La catarsis de Fukuma en la sociedad del autocontrol

Henry Kissinger, James Baker y Colin Powell. No están plantando lechuga en una huerta orgánica, sino que dan la primera palada simbólica del pozo donde ...
3MB Größe 9 Downloads 58 vistas
2

|

enfoques

| Domingo 7 De septiembre De 2014

planetario

El trabajo autónomo, otra cara de la desigualdad en el Reino Unido josefina salomón

PARA LA NACiON

LONDRES.– Es la palabra de moda en el Reino Unido: freelancer o “trabajador independiente”. En Londres, basta con dar una vuelta a la manzana para verlos: sentados en bares tipeando frenéticamente en sus computadoras, en las plazas dando clases de gimnasia, en las calles paseando perros y en cualquier otro lugar teniendo reuniones telefónicas. Trabajar “sin jefe” se ha hecho tan popular por estas tierras que Londres ya ha sido coronada la capital europea del trabajo autónomo. Según expertos, el cambio en el estilo laboral de los británicos ha, al menos en parte, causado una reducción en la tasa de desempleo, actualmen-

te en su punto más bajo desde 2008. Pero un informe publicado recientemente por el diario The Guardian revela que esta imagen de independencia esconde un mercado laboral cada vez más precario. Con un 40% de los empleos creados desde 2010 en manos de autónomos, una gran proporción de la población sobrevive sin saber cuándo cobrará y sin la posibilidad de tomarse un día libre. A ellos se les suman quienes no tienen más opción que trabajar por mucho menos del salario mínimo. Mientras tanto, los directivos de las empresas locales se mantienen entre los mejores pagos del mundo. Aunque no se vean, la pobreza y desigualdad están cada vez más presentes. ß

Los narcisistas: una especie con ventajas comparativas y en expansión juana libedinsky

PARA LA NACiON

NUEVA YORK.– Oficialmente, el libro sale la semana próxima, pero ya todo el mundo está hablando del tema. No es para menos. Nueva York tradicionalmente fue la ciudad por excelencia de quienes –para ser bien coloquiales– “se creen mil”, y es parte de la cultura imperante considerar que una buena dosis de ego es necesaria para triunfar. Hasta qué punto esto significa una epidemia de narcisismo lo explica Jeffrey Krueger en The Narcissist Next Door. Pero no todo es culpa de la sociedad: Krueger hasta da una explicación biológica sobre por qué los enamorados de sí mismos son una especie en expansión. Los narcisistas exitosos, sostiene,

tienen más relaciones sexuales que el resto, con lo cual estadísticamente es más probable que tengan hijos, o más hijos. Esto significa que el narcisismo, en su versión cotidiana y funcional, tiene una ventaja comparativa a la hora de encontrar una siguiente generación en la cual perpetuarse. Una psicóloga de la Universidad de British Columbia, citada por The Atlantic Monthly, subraya que cuando el narcisismo es patológico es difícil entender cómo no ha podido ser erradicado de la combinación genética. Pero cuando se trata del tipo cotidiano, es difícil considerar que algún día desaparecerá: después de todo, los narcisistas son particularmente buenos en replicarse a sí mismos. ß

