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ENFOQUES
I
Domingo 7 de marzo de 2010
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| Humor |
Cameron Cardow / The Ottawa Citizen, de Canadá –La cobertura mediática del terremoto chileno, al igual que el flujo de ayuda internacional, serán menores que lo que se ha visto después del terremoto haitiano debido a la percepción de que los chilenos están mejor que ellos...
Paresh Nath / The Khaleej Times, de Emiratos Arabes Unidos La exploración petrolífera en Malvinas, fuente de conflicto entre la Argentina y Gran Bretaña.
Patrick Chappatte / Le Temps, de Ginebra, Suiza La crisis financiera en Grecia –Quisiera cambiar mis euros griegos por euros alemanes.
La dos
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| Punto de vista |
| Sin palabras por Alfredo Sábat |
| Catalejo |
La medición del ánimo destituyente
Un crack sin ninguna camiseta
PABLO MENDELEVICH
HERNAN CASCIARI
PARA LA NACION
PARA LA NACION
Es increíble hasta dónde ha llegado la tecnología. Cada vez que escribo la palabra destituyente, la computadora me la subraya en rojo con una línea ondulante que, si bien (todavía) no titila, produce angustia. Muchos creen que el subrayado avisa que destituyente no es un término aceptado por la Real Academia ni por su superior inmediato, Bill Gates. Pero en la Argentina del Bicentenario es inevitable pensar que nadie pierde el tiempo con alertas semánticas habiendo alerta institucional. Véase que todo se ha vuelto institucional: el fundamento de la oposición para unirse, el motivo de la Presidenta para avisar que piensa desconocer los fallos judiciales (sólo cuando sean adversos), el resguardo de las reservas y también la necesidad de manotearlas para pagar deuda. Las motivaciones, eso da orgullo, son todas institucionales. Lo que complica las cosas es que los mismos que hasta cuando piden un café con leche velan por nuestras instituciones advierten que el peligro destituyente acecha. El Gobierno cree que entre los opositores abunda el ánimo destituyente y los opositores sospechan que el Gobierno tiene ánimo autodestituyente. De modo que lo institucional y lo destituyente son como un virus y un antivirus que circulan tomados de la mano. Destituyente ya es una palabra tensa: suena a constituyente, que es el redactor de una constitución, un demócrata, se supone, pero lo que se quiere decir parece que es justo todo lo contrario, no se trata del que anda con ganas de escribir una constitución sino de quien está ansioso por guardarla. El problema es que en su intenso uso oficial este neologismo no califica a personas sino al ánimo que esas personas tienen. Es una tarea titánica la de medir ánimos. Ya bastante difícil le resulta al Gobierno medir los precios, no los precios de los opositores sino los del supermercado, cuya quietud adormece a quienes deben considerar su evolución. Medir ánimos tiene dos problemas adicionales. Uno, como el ánimo no es aritméticamente mensurable, hay que escarbar en el alma del sospechoso y descubrir si no tiene oculta toda la porquería destituyente incluso sin darse cuenta. Pero, claro, si para ello se utilizan recursos demoscópicos, no es lo mismo preguntar si le gustaría que la Presidenta aumente la cantidad de discursos diarios para la mejor comprensión de su pueblo que preguntar si está de acuerdo con que el Gobierno cumpla con su mandato constitucional y afronte sus responsabilidades hasta diciembre de 2011. El otro problema es que el ánimo suele ser asociado con la energía, de modo que su tenencia tiene resonancias positivas, mientras que querer destituir a los gobernantes en una democracia es peor que pegarle a la madre. De modo que el ánimo destituyente sería algo tan paradójico como una esperanza destructiva o una ilusión depredadora. En cualquier caso, como al Gobierno las mediciones le dan que el ánimo destituyente desborda en los poderes judicial y legislativo, ya encontró el remedio: dos cucharadas de Ignorol cada mañana. No confundir con el jarabe que toman los opositores. Ese es Indignol.
