Lección 3
La misionera inesperada Sábado 11 de julio Los leprosos de Israel fueron pasados por alto en tiempo de Elíseo. Pero Naamán, noble pagano que había sido fiel a sus convicciones de lo recto y había sentido su gran necesidad de ayuda, estaba en condición de recibir los dones de la gracia de Dios. No solamente fue limpiado de su lepra, sino también bendecido con un conocimiento del verdadero Dios. Nuestra situación delante de Dios depende, no de la cantidad de luz que hemos recibido, sino del empleo que damos a la que tenemos. Así, aun los paganos que eligen lo recto en la medida en que lo pueden distinguir, están en una condición más favorable que aquellos que tienen gran luz y profesan servir a Dios, pero desprecian la luz y por su vida diaria contradicen su profesión de fe (El Deseado de todas las gentes, pp. 205, 206). No sabemos en qué ramo de actividad serán llamados a servir nuestros hijos. Pasarán tal vez su vida dentro del círculo familiar; se dedicarán quizá a las vocaciones comunes de la vida, o irán a enseñar el evangelio en las tierras paganas. Pero todos por igual son llamados a ser misioneros para Dios, dispensadores de misericordia para el mundo. Han de obtener una educación que les ayudará a mantenerse de parte de Cristo para servirle con abnegación. Mientras los padres de aquella niña hebrea le enseñaban acerca de Dios, no sabían cuál sería su destino. Pero fueron fíeles a su cometido; y en la casa del capitán del ejército sirio, su hija testificó por el Dios a quien había aprendido a honrar (Profetas y reyes, p. 185). La obra de Cristo al purificar al leproso de su terrible enfermedad es una ilustración de su obra de limpiar el alma de pecado. El hombre que se presentó a Jesús estaba “lleno de lepra”. El mortífero veneno impregnaba todo su cuerpo. Los discípulos trataron de impedir que su Maestro le tocase; porque el que tocaba un leproso se volvía inmundo. Pero al poner su mano sobre el leproso, Jesús no recibió ninguna contaminación. Su toque impartía un poder vivificador. La lepra fue quitada. Así sucede con la lepra del pecado, que es arraigada, mortífera e imposible de ser eliminada por el poder humano. “Toda cabeza está enferma, y todo corazón RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa ilesa, sino herida, hinchazón y podrida llaga”. Pero Jesús, al venir a morar en la humanidad, no se contamina. Su presencia tiene poder para sanar al pecador. Quien quiera caer a sus pies, diciendo con fe: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”, oirá la respuesta: “Quiero: sé limpio”. En algunos casos de curación, Jesús no concedió inmediatamente la bendición pedida. Pero en el caso del leproso, apenas hecha la súplica fue concedida. Cuando pedimos bendiciones terrenales, tal vez la respuesta a nuestra oración sea dilatada, o Dios nos dé algo diferente de lo que pedimos, pero no sucede así cuando pedimos liberación del pecado. Él quiere limpiamos del pecado, hacemos hijos suyos y habilitamos para vivir una vida santa (El Deseado de todas las gentes, pp. 231, 232). Domingo 12 de julio: Tenía todo... pero Dios manda pruebas para saber quiénes permanecerán fieles cuando se hallen expuestos a la tentación. Coloca a cada uno en situaciones difíciles para ver si confiará en una potencia superior. Cada uno posee rasgos de carácter todavía ignorados y que deben ser puestos en evidencia por la prueba. Dios permite que aquellos que confían en sí mismos sean gravemente tentados, a fin de que puedan comprender su incapacidad. Cuando sobrevienen pruebas; cuando vemos delante de nosotros, no una gran prosperidad, sino, por el contrario, una situación que exige algún sacrificio de parte de todos, ¿cómo recibimos las insinuaciones de Satanás de que nos esperan momentos extremadamente penosos? Si escuchamos lo que él nos sugiere, perderemos nuestra confianza en Dios. En un tiempo tal... Debemos juntar las pruebas de las bendiciones del cielo, las bendiciones ya recibidas de lo alto, y decir: “Señor, creemos en ti” (Testimonios para la iglesia, tomo 7, pp. 201, 202). Cuando lleguen las pruebas, recordad que éstas son enviadas para vuestro bien... Cuando las pruebas y tribulaciones os aflijan, recordad que fueron enviadas para que pudierais recibir renovada fuerza y mayor humildad de manos del Señor de la gloria, a fin de que él pudiera bendeciros libremente y apoyaros y sosteneros. Con fe y con la esperanza “que no avergüenza”, aferraos a las promesas de Dios. ¡Qué bueno es el Señor con nosotros! ¡Con cuánta seguridad podemos confiar en él! Él nos llama sus hijitos. Acudamos pues a él como un Padre cariñoso. El desea que los brillantes rayos de su justicia irradien de nuestro rostro, palabras y acciones. Si nos amáramos unos a otros como Cristo nos amó, desaparecerían las vallas que nos separan de Dios y muchos obstáculos que impiden que el Espíritu de Dios fluya de un corazón a otro... Confiad en él con todo vuestro corazón. Él os llevará junto con vuestras cargas (Meditaciones matinales 1952, p. 190). 20