La 2 punto de vista

La ilusión opositora del paraíso post-2015 Pablo Mendelevich —PARA LA NACiON—

L

a extinción de los golpes militares que permitió naturalizar el Estado de Derecho acabó con muchos males argentinos. Pero, al revés de lo que se esperaba, la inestabilidad institucional no estuvo entre ellos. Distintas corrientes ideológicas dieron por cierto en el siglo XX aquel razonamiento hidráulico según el cual la baja calidad de la democracia era por culpa del desmesurado poder militar. Si el sistema fracasaba –pensaban–, se debía a la abominable costumbre de sustituir votos por botas. Devino por eso cierta decepción una vez que las Fuerzas Armadas perdieron el papel de tutoría y arbitraje, y se logró, por fin, que los gobiernos civiles se sucedieran unos a otros. El mesianismo militar, asistido casi siempre por patas civiles, había sido un gran problema, pero no el único. Con los militares bien guardados, en más de treinta años de democracia no se pudo lograr una rutina institucional. Ni siquiera se logró que se sucedieran dos presidentes de distinto signo político y completaran sin parches ni emergencias sus mandatos constitucionales ordinarios. Emancipada del lastre golpista, la clase política –y también la sociedad– demostró que para practicar la imperfección se bastaba por sí misma. Talló con cincel de oro en la nueva Constitución la importancia de los partidos políticos y los partidos prácticamente desaparecieron del sistema. Acortó el mandato presidencial a cuatro años e instituyó un límite de ocho consecutivos y nacieron dos décadas de gobiernos peronistas de longevidad récord. Hizo ampulosos cambios institucionales para mitigar el cesarismo e irrumpió la república matrimonial con el poder concentrado más grande del que se tenga memoria. Lo curioso es que aquella visión maniquea dispuesta a endosarle todo a un único culpable parece hoy querer volver, no ya con relación a las Fuerzas Armadas, sino al kirchnerismo. Quizá campea en el ánimo opositor una difusa ilusión de que, ante la perspectiva cierta de que el ciclo gubernamental más largo de la historia argentina se acabe en diciembre de 2015, venga un futuro exento de fallas sistémicas y hasta de miserias. Como en su talle de doce años y medio el kirchnerismo impregnó todo con su particular estilo, entre algunos de sus críticos parece reverdecer la tentación de adjudicarle el monopolio de los males argentinos contemporáneos. Entusiasmo que también recuerda la sobrevaloración de la Alianza en la desembocadura de la década menemista. ¿Habrá algún lugar de la política dedicado a averiguar por qué los planes y los resultados no coinciden demasiado, más allá de lo que hubiera hecho o dejado de hacer desde 2003 el sector narcisista de la “década ganada”? ¿Por qué cabría esperar que los vicios políticos profundizados por el kirchnerismo desaparezcan en forma automática a partir de 2016 si muchos de ellos (desde el incremento patrimonial de quienes gobiernan hasta la impudorosa propaganda partidista con fondos públicos o las candidaturas testimoniales) aparecen legitimados por su expansión y acostumbramiento? A los kirchneristas en general les disgusta que se hable de fin de ciclo, pero, se confirma, en eso estamos. No sólo porque lo muestran el oficialismo fatigado y un liderazgo declinante, sino por insinuarse el retorno al imaginario colectivo de la secuencia infierno-salvación.ß

g Mano de obra barata Por Héctor M. Guyot | Foto Chip Somodevilla/AFP washingTon, 3 de sepTiembre de 2014. No hay en esta foto un error del reportero gráfico. La decisión de dejar las cabezas fuera de cuadro responde a una intención malévola: poner al descubierto que estos sujetos no saben cómo empuñar una pala. La toman con aprehensión, como si fuera un objeto desconocido caído del cielo. Agacharse también les cuesta. Pero nadie espera que caven hondo, pues su verdadera tarea es más sutil: evitar que el barro altere el brillo parejo de sus zapatos. Son gente que sabe que su negocio depende de preservar el capital simbólico. Y en eso están. Lo único real allí es la dura tierra en donde no consiguen hundir la pala. Todo lo demás es metódica construcción que el fotógrafo de

Humor

AFP vino a desbaratar con un encuadre subversivo. A los laboriosos trabajadores les falta músculo, pero son pesos pesados: allí están el actual secretario de Estado norteamericano, John Kerry, junto con otras figuras que lo precedieron en el cargo: Hillary Clinton, Madeleine Albright, Henry Kissinger, James Baker y Colin Powell. No están plantando lechuga en una huerta orgánica, sino que dan la primera palada simbólica del pozo donde se construirán los cimientos del U.S. Diplomacy Center en Washington, futuro museo y centro educativo. Si de ellos dependieran la segunda palada, ya real, y las siguientes, el país preservaría un espacio verde. Pero lo suyo no es la acción. Al menos,

no en la trinchera. Ellos están entre los que toman las decisiones. Cada vez más difíciles. Y por ellas han debido, cada uno a su turno, enterrar a sus muertos. Simbólicamente hablando, claro. No hay destreza en el modo en que toman la pala. Tampoco la hay en un presidente que da la patada inicial de un campeonato de fútbol. O que corta la cinta de una fábrica. O que rompe una botella contra la panza de acero de un transatlántico. Son obligaciones accesorias que les impone el poder. Un poder que ellos simbolizan, pero que está por encima. ¿Y si por una vez siguieran cavando hasta sacarse callos en las manos? ß

vidas prestadas

La catarsis de Fukuma en la sociedad del autocontrol Hinde Pomeraniec —PARA LA NACiÓN—

petar pismestrovic/ austria Demasiados focos de conflicto en un mundo al borde del estallido.

