El “¡viva la Pepa!” de Evo Morales

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NOTAS

Martes 12 de mayo de 2009

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LA NUEVA CONSTITUCION BOLIVIANA, ENTRE LA REPARACION Y LA ANARQUIA

La Argentina borracha ROBERTO LAVAGNA

L

PARA LA NACION

A Argentina, en años recientes, ha sido como aquella dama de mediana edad, ciertamente lejos aún de la vejez, pero igualmente habiendo superado la adolescencia, que tiene un problema existencial. Cada vez que las cosas le sonríen, que el futuro parece estar al alcance de la mano, que el esfuerzo de comportarse con normalidad ha sido recompensado, pierde la compostura. Aun antes de llegar al éxito, la normalidad no le sienta. La normalidad le parece aburrida y la atrapa la tentación de agitarse, de excitarse, de mostrarse, de hacerse notar, de cantar su excepcionalidad. La emborracha; le hace perder el sentido de la realidad; la hace rodearse de personajes con comportamientos tan poco normales como ella misma. Allí está el pariente golpeador, prepoteándola. Allí está la amiga que la arrastra del spa al misticismo alucinógeno. Allí están los amigos ricos, como ella, dispuestos a divertirse un rato a su costa. Allí están los adulones, que cuanto más cae, más la elogian y la incitan a seguir. Allí están los ex maridos dispuestos a proponerle un nuevo y mágico intento de convivencia sin siquiera haberse dignado a hacer una terapia de grupo sobre la alianza anterior. Allí están también los que la quieren bien. Los que no le piden mucho. Simplemente, que sea normal, que vuelva a la normalidad para compartir proyectos, para pensar en el futuro, para disfrutar juntos de los dones, los naturales y de los que la dama incorporó en años mejores, antes del desvarío recurrente y pendular. Antes de que perdiera el amor por las reglas, por las instituciones, por la libre iniciativa y por la creatividad. Antes de que perdiera su interés por los otros, por los que son mayoría y necesitan más. Antes, sí, antes de que confundiera su compromiso con los derechos humanos con la demagogia vacía de real contenido y, encima, falseadora de la historia; o de que transformara su inusual éxito económico en una orgía de dispendio y de regalos a los amigos, y olvidara su compromiso social. Antes de que los curanderos ortodoxos la llenaran de píldoras de brillantes colores casi como aquellos espejitos que el Gran Almirante desparramó en nuestras tierras hace más de cinco siglos. Píldoras recetadas allende nuestras fronteras, extranjeras. ¡Importadas! Antes también de que se entregara a los brujos heterodoxos, nacionales –¡autóctonos!– que le hicieron probar los brebajes suculentos. Nadie le dijo que ni las píldoras ni los brebajes alcanzarían para corregir problemas de conducta o, mejor dicho, de inconducta. Y su inconducta no cambiará si no toma distancia de personajes más afines a la noche que al día, a la impostura que a la autenticidad, a la figuración que a la acción. Aquella dama que en sus años jóvenes fue abierta, acogedora, integradora se había extraviado hacía ya algunos años. Había buscado dar lecciones a quienes la rodeaban y a quienes la conocían. Lecciones desde la superioridad, mirando a los otros por encima del hombro, mostrando su mundanidad mientras, al mismo tiempo, estaba de rodillas. Y, luego... todo lo contrario: lecciones desde un autismo prepotente para intentar tapar sus agachadas. En definitiva, siempre fingiendo, queriendo parecer lo que no es; fabricándose historias, mientras la historia la empieza a pasar de largo. Y, sin embargo, sería tan simple. Sencillamente, ser lo que es, sin fabricaciones. Una vez más, abierta a los otros, acogedora, seria, normal, dispuesta a enseñar y a aprender. Dispuesta, junto con los que la quieren bien, a ser útil, a tender la mano a quienes lo necesitan. La vida no pasa en vano si la borrachera del orgullo, del exitismo, que es a la vez la borrachera del pesimismo, de la anomia, es dominada. La borrachera se doma si, como en Alcohólicos Anónimos, la dama, ajada, pero no vencida, se anima a decir en voz alta, a sí misma y a quienes la quieren y a quienes la quieren usar “soy alcohólica”, y a partir de allí reconstruir y construir un futuro. Un futuro que para ser alcanzado no acepta medias tintas, no acepta un vasito, sino que requiere poder decir en voz alta: “Hace... años que no tomo; estoy recuperada. Sólo quiero ser normal”. © LA NACION El autor fue ministro de Economía.

