¡ORACIÓ AUTÉ TICA - ObreroFiel

Daniel se encuentra de rodillas en oración, y viene a él el arcángel Miguel. Le habla y le dice que en cuanto Daniel propuso en su corazón comprender, y a ...
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¡ORACIÓ AUTÉTICA – PODER AUTÉTICO! Por Charles Haddon Spurgeon “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.” Marcos 11:24 Completo e inédito Predicado el 12 de agosto de 1860 en EXETER HALL, STRAND Este versículo tiene algo que ver con la fe de los milagros; pero creo que se relaciona mucho más con el milagro de la fe. Sea como fuere, esta mañana lo consideraremos desde esta segunda perspectiva. Creo que este texto es la herencia no sólo de los apóstoles, sino de todo los que andan en la fe de los apóstoles, creyendo las promesas del Señor Jesucristo. El consejo que Cristo dio a los doce y a sus seguidores más cercanos, se nos repite a nosotros en la Palabra de Dios esta mañana. Ojalá tengamos constantemente la gracia de obedecerla. “Lo que pidiereis disfrutan orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.” Cuántas personas hay que se quejan de que no disfrutan la oración. No la descuidan, porque no se atrevan; pero la descuidarían si se atrevieran, tan lejos están de encontrar algún placer en ella. ¿Y no nos lamentamos de que a veces las ruedas del carruaje son quitadas y avanzamos pesadamente cuando estamos en oración? Dedicamos el tiempo debido, pero nos levantamos de nuestras rodillas sin sentirnos refrescados, como el hombre que ha pasado la noche en su cama pero no ha dormido como para recobrar sus fuerzas. Cuando llega nuevamente el momento, nuestra conciencia nos hace ponernos de rodillas, pero no sentimos una dulce comunión con Dios. No derramamos ante él nuestros deseos con la firme convicción de que nos los concederá. Después de haber repetido nuevamente las concebidas expresiones de costumbre, nos levantamos de nuestras rodillas quizá atribuladas de conciencia y más afligidas que antes. Hay muchos creyentes, creo, que se quejan de esto—que oran no tanto porque es una bendición que se les permita acercarse a Dios, sino porque tienen que orar, porque es su obligación, porque creen que si no lo hacen, perderán una de las evidencias seguras de que son cristianos. Hermanos, no los condeno; pero a la vez, si pudiera ser yo el medio para elevarles esta mañana de un estado de gracia tan bajo a un ambiente más elevado y más sano, mi alma se alegraría en gran manera. Si pudiera mostrarles un camino más excelente; si desde este momento en adelante pudieran considerar la oración como un elemento de ustedes, como uno de los ejercicios más placenteros de su vida; si pudieran llegar a estimarla más que al alimento que necesitan y a valorarla como uno de los mejores lujos del cielo, seguramente habré logrado un gran cometido, y tendrán ustedes que agradecer a Dios por una gran bendición. Concédanme, pues, su atención mientras les ruego que, primero, observen el texto; segundo, observen lo que los rodea y luego, observen las cosas de arriba. I.

OBSERVEN EL TEXTO Primero, OBSERVEN EL TEXTO. Si lo observan con cuidado, creo que percibirán las cualidades esenciales que se necesitan para lograr cualquier éxito importante y para prevalecer en la oración. Según la descripción que nuestro salvador hace de la oración, siempre debe haber objetos concretos por los cuales suplicar. Él se refiere a cosas cuando dice “todo lo que pidiereis orando.” Parece que no dice que los hijos de Dios han de acercarse a él para orar cuando no tienen nada por lo cual orar. Otro requisito esencial de la oración es tener un deseo sincero; porque el Maestro supone aquí que cuando oramos tenemos deseos. Por cierto que no es una oración, aunque puede parecerse a una oración, es la forma externa o el mero esqueleto, pero no es aquello viviente, aquello que prevalece sobre todo, omnipotente, llamado oración, a menos que haya plenitud y el desborde de anhelos.

