PAREJA IDEAL. Las obras de Enrique Salvatierra (Pensamientos dispersos, arriba) y las de Manuela Rasjido (Mundo Paracas, der.) se enriquecen mutuamente JUAN BATALLA. Sin título, ensamblaje de caucho sobre madera, de la serie Lo otro, 2010
adnJUAN BATALLA (Buenos Aires, 1967) Artista autodidacta, realiza esculturas con caucho e instalaciones. Comenzó a exhibir sus obras en 2001. Expuso en Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Salta y Bogotá. Curó muestras en el Centro Cultural Ricardo Rojas y en el Museo Blanes (Uruguay) y codirige, con Dany Barreto, la editorial Colección Arte Brujo
que simulan jarrones chinos, cubiertos completamente de enramadas coloridas y pájaros hieráticos. Estos jarrones evocan las chinoiseries que abundan en los hogares de la pampa bonaerense. Los jarrones chinos señalan la cultura en el espacio campestre: el reino de lo natural civilizado. Es decir, el triunfo de la cultura sobre la naturaleza. Sobre esos jarrones de cartón y sobre lienzos y papeles, Anzizar pega sus pájaros recortados, lianas enroscadas, vegetales rosados, verdes pastel, celestes más brillantes que el cielo de la primavera. Borda y cose, como un aplicado alumno de corte y confección. Así construye –confiesa y recorta– su paraíso natural, completamente poetizado. Su orden es un caos: todo está por acontecer, como en el momento inicial. Su reino natural (sus pájaros perfectos, sus ramas barrocas) no es el mundo congelado de la razón sino el universo danzarín de la fiesta: el lugar en el que las aves trinan. En el jardín de la galería, Juan Bata-
lla exhibe tres esculturas. Es el pasaje a la tercera dimensión de los seres bidimensionales que poblaron su muestra Rinoceronte. Son objetos abstractos, cuya corporeidad sugiere la fuerza animal, el desenfreno natural y la fortaleza secreta, para nada ostentosa, del que se sabe poderoso. Batalla trabaja con caucho (llantas de bicicleta, en este caso). En cada una de las tres esculturas hay una vibración distinta. Si bien el material impone su presencia en todas ellas (y las hermana por la “piel”), las diferencias de forma y de tratamiento las vuelve singulares. Dos de las esculturas están pintadas: una, parcialmente de rojo, y la otra, de plateado. La escultura desnuda, aquella cuya piel de caucho no recibió ningún ropaje y que exhibe impúdica su desnudez feliz, es la más potente: se integra al jardín con la violencia sutil de una planta. De manera completamente diversa, Anzizar y Batalla producen íconos multifacéticos. Por un lado, trabajan con emblemas de lo natural, de la vida en estado salvaje o de las potencias salvajes de la vida. Por el otro, sus obras demuestran el sinsentido de la división naturaleza-cultura: son los versos de un soneto inconcluso que invita al espectador a continuarlo. Como los luminosos pájaros de Anzizar, los monstruos gloriosos de Batalla son metáforas espléndidas de la vida: es lo natural cuando se lo ha poetizado. © LA NACION
FICHA. Urban Birdwatching, de José Luis Anzizar, y esculturas de Juan Batalla, en Elsi del Río (Humboldt 1510), hasta el 3 de septiembre
LA FUERZA DE LA IDENTIDAD POR DANIEL GIGENA De la Redacción de La Nacion
a pareja no sólo artística conformada por Manuela Rasjido (Santa María, Catamarca) y Enrique Salvatierra (San Miguel de Tucumán) ofrece en el Museo Enrique Sívori una muestra conjunta que amalgama diseño, moda, pintura, escultura y un fino sentido de la puesta en escena, que trasciende el concepto algo estático de “curación”. El vuelo de las raíces reúne varias prendas, vestidos y ponchos diseñados y realizados por Manuela Rasjido, especialista en las técnicas ancestrales del hilado, teñido y tejido en telar. Sus trabajos, verdaderos objetos artísticos, conjugan el paisaje andino y la cultura de la región con un diálogo con la moda internacional (por ejemplo, en la serie Mundo Paracas) y las artes visuales. Hojas, flores, cortezas y otros elementos de la naturaleza conviven en sus prendas con una renovada lectura del movimiento De Stijl que, en los últimos tiempos, ha sido reivindicado por artistas tan dispares como los White Stripes, Álvaro Siza y Gerrit Rietveld. La artista catamarqueña retoma rasgos icónicos y semánticos de la cultura wari: distorsiones geométricas, sustituciones y armonía de colores, a los que aplica una estilización formal que presta a los vestidos, iluminados de modo cenital, el aspecto de trajes ceremoniales de alta costura. Un recorrido por su producción permite entrever también elementos teatrales,
L
un teatro de atemperado telurismo y modernidad. Tapices, esculturas, cerámicas, muebles, pinturas y esculturas, y las posibles combinaciones de estas formas entre sí, dan testimonio de la paciente y silenciosa labor de Enrique Salvatierra, artista tucumano residente en Santa María, provincia de Catamarca. Sus obras, de carácter monumental (170 x 185 cm, en promedio), representan el fondo adecuado para las siluetas severas de Rasjido, como valles y montañas plasmados en planos. Códigos de la civilización inca, como los kipus peruanos, se mezclan con menhires, o con petroglifos y pictografías del Noroeste argentino, entre lenguajes cifrados, arqueológicos, textiles y alfabéticos. El relieve en sus pinturas, la sutileza de las líneas en sus esculturas y el recurso “tipográfico” de los objetos incrustados en las obras mixtas (como Luna azul) transforman el paisaje, que incluye varios cielos enmarcados, en relato, historia, enunciado. Salvatierra asume en sus obras la dignidad despojada que en general se atribuye a las comunidades indígenas, así como el sueño de una identidad supranacional a la que aspiran los pueblos de América latina. © LA NACION
FICHA. El vuelo de las raíces, de Manuela Rasjido y Enrique Salvatierra, en el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori (Av. Infanta Isabel 555), hasta mañana
Sábado 14 de agosto de 2010 | adn | 23