El “¡viva la Pepa!” de Evo Morales Continuación de la Pág. 1, Col. 6 ción es un “viva la Pepa” en el sentido más peyorativo. Más allá de quién tenga razón, convertir en letra viva el contenido de la ingeniosa normativa será uno de los mayores desafíos políticos de la historia humana. Su mismo punto de partida refleja la dificultad. El artículo 1 define a Bolivia un “Estado unitario social de derecho plurinacional comunitario”. El artículo 5 establece que los idiomas oficiales son el castellano más otras treinta y seis lenguas indígenas, algunas de las cuales representan a un número muy pequeño de ciudadanos. Vayan de muestra los idiomas oficiales que comienzan con la letra “m”: machajuyai-kallawaya, machineri, maropa, mojeño-trinitario, mojeño-ignaciano, moré, mosetén y movima. Como si con eso no alcanzara, los artículos 1 y 178 establecen el principio de “pluralismo jurídico”. Esto significa que “la jurisdicción ordinaria y la jurisdicción indígena-originario-campesina gozarán de igual jerarquía” (artículo 179), y pone el derecho consuetudinario indígena en un pie de igualdad con el derecho positivo del Estado boliviano. Pero, a diferencia de Inglaterra y su common law, no hay uno sino múltiples derechos consuetudinarios de los pueblos originarios bolivianos: por lo menos, uno por cada una de las siete circunscripciones indígenaoriginario-campesinas establecidas por la ley electoral transitoria promulgada el 14 de abril. Por otra parte, de estos códigos ancestrales no escritos se desprenden algunas penas violatorias de derechos humanos, como el linchamiento e incluso la crucifixión. De acuerdo con el informe de 2008 de la reputada organización Human Rights Foundation, durante el último lustro se registraron una cincuentena de linchamientos, cuyos

perpetradores invocaron leyes antiguas. Entre ellos está el caso del alcalde de Ayo Ayo, Benjamín Altamirano, que en 2004 fue golpeado, apedreado, colgado y quemado vivo por acusaciones de corrupción nunca comprobadas. Aunque el artículo 15 de la Constitución prohíbe la tortura y los tratos degradantes, y agrega que no existe la pena de muerte, en los hechos los linchamientos no se reprimen. Y aunque Morales no se ha pronunciado a

La Constitución liberal de Cádiz de 1812 fue llamada “la Pepa” porque había sido promulgada en la festividad de San José favor de estos suplicios, él y otros miembros de su gobierno han declarado que los latigazos son una forma tradicional de castigo a la que debe acudirse por su valor simbólico. Su punto de vista encuentra sustento parcial en el artículo 30, que establece que las naciones y pueblos indígena-originariocampesinos gozan del derecho “al ejercicio de sus sistemas políticos, jurídicos y económicos acorde con su cosmovisión”, y en el 190, que reitera que dichas naciones “ejercerán sus funciones […] a través de sus autoridades, y aplicarán sus principios, valores culturales, normas y procedimientos propios”. Nos encontramos ante una rara paradoja: una normativa que institucionaliza la anomia. Esta se acentúa en artículos como el 11, que explicita: “La democracia se ejerce de las siguientes formas […]: directa y participativa […]; representativa […], y comunitaria, por medio de la elección, designación o nominación de autoridades

