LO POLÍTICAMENTE CORRECTO Antonio Jesús Serrano Castro «El sabio no dice todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice». Aristóteles
Resumen: Opiniones y definición sobre lo políticamente correcto, con análisis de los peligros que acarrea su uso sin equilibrio: Limitación de la libertad de expresión y conciencia sometida a la amenaza del rechazo social, a la vez que se minimiza la idea o concepto pero no la realidad, dulcificando nuestra forma de comprender e interpretar esta última, con incoherencia entre lo que se defiende y lo que se vive en esa sociedad. Palabras clave: Políticamente correcto, Lenguaje inclusivo, Discriminación positiva, Manipulando información, Libertad de expresión, Conciencia, Descrédito social, Hipótesis Sapir-Whorf.
Cierto es que, en general, aprendemos a decir la verdad. Enseñanza que nos ayuda a no fingir lo que no somos, a no engañar en lo que pensamos. No menos cierto es que también se nos educa en que nuestras apreciaciones —sobre todo si son valorativas— deben ser sometidas a un filtro, para no caer en desconsideración, no herir sin necesidad y para no ser intolerantes poseedores de la verdad absoluta. Se nos pide ser espontáneos, a la vez que reflexivos y a recapacitar sobre lo que pensamos, salvo que queramos ganarnos el título de inoportunos y groseros. El equilibrio, en esto como en otras cosas de la vida, nos ofrece la oportunidad de medir las palabras dichas, a mesurar lo que opinamos. Nos hace menos esclavos de lo que decimos —de nuestras palabras— y más señores de lo que pensamos. «El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona», según Aristóteles, que además afinó al decir que «el sabio no dice todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice». Necesitamos conocer la opinión que nos dirige a hacer lo correcto. Se dice que, entre otros factores, la diferencia entre el ser humano y los animales es la capacidad de usar la razón y priorizarla, al menos tanto o más, frente a la emoción en estado puro y de atener nuestra actuación a dicho uso. Así, nos ocurre algo parecido cuando planteamos lo políticamente correcto, que hoy por hoy domina el panorama. El origen y evolución se puede resumir en varias fases, desde su inicial arranque en los Estados Unidos. Se debe a los usos conocidos de la expresión en la forma «no es políticamente correcto» que proviene de la Corte Suprema de Estados Unidos en el caso Chisholm vs. Georgia de 1793, donde el uso de una frase citada en el proceso no era correcto1. En la primera fase, siguiendo a Umberto Eco, aparece su origen izquierdoso y socialmente intencionado, fruto de aquel término que proviene del Marxismo-leninismo y que describe como tal «corrección política» la «línea partidaria» apropiada. En un momento posterior fue redefinido por los sectores de la izquierda estadounidense, como forma satírica de criticar ideas demasiado rígidas o intransigentes y, en concreto en los ‘70 y ‘80, por los movimientos feministas y progresistas para referirse a su propia ortodoxia. Crítica no exenta de cierta preocupación, por el celo desmesurado a la hora de aplicar los cambios sociales. Posteriormente se retoma el uso bienintencionado, con la utilización de un lenguaje que sea inclusivo y, en su última fase, para denominar la 1
Literalmente el problema se planteó así: «Los Estados, en lugar de la Gente, por la cual existen los Estados, son frecuentemente las objeciones que atraen y detienen nuestra atención [...]. Sentimientos y expresiones incorrectas de este tipo prevalecen en nuestro lenguaje común e incluso en el familiar. ¿Es una celebración, pregunto, decir ‘Los Estados Unidos’ en lugar de ‘El Pueblo de Los Estados Unidos’? Esto no es políticamente correcto».
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tendencia en la aceptación y manipulación —por determinados grupos de presión y por los «neocon»— de dicho termino, para aplicar lo que socialmente está bien considerado y lo que no, con un cierto maniqueísmo: definir lo que es bueno y lo que es malo en una sociedad construida desde la más absoluta toma de postura acrítica. ¿Cuál es la definición que podemos hacer de lo políticamente correcto? Es altamente difícil y polémico de definir, sobre todo por el significado peyorativo o irónico que encierra. En un sentido más amplio se usa para describir la afiliación con la ortodoxia política o cultural. En una formulación más concreta describe aquello que podría causar ofensa o ser rechazado por la ortodoxia social. Surge esta ironía derivada por la preocupación de que el discurso público, la ciencia o los ámbitos académicos puedan verse dominados por determinados puntos de vista —sean mayoritarios o no—, y que se establecen de forma acrítica, adscritos con una determinada posición. Una metáfora sobre los peligros de este uso, se aprecia en este texto, extraído de un foro de Internet: Apagad la antorchas, la luna, las estrellas… Érasé una vez una tierra desconocida, llena de extrañas flores y sutiles perfumes. Una tierra que te llena de alegría al soñar con ella. Una tierra… donde todo es perfecto y venenoso.