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Observen, también, que la fe es una cualidad esencial de la oración exitosa—“creed que lo recibiréis”. No pueden orar para ser escuchados en el cielo y recibir una respuesta que satisfaga su alma, a menos que crean que Dios realmente oye y les contestará. Otro requisito aparece aquí a primera vista, esto es, que la expectativa de su realización debe acompañar siempre a una fe firme— “creed que lo recibiréis”. No sólo crean que “lo recibiréis” sino crean que “de hecho” lo reciben— considérenlo ya recibido, den por hecho que ya lo tienen, y actúen como si ya lo tuvieran—actúen como si estuvieran seguros de que les corresponde tenerlo—“Creed que lo recibiréis, y os vendrá”. Veamos estas cuatro cualidades, una por una. A. OBJETOS DEFINIDOS POR LOS CUALES SUPLICAR Para que la oración tenga algún valor, tiene que haber objetos definidos por los cuales suplicar. Mis hermanos, con frecuencia divagamos en nuestras oraciones pretendiendo esto, aquello y lo de más allá, y no recibimos nada porque en cada caso realmente no anhelamos nada. Parloteamos sobre muchos temas, pero el alma no se concentra en ningún objeto específico. ¿No caen ustedes a veces de rodillas sin pensar de antemano lo que quieren pedirle a Dios? Lo hacen como una costumbre, sin ninguna moción del corazón. Son como un hombre que va a una tienda y no sabe quÉ artículos piensa comprar. Quizá esté contento de comprar algo una vez que está allí, pero por cierto que no es un plan sabio para adoptar. De la misma manera, el cristiano en oración quizá después consiga su verdadero deseo, y logre su fin, pero mucho más rápido lo obtendría si preparara su alma por medio de la reelección y el auto examen, si se acercara a Dios con el objeto en el cual se concentrara para realmente pedirlo. Si pidiéramos una audiencia en la corte de su Majestad, tendríamos que estar preparados para responder a la pregunta: “¿Para que desea usted verla?” No se puede esperar que nos presentemos ante la reina y después de encontrarnos allí pensemos en algún pedido. Sucede lo mismo con los hijos de Dios. Ha de poder contestar la gran pregunta: “¿Cuál es su petición y cuál es su pedido y le será dado?” ¡Imagínense a un arquero que lanza su flecha sin saber donde está su blanco! ¿Qué probabilidades tiene de ser exitoso? ¡Consideren a un barco en viaje de descubrimiento, haciéndose a la mar sin que el capitán tenga una idea de lo que esta buscando! ¿Les parece que regresara cargado ya sea con descubrimientos científicos o tesoros de oro? En todo lo demás tienen ustedes un plan. No van al trabajo sin saber que hay algo concreto que deben hacer; ¿cómo es que van a Dios sin saber en concreto lo que quieren? Si tuvieran algún objeto nunca les resultaría aburrida y trabajosa la oración; estoy convencido de que la anhelarían. Dirían: “Hay algo que yo quiero. Oh que pudiera acercarme a mi Dios y pedírselo; tengo una necesidad, quiero que sea satisfecha, y anhelo poder estar a solas para poder derramar mi corazón ante él, y pedirle por esta cosa grande que mi corazón tan intensamente desea.” Encontrarán que les serán más provechosas sus oraciones si tienen algunos objetos a los cuales apuntar, y creo también si tuvieran ustedes algunas personas que mencionar. No rueguen meramente a Dios por los pecadores en general, sino que mencionen siempre alguno en particular. Si es usted maestro de escuela dominical, no pida simplemente una bendición para su clase, sino que ore por sus alumnos definidamente por nombre ante el Altísimo. Y si hay una misericordia que ansía para su hogar, no ande con indirectas, sino sea simple y directo en sus plegarias a Dios. Cuando oran ustedes a él, díganle lo que quieren. Si no tienen suficiente dinero, si sufren pobreza, si están pasando por dificultades, expongan su caso. No hagan alarde de una falsa modestia ante Dios. Lleguen enseguida al grano; háblenle honestamente. Él no necesita frases hermosas como las que los hombres usan constantemente cuando no quieren decir directamente lo que piensan. Si quieren ustedes una misericordia ya sea temporal o espiritual, díganlo. No revisen la Biblia de tapa a tapa para encontrar palabras para expresarla. Expresen sus anhelos en palabras que les brotan con naturalidad. Esas serán las mejores palabras, ténganlo por seguro. Las palabras de Abraham eran las mejores para Abraham,

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y las de ustedes serán las mejores para ustedes. No necesitan estudiar todos los pasajes de las Escrituras, orar justo como lo hicieron Jacob y Elías, usando las expresiones de ellos. Si lo hacen, no solo los estarán imitando. Los estarán imitando literal y servilmente, pero sin el alma que sugirió y dio vida a sus palabras. Oren usando sus propias palabras. Háblenle a Dios sin rodeos; pídanle enseguida lo que quieren. Mencionen personas, mencionen cosas y apunten directamente al objeto de sus suplicas; y estoy seguro que pronto encontraran que el cansancio y aburrimiento del cual con frecuencia se quejan en sus intercesiones, ya no los atacará; o por lo menos no tan habitualmente como antes. “Pero”, dice alguno, “yo no siento tener ningún objeto especial por el cual orar.” ¡Ah! Mi querido hermano, no sé quién es usted ni donde vive para no tener objetos especiales que llevar en oración, porque he visto que cada día trae