El fracaso de la ética moderna Rick Wade
La caída de la ética Cuando usted escucha a personas hablando de temas éticos hoy, ¿siente que están hablando en niveles distintos? No quiero decir niveles intelectuales; quiero decir hablando como si estuvieran en diferentes planos, aun mundos diferentes. Cuando hablamos de diferencias éticas, a menudo encontramos que estamos tan enfrentados que la discusión pronto se para en seco. . . o degenera en insultos. Por ejemplo, piense en el tema de la guerra justa, algo que ha sido un tema candente en años recientes. Algunos dicen que no puede haber una guerra justa porque es imposible saber quién es el bueno y quién el malo, y no hay forma de predecir el resultado. Así que todos deberíamos ser pacifistas. Otros dicen que es justo prepararse militarmente para enfrentar amenazas potenciales, y dejar en claro que iremos a la guerra para defendernos. Todavía, otros consideran que la justicia se aplica solo a la defensa de las naciones del Tercer Mundo contra la explotación de las grandes potencias.{1} Este tipo de diferencias son el resultado de diferentes creencias fundamentales sobre lo que es la justicia. Dado que hay ideas conflictivas sobre la ética, todas las cuales parecen tener alguna verdad, ha tomado raíz la idea de que no hay forma de justificar racionalmente las creencias éticas, que vienen de dentro de nosotros en vez de alguna fuente fuera de nosotros. La idea de que nuestras afirmaciones éticas están arraigadas en nuestros sentimientos y deseos se llama emotivismo. Tradicionalmente, se creía que la ética estaba arraigada en algo externo a nosotros, algo objetivo y permanente. Una razón fundamental para el cambio de la perspectiva tradicional al emotivismo subjetivo contemporáneo fue que se han perdido las creencias fundamentales acerca de la naturaleza del hombre y el universo. El filósofo Alasdair MacIntyre dice que los eticistas de hoy son como científicos que intentan armar una comprensión correcta de la ciencia luego de que una catástrofe hubiera destruido la mayoría de los registros del pensamiento científico del pasado. Tienen la jerga de la ética de tiempos anteriores, pero no entienden los principios fundamentales subyacentes o cómo se interrelaciona todo. Su tarea es similar a intentar armar un rompecabezas con piezas faltantes y sin el dibujo en la caja para mostrarles cómo debería quedar el rompecabezas una vez terminado. Es tentador atribuir esto simplemente al hecho de que las creencias cristianas ya no tienen autoridad en nuestra sociedad. Si bien esto es cierto, no brinda suficiente detalle. Al menos por dos razones tenemos que tener una comprensión más completa de porqué las personas piensan de la forma que lo hacen con respecto a la ética, más allá de meramente atribuir sus ideas a la incredulidad. Primero, comprender cómo llegamos a este punto nos ayudará a ver los problemas que tienen nuestra visión de la ética hoy. Decir simplemente: "Bueno, eso no es bíblico" significa poco hoy; por cierto, ¡a algunos les podrá agradar
saber que sus ideas no concuerdan con la Biblia! Si queremos generar un cambio en las personas y en la sociedad, sería útil ofrecer una respuesta más detallada y matizada. Segundo, dado que nosotros mismos estamos influenciados tan profundamente por nuestra sociedad, los cristianos a menudo piensan como los no cristianos en temas morales. Si no podemos encontrar algo en una lista de reglas en la Biblia, a menudo confiamos en nuestros sentimientos o nuestro pensamiento pragmático para guiarnos. O, si somos cuestionados por algo que hacemos, podríamos decir: "Bueno, eso es algo entre yo y el Espíritu Santo. ¡Deja de ser tan legalista!". Entonces, ¿cómo llegamos aquí? Comencemos con una breve reseña de la historia de la ética en Occidente. La ética tradicional Hoy las personas tienden a fundamentar sus creencias éticas en sus propios sentimientos o deseos. Sin embargo, tradicionalmente la ética estaba fundada en la naturaleza de