Libros y autores
A
Por Ingeborg Bachmann / Paul Celan FCE Trad.: Griselda Mársico 496 páginas $ 140
Se publica por primera vez la tortuosa correspondencia entre Ingeborg Bachmann y Paul Celan, dos de los poetas en lengua alemana más originales del siglo XX
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Viernes 2 de marzo de 2012
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Encuentro de dos extraños POR PABLO GIANERA La Nacion
@gianera
Un cuento maravilloso Ingeborg Bachmann, a Paul Celan, entre fines de mayo y principios de junio de 1949. Borrador interrumpido. Paul, querido Paul: Siento nostalgias de ti y de nuestro cuento maravilloso. ¿Qué hago? Estás tan lejos de mi, y las postales que hasta hace poco tiempo me dejaban tan contenta ya no me alcanzan. Ayer, por intermedio de Klaus Demus, me llegaron poemas tuyos que no conocía, también tres de los últimos tiempos. Me resulta casi insoportable que me hayan llegado de un modo tan indirecto. [...] Yo los puedo leer mejor que los demás, porque es allí donde te encuentro desde que Beatrixgasse ya no existe, Siempre eres tú lo que me importa, paso mucho tiempo cavilando sobre eso y te hablo y tomo tu cabeza distinta, tu cabeza morena entre mis manos y quisiera quitarte el peso del pecho, dejarte libre la mano de los claveles y oírte cantar. No me ha pasado nada que de golpe me haga pensar más intensamente en ti.
de hacerlo. Te amo y no quiero amarte, es demasiado y es demasiado duro…” Son quizás esos extraños, justamente, de quienes los dos tanto escribieron. Luego de ese primer encuentro vienés, arrecian los mensajes de ella, muchos de las cuales nunca llegaron a enviarse: “Estoy en una situación cada vez más espantosa. Aposté todo a una carta, y perdí”. Celan, que mientras tanto había iniciado su relación con Lestrange, opta por la disuasión: “No hablemos más de cosas que son irrecuperables, Inge… la amistad se niega a hacer su aparición salvadora”. Sin embargo, tras el encuentro en Colonia de octubre de 1957, hay un giro copernicano, como si la intimidad física pudiera resucitar la espiritual. Es ahora Celan quien, entre conversaciones sobre cierta antología alemana que preparan juntos, envía poemas y demanda respuestas. El epistolario se interrumpe de nuevo, y de manera casi definitiva, luego del entredicho con Frisch sobre una reseña algo adversa de Reja del lenguaje de Celan, en la que el poeta olfateó, con razón o sin ella, antisemitismo. Sobre este incidente, el juicio de Bachmann es lapidario: “Creo realmente que la mayor desgracia está en ti mismo”. A medida que avanza Tiempo del corazón, la correspondencia (ésta, en primer
término, pero lo mismo sería válido para cualquier otra) se desliza involuntariamente, por lo menos a los ojos del lector, a la novela epistolar. El hábito de la ficción tiende a disimular la desapacible contundencia documental. Sería tal vez un error resignarse a esa pereza. Las cartas de Celan y Bachmann son el testimonio formidable no sólo de la escena literaria de posguerra o de la relación amorosa que unió a dos de los poetas más relevantes de la segunda mitad del siglo XX; son más que nada la cifra de una soledad compartida (“Déjame estar contigo por el lapso de un pensamiento…”, suplica ella hacia 1951), de las posibilidades de poner en palabras esa soledad; una exploración, en fin, de las fronteras del lenguaje. Algo bastante ajeno al arte: el documento de una crisis, como insta Celan en una de las cartas a que se lean sus poemas: “¿Qué sería la literatura si no fuera también eso, y no lo fuera radicalmente?”. “Eligió la muerte más anónima y más solitaria”, le confía Gisèle Lestrange a Bachmann. No hay registro de un pronunciamiento de la poeta sobre semejante afirmación de la consorte de su amado. Salvo, quizás, el final afiebrado del märchen de Malina: “¡Yo sé, claro que sí! ¡Yo sé!”.