Veamos algunas de las cuestiones que suscita la utilización de lo políticamente correcto. En primer lugar, se acepta en cuanto sirva para describir el lenguaje inclusivo, que permita incorporar a determinados colectivos minoritarios, pero se le critica que en lugar de atender a la igualdad de oportunidades en el punto de partida, se fija en el igualitarismo en los resultados en el punto de llegada. Nace con el intento legítimo de corregir un abuso histórico a determinados colectivos que sufrían desprecios muy arraigados y manifestados en el lenguaje. Actitud orientada por lo general a lograr cierta igualdad y lleva a cambiar incluso el equilibro de poder —por medio de la «discriminación positiva»— en favor de las denominadas «minorías oprimidas». Una crítica es la asepsia o inocente neutralidad que parece encerrar la terminología empleada que, sin embargo, lleva en algunas situaciones a colocar en el mismo plano de igualdad a la victima y al verdugo, en cuantos sujetos que son valorados sin considerar la relación de dominio e injusticia que encierra. A su vez, colectivos que luchaban por sus derechos se convierten en grupos de presión, en guardianes que vigilan lenguaje y el «pensamiento» que contiene, llegando desde la deseable corrección a desestabilizar el ejercicio de la libertad de expresión bajo amenaza de rechazo y exclusión social. En la práctica lo políticamente correcto se degrada, si sirve de cauce para insertar una serie de planteamientos ideológicos y valores, y, si como se ha apuntado por algunos autores, no juega ni la prudencia, ni la medida, ni quizás la justicia que se pretende realizar. El uso de los eufemismos plantea algunas dificultades. Cuando entran en juego estos sirven para describir ideas, políticas o comportamientos, y evitar ofender a algún colectivo. Pero si los tópicos conquistan las conversaciones y los discursos — pretendiendo afirmar con este uso que «todo el mundo» está de acuerdo con ellos para evitar esos conflictos— y se convierten en lemas, de ahí a la demagogia puede quedar solo un paso. Otro escollo a salvar, es que este uso de eufemismos puede minimizar la «idea o concepto», pero no la realidad. El problema subsiste y el lenguaje se llena de ciertas expresiones que a su se tornaran ofensivas, por lo habrán de ser sustituidas por otras. Y así 68
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el círculo vicioso pues la solución que se suele plantear es seguir generando nuevos eufemismos, hasta que el lenguaje se llena de giros y barroquismo. Además el uso se extiende en muchos ámbitos, como los relativos a la profesión, y no solo a la religión, la sexualidad, etc… y todo comienza a ser sometido a la reorganización mediante eufemismos, produciéndose excesos. Pareciera que aunque estemos orgullosos de nuestra profesión, necesitáramos ocultarla bajo otra denominación que dé más empaque. ¿No es esto una manera de discriminación y desvalorización? Complementario del anterior, es que este uso del lenguaje dulcifica nuestra forma de comprender e interpretar la realidad, proporcionando una distancia con la que ocultar lo más desagradable de dicha realidad. A esto se añade que puede ser propiciado manipulando la información. Para ello se maquilla la cara más dura de la realidad, con la aquiescencia de los llamados medios de comunicación. En tiempos de crisis llamamos al despido, reajuste laboral, y al aborto, interrupción voluntaria del embarazo, olvidando el hecho de la vida, de la madre, del hijo, de las circunstancias familiares, personales, sociales…, o se le añade un adjetivo que proporciona otro significado distinto al que el sustantivo trae en su propio significado: llamamos guerra humanitaria a la guerra disfrazada de «ayuda» a la gente a la que se masacra; de «lucha armada» o «banda armada» en vez de «terrorista» igualando moralmente a ambas partes; o daños colaterales a la muerte de civiles, lo que acalla nuestra conciencia —«son inevitables» puede pensarse— y se acepta esta nueva terminología pues mitiga nuestra sed de justificación. Y si el objeto de lo políticamente correcto, en su versión bien intencionada es ser referente y espejo de aquellos logros sociales, políticos…, en cuanto a libertad, igualdad y fraternidad, es manifiesto que solo puede darse cuando vienen acompañados de la necesidad de fomentar cierta educación y cultura para poder evaluar y saber qué puede ser ofensivo, en qué ideas hay consenso, qué valoraciones conlleva, para poder emitir juicios y adoptar actitudes y acciones, evitando acabar por convertirse en la obsesiva ocultación de la realidad y, en su caso, en una persecución maniqueísta. A raíz de esto surge otro de los peligros en que puede caer lo políticamente correcto —y que suelen contar los humoristas, pero que puede afectar a cualquiera—: La limitación de la