la realidad externa y la naturaleza del hombre. En tiempos de los antiguos griegos, la moral tenía su fundamento en el papel que uno tenía al nacer, o en la naturaleza del universo. Por ejemplo, de acuerdo con la tradición de Homero, el papel en la vida de uno definía el bien de esa persona. Así que el rey era un rey bueno si actuaba como debería actuar un rey. Un carpintero era bueno si construía bien, y un esclavo era bueno si servía bien. Para Platón, el fundamento de la ética era la naturaleza de la realidad externa. La norma para la bondad, creía él, existe en un mundo más allá de nuestros sentidos, en el mundo de lo que él denominaba las formas. Las formas son entidades abstractas que nos permiten identificar una cosa específica en la tierra. Así que, por ejemplo, sabemos lo que es un perro porque tenemos una idea de la forma "perro". Las formas brindan una norma según la cual las cosas específicas del universo se miden. Y la forma superior, según Platón, era "el Bien". Para Aristóteles, los universales que Platón denominaba "formas" no están allá afuera en algún mundo abstracto e inmaterial sino que son inherentes al universo. Dado que las formas están en el mundo natural, Aristóteles creía que había un propósito incorporado en el mundo natural; por naturaleza, las cosas buscan avanzar hacia metas específicas, para encajar en la imagen de la forma. Los primeros pensadores cristianos aceptaron la idea básica de las formas de Platón. Sin embargo, creían que las formas - incluyendo la forma del Bien- estaban en la mente de Dios, y no en algún mundo abstracto. Como Dios creó el universo desde su sabiduría y conocimiento, la moral, entonces, estaba incorporada en el orden del universo. Aristóteles creía que, como parte de este universo con propósito, nosotros también tenemos un propósito; nosotros también nos movemos hacia un fin o telos. El bien hacia el cual nos movemos, Aristóteles lo llamó bienestar. Él creía que todos nosotros compartimos una naturaleza que nos exige vivir una clase de vida a fin de encontrar el bienestar. La satisfacción se logra viviendo una vida de virtud. Mediante la razón aprendemos lo que es bueno para nosotros, de acuerdo con nuestra naturaleza, y buscamos encontrar ese fin a través de las virtudes. Un milenio después, Tomás de Aquino estuvo de acuerdo con Aristóteles en que el universo tiene un propósito incorporado. Él creía que esto se debía a la obra creadora de Dios. Para Tomás de Aquino, el
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bien supremo es superior al universo. Es Dios mismo, quien es el Bien, que define todos los bienes. Nuestras vidas conducen hacia arriba, hacia Dios. Si bien la realización última de la experiencia de Dios ocurrirá recién en la próxima vida, Tomás de Aquino enseñó que debemos buscar ahora la bondad de Dios, nuestro bienestar, a través de una vida virtuosa gobernada por la ley que se encuentra en la Biblia y en la naturaleza. Tanto la ética griega como la ética cristiana primitiva, entonces, estaban fundamentadas en realidades objetivas: la naturaleza del hombre, la naturaleza del universo y, con los cristianos, la naturaleza y la obra creadora de Dios. Lo que debemos hacer está determinado por lo que es, por la naturaleza de las realidades últimas. Pero todo esto cambiaría. La ética moderna: La pérdida de un telos Alrededor del tiempo en que Tomás de Aquino formulaba sus ideas acerca de la ética, algunos otros eruditos cristianos decidieron que la ley de Dios no estaba fundada en su mente sino más bien en su voluntad. ¿Qué fue lo significativo de este cambio? Bueno, la ley de Dios podía cambiar (de acuerdo con su voluntad), en vez de ser algo fijo eternamente. Las leyes, por lo tanto, no eran universales y eternas. Podían ser provisionales o tener excepciones. Este cambio produjo finalmente un cambio importante en el pensamiento ético. Si la moral no estaba fundada en la razón de Dios y, por lo tanto, en el orden del universo que él creó, no había ninguna conexión necesaria entre lo que era y lo que debía ser. La ética ya no tenía ningún fundamento en el universo mismo. Los hechos y los valores quedaron separados.