BARCELONA Pobre Messi. Esta semana, después del partido con Alemania en Munich, la prensa española tituló con mala leche: “Argentina hunde a Messi”. Que en idioma más neutro sería decir que un equipo gris no deja lucir al niño mimado, a la luz de sus ojos. Es paradigmático lo que ocurre con este futbolista en sus dos países, el de origen y el de residencia: la gente tiene celos en relación a su imagen. En España, tienen celos de que su camiseta sea albiceleste y no roja. Se sienten como esos padres adoptivos que aman demasiado y no desean que el hijo quiera saber quiénes son los biológicos, ni juntarse con ellos a conversar. En la Argentina, en cambio, se piensa que el muchacho sólo pone garra cuando juega en el club catalán. Pobre Messi. Su culpa es haber tenido trece años justo en la época triste de la transición deportiva, cuando empezaba a despuntar la tendencia de los países ricos, esa tendencia que hoy ya es moneda corriente: la de comprar a niños de países pobres sin dejarlos jugar en casa. El de Messi es el primer caso importante, pero será el primero de muchos. Antes no era así. Mario Kempes se fue al Valencia en 1976 (con veintidós años), pero antes se cansó de hacer goles en Rosario Central. En nuestro imaginario, Kempes tiene una camiseta canalla. Maradona emigró al Barcelona también con veintidós años; antes jugó en dos equipos argentinos y en un Mundial. Maradona tendrá siempre la camiseta de Boca. Crespo, la de River. Batistuta, la de Ñuls. Messi no tiene ninguna camiseta argentina debajo de la casaca de la selección nacional. Y el inconsciente colectivo no se lo perdona, como si la culpa fuera de él. Nadie parece darle importancia a dos detalles. El primero: Messi hace ya más de diez años que vive en España (en Cataluña) y todavía no se le ha marcado el acento español. Ni por asomo. Habla en argentino y, si se le presta atención, se diría que hasta en rosarino. Muchos de nosotros –que llevamos aquí el mismo tiempo o menos– sabemos el esfuerzo que hay que hacer para mantener la raíz del voseo, del yeísmo, del insulto bronco y de la criollada. Es un dato menor en las estadísticas del fútbol, pero es un pequeña heroicidad de entrecasa que debería pesar en la balanza del patriotismo que se le niega. El segundo detalle es la serenidad con que lleva este tire y afloje; los dos países que lo celan y lo vigilan, esos dos matrimonios (el biológico y el de adopción), parecen no darse cuenta de la edad del chico. Messi nació un año después que Maradona hiciera el gol a los ingleses. Es una criatura. Y no se queja del histerismo que reina en las dos familias. No parece traumatizado. Todavía no lo hemos visto patalear. Tenía once años cuando River lo rechazó, después de detectarle una enfermedad hormonal. Y tenía trece cuando el Barcelona decidió hacerse cargo de sus problemas de crecimiento. En ese tiempo, Messi perdió definitivamente la opción a una camiseta de club argentino que lo identificase para siempre. Es el primero de muchos cracks nacionales que no tendrá una identidad anterior a la selección. Que será señalado por falta de nacionalidad. Somos unos padres desastrosos.
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| Prisma |
La incapacidad de síntesis ENRIQUE VALIENTE NOAILLES PARA LA NACION
Nos hemos convertido en un país que sólo admite tesis y antítesis, pero que parece completamente incapaz de una síntesis. Un país de afirmaciones inquebrantables, de negaciones sucesivas de esas afirmaciones, y de imposibilidad para integrar y superar ambas cosas. Un país en el que flexibilizar una posición o negociar es leído como perder. Nuestro desarrollo está detenido en este punto muerto, en este agujero negro del presente que absorbe por adelantado todo futuro. ¿No sabe nuestra clase política que necesitamos ahora mismo una visión estratégica para los próximos veinte o treinta años? ¿No sabe que necesitamos políticas de Estado que permanezcan más allá de los gobiernos que accedan al poder? ¿Cómo vamos a combatir la pobreza, una de las prioridades esenciales de nuestra sociedad para los próximos años, si nuestras herramientas conceptuales son ya notoriamente pobres e indigentes? ¿Cómo lograremos una comunidad que al unísono progrese si estos son los términos
en que planteamos nuestra convivencia? Y, en particular, ¿vamos a estar dos años más suspendidos en este estado? La incapacidad para la síntesis logra un extraño fenómeno: que la sumatoria de inteligencias individuales dé como resultado una inoperancia colectiva. Pero el Gobierno tiene una responsabilidad primaria en haber llegado a esta situación. Ha logrado contaminar todo el espectro político con su instransigencia mental. No querer dialogar cuando uno tiene mayoría política cómoda es necedad, aunque una elección posible. Pero no querer dialogar cuando se está en minoría y las circunstancias obligan a ello es simplemente saltar el cerco de la realidad. Que en un país democrático y republicano el Poder Ejecutivo desobedezca y agravie abiertamente a los jueces y al Congreso, que se use la inauguración de las sesiones ordinarias como cortina de humo para acelerar la extracción de las reservas del Banco Central, que en la inauguración de las sesiones se anuncie un decreto de necesidad y urgencia que sortea lo que está siendo inaugurado, que se simule la apertura de sesiones, cuando
en realidad se transmite una voluntad de clausura, todo ello sólo puede darse a la vista de todos cuando la noción de realidad se debilita. Lejos de la dicotomía planteada entre lo real y lo virtual, el kirchnerismo ha entrado de lleno en su fase hiperreal. Si la hiperrealidad puede ser definida como lo más real que lo real, el kirchnerismo ha ingresado en la zona en que la inflexibilidad de su estilo lo está llevando al grotesco. Tanto como las alusiones a lo destituyente que, por su inverosimilitud y recurrencia, se asemejan más a un deseo que a un temor. El kirchnerismo ha demostrado a la fecha una completa falta de capacidad de adaptación a la realidad. Desde el 28 de junio ha desatado un furioso subrayado de sus propias características, cosa que lo está convirtiendo en una parodia de sí mismo, en un simulacro. Este modelo, lamentablemente, se está contagiando a nuestra democracia, sobre cuyas formas nos vemos inclinados, visualizando sus poros, contando sus pliegues, atentos a los ardides, votos y vericuetos reglamentarios, mientras su sentido de fondo está siendo eclipsado.
© LA NACION