y representantes por normas y procedimientos propios de las naciones y pueblos indígena-originario-campesinos, entre otros, conforme a la ley”. En otras palabras, casi todo vale o puede valer. Es interesante el contraste con el artículo 22 de la Constitución Argentina, según parece en desuso, que establece: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades”. Nuestra norma es violada todos los días por quienes creen ejercer su derecho a la protesta. En contraste, la Constitución Boliviana, más evolucionada desde una óptica populista, establece entre sus “garantías” la “acción popular”, análoga a la acción de amparo constitucional. El artículo 135 establece que ésta procederá “contra todo acto u omisión de las autoridades o de personas individuales o colectivas que violen o amenacen derechos e intereses colectivos”. Y el 136 dicta que la acción popular podrá interponerse durante el tiempo que subsista la vulneración o amenaza, y agrega que para ello “no será necesario agotar la vía judicial o administrativa”. Estas lindezas están complementadas por el artículo 23, que establece: “Toda persona que sea encontrada en delito flagrante podrá ser aprehendida por cualquier otra persona, aun sin mandamiento”. Con estas invitaciones a la anarquía, parece dudoso que sea posible mantener el orden en el Estado boliviano. Pero antes de pronunciar un anatema contra el régimen indigenista, es imperativo reconocer que el objetivo de los constituyentes ha sido revertir las injusticias aberrantes cometidas contra los pueblos originarios desde la conquista española. Todo parece indicar que estas infamias del pasado se proyectan en el presente. El último Informe anual del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Acnudh), publicado el 9 de marzo, informa que el organismo “constató que una

numerosa cantidad de guaraníes continúa sometida a servidumbre y otras formas contemporáneas de esclavitud”. Uno de los casos aberrantes identificados por el Acnudh incluye a veinte comunidades que habitan en Alto Parapetí, departamento de Santa Cruz, donde “la situación empeoró por la resistencia de los hacendados y opositores locales a los intentos del gobierno de poner fin a las condiciones degradantes de vida y de trabajo. […] Estas familias reciben su salario en ropa y comida, y terminan endeudadas con sus empleadores por los bienes que reciben. A menudo, esta deuda termina siendo permanente y puede transmitirse hereditariamente. […] Los guaraníes que viven en condiciones de servidumbre no tienen acceso a la propiedad privada ni colectiva”. Estos datos se corroboran con los de la OIT, que en 2003 estimó que había 21.000 guaraníes sometidos a trabajos forzados en la industria azucarera de Santa Cruz. En tales circunstancias, a ningún conocedor le sorprende la reacción extrema de Morales y de sus constituyentes. Algunos funcionarios internacionales comparan a Evo con Robespierre. Pero el loable intento de reparación puede acercarles a una catástrofe humana sin precedentes en nuestro subcontinente. El romanticismo jurídico en que ha desembocado el indigenismo boliviano equivale a la institucionalización de la consigna del mayo francés del 68: la imaginación al poder. Se expresa líricamente en el delicioso y afamado artículo 8 de la nueva Constitución, que establece que “el Estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa [no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón]”. ¿Qué viva la Constitución? Hay quienes se sienten tentados a decir, ¡pues sí! ¡Qué viva la Pepa! © LA NACION

PLANETA DEPORTE

“La vida no es sólo tenis” PARIS ERENA WILLIAMS está en París, acurrucada en una silla y, pese a estar bajo techo, tiene puesta una bufanda. Dice que se siente resfriada. No me extraña que su salud se haya resentido porque últimamente ha estado muy ocupada. Terminó de escribir su autobiografía, se está acostumbrando a la vida parisina y, antes de nuestro encuentro, venía de ganar el Abierto de tenis de Australia, aunque es un recuerdo que comienza a desvanecerse. “Apenas levanté el trofeo en alto con las dos manos y ya tuve que bajarlo –se lamenta, con voz sorprendentemente aniñada–. Después me enfermé, y acá estoy. Supongo que con el tiempo es un momento que voy a atesorar. Quizás hasta lo suba a YouTube.” Sea Serena o sea Venus la hermana Williams que gane el mes que viene en su ciudad adoptiva el Abierto de Francia, ellas habrán completado lo que Serena llama “el Williams Slam”, y podrán ostentar simultáneamente los cuatro títulos femeninos del Grand Slam Sony Ericsson WTA Tour. Pero lo más extraordinario de estas hermanas no tiene que ver con su tenis, sino más bien con el hecho de que el tenis no es el centro de sus vidas. El mundo de los deportes está lleno de monomaníacos, y sólo las Williams encarnan el ideal victoriano del atleta diletante. Volviendo a Serena, de 27 años, a veces