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TIEMPO DEL CORAZÓN. CORRESPONDENCIA
último momento, Ingeborg Bachmann incorporó en su novela Malina un relato de menos de diez páginas: “Los misterios de la princesa de Kagran”. La princesa conoce, en una ciudad a orillas del Danubio, a un “extraño” ataviado con un abrigo negro que la salva de sus raptores. Cuando la princesa le pide al extraño que se quede con ella para siempre, él dice que no puede. “¿Tienes que volver con tu pueblo?”, pregunta. Él responde: “Mi pueblo es más antiguo que todos los pueblos del mundo y está disperso por los cuatro vientos”. La princesa tiene la premonición de que volverán a verse. Hacia el final, él se hunde una espina en el corazón, pero es ella quien, ya lejana, se desploma de su caballo. Es un märchen, esa variedad romántica y alemana del cuento de hadas. Significativamente, al principio y al final del libro se citan, casi como marcos, dos pasajes de la última pieza del Pierrot Lunaire de Arnold Schönberg, aquella con los versos: “O alter Duft aus Märchenzeit” (“Oh, perfume antiguo de los cuentos de hadas”). En realidad, hay que leer ese escaso relato feérico como un märchen à clef, cuya clave es un único nombre propio: Paul Celan. Bachmann permitió allí que la voz de los versos de Celan le cambiara la entonación a la voz de su propia prosa; sobre todo, como señala John Felstiner en su biografía Paul Celan. Poeta, superviviente, judío, con la alusión al poema “Corona” y su verso final: “Ya es tiempo”. Malina apareció en 1972: un año antes de la muerte de Bachmann y dos después de que Celan se suicidara saltando al Sena desde el Pont Mirabeau. Es ilícito creer que la vida explicará la obra; inversamente, podemos confiar en la dirección contraria: de la obra a la vida. Los dos se habían conocido en Viena (la ciudad a orillas del Danubio) en la primavera de 1948. A él le gustaba inundar de amapolas el cuartito de ella en la Beatrixgasse, tan cerca del Stadtpark, desde uno de cuyos puentes habrán contemplado, en éxtasis amoroso, el agua subsidiaria del río. Pero cuando Bachmann publicó la novela, su relación sentimental con Celan, y él mismo, eran ya un recuerdo, quizás el mejor, posiblemente el más doloroso también. Tiempo del corazón reúne, en edición de Bertrand Badiou, Hans Höller, Andrea Stoll y Barbara Wiedemann, la correspondencia completa entre los dos poetas, admirablemente traducida por Griselda Mársico, además de documentos suplementarios de la relación –las cartas entre Bachmann y Gisèle Celan-Lestrange, esposa del poeta y madre de su hijo Eric, y entre Celan y el escritor suizo Max Frisch, que convivió con Bachmann– y un profusísimo aparato de notas. Toda la relación queda ahora al desnudo. El título procede del primer verso de “Colonia, Am Hof”, de Celan: “Herzzeit, es stehn/ die Geträumte für/ die Mitternachtsziffer” (“Tiempo del corazón, los/ soñados representan/ la cifra de medianoche”). Ese poema fue una especie de divisa de los amantes. De ella a él: “Dices que el agregado tiene que ser ‘hacia la vida’. Eso vale para los soñados. ¿Pero somos solamente los soñados?” La respuesta a esa pregunta está fuera de lo dicho, y tal vez sólo pudieran encontrarla ellos mismos en sus propios textos, en esa parte de lo escrito que resulta invisible para los terceros excluidos, los indiscretos lectores. No es casual que la primera carta sea un poema, “En Egipto”, que Celan dedica “Para Ingeborg” en un libro de reproducciones de Matisse y fecha en Viena, el 23 de mayo de 1948. Leído ahora, parece una versión especular del märchen de Malina: aquí la extraña es ella: “Le dirás al ojo de la extraña: ¡Sé el agua!” En la tercera carta, un borrador inconcluso, Bachmann escribe: “Siento nostalgias de ti y de nuestro cuento maravilloso (märchen)”. Después de todo, lo propio de lo maravilloso es la extrañeza. Es posible que la atracción inmediata entre ambos fuera el resultado de una alquimia entre una irrevocable extrañeza mutua y la intuición de una intimidad de orden superior. “Sabes que cuando te encontré fuiste ambas cosas para mí: lo sensual y lo intelectual. Eso no podrá separarse jamás, Ingeborg.” Pero los dos poetas permanecieron en cierto modo como dos extraños: “Lentamente empiezo a comprender por qué me he defendido tanto de ti, por qué tal vez nunca dejé