su propia necesidad o su propia dificultad, y que todos los días tengo algo para contarle a mi Dios. Pero si no tuviéramos ninguna dificultad, mis queridos hermanos, si hubiésemos alcanzado tal grado de gracia que no tuviéramos nada que pedir, ¿amamos tanto a Cristo que no tenemos necesidad de orar pidiendo que le amemos más? ¿Tenemos tanta fe que hemos dejado de clamar: “Señor, auméntala”? Estoy seguro que siempre, examinándose un poco a sí mismos, descubrirán pronto que hay algún objeto valedero por el cual pueden llamar a la puerta de Misericordia y clamar: “Dame, Señor, el deseo de mi corazón.” Y si no tienen ningún deseo, no tienen más que preguntarle al primer creyente que encuentren, y él les dirá uno. “Oh”, les responderá, “si no tiene nada que pedir para usted mismo, ore por mí. Pida que mi esposa enferma se recupere. Ore que el Señor haga brillar la luz de su rostro en un corazón desanimado; pídale al Señor que envíe ayuda algún pastor que ha estado trabajando en vano y gastado sus fuerzas para nada.” Cuando hayan acabado con lo suyo, rueguen por otros; y si no pueden reunirse con alguien que les sugiera un tema, miren esta enorme Sodoma, esta cuidad como otra Gomorra que se extiende ante ustedes; llévenla constantemente ante el Señor en oración y clamen: “Oh que Londres viva delante de ti, que sus pecados se detengan, que su justicia sea exaltada, que el Dios de la tierra recoja para sí a mucha gente de esta cuidad.” B. UN DESEO FERVIENTE DE OBTENERLO. Tan necesario como es tener un objeto definido para orar es tener un deseo ferviente de obtenerlo. “Las oraciones frías”, dice un viejo teólogo, “piden una negativa.” Cuando le pedimos al Señor fríamente y sin pasión, en realidad detenemos su mano y le impedimos que nos dé la bendición que de hacho pretendemos estar queriendo. Cuando tienen ustedes su objeto en su mira, su alma tiene que sentirse tan poseída del valor de ese objeto, con su propia necesidad excesiva de tenerlo, del peligro que correrán a menos que el objeto se les conceda, que se sentirán compelidos a rogar por él como un hombre ruega por su vida. Hay una hermosa ilustración de la oración auténtica para el hombre en la conducta de dos nobles damas cuyos maridos habían sido condenados a muerte y estaban a punto de ser ajusticiados, cuando se presentaron ante el rey Jorge y suplicaron que los perdonara. El rey grosera y cruelmente las rechazó. ¡Jorge I! Así era él por naturaleza. Cuando volvieron a rogarle una y otra vez no las podían levantar de sus rodillas; tuvieron que ser arrastradas de la corte, porque estaban decididas a no retirarse hasta que el rey les concediera su favor y les dijera que sus esposos vivirían. ¡Ay! fracasaron, pero eran mujeres nobles por su perseverancia en rogar por la vida de sus esposos. Esa es la mera como debemos orar a Dios. Hemos de tener tal anhelo por lo que deseamos, que no nos levantamos hasta tenerlo—aunque sometidos a su voluntad divina. Sentir que lo que pedimos no puede ser equivocado, y que él mismo lo ha prometido, hemos resuelto que debe ser concedido, y si no es concedido, suplicaremos la promesa una y otra vez hasta que las puertas del cielo tiemblen antes que cesen nuestros ruegos. Con razón Dios no nos ha bendecido últimamente, porque no somos tan fervientes en oración como tenemos que serlo. Oh, esas oraciones del corazón frió que meren en los labios—esas súplicas heladas; no conmueven el corazón de los hombre, entonces, ¿cómo conmoverán el corazón de Dios? No nacen de nuestra propia alma, no brotan de las

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profundas fuentes secretas de lo más profundo de nuestro corazón y, por lo tanto, no pueden llegarle a él que sólo escucha el clamor del alma, ante quien la hipocresía no puede velarse, ni la ceremonia disimularse. Tenemos que ser serios, de lo contrario no tenemos derecho a esperar que el Señor escuche nuestra oración. Y seguramente, mi hermanos, sería suficiente refrenar toda ligereza y practicar un fervor incesante para comprender la grandeza del Ser ante quien suplicamos. ¿Me presentare ante tu presencia, Oh mi Dios, burlándome de ti con palabras frías? ¿Esconden los ángeles su rostro ante ti, y me contentare con decir palabras ceremoniosas sin alma y sin corazón? ¡Ah, mis hermanos! No sabemos cuántas de nuestras oraciones son una abominación para el Señor. Sería una abominación para ustedes y para mí que alguien nos pida en la calles, como si no quisieran lo que piden. Pero, ¿no le hemos hecho eso mismo a Dios? ¿Acaso aquello que es la mayor riqueza del cielo para el hombre no se ha convertido en una obligación seca y muerta? Se decía de John Bradford que tenia una manera peculiar de orar, y cuando le preguntaron su secreto respondió: “Cuando sé lo que quiero siempre me detengo en ese ruego hasta sentir que he suplicado por él Dios, y hasta que Dios y yo hayamos hecho un pacto sobre el asunto. Nunca paso a otra petición hasta haber conseguido la primera.” ¡Ay! Es que algunos que empiezan “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” y antes de haber siquiera pensado en adorarle—“santificado sea tu nombre”—, empiezan a decir las próximas palabras— “venga tu reino”, entonces quizá les golpea el pensamiento: “¿Realmente quiero que venga su reino? Si viniera ahora, ¿dónde estaría yo? Y mientras están pensando en eso, sus voces siguen con “hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”; hacen un revoltijo de sus oraciones y dicen todas las frases entremezcladas. ¡Oh! Deténgase en cada una hasta haberla orado realmente. No trate de poner dos flechas en el arco al mismo tiempo, porque ambas errarán el blanco. El que carga su escopeta con dos balas y trata de tirarlas simultáneamente luego vuelve a cargar la escopeta. Ruéguele a Dios una primera misericordia y después presente la segunda. No este satisfecho de mezclar tanto los colores de sus oraciones que no queda ya un cuadro para mirar sino un inmenso mamarracho, un pintarrajeo de colores mal aplicados. Observe el Padrenuestro. Qué trazos tan marcados contiene. Hay ciertas misericordias concretas, y no se entremezclan unas con las otras. Allí está, y al mirar el todo vemos que es un cuadra magnífico; no de confusión sino de hermoso orden. Sea así con sus oraciones. Permanezca en una hasta haber prevalecido en ella, y luego pase a la próxima. Con la combinación de objetos definidos y anhelos fervientes, nace la esperanza que prevalecerá con Dios. C. UNA FE FIRME EN DIOS Es más: estas dos cosas no serían provechosas si no se combinaran con otra cualidad más esencial y divina, esto es, una fe firme en Dios. Hermanos, ¿creen en la oración? Sé que oran porque son el pueblo del Señor pero, ¿creen en el poder de la oración? Hay muchos creyentes que no. Creen que es algo bueno, creen que a veces logra maravillas, pero no creen que la oración, la auténtica oración, tenga siempre éxito. Creen que su efecto depende de muchas otras cosas, pero que no tiene en sí misma ninguna cualidad ni ningún poder esencial. Ahora bien, la convicción de mi propia alma es que la oración es el poder más grande en todo el universo; que tiene una fuerza más omnipotente que la electricidad, la atracción, la gravitación o cualquier otra fuerza secreta a las cuales los hombres han dado un nombre, pero que no entienden. La oración tiene una influencia tan palpable, tan real, tan segura, tan invariable sobre el universo entero como cualquiera de las leyes que rigen la materia. Cuando alguien realmente ora, no es cuestión de que Dios lo escuche o no, tiene que escucharlo; no porque haya ninguna compulsión en la oración, sino porque hay una dulce y bendita compulsión en la promesa. Dios ha prometido oír la oración, y él cumplirá su promesa. El es el Dios Altísimo y verdadero, no puede negarse a sí mismo. ¡Oh!, pensar en esto: que usted, un hombre insignificante, puede estar de pie aquí y hablarle a Dios, y por medio de Dios puede mover todos los mundo. No obstante, cuando su oración es escuchada, la creación no será trastornada; aunque los fines más grandiosos sean contestados, la providencia no se agitara ni un instante. Ni una hoja caerá antes del

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árbol, ni una estrella saldrá de su curso, ni una gota de agua saldrá más lentamente de su fuente, todo seguirá igual y, no obstante, su oración habrá afectado todo. Apelara a los decretos y propósitos de Dios, a medida que se cumplen cada día; y todos exclamaran ante su oración, diciendo: “Tú eres nuestro hermano; nosotros somos decretos y tú mismo eres un decreto, tan inmemorial, tan seguro, tan antiguo como lo somos nosotros.” Nuestras oraciones son decretos de Dios en otra forma. Las oraciones del pueblo de Dios son las promesas de Dios que emanen de corazones vivientes, y esas promesas son decretos, sólo manifestados de otro modo. No diga: ¿Cómo pueden mis oraciones afectar los decretos? No pueden, excepto en la media que sus oraciones son decretos y que, a medida que se expresan, todas las oraciones que son inspiradas por el Espíritu Santo a su alma son tan omnipotentes y tan eternas como aquel decreto que dijo: “Sea la luz, y fue la luz”, o como aquel decreto que escogió a su pueblo y ordeno su redención por medio de la sangre preciosa de Cristo. Usted tiene poder en la oración, y usted se encuentra hoy ante los ministros más poderosos el universo que Dios creo. Usted tiene poder sobre los ángeles, ellos vuelan a voluntad de usted. Usted tiene poder sobre el fuego, el agua y los elementos de la tierra. Usted tiene poder sobre el fuego, el agua y los elementos de la tierra. Usted tiene poder para hacer que su voz sea oída más allá de las estrellas donde los truenos mueren en silencia, su voz despertara los ecos de la eternidad. El oído mismo de Dios escuchara y la mano de Dios mismo cederá a la voluntad de usted. Él le pide que clame: “Hágase tu voluntad”, y su voluntad será hecha. Cuando puede usted suplicar su promesa entonces su voluntad es la voluntad de él. ¿No les parece, mis queridos amigos, cosa tremenda tener en las manos un poder tan tremendo como el de tener la capacidad de orar? Han sabido ustedes a veces de hombres que pretenden tener un poder raro y místico por medio del cual pueden llamar a los espíritus de la hondura insondable, por medio del cual pueden hacer llover a detener el sol. Era todo un producto de su imaginación, pero si hubiera sido cierto, el creyente es un mago todavía más grande. Si no hace más que tener fe en Dios, nada hay imposible para él. Será librado de las aguas más profundas—será rescatado de las peores dificultades—en la cabruna será alimentado—en la pestilencia saldrá ileso—en medio de la calamidad caminara firme y fuerte—en la guerra será siempre