S

SIMON KUPER FINANCIAL TIMES

hasta cuesta hacerla hablar de tenis. Aunque se supone que debe evitar la política, porque asumió tal compromiso al ingresar en el universo de los testigos de Jehová, Serena recuerda que al ver la asunción del presidente Barack Obama se le puso la piel de gallina. Quiere hablar de la escritura. Revisa nuevamente las pruebas de edición de sus memorias, y comenta: “Lo que yo misma he escrito me hace reír a carcajadas”. Ante la pregunta de cuáles son los modelos que se propuso seguir cuando comenzó su tarea literaria, comienza por Jeffrey Archer, el tan vilipendiado autor británico de novelas de suspenso. “Me parece un gran escritor”, insiste Serena. Mientras tanto, está a punto de lanzar otra colección de moda, toma clases de actuación y sueña con obtener un papel en la serie Amas de casa desesperadas. Se compró recientemente un departamento en París, donde come croissants y estudia francés. Todas estas cosas irritan a quienes piensan que los atletas deben concentrarse. El día que nos conocimos, durante una conferencia de prensa, un periodista le hizo la pregunta de rigor para casos de personas que tienen un amplio rango de inquietudes: ¿no es un riesgo dispersarse tanto? “Sí, es un gran riesgo –respondió Serena sin mover un músculo de la cara–, así que mejor que me cuide mucho.”

Le pregunté si creía que simplemente tiene más energía que el resto de la gente. “Creo que sí, y tampoco duermo tanto. Cuando estaba en Australia era increíble todo lo que hacía. De noche, me ponía a leer mi libro, después escribía en el blog y después…”, siguió enumerando, incansable. “Honestamente, no sé cómo hacía todo eso. Creo que cuando pare, me voy a quedar acostada dos años.” “Creo que la vida es mucho más que

Serena Williams escribe sus memorias, está a punto de lanzar otra colección de ropa y toma clases para convertirse en actriz pegarle a un pelota dentro de una caja. Me volvería loca si hiciera sólo eso. Necesito alimento espiritual, necesito ir a Kingdom Hall, donde nos reunimos a orar los testigos de Jehová. En realidad, debería rendir más porque siento que paso mucho tiempo inactiva.” Pero seguro que en el tenis es mejor que en sus otras actividades, ¿no? “Absolutamente, pero también creo que eso ocurre porque al tenis le dedico muchísimo más tiempo que a las otras cosas.

Creo que si le dedicara parte de ese tiempo a las otras cosas que hago sería en ellas igual de buena.” En ocasiones, hasta tiene tiempo de mirar partidos de tenis, en especial los del tenis masculino. Sobre los jugadores varones del circuito, dice: “Rafael Nadal es mi héroe. Y James Blake es tan rápido… ¡Ay, si yo pudiera correr como él. Y siempre me gustó la velocidad que tenía con la raqueta Andre Agassi. ¡Mi Dios! Miro a los jugadores varones y pienso que si yo pudiera jugar aunque más no fuera como el número 50 del ranking mundial sería verdaderamente imparable”. De todos modos, de chica derrotó una vez a un niñito llamado Andy Roddick, actual número seis del mundo. Entre risas, Serena dice: “Quiere la revancha, pero no hace falta una revancha. Dios, no podría ganarle a Andy Roddick, aunque quisiera. ¿Me están cargando? Pero no importa. Ya le gané...”. Serena parece haber logrado incorporar el tenis en su vida con la facilidad de un jugador retirado que juega los domingos por la mañana. Cuando tenga cuarenta años, ¿seguirá ganando grandes torneos, como Martina Navratilova? “No, no creo. Sería una locura. Yo voy a hacer mi vida y a tener una familia.” Pero la sola idea de que Serena quede liberada de sus compromisos tenísticos es, francamente, aterradora. © LA NACION Traducción de Jaime Arrambide