones, pasar de una experiencia a otra sin discernimiento, seguir las modas del momento; libertad no significa, por así decirlo, tirar por la ventana todo lo que no nos gusta. La libertad se nos dona ¡para que sepamos optar por las cosas buenas en la vida! María como buena madre nos educa a ser, como Ella, capaces de tomar decisiones definitivas, con aquella libertad plena con la que respondió "sí" al plan de Dios para su vida (cf. Lc 1, 38). Queridos hermanos y hermanas, ¡qué difícil es, en nuestro tiempo, tomar decisiones definitivas! Nos seduce lo provisional. Somos víctimas de una tendencia que nos empuja a lo efímero... ¡como si deseáramos permanecer adolescentes para toda la vida! ¡No tengamos miedo de los compromisos definitivos, de los compromisos que involucran y abarcan toda la vida! ¡De esta manera, nuestra vida será fecunda! Y ¡esto es libertad! Tener el coraje de tomar decisiones con grandeza. Toda la existencia de María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo. La Salus Populi Romani es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en
la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual. Es lo que te pedimos esta tarde, ¡Oh María, Salus Populi Romani, para el pueblo de Roma, para todos nosotros: dónanos la salud que sólo tú puedes donarnos, para ser siempre signos e instrumentos de vida! (Traducción al español realizada por Radio Vaticano)
Benedicto XVI sobre la Inmaculada (8·XII·2005) “Ten la valentía de arriesgar con la Fe” María no sólo tiene una relación singular con Cristo, el Hijo de Dios, que como hombre quiso convertirse en hijo suyo. Al estar totalmente unida a Cristo, nos pertenece también totalmente a nosotros. Sí, podemos decir que María está cerca de nosotros como ningún otro ser humano, porque Cristo es hombre para los hombres y todo su ser es un "ser para nosotros". (La lectura del día es la tentación de la serpiente a Eva: “no moriréis si coméis del árbol, Dios os miente: seréis como dioses”). ¿Cuál es el cuadro que se nos presenta en esta página? El hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de que Dios, en definitiva, le quita algo de su vida, que Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y que sólo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemos de lado; es decir, que sólo de este modo podemos realizar plenamente nuestra libertad. El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea una dependencia y que necesita desembarazarse de esta dependencia para ser plenamente él mismo. El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Él quiere tomar por sí mismo del árbol del conocimiento el poder de plasmar el mundo, de hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con sus fuerzas a la muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que no le parece fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto que le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el que quiere dirigir de modo
autónomo su vida. Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la muerte. Amor no es dependencia, sino don que nos hace vivir. La libertad de un ser humano es la libertad de un ser limitado y, por tanto, es limitada ella misma. Sólo podemos poseerla como libertad compartida, en la comunión de las libertades: la libertad sólo puede desarrollarse si vivimos, como debemos, unos con otros y unos para otros. Vivimos como debemos, si vivimos según la verdad de nuestro ser, es decir, según la voluntad de Dios. Porque la voluntad de Dios no es para el hombre una ley impuesta desde fuera, que lo obliga, sino la medida intrínseca de su naturaleza, una medida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios, y así criatura libre. Si vivimos contra el amor y contra la verdad —contra Dios—, entonces nos destruimos recíprocamente y destruimos el mundo. Así no encontramos la vida, sino que obramos en interés de la muerte. Todo esto está relatado, con imágenes inmortales, en la historia de la caída original y de la expulsión del hombre del Paraíso terrestre. Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos sinceramente sobre nosotros mismos y sobre nuestra historia, debemos decir que con este relato no sólo se describe la historia del inicio, sino también la historia de todos los tiempos, y que todos llevamos dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo de pensar reflejado en las imágenes del libro del Génesis. Esta gota de veneno la llamamos pecado original. Precisamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción brota en nosotros la sospecha de que una persona que no peca para nada, en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensión dramática de ser autónomos; que la libertad de decir no, el bajar a las tinieblas del pecado y querer actuar por sí mismos forma parte del verdadero hecho de ser hombres; que sólo entonces se puede disfrutar a fondo de toda la amplitud y la profundidad del hecho de ser hombres, de ser verdaderamente nosotros mismos; que debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, para llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra, pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Pensamos que Mefistófeles —el tentador— tiene razón cuando dice que es la fuerza "que siempre quiere el mal y siempre obra el bien" (Johann Wolfgang von Goethe,
Fausto I, 3). Pensamos que pactar un poco con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el fondo está bien, e incluso que es necesario. Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos ver que no es así, es decir, que el mal envenena siempre, no eleva al hombre, sino que lo envilece y lo humilla; no lo hace más grande, más puro y más rico, sino que lo daña y lo empequeñece. En el día de la Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre que se abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pierde su libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa de la libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto con él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario, sólo entonces su corazón se despierta verdaderamente y él se transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola y abierta. Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto más cerca está de los hombres. Lo vemos en María. El hecho de que está totalmente en Dios es la razón por la que está también tan cerca de los hombres. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de toda ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pueden osar dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella lo comprende todo y es para todos la fuerza abierta de la bondad creativa. En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y abrojos de los pecados de este mundo, dejándose herir por la corona de espinas de estos pecados, para tomar la oveja sobre sus hombros y llevarla a casa. Como Madre que se compadece, María es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre que comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen de la Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: "Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la
valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás".