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Llamo vuestra atención a estas bendiciones que provienen de la dadivosa mano de Dios. Que las frescas glorias de cada nueva mañana despierten en vuestros corazones la alabanza por estas expresiones de amoroso cuidado. Pero si nuestro bondadoso Padre celestial nos ha dado tantas cosas para fomentar nuestra felicidad, también nos ha dado bendiciones inesperadas. Él comprende las necesidades del hombre caído; y mientras que nos ha dado provechos por un lado, por otro hay inconveniencias cuyo propósito es estimulamos para usar la capacidad que él nos ha dado. Estas inconveniencias desarrollan en nosotros el esmero, la perseverancia y el valor. Hay males que el hombre puede aminorar, pero que nunca puede eliminar. Ha de vencer los obstáculos y forjar su ambiente en lugar de ser amoldado por ellos. Tiene lugar suficiente para ejercitar sus talentos y extraer orden y armonía de la confusión. Al hacer esta obra puede disfrutar de la ayuda divina, si la reclama. No se le deja luchar con las tentaciones y pruebas con sus propias fuerzas. Aquel que es poderoso es capaz de ayudar. Jesús dejó las mansiones reales del cielo y sufrió y murió en un mundo degradado por el pecado con el fin de enseñarle al hombre cómo pasar por las luchas de la vida y vencer sus tentaciones. He ahí un ejemplo para nosotros (Testimonios para la iglesia, tomo 5, p. 292). Lunes 13 de julio: Una testigo inesperada Por medio de estas palabras de Cristo logramos tener una idea de lo que significa el valor de la influencia humana. Ha de obrar juntamente con la influencia de Cristo, para elevar donde Cristo eleva, para impartir principios correctos y para detener el progreso de la corrupción del mundo. Debe difundir la gracia que solo Cristo puede impartir. Debe elevar y endulzar las vidas y los caracteres de los demás, mediante el poder de un ejemplo puro unido a una fe ferviente y al amor. El pueblo de Dios ha de ejercer un poder reformador y preservador en el mundo. Debe contrarrestar la influencia corruptora y destructora del mal... La obra del pueblo de Dios en el mundo consiste en refrenar el mal, en elevar, ennoblecer y purificar a la humanidad. Los principios del amor, de la bondad y la benevolencia deben desarraigar cada fibra de egoísmo que ha impregnado toda la sociedad y corrompido a la iglesia... Si los hombres y las mujeres quieren abrir sus corazones a la influencia celestial de la verdad y del amor, estos principios fluirán de nuevo, como corrientes en el desierto, refrigerándolo todo, y produciendo frescura donde ahora hay solo esterilidad y hambre. La influencia de los que siguen el camino del Señor será tan abarcante como la eternidad. Llevarán consigo la alegría de la paz celestial como un poder permanente, refrigerante e iluminador (La maravillosa gracia de Dios, p. 124). No solo desde el pulpito han de ser los corazones humanos conmoRECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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vidos por la verdad divina. Hay otro campo de trabajo, más humilde tal vez, pero tan plenamente promisorio. Se halla en el hogar de los humildes y en la mansión de los encumbrados; junto a la mesa hospitalaria, y en las reuniones de inocente placer social... Dondequiera que vayamos, debemos llevar a Jesús con nosotros, y revelar a otros cuan precioso es nuestro Salvador. Pero los que procuran conservar su religión ocultándola entre paredes pierden preciosas oportunidades de hacer bien. Mediante las relaciones sociales, el cristianismo se pone en contacto con el mundo. Todo aquel que ha recibido la iluminación divina debe alumbrar la senda de aquellos que no conocen la Luz de la vida. Todos debemos llegar a ser testigos de Jesús. El