libertad de expresión y conciencia, además de la de información. Durante la Dictadura en España, se vieron forzados a recurrir a «eufemismos» para superar la censura, y hoy se ven, en plena Democracia, en una situación similar, al tener que utilizar mecanismos análogos, evitando ser sometidos a aislamiento y descrédito social. Bajo el escrutinio que hace lo políticamente correcto de quienes son los buenos, quienes los malos: En definitiva acaba por convertirse en elemento discriminatorio, determinando a quien se debe fomentar, elevar y a quien silenciar, cuando no desterrar al olvido. El uso del lenguaje como medio de cambio. Decía Michel Foucault que «el orden del discurso es independiente pero no autónomo del orden de lo real». Lo «políticamente correcto» se ha relacionado con dos movimientos filosóficos: la Escuela de Frankfurt y la Asociación Americana de Antropología, uno de cuyos miembros, Edward Sapir, junto con el antropólogo Whorf, formuló la hipótesis Sapir-Whorf, por la «que toda lengua conlleva una visión específica de la realidad y que, por tanto, determina el lenguaje corrige las mentalidades y, por esta vía, cambia la realidad»2. Esto se pone en duda actualmente, y se observa que la acción política tan solo queda en un cambio de términos, generalmente generados desde arriba, pero que no conlleva esa acción sobre las causas que lo generan. 2
«El lenguaje (políticamente) correcto», lección inaugural del Curso 2006-2007 de la Universidad de Oviedo, pronunciada por José Antonio Martínez, Catedrático de Lengua Española de dicho centro.
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Suele ser un medio de dar una «imagen» determinada y, mejor aún, aparentar una cierta conducta. Por lo general, es mostrar el retrato de lo que se quiere hacer ver, y evitar un espacio de crítica hacia lo que se esta haciendo: ¿Quién se cree capaz de criticar una guerra que se califica «humanitaria»? ¿Cómo ver un grave problema humano cuando definimos como reajuste laboral —quien no reajusta un canal de televisión para verlo mejor— lo que es la situación de paro a la que se avoca a muchos trabajadores? ¿O por qué denominar, se este o no a favor, interrupción del embarazo lo que es un aborto? ¿Por qué llamar limpieza étnica a la matanza racista? La respuesta es que tratamos de evitar ver estas cuestiones cara a cara, en vez de aterrizar sobre ellas desde los complejos factores y efectos que encierran. Cambiando la denominación es como si la limpiáramos de lo «feo» a lo que no queremos acercarnos. A modo de conclusión podemos coincidir con que debe evitarse la presentación que se hace de lo políticamente correcto con argumentos inocentes y de fácil asimilación. Su supuesta inocencia y la facilidad de asimilación que conlleva —véase sino como se oyen los lemas y etiquetas en el argot cotidiano— deben ser contrarrestado con fundamentos. El hablar «como si» se pensara y se actuara de verdad, no resuelve los conflictos, tan solo se van amansando, apaciguando. Para evitar que pierda la fuerza de impulso que tiene, no puede dejarse llevar por la sumisión indolora y callada a los sentimientos y opiniones generalizados. Incluso puede, inconscientemente, llegar a convertir una circunstancia en un estigma, persistiendo en la situación de discriminación, de miedo. Un ejemplo: se afirma que precisamente hoy, cuando esta mal visto el hecho de usar el termino «gordo», la sociedad que estigmatiza a quien lo dice, por otro lado parece rechazar a los que dice respetar, fomentando la obsesión por el cuerpo, por la belleza, el culto a la cirugía estética, desfiles de moda que exaltan la delgadez extrema, con aumento de los casos de anorexia,… de todo menos aceptar a las personas en su condición: sean flacas, gordas, o atléticas. Se nos evidencia que lo políticamente correcto no puede escapar de la crítica y reflexión, a pesar de las buenas intenciones que pudiera encerrar. Para no caer en los excesos se nos hace necesario estudiar las grandes categorías que lo influencian y condicionan, especialmente en la acción política. Además, sin puntos de divergencia no podremos ejercitarnos ni avanzar en la comprensión política —que nada tiene que ver con el relativismo— y nos será difícil entender las causas y efectos que generan la discriminación, ni pondremos entender los complejos factores que subyacen en los problemas sociales que se afirma defender y proteger. Habrá de buscarse la fundamentacion que se esconde detrás de lo políticamente correcto y denunciar cuando se nos inocule un mensaje cuyo contenido encierre algo similar a esto: «No te preocupes, nosotros ya pensamos por ti». Si nos dicen que basta con cambiar términos, mejor será mejor que despertemos, para evitar el veneno de la desidia y el silencio cómplice.
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