Juan Pablo II sobre la Inmaculada Juan Pablo II: Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción (miércoles, 8 diciembre 2004)
1. «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Con estas palabras del Arcángel Gabriel, nos dirigimos a la Virgen María varias veces al día. Las repetimos hoy con ferviente gozo, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, recordando aquel 8 de diciembre de 1854, cuando el beato Pío IX proclamó este admirable dogma de la fe católica precisamente en esta Basílica vaticana. (…) 2. ¡Qué grande es el misterio de la Inmaculada Concepción que la Liturgia de hoy nos presenta! Misterio que no cesa de atraer la contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos. El tema del Congreso ahora recordado --«María de Nazaret acoge al Hijo de Dios en la historia»-- ha favorecido una profundización de la doctrina de la concepción inmaculada de María como presupuesto para la acogida en su vientre virginal del Verbo de Dios encarnado, Salvador del género humano. «Llena de gracia»: con este apelativo, según el original griego del Evangelio de Lucas, el Ángel se dirige a María. Es este el nombre con que Dios, a través de su mensajero, quiso calificar a la Virgen. De esta forma Él la pensó y vio desde siembre, ab aeterno. 3. En el himno de la Carta a los Efesios, antes proclamado, el Apóstol alaba a Dios Padre porque «nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (1,3). ¡Con qué especialísima bendición Dios se dirigió a María desde el inicio de los tiempos! ¡Verdaderamente bendita, María, entre todas las mujeres (Cf. Lc 1,42)! El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuera santa e inmaculada en su presencia en el amor, predestinándola como primicia a la adopción filial por obra de Jesucristo (Cf. Ef 1,4-5).
4. La predestinación de María, como la de cada uno de nosotros, es relativa a la predestinación del Hijo. Cristo es aquella «estirpe» que «aplastaría la cabeza» a la antigua serpiente, según el Libro del Génesis (Cf. Gn 3,15); es el Cordero «sin mancha» (Cf. Ex 12,5; 1 P 1,19), inmolado para redimir la humanidad del pecado. En previsión de la muerte salvífica de Él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de cualquier otro pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos. La Inmaculada es así signo de esperanza para todos los vivientes, que han vencido a satanás por medio de la sangre del Cordero (Cf. Ap 12,11). 5. Contemplamos hoy a la humilde muchacha de Nazaret santa e inmaculada en la presencia de Dios en la caridad (Cf. Ef 1,4), esa «caridad» que en su fuente originaria es Dios mismo, uno y trino. ¡Obra sublime de la Santísima Trinidad es la Inmaculada Concepción de la Madre del Redentor! Pío IX, en la Bula Ineffabilis Deus, recuerda que el Omnipotente estableció «con un solo y mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría» (Pii IX Pontificis Maximi Acta, Pars prima, p. 559). El «sí» de la Virgen al anuncio del Ángel se sitúa en lo concreto de nuestra condición terrena, en humilde obsequio a la voluntad divina de salvar la humanidad no desde la historia, sino en la historia. En efecto, preservada libre de toda mancha de pecado original, la «nueva Eva» se ha beneficiado de modo singular de la obra de Cristo como perfectísimo Mediador y Redentor. Redimida en primer lugar por su Hijo, partícipe en plenitud de su santidad, Ella es ya lo que toda la Iglesia desea y espera ser. Es la imagen escatológica de la Iglesia. 6. Por esto la Inmaculada, que señala «el inicio de la Iglesia, esposa de Cristo sin mancha y sin arruga, resplandeciente de belleza» (Prefacio), precede siempre al Pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el Reino de los cielos (Cf. Lumen gentium, 58; Enc. Redemptoris Mater, 2). En la concepción inmaculada de María la Iglesia ve proyectarse, anticipada en su miembro más noble, la gracia salvadora de la Pascua. En el acontecimiento de la Encarnación encuentra indisolublemente al Hijo y a la Madre: «al que es su Señor y su Cabeza y a la que, pronunciando el primer fiat de la Nueva Alianza, prefigura su condición de esposa y madre» (Redemptoris Mater, 1).
7. A Ti, Virgen Inmaculada, por Dios predestinada sobre toda criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, renuevo hoy en modo especial la confianza de toda la Iglesia. Sé Tú quien guíe a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndoles siempre más obedientes y fieles a la Palabra de Dios. Sé Tú quien acompañe a cada cristiano en el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la verdadera belleza, que es siempre huella y reflejo de la belleza divina. Sé Tú quien obtenga paz y salvación para todas las gentes. Que el Padre eterno, que te ha querido Madre inmaculada del Redentor, renueve también en nuestro tiempo, por medio de ti, los prodigios de su amor misericordioso. ¡Amen!