escudad—y en el día de la batalla levantar su rostro, si puede creer la promesa y sostenerla ante los ojos de Dios y suplicara con el hechizo de una seguridad inquebrantable. No existe nada, lo repito, no hay ninguna fuerza tan tremenda, ninguna energía tan maravillosa, como la energía con la cual Dios ha dotado a cada hombre, quien, como Jacob, puede luchar, como Israel puede prevalecer con él en oración. Pero tenemos que tener fe en esto; tenemos que creer que la oración es lo que es, porque de otra manera no es lo que debe ser. A menos que yo crea que mi oración sea eficaz no lo será, porque dependerá en gran medida de mi fe. Dios puede otorgarme lo misericordia aun cuando no tengo fe; pero eso será por su propia gracias soberana, pero no ha prometido hacerlo. Pero cuando yo tengo fe y puedo suplicar el cumplimiento de la promesa con un serio anhelar, el que reciba la bendición o que se haga mi voluntad deja de ser una mera probabilidad. A menos que el Eterno se desvié de su Palabra, a menos que el juramento que ha dado sea revocado, y él mismo deje de ser lo que es: “sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.” D. LA EXPECTATIVA DE SU REALIZACIÓN Ahora, para subir un escalón más, junto con objetos definidos, anhelos fervientes y una fe fuerte en la eficacia de la oración debe haber—y ¡Oh que la gracias soberana nos los conceda!—debe contener la expectativa de su realización. Hemos de poder contar las misericordias antes de recibirlas, creyendo que están en camino. Al leer el otro día un dulce librito, que les recomiendo a todo ustedes, escrito por un autor norteamericano que parece conocer a fondo el poder de la oración, y a quien le debo muchas cosas buenas—un libro titulado The Still Hour (La Hora Quieta), me encontré con una referencia a un pasaje en el libro de Daniel, el capitulo diez creo, donde, como dice él, parece exponer a la vista toda la maquinaria de la oración. Daniel se encuentra de rodillas en oración, y viene a él el arcángel Miguel. Le habla y le dice que en cuanto Daniel propuso en su corazón comprender, y a

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humillarse en la presencia de Dios, fueron oídas sus palabras, y el Señor había despachado el ángel. Luego le dice del modo más formal del mundo: “Más el príncipe del reino de Persia se me opuso…uno de los principales príncipes, vino para ayudarme…He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días. “ Noten ahora esto. Dios pone el anhelo en nuestro corazón y en cuanto el anhelo esta allí, antes de que clamemos él empieza a contestar. Antes de que las palabras hayan llegado mitad de camino al cielo, mientras todavía tiemblan en nuestros labios— sabiendo las palabras que queremos decir—él empieza a contestarlas, envía el ángel; el ángel viene y trae la bendición necesitada. La cuestión sería una revelación si pudiera usted verla con los ojos. Algunos creen que las cosas espirituales son sueños, y que hablamos fantasías. No es así. Creo que hay tanta realidad en la oración del cristiano como en la luz del relámpago; la utilidad y excelencia de la oración del creyente, puede ser tan conocido como el poder del golpe del relámpago que voltea al árbol, rompe sus ramas y lo parte hasta su raíz. La oración no es producto de la imaginación; es lo auténtico, coaccionando al universo, encadenando a las propias leyes de Dios y constriñendo al Altísimo y Santísimo a escuchar la voluntad de su pobre pero favorecida criatura humana. Pero tenemos que creer esto siempre. Necesitamos una seguridad de realización en la oración. ¡Contar las misericordias antes de que lleguen! ¡Estar seguras de que vienen! ¡Actuar como si las hubiéramos recibido ya! Cuando ha pedido su pan cotidiano, ya no se altere preocupándose, más bien crea que Dios la ha escuchado y él se lo concederá. Cunado ha llevado usted el caso de su hijo enfermo ante Dios creyendo que ese hijo se recobrara o, si no sucediera, que será una mayor bendición para usted y mayor gloria para Dios, déjeselo a él. Poder decir: “Yo sé que él ahora me ha oído; permaneceré en mi atalaya; buscare a mi Dios y oiré lo que tiene que decirle a mi alma.” ¿Acaso alguna vez se ha decepcionado, creyente, cuando oró con fe y sabiendo que la respuesta llegaría? Doy mi propio testimonio aquí esta mañana de que nunca he confiado en él para descubrir luego que me fallara. He confiado en el hombre y he sido engañado, pero mi Dios ni una vez me ha negado el pedido que le he hecho, cuando he respaldado el pedio con la creencia en su disposición a escuchar y en la seguridad de su promesa. Pero oigo que alguien dice: “¿Podemos orar por lo temporal?” Ay, sí, pueden. En todo hagan conocer sus necesidades a Dios. No se trata meramente de lo espiritual, sino de las preocupaciones e todos los días. Preséntenle sus dificultades más pequeñas. Él es un Dios que escucha la oración; él es el Dios de su casa al igual que el Dios del Santuario. Constantemente lleven a Dios todo lo que tienen. Como me decía acerca de su difunta esposa un buen hombre que está por hacerse miembro de esta iglesia: “Oh, ella era una mujer que nunca podio hacer nada hasta no haber orado primer. Sea lo que fuera, solía decir: ‘Tengo que orar sobre el asunto’” Oh que tuviéramos más del habito de extender todo ante el Señor, tal como hizo Exequias con las cartas de Rabsaces: “Sea hecha tu voluntad, te