poder social, santificado por la gracia de Cristo, debe ser aprovechado para ganar almas para el Salvador. Vea el mundo que no estamos egoístamente absortos en nuestros propios intereses, sino que deseamos que otros participen de nuestras bendiciones y privilegios. Dejémosle ver que nuestra religión no nos hace faltos de simpatía ni exigentes. Sirvan como Cristo sirvió, para beneficio de los hombres, todos aquellos que profesan haberle hallado (El Deseado de todas las gentes, pp. 126, 127). Martes 14 de julio: Elíseo, el profeta Los primeros años de la existencia del profeta Elíseo transcurrieron en la quietud de la vida campestre bajo la enseñanza de Dios y la naturaleza, y la disciplina del trabajo útil. En una época de apostasía casi universal, la familia de su padre se contaba entre los que no habían doblado la rodilla ante Baal. En ese hogar se honraba a Dios, y la fidelidad al deber era la norma de la vida diaria. Como hijo de un rico agricultor, Elíseo había echado mano del trabajo que tenía más cerca. Aunque poseía aptitudes para dirigir a los hombres, se lo instruyó en los deberes comunes de la vida. A fin de dirigir sabiamente, debía aprender a obedecer. La fidelidad en las cosas pequeñas lo preparó para llevar responsabilidades mayores. Aunque era dócil y manso, Elíseo poseía también energía y firmeza. Abrigaba el amor y el temor de Dios, y de la humilde rutina del trabajo diario obtuvo fuerza de propósito y nobleza de carácter, y creció en la gracia y el conocimiento divinos. Mientras cooperaba con su padre en los trabajos del hogar, aprendía a cooperar con Dios (Reflejemos a Jesús, p. 328). Al transcurrir el tiempo y estar preparado Elías para la traslación, también Elíseo estaba listo para ser su sucesor. Nuevamente fueron probadas su fe y su resolución. Mientras acompañaba a Elías en su gira de servicio, sabiendo que la traslación del profeta estaba próxima, éste en todos los lugares lo invitaba a que se volviera. “Quédate ahora aquí — decía Elías— porque Jehová me ha enviado a Bet-el”. Pero al manejar el 22
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arado, Elíseo había aprendido a no ceder ni desanimarse, y entonces, al poner la mano en el arado en otro ramo de trabajo, no quería que nadie lo desviara de su propósito. Tan pronto como se le decía que se volviera, respondía: “Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré”. “Fueron, pues, ambos... Y ellos dos se pararon junto al Jordán. Tomando entonces Elías su manto, lo dobló, y golpeó las aguas, las cuales se apartaron a uno y a otro lado, y pasaron ambos por lo seco. Cuando habían pasado, Elías dijo a Elíseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí. Él le dijo: Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será hecho así; mas si no, no. Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino... A partir de ese momento, Eliseo ocupó el lugar de Elías. Y el que había sido fiel en lo poco, demostró ser fiel en lo mucho... La lección es para todos. Nadie puede saber cuál será el propósito de la disciplina de Dios, pero todos pueden estar seguros de que la fidelidad en las cosas pequeñas es evidencia de la idoneidad para llevar responsabilidades más grandes. Cada acto de la vida es una revelación del carácter, y solo aquel que en los pequeños deberes demuestra ser “obrero que no tiene de qué avergonzarse”, será honrado por Dios con responsabilidades mayores (La educación, pp. 59-61). Miércoles 15 de julio: La curación de Naamán Naamán el sirio consultó al profeta de Dios acerca de cómo podía curarse de una enfermedad repugnante: la lepra. Se le ordenó ir y bañarse en el Jordán siete veces. ¿Por qué no siguió inmediatamente las instrucciones de Elías, el profeta de Dios?... A causa de su mortificación y decepción tuvo un rapto de cólera, y furiosamente rehusó seguir el humilde procedimiento que le había señalado el profeta de Dios. “He aquí”, dijo, “yo decía para mí: Saldrá él luego y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado”. Su criado dijo: “Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio? Sí, ese gran hombre consideraba que estaba por debajo de su dignidad ir al humilde río Jordán y lavarse. Los ríos que había mencionado y deseado se veían embellecidos por los árboles y sotos de sus riberas y había ídolos en esos sotos. Muchos acudían a esos ríos para adorar las estatuas de sus dioses; por