{2} Sin un valor incorporado en el universo, la idea de un universo con propósito (o teleológico) se perdió. En tiempos modernos, la pérdida de la idea de un fin o telos para el universo se extendió a la humanidad. La creencia en la naturaleza humana había sido menoscabada. ¿Qué se supone que debemos ser? Alasdair MacIntyre dice que previamente había tres elementos en la ética: el hombre como es, el hombre en quien debería convertirse (refiriéndose al fin o telos del hombre) y los preceptos éticos que le permitirían ir de uno al otro. Ahora, como ya no se sabe lo que el hombre es realmente por naturaleza (o se supone que debe ser), la segunda parte (el hombre en quien debería convertirse) se perdió. Lo que quedó fue el hombre tal como es y algunos principios éticos que eran mayormente vestigios del pasado. Así que la ética ya no se trata de convertirnos en lo que deberíamos ser, sino de ayudarnos a hacer lo mejor posible con lo que somos ahora. En tiempos modernos los sistemas éticos han sido diseñados para mejorar el hombre tal como es sin ninguna comprensión del hombre en quien debería convertirse. Algunos han buscado en las impresiones psicológicas los principios rectores (David Hume, por ejemplo). Los utilitaristas creen que nuestro mayor bien es la felicidad, y usan un enfoque científico para determinar lo que propicia la felicidad. Con Friedrich Nietzche, en el siglo XIX, la brecha entre hechos y valores fue completa; su hombre ideal está solo, bajo ninguna regla fuera de las que él mismo hace. Un resultado de esto es que los occidentales han terminado con una mentalidad orientada hacia las reglas en la ética en vez de una mentalidad basada en el carácter. Como no hay ninguna ley universal y ningún telos del hombre, nos limitamos a lo que debemos hacer en vez de lo que debemos ser. Además, según notamos antes, como hay tantas opiniones acerca de la ética, algunos han llegado a la conclusión de que la razón no es una fuente confiable para la ética, que las afirmaciones morales son simples expresiones de nuestros propios sentimientos y deseos.
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El emotivismo Por lo tanto, a la ética moderna le ha quedado la tarea de entender lo que produce la buena vida para el hombre tal como es sin ninguna noción del hombre en quien debería convertirse. Se han presentado diversos sistemas, cada uno con un punto de partida diferente. Si bien suele haber acuerdo en ciertos preceptos éticos específicos, esto ocurre generalmente porque estos preceptos son remanentes de la ética tradicional, aunque sin su fundamento tradicional. Se debe, también, a nuestra comprensión básica de la ley que hemos recibido de Dios (Romanos 2:14, 15). ¿Cómo puede ser que dos personas pueden presentar sistemas de creencia, cada uno de los cuales parece ser lógicamente consistente, pero que son muy diferentes? ¡Puede ser muy confuso! Personas pensantes construyen sistemas de ética que piensan que son objetivos y consistentes, y luego no entienden por qué otros no están de acuerdo con ellos. Esto se debe a que hay distintos puntos de partida. Los puntos de partida, en la ética, son importantes, porque determinan en qué dirección conducirá la progresión lógica del pensamiento. Estos puntos de partida incluyen ideas acerca de la naturaleza de la humanidad y la existencia de Dios, y si él nos ha revelado sus deseos. Hay otras ideas que surgen de éstas, como nociones acerca de la libertad y la obligación. Estos puntos de partida raramente se incorporan a la conversación; simplemente, se dan por sentados. Y pienso que la mayoría de las personas no tienen ni idea de que, primero, ellas sí hacen suposiciones importantes como las que acabamos de señalar y, segundo, que los preceptos éticos que adoptan dependen de estos puntos