la entrego”. La gente dice que el Sr. Müller de Bristol es entusiasta, porque junta setecientos niños y cree que Dios les proveerá lo que necesitan; aunque nada tiene en la bolsa esta haciendo sólo lo que debe ser la acción común de cada creyente. Actúa de acuerdo con una regla de la cual el mundo siempre se burla porque no la entiende; un sistema que siempre parece basarse en un mal discernimiento, no en el sentido común, sino en algo más elevado que el sentido común—en una fe poco común. ¡Oh que tuviéramos esa fe poco común de confiar en lo que el Señor nos dice! No puede permitir, ni permitirá que el hombre que confía en él sea avergonzado o confundido. Ahora pues, les he presentado, de la mejor manera que pude, lo que considero los cuatro elementos esenciales de la oración que prevalece—“todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.” II. OBSERVEN A SU ALREDEDOR Habiéndoles pedido que observen el texto, quiero pedirles ahora que OBSERVEN A SU ALREDEDOR. Observen a su alrededor nuestras reuniones de oración, miren a su alrededor sus oraciones de intercesión privadas y júzguenlas según el tenor de este texto. Primer, observen a su alrededor las reuniones de oración; no puedo hablar muy deliberadamente sobre este tema, porque

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creo sinceramente que las reuniones de oración que por lo general realizamos, tienen menos de las faltas que estoy por indicar que otras a las que he asistido. Pero, aun así tienen algunas de las faltas y espero que lo que voy a decir sea llevado personalmente a casa por cada hermano que tiene la costumbre de elevar sus súplicas en público en las reuniones de oración. ¿No es cierto que en cuanto llega a la reunión siente que el caso de muchos de los que oran (que quizá no se puedan calificar como oraciones, pero creo que son sinceros) se basa en que tienen una buena memoria para recordar muchos pasajes, que siempre han sido citados desde los días del abuelo de nuestro abuelo y son capaces de repetirlos ordenadamente? El don se manifiesta también en algunas iglesias, especialmente en iglesias de pueblo, en tener pulmones fuertes como para poder aguantar sin respirar por veinticinco minutos cuando son breves y tres cuartos de hora cuando se extienden. El don se manifiesta también en poder no pedir nada en particular, sino pasar por toda una gama de cosas, haciendo de la oración, no una flecha con punta, sino más bien una maquina indefinida que no tiene punta, que pretende ser todo punta, que apunta a todo y, en consecuencia, no da en ningún blanco. A estos hermanos son a los que con más frecuencia se les pide que oren, los que tienen esos dones peculiares y quizá excelentes, aunque realmente tengo que decir que no puedo obedecer el mandato del apóstol de procurar dones como estos. Ahora bien, si en cambio se le pide que ore a un hombre que nunca ha orado en publico, suponga que se pone de pie y dice: “Oh Señor, me siento tan pecador que casi ni puedo hablar contigo; ¡Señor, ayúdame a orar! ¡Oh Señor, salva mi pobre alma! ¡Oh que salvaras a mis antiguos compañeros! ¡Señor, bendice al pastor! Plázcate darnos un avivamiento. ¡Oh Señor, no puedo decir nada más; escúchame en nombre de Cristo! Amén.” Entonces, usted, de alguna manera, siente como si hubiera empezado a orar usted mismo. Siente un interés en ese hombre, en parte por el temor de que se detenga, y también porque esta seguro de que ha sido sincero en lo que dijo. Y si otro se pusiera de pie después de eso y orara en el mismo espíritu, usted se retira diciendo: “Esta es la verdadera oración.” Prefiero tener tres minutos de oración como esa, que treinta minutos de la otra clase, porque lo primero es orar y aquello otro es predicar. Permítanme citarle lo que un viejo predicador dijo sobre el tema de la oración y darles una pequeña palabra de consejo—“Recuerde, el Señor no lo oirá por la aritmética de sus oraciones; no cuenta cantidades. No lo escuchara por la retórica de sus oraciones; no le importa el lenguaje elocuente en que se expresan. No lo escuchara por la geometría de sus oraciones; no las computa por su largo o por su ancho. No lo tendrá en cuenta por la música de sus oraciones, no le importa que las voces sean dulces ni que tengan periodos armoniosos. Tampoco lo considerara por la lógica de sus oraciones, de que estén bien organizadas y excelentemente compartimentadas. Pero lo escuchara y medirá la cantidad de bendición que le dará, según la divinidad de sus oraciones. Si puede usted suplicar en nombre de la persona de Cristo y si el Espíritu Santo lo inspira con ardor y sinceridad, las bendiciones que pide, seguramente le llegaran.” Hermanos, me gustaría incinerar toda la serie de viejas oraciones que hemos estado usando estos cincuenta años. Ese “aceite que va de un recipiente a otro.”—Ese “caballo que se apresura a entrar en batalla,”—ese versículo mal citado y deformado: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos”—y todas esas otras citas que hemos estado fabricando y dislocando y copiando de un hombre a otro. Quisiera que viniéramos para hablarle a Dios sencillamente de nuestro propio corazón. Sería maravilloso para nuestras reuniones de oración, tendríamos mejor asistencia y estoy seguro de que serían más fructíferas si cada uno nos quitáramos esa costumbre de ser ceremoniosos y habláramos con Dios como un niño habla con su padre; le pidiéramos lo que queremos para luego sentarnos habiendo acabado. Dio esto con toda sinceridad cristiana. Muchas veces, porque no he optado por orar en una forma convencional, la gente ha dicho: “¡Ese hombre no es reverente!” Mi querido señor, usted no es juez de mi reverencia. Ante mi Señor sigo en pie o caigo. No creo que Job haya citado a nadie. No creo que Jacob haya citado al antiguo santo en el cielo, — su padre Abraham. No encuentro que Jesucristo haya citado las Escrituras en sus oraciones. Ellos no oraban con las palabras de otras personas sino que oraban con las propias. Dios no