lo tanto, eso no hubiera significado ninguna humillación para él. Pero el cumplimiento de las directivas específicas del profeta hubiera humillado su espíritu orgulloso y altivo. La obediencia RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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voluntaria traería el resultado deseado. Se lavó y quedó sano (Conflicto y valor, p. 229). En todos los países hay ahora personas sinceras de corazón, sobre las cuales brilla la luz del cielo. Si perseveran con fidelidad en lo que comprenden como deber suyo, recibirán más luz, hasta que, como Naamán antiguamente, se vean constreñidas a reconocer que “no hay Dios en toda la tierra”, excepto el Dios vivo, el Creador. A toda alma sincera “que anda en tinieblas y carece de luz,” se da la invitación: “Confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios.” (Isaías 50:10) (Profetas y reyes, p. 189). Lo que se necesita es el amor de Cristo en el corazón. El yo necesita ser crucificado. Cuando el yo se sumerge en Cristo, brota espontáneamente el verdadero amor. No es una emoción ni un impulso, sino una decisión de una voluntad santificada. No consiste en sentimientos, sino en la transformación de todo el corazón, el alma y el carácter, que están muertos al yo y vivos para Dios. Nuestro Señor y Salvador nos pide que nos entreguemos a él. La entrega del yo a Dios es todo lo que él exige: que nos entreguemos a él para ser empleados como él lo vea conveniente. Hasta que no lleguemos a este punto de entrega, no trabajaremos con gozo, utilidad ni éxito en ninguna parte (Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1100, 1101). Jueves 16 de julio: Un creyente nuevo En el nuevo nacimiento el corazón viene a quedar en armonía con Dios, al estarlo con su ley. Cuando se ha efectuado este gran cambio en el pecador, entonces ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la santidad, de la transgresión y rebelión a la obediencia y a la lealtad. Terminó su antigua vida de separación con Dios; y comenzó la nueva vida de reconciliación, fe y amor. Entonces “la justicia que requiere la ley” se cumplirá “en nosotros, los que no andamos según la carne, sino según el espíritu” (Romanos 8:4, V.M.). Y el lenguaje del alma será “¡Cuánto amo yo tu ley! todo el día es ella mi meditación” (Salmo 119: 97). “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma.” (Salmo 19:7, V.M.). Sin la ley, los hombres no pueden formarse un justo concepto de la pureza y santidad de Dios ni de su propia culpabilidad e impureza. No tienen verdadera convicción del pecado, y no sienten necesidad de arrepentirse. Como no ven su condición perdida como violadores de la ley de Dios, no se dan cuenta tampoco de la necesidad que tienen de la sangre expiatoria de Cristo. Aceptan la esperanza de salvación sin que se realice un cambio radical en su corazón ni reforma en su vida. Así abundan las conversiones superficiales, y multitudes se unen a la iglesia sin haberse unido jamás con Cristo (El conflicto de los siglos, pp. 521, 522). 24
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La bondad y la paciencia de Dios, su amor sacrificado por los hombres pecadores, deben conducir a todos aquellos que disciernen su gracia a manifestar lo mismo, a dar liberalmente simpatía para otros. El admirable ejemplo de la vida de Cristo, la inigualable ternura con la cual él se aproximó a los sentimientos del alma oprimida, llorando con el que lloraba, gozándose con el que se gozaba en su amor, deben tener una profunda influencia sobre el carácter de todos los que aman a Dios y guardan sus mandamientos. Deben dar simpatía, no de mala gana sino liberalmente; mediante palabras y actos bondadosos, deben procurar que el camino resulte tan fácil para los pies cansados como desean que sea el camino para sus propios pies. Cuando recibimos diariamente y cada hora la bendición de Dios, no podemos hacer menos para manifestar nuestra gratitud que tener un interés bondadoso y generoso en aquellos por quienes Cristo murió. ¿Tenemos bendiciones? Sí, las tenemos. Bueno, Cristo dice, compartidlas con otros, no con unos pocos favorecidos, sino con todos aquellos con quienes nos relacionamos. Debemos dar gracia por gracia (Nuestra elevada vocación, p. 185). Viernes 17 de julio: Para estudiar y meditar Profetas y reyes, pp. 184-189.
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