de partida no mencionados (y, a menudo, no reconocidos). Por lo tanto, afirman sus opciones morales como si fueran hechos establecidos que todos deberían reconocer, y quedan perplejos cuando otros no están de acuerdo. Cuando personas con ideas o sistemas éticos conflictivos discrepan, se parecen más a dos grupos que deciden construir sistemas de carreteras, que escogen puntos de partida para comenzar a construir basándose en algún motivo no racional, y que construyen sus carreteras de acuerdo con diferentes ideas acerca de cómo deben funcionar las carreteras en el transporte. ¿Debería asombrarnos que los dos sistemas de carreteras no encajen bien? Esta es una razón por la que los debates suelen degenerar en insultos. Porque, seguramente, si alguien no reconoce cuán claramente cierto es lo que yo digo, debe ser porque la persona está siendo obstinada o dogmática, o -una de las peores acusaciones que se pueden hacer hoy- ¡permite que sus creencias religiosas sean la base de sus creencias morales! El oyente perceptivo que entiende la importancia de los puntos de partida tal vez quiera exigir a la persona que aclare sus puntos de partida y que los defienda.{3} Sin embargo, lo que uno probablemente encuentre es que la persona no ha dedicado mucho tiempo a pensar en esos temas. Todo lo que sabemos es que debemos ser libres para hacer lo que queramos. Aun el viejo proverbio: "La libertad de uno llega hasta la nariz del próximo hombre" no significa mucho. ¡Él debería simplemente mover su nariz! Uno podría excusar esto basándose en el hecho de que la persona común no tiene el tiempo ni la capacitación para investigar estas nimiedades filosóficas. Pero, aun entre filósofos, se ha observado que ellos también han simplemente escogido o aceptado sus puntos de partida sin ningún motivo racional.{4} El hecho es que, filosóficamente hablando, los principios básicos de cada sistema no pueden probarse ellos mismos; son no racionales. (Esto no significa que sean irracionales, sino que simplemente están fuera de los límites de la prueba racional.) Podrían ser simplemente asumidos o escogidos conscientemente, pero tienen su base en algo fuera de la razón. Como resultado de toda esta confusión, algunos han llegado a la conclusión de que en realidad no existe ninguna base racional para la ética; que todas las afirmaciones morales son, en el análisis final, simples expresiones de nuestros propios sentimientos, actitudes o preferencias.{5} Como señalamos previamente, esto se llama emotivismo. Pero uno tiene que preguntar: si nuestros sentimientos y preferencias son en
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última instancia personales e individuales, ¿cómo podemos esperar que otros sostengan las mismas creencias? Y, en una sociedad que debe funcionar en conjunto, ¿cómo hacemos que otros concuerden con nosotros si nuestras creencias no están fundadas en algo externo a la persona, que pueda ser entendido y reconocido racionalmente? Esto se logra persuadiendo a las personas emocionalmente. La moral no se considera un asunto objetivo, sino una cuestión emocional y psicológica. MacIntyre describe la situación de la siguiente forma: "Los juicios morales, al ser expresiones de actitud o sentimiento, no son ni verdaderos ni falsos; y el acuerdo en el juicio moral no debe obtenerse mediante ningún método racional, ya que no existe ninguno. Debe conseguirse, si es que debe hacerse, produciendo ciertos efectos no racionales en las emociones o actitudes de quienes no están de acuerdo con uno. Usamos juicios morales no solo para expresar nuestros propios sentimientos y actitudes, sino precisamente para producir estos efectos en otros".