Joe heller/ estados Unidos Las celebridades norteamericanas, víctimas de la piratería en el sitio iCloud. –Esa se parece a una estrella de cine, esa a una cantante famosa, esa a una artista de TV...

D

esde muy joven, Yutaka Fukuma pasó varios años de su vida entrando y saliendo de clínicas psiquiátricas, sin conseguir dominar su adicción al alcohol. En uno de los peores momentos de su enfermedad, en medio de un llanto desgarrador su padre llegó a poner en sus manos una soga para que se ahorcara. Tiempo después, devastada por el sufrimiento, la esposa de Yutaka abortó su segundo embarazo para no traer al mundo un niño con un padre alcohólico. Fukuma no es un personaje de ficción, sino un diputado del opositor Partido Demócrata de Japón, quien contó su historia de vida, a la manera de catarsis, durante un acto político en Tottori, en junio pasado. Los japoneses tienen un vínculo tradicional con el alcohol, casi no hay restricciones y puede beberse mucho, en todas partes y a toda hora. No es que se beba más que en otros países, pero en esta cultura no hay una condena moral sobre el tema, sino todo lo contrario, ya que rechazar una invitación a un trago puede ser tomado como un insulto o, incluso, arruinar una carrera. No beber es visto como signo

de debilidad, y las reuniones con alcohol son casi requisitos laborales en una sociedad en la que, en promedio, la gente trabaja doce horas por día. El autocontrol es uno de los mayores valores para la cultura japonesa y el alcohol siempre pone esta “virtud” a prueba. No sólo se bebe con pares, sino que está bien visto beber con un cliente o con un jefe. Japón tiene incluso una palabra para esto: la nomunication, una asociación entre la palabra comunicación y el término nomu, que quiere decir “bebida”. Es durante estos momentos que las personas se dicen cosas que habitualmente no se dirían. Según una investigación del Pew Center, para el 66% de los japoneses beber alcohol no está reñido con la moral y apenas el 6% de la población tiene objeciones sobre esta idea, lo que hace que Japón sea considerado el país más tolerante del mundo en la materia, que muy lentamente –como en el caso del legislador Fukuma– comienza a ver una enfermedad en el alcoholismo. informes oficiales aseguran que 6,5 millones de japoneses (son 126 millones) tienen problemas severos con la bebida, de los cuales casi un millón necesitaría atención médica. Recién el año pasado la Legislatura aprobó por unanimidad una ley que

reconoce los efectos nocivos del alcohol y su incidencia en tragedias como accidentes de auto, violencia doméstica y suicidios. Los expertos aseguran que la indulgencia con el alcoholismo es demoledora, sobre todo en una cultura que acostumbra a excluir radicalmente al fracasado. El alcohol fluye como herramienta de liberación en un país que sigue siendo la tercera economía del mundo. Liberarse del estrés y de la autoexigencia: algo así habrá necesitado el ex ministro de Finanzas Shoichi Nakagawa, quien en febrero de 2009 debió renunciar, luego de aparecer borracho durante un encuentro del G-7 en Roma, mientras anunciaba el mayor crédito de la historia concedido por su país al FMi. El ministro argumentó que estaba tomando una medicación que le provocaba dificultades en el habla. Meses después de su forzada salida del gobierno, Nakagawa, quien a los 56 años era una de las mayores promesas políticas de Japón, apareció muerto en su cama, luego de un último cóctel de alcohol y ansiolíticos, un instrumento tan efectivo como letal para combatir la introversión y los formalismos. Y para pelearle a la soledad. ß Twitter @hindelita