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quiere que ande usted juntando esas excelentes pero muy mustias especias e incienso, no de los viejos arcones donde han permanecido hasta perder su sabor, sino que quiere incienso fresco y mirra fresca, traídos del Ofir de la experiencia de su propia alma. Asegúrese de orar realmente, no aprenda el idioma de la oración sino que busque el espíritu de oración, y Dios Todopoderoso le bendecirá y le hará más potente en sus súplicas. He dicho: “Observe a su alrededor.” Quiero que siga haciéndolo, y que observe a sus alrededor en su propia cámara. ¡Oh! Hermanos y hermanas, no hay lugar del cual algunos de nosotros tenemos que sentirnos tan avergonzados de observar como la puerta de nuestra cámara. No puedo decir que las bisagras estén herrumbradas; si, se abren y cierran cuando corresponde. No puedo decir que la puerta esté trabada o que tenga telarañas. No descuidamos la oración en sí; pero esas paredes, esas vigas en la pared, ¡qué cosas podrían contar! “¡Oh!” quizá exclame la pared, “Lo he oído cuando estaba tan apurado que apenas podía pasar dos minutos con su Dios, y lo he escuchado también cuando estaba entre dormido y despierto, y cuando no sabia lo que decía.” Entonces una biga quizá exclame: “Le he oído cuando ha venido y se ha pasado diez minutos y no pidió nada, por lo menos su corazón no pido. Los labios se movían pero el corazón no pedía. Los labios se movían, pero el corazón guardaba silencio.” Otra biga quizá exclame: “¡Oh! He oído el gemido de su alma, pero lo he visto retirarse desconfiando, sin creer que su oración haya sido escuchada, citando la promesa, pero pensando que Dios no la cumpliría.” Ciertamente las cuatro paredes de la cámara se juntarían y caerían sobre nosotros con ira, porque tantas veces hemos insultado a Dios con nuestra incredulidad y con nuestro apuro y con todo tipo de pecados. Le hemos insultado aun ante su trono, en el punto donde su condescendencia se manifiesta más plenamente. ¿No resulta así con usted? ¿No debemos cada uno confesarlo? Asegúrense entonces, hermanos creyentes, de que se hago una enmienda, y les haga Dios más potentes y más exitosos que nunca en sus oraciones. III. OBSERVEN LAS COSAS DE ARRIBA Pero no se detengan; el Último punto es: levanten su mirada, OBSERVEN LAS COSAS DE ARRIBA. Miremos hacia arriba, hermanos y hermanas creyentes y lloremos. Oh Dios, tú nos has dado un arma potente, y hemos dejado que se herrumbre. Nos has dado aquello que es potente como tú, y hemos dejado que ese poder yazca inactivo. Acaso no sería un crimen vil si a alguien se le diera un ojo que se niega a abrir, o una mano que se niega a levantar o un pie que se ha entumecido porque no lo usa. Y qué hemos de decir de nosotros mismos cuando Dios no ha dado poder en oración y, no obstante, ese poder permanece inmóvil. Oh, si el universo estuviera tan inmóvil como nosotros, ¿dónde nos encontraríamos nosotros? Oh Dios, tú das luz al sol y él brilla. Tú das luz aun a las estrellas y ellas titilan. A los vientos tú das potencia y ellos soplan. Y al aire le das vida y se mueve, y de él respiran los hombres. Pero a tu pueblo le has dado un don que es mejor que potencia, y vida y luz y, no obstante, lo dejan inmóvil. Olvidados casi de que tienen el poder, rara vez utilizándolo, aunque podrá ser de bendición para incontables miles. Llore, creyente. Constantino, emperador romano, vio que en las monedas de otros emperadores sus imágenes aparecía en una postura erguida—triunfante. En lugar de hacer lo mismo ordeno que su imagen se imprimiera de rodillas porque, dijo: “Esa es la manera como he triunfado.” Nunca triunfaremos hasta que nuestra imagen se imprima de rodillas. La razón por la cual hemos sido derrotados y por qué nuestros estandartes se arrastran en el polvo, es porque no hemos orado. Regresen—regresen a su Dios, con pesar confiesen ante él, vosotros, hijos dieron la espalda en el día de la batalla. Regresen a su Dios y díganle que si las almas no son salvas, no es porque él no tenga poder para salvar, sino porque ustedes nunca han sufrido dolores como los de parto por los pecadores por Kir-hareset, ni su espíritu se ha conmovido por las defensas de la tribu de Rubén. Despierten, despierten, ustedes pueblo de Israel; maravíllense, ustedes que son descuidados, ustedes que han descuidado la oración; ustedes pecadores que están en la propia Sión y que están descansando. Despiértense, luchen y contiendan con su Dios, y luego