{6} En la ética tradicional, uno podría presentar una ley a una persona -una ley que viene de una fuente exterior y que se presenta como objetiva-, junto con razones para creer en ella, y dejar que la persona piense en ello y decida si es verdadera o falsa. Pero, con el emotivismo, dado que no hay razones objetivas detrás de un precepto, una persona debe manipular a otra para lograr que ésta cambie de opinión. C. L. Stevenson, "el exponente más importante de la teoría", según MacIntyre, dijo "que la frase 'esto es bueno' significa más o menos 'yo lo apruebo; hazlo también’. . . Otros emotivistas", continúa diciendo MacIntyre, "sugieren que decir 'esto es bueno' equivale a decir algo como '¡Viva esto!'". Por lo tanto, decir "provocar un incendio está mal", por ejemplo, simplemente es expresar los propios sentimientos y tratar de influir en otros produciendo ciertos sentimientos o actitudes en ellos. Es como decir: "No estoy de acuerdo con provocar incendios intencionales y tú deberías hacer lo propio también". Por lo tanto, si bien yo podría hablar como si le estuviera dando buenas razones, en realidad simplemente estoy intentando manipularlo emocionalmente. Una ley no es la autoridad; la persona que hace la afirmación moral lo es. Cuando nos damos cuenta de esto, nos volvemos sospechosos, esperando que otros intenten manipularnos para que concordemos con ellos. Vemos este tipo de manipulación a diario en nuestra sociedad. Un anuncio que vende comida rápida tal vez no diga nada de la comida misma (que, en realidad, podría ser mala para la salud propia) pero, en cambio, buscará evocar sentimientos de calidez y felicidad usando imágenes de personas que pasan un buen tiempo juntas. La intimidación mediante insultos ha sido usada por defensores del derecho al aborto al decir que las personas provida odian a las mujeres, son vengativos y no les preocupa la salud de la mujer. Los defensores de los derechos de los homosexuales llaman a los proponentes del modelo tradicional (y bíblico) de la sexualidad humana "homófobos". En su excelente estudio del crecimiento del humanismo secular en nuestra sociedad, James Hitchcock describe tres etapas de aceptación empleadas por los medios de comunicación que sirvieron para lograr una transformación de nuestra perspectiva moral y que tuvieron poco y nada que ver con la razón.{7} La primera etapa fue traer a luz cosas que antes eran inmencionables, dentro del espíritu de una nueva apertura. La segunda fue el ridículo, "el arma más poderosa en cualquier intento por desacreditar creencias aceptadas". Hitchcock señala que "incontables cristianos ajustaron sutilmente sus creencias o, al menos, la forma en que presentaron esas creencias en público, a fin de evitar el ridículo. Se crearon estereotipos negativos, y se mantuvo a las personas que creían en valores tradicionales ocupadas en evitar quedar atrapadas en esos estereotipos". La tercera etapa fue "simpatía para el más débil". Quienes sostenían la moral tradicional (pensando principalmente en la tradición judeocristiana) eran descritos como bravucones.
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Este tipo de acusaciones trabajan sobre nuestras emociones. ¿Quién quiere ser considerado un intolerante o ser acusado de "fundamentalista", con todo el bagaje negativo que conlleva esa palabra hoy? Por otra parte, ¿no deberíamos apoyar los "derechos" de los "oprimidos" entre nosotros, a las "víctimas" de las leyes "represoras"? El fracaso del emotivismo El emotivismo tiene varios problemas. {8} Un problema son las divisiones morales que permite en la sociedad. No hay ningún "paraguas" moral único que cubra a todas las personas. Si su moral es suya, yo no puedo corregirlo. No puedo traerlo debajo del paraguas, por así decirlo. Cuando a alguien se lo acusa de hacer algo moralmente mal, el acusado podrá decir algo como: "¿Quién es usted para decirme a mí que estoy equivocado? ¡Cada uno con lo suyo!". La persona que contesta de esta forma cree que la moral de una persona es de esa persona y no objetivamente verdadera para todos. Por lo tanto, la persona se ofende porque otra persona intenta forzar sus preferencias sobre ella. La idea de que la acusación podría estar basada en una ley moral objetiva y universal ni siquiera se considera. El consenso moral vacila en nuestra sociedad hoy mayormente por este tipo de pensamiento. Lo más que se acercan las personas a pensar en términos objetivos es cuando se ponen de acuerdo en que algo está mal por sus consecuencias prácticas. Pero esto no es para nada equivalente a una moral fundada en algo universal y eterno. A la persona se le deja que evalúe las probabilidades: hacer la cosa en cuestión y sufrir tales y tales consecuencias, o no hacerlo y sufrir las consecuencias de lo que ella esta intentando obtener o lograr. Si bien puede ser útil señalar las consecuencias de nuestras acciones -el pecado tiene consecuencias-, no podemos basar nuestra toma de decisiones morales en este tipo de cosas, porque no siempre podemos predecir el futuro. Aun cuando seamos precisos, la otra persona todavía puede pensar: "Bueno, no me afectará a mí" o "Puedo manejar esto (la consecuencia específica)" e ignorar nuestra objeción. El otro lado de esto es que a menudo tememos asumir una postura sobre cuestiones éticas nosotros mismo por temor a ser acusados de imponer nuestras creencias objetivas sobre otros. Solo somos escuchados si podemos disfrazar nuestra objeción en términos del interés propio de la otra persona. Otro problema obvio con el emotivismo es la inconsistencia. Si bien los emotivistas dicen creer que los preceptos morales son expresiones de la preferencia personal, suelen hablar como si estuvieran haciendo afirmaciones morales que son obligatorios para todos. Aquí demuestran, creo, la verdad del comentario de Pablo en Romanos 2 de que todos tenemos la ley escrita en nuestro corazón. Sí creemos que hay una diferencia entre el bien y el mal y que hay leyes universales. Como le gustaba señalar a C. S. Lewis, todos sabemos acerca de lo que es equitativo, y esperamos que otros también lo sepan. Por lo tanto, el emotivista oscila entre expresar creencias morales como si fueran obligatorias para todos mientras que también enfrenta los desafíos de sus propias acciones al decir que las creencias del cuestionador son propias de él y no pueden ser impuestas a otros. Ellos pueden decirle a usted lo que usted debe hacer, pero no se le ocurra a usted decirles a ellos lo que deben hacer ellos. Finalmente, en el plano filosófico, los emotivistas tratan de mezclar dos tipos de declaraciones diferentes, lo cual produce confusión. Sostienen que las afirmaciones evaluadoras -las que supuestamente hacen evaluaciones objetivas como "el incendio intencional está mal"- expresan preferencias personales. Reemplazar uno por otro es ilegítimo. Si una persona dice que el incendio intencional está mal, ¿quiere decir que el incendio intencional está mal, en realidad, para todos? ¿O está simplemente diciendo que a él no le gustan los incendios intencionales? Si una persona hace una afirmación evaluadora, ¡entonces debo considerar su caso y decidir si no debería continuar mi carrera como incendiario! Sin embargo, si solo está expresando sus preferencias personales, puedo sonreír y decir "qué lindo" y comenzar a encender mis
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fósforos. Imagine la dificultad de tener discusiones públicas sobre temas éticos bajo tales circunstancias. Respuesta ¿Cómo debemos responder? Simplemente señalar a las personas a la Biblia como la fuente de moral adecuada no sirve hoy. La Biblia es considerada simplemente como un libro religioso con reglas pertinentes solo para las personas que creen en ella. Eso no significa que no deberíamos hablar la Palabra de Dios en nuestra sociedad. La pregunta es cómo debemos hacerlo. Cuando Pablo estuvo en Atenas y tuvo la oportunidad de dirigirse a toda la multitud reunida en el mercado, no citó las Escrituras. Lo que sí hizo, sin embargo, fue dar a las personas verdad bíblica (Hechos 17:22-31), en sus propias palabras y abordando su necesidad específica. Por lo tanto, debemos pensar en ofrecer argumentos más sofisticados, que sean plenamente bíblicos y que aborden la necesidad del día. Como parte de nuestros esfuerzos por convencer a las personas de lo correcto de la perspectiva bíblica de la ética, sería útil seguir el ejemplo de los primeros sostenedores de la moral tradicional y revigorizar el concepto de propósito en el universo. Debemos buscar restablecer la verdad de que compartimos ciertas características simplemente porque somos humanos, y que una vida virtuosa produce una vida buena por la forma en que hemos sido hechos. Podemos señalar las necesidades específicas que comparten todos los humanos, como seguridad, pertenencia y provisión física (alimento, etc.). También sabemos que ciertas cosas están mal (como el incesto), y que ciertas cosas están bien (como la justicia y la valentía). Esta clase de cosas son universales, y nos parece bien esperar que otros reconozcan su valor o su maldad. No son cuestiones de gustos individuales. Tal vez no consigamos el acuerdo de cada persona sobre todos los universales que propongamos, pero si trabajamos en esto, podremos encontrar al menos una "ley" moral que cualquier persona dada aceptará que es universal. Una vez establecida una, podemos buscar una segunda y tercera, y así sucesivamente, hasta que consideremos que la persona está dispuesta a replantearse seriamente la creencia actual de que la ética es una cuestión subjetiva. A partir de ahí, podemos explicar estas realidades por el hecho de que somos creados por Dios. Algunos eruditos proponen una vuelta a la tradición de la virtud en la ética.{9} Como cristianos, podemos ver fácilmente el beneficio ético de reconocer que tenemos una naturaleza que hemos recibido de Dios, y que hay un fin o telos hacia el cual nos estamos moviendo, que se define por el carácter de Cristo. Esto hace que la ética sea una cuestión de desarrollo del carácter antes que simplemente seguir las reglas. Tal vez los protestantes deberían reconsiderar la tradición de la ley natural defendida durante mucho tiempo por la teología católica romana. Si esa es la mejor dirección hacia donde dirigirse está siendo considerado ahora por autorizados estudiosos evangélicos. Sea lo que decidamos acerca de esto, debemos alejarnos del emotivismo. Es malo para las personas, y es malo para la sociedad. Notas 1. Alasdair MacIntyre, After Virtue, 2nd ed. (Notre Dame, Ind.: University of Notre Dame Press, 1984), 6. Volver 2. Cf. Arthur Holmes, Fact, Value, and God (Grand Rapids: Eerdmans, 1997), 77. Volver 3. El fallecido Francis Schaeffer es un recurso muy útil para entender la importancia de los puntos de partida y aprender cómo exponerlos. Ver su The God Who is There, 30th Anniversary Edition (Downers Grove: InterVarsity Press, 1998), especialmente la Sección IV. Volver 4. MacIntyre, 19f. Volver 5. Ibid., 11-12. Volver 6. Ibid., 12. Volver
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7. James Hitchcock, What Is Secular Humanism? Why Humanism Became Secular and How It Is Changing Our World (Ann Arbor, Mich.: Servant Books, 1982), 83f. Volver 8. Se invita a quienes deseen considerar un estudio más riguroso filosóficamente que lean After Virtue, de MacIntyre. Volver 9. Recuerde la popularidad del libro de William Bennett The Book of Virtues (New York: Simon & Schuster, 1993). Bennett, dicho sea de paso, es un católico romano que tiene un B.A. en Filosofía y un Ph.D. en Filosofía Política, además de su título en Leyes. Volver © 2004 Probe Ministries. Todos los derechos reservados. Traducción: Alejandro Field
Acerca del autor Rick Wade se graduó de Moody Bible Institute con un B.A. en Comunicaciones (radiodifusión) en 1986. Se graduó con honores en 1990 de Trinity Evangelical Divinity School con un M.A. en Pensamiento Cristiano (teología/filosofía), donde sus estudios culminaron en una tesis sobre la apologética de Carl F. H. Henry. Rick y su familia viven en Rowlett, Texas. Si usted tiene algún comentario o pregunta sobre este artículo, envíelo por favor a
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