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vendrán las bendiciones—la lluvia temprana y tardía de su misericordia y la tierra dará abundante fruto y todas las naciones lo llamarán bendito. Levanten la vista entonces y lloren. Una vez más levanten la vista y regocíjense. Aunque han pecado contra él, él les sigue amando. No han orado a él ni buscado su rostro, pero él sigue clamando: “Buscad mi rostro”, y no dice: “Me buscáis en vano.” Quizá no hayan acudido a la fuente, pero sigue fluyendo tan abundantemente como antes. No se han acercado a Dios, pero él sigue esperando para concederles su gracias y está pronto a oír sus peticiones. He aquí que les dice: — Pregúntame acerca de las cosas que vendrán, en cuanto a mis hijos y mis hijas, ordéname.” ¡Qué bendición es que el Señor en el cielo este siempre pronto para escuchar! Agustín tiene un pensamiento muy hermoso sobre la parábola del hombre que llamo a la puerta de su amigo a medianoche, diciendo: “Amigo, préstame tres panes.” Su paráfrasis dice algo así: Llamo a la puerta de la misericordia y es medianoche. “¿Vendrán acaso algunos de los siervos de la casa y me contestaran?” No, llamo, pero están durmiendo. ¡Oh! ustedes apóstoles de Dios— ustedes, mártires glorificados—ustedes están dormidos; descansan en sus lechos, no pueden oír mi oración. Pero, ¿no contestaran los hijos? No hay hijos que estén dispuestos a acudir y abrirle la puerta a su hermano? No, están dormidos. Mis hermanos que han partido—con quienes tuve dulce comunión y que eran los compañeros de mi corazón—ustedes no pueden contestarme porque descansan en Jesús; sus obras les siguen, pero no pueden obrar a mi favor. Pero aunque los siervos duermen y aunque los hijos no pueden responder, el Señor está despierto, — despierto también a medianoches. Puede ser medianoche en mi alma, pero él me oye, y cuando digo “Dame tres panes”, acude a la puerta y me da lo que necesito. Creyente, entonces levante la vista y regocíjese. Siempre hay una oída atenta si abre usted su boda para hablar. Siempre hay una mano dispuesta si tiene usted un corazón dispuesto. No tiene más que clamar y el Señor escucha; no, aun antes de que usted clame a él, él le responderá y mientras le hable, él le escuchara. ¡Oh! no se quede entonces rezagado en la oración. Acuda a él cuando llega a su casa; no, aun en camino levante su ruego silenciosamente; y sea cual fuere su petición o pedido, pídalo en el nombre de Jesús, y le será concedido. Una vez más, hermanos creyentes, levanten su vista y enmienden a sus oraciones desde ahora en adelantes. Dejen de considerar a la oración como una romántica ficción o una ardua obligación; considérenla como un auténtico poder, como un auténtico placer. Cuando los filósofos descubren un poder latente, parecen deleitarse en ponerlo en práctica. Creo que ha habido muchos grandes ingenieros que han diseñado y construido algunas de las obras humanas más maravillosas, no porque fueran remunerativas, sino sencillamente por querer demostrar su propio poder de lograr maravillas. Para demostrarle al mundo lo que su habilidad podía hacer y lo que el hombre puede lograr, han tentado a compañías a aceptar proyectos que en apariencia nunca podían remunerar, según me parece a mí, a fin de tener la oportunidad de demostrar su genialidad. Oh creyentes, ¿acaso un gran Ingeniero intentara grandes obras y demostrara su poder y ustedes, que tienen un poder más poderoso que jamás haya sido utilizado por el hombre separadamente de su Dios—dejara que quede inmóvil? No, Piensen en un gran objeto, usen al máximo la fuerza de sus súplicas para obtenerlo. Dejen que cada vena de su corazón se llene hasta el borde con la rica sangre del deseo, y luchen, y contiendan, y jalen y perseveren pidiéndoselo a Dios, valiéndose de sus promesas y reclamando los atributos y vean si Dios no les da el deseo de su corazón. Les reto este día a exceder en oración la riqueza de mi Señor. Les lanzo el desafió. Crean que él es más de lo que es; abran sus bocas tanto que él no la pueda colmar, acudan a él ahora para tener más fe que lo que la promesa justifica; aventúrense, arriésguense, superen al Eterno si es posible, inténtelo. O, como prefiero decirlo: tomen sus peticiones y anhelos y vean si él los honra. Prueben a ver si, creyendo ustedes, él no cumple la promesa y los bendice ricamente con el ungimiento del Espíritu por el cual serán más fuetes en la oración. No puedo dejar de agregar estas pocas silabas antes de finalizar. Se que algunos de ustedes jamás en su vida han orado. Quizás han recitado una forma de oración por muchos años, pero ni una vez han orado. ¡Ah! pobre alma, debe usted nacer de nuevo, y hasta volver a nacer no puede orar como le he

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estado indicando a los creyentes que oren. Pero déjeme decirle esto. ¿Su corazón anhela la salvación? ¿Le ha susurrado el Espíritu: “Ven a Jesús, pecador, él te escuchara?” Crea ese susurro, porque él le escuchara. La oración del pecador que despierta es aceptable a Dios. Él escucha al corazón quebrantado y también lo sana. Lleve sus gemidos y sus suspiros a Dios y él le responderá. “Ah,” pero dice uno: “no tengo nada que suplicar.” Está bien, pero suplique como hizo David: “Perdona mi iniquidad, porque es grande.” Cuenta usted con esa súplica—diga “En el precioso nombre del que derramó su sangre” y prevalecerá, pecador. Pero no se acerque a Dios pidiéndole misericordia con su pecado en la mano. ¿Qué pensaría usted si un rebelde compareciera ante su soberano y pidiera perdón con la daga en su cinto, y con la declaración de su rebelión sobre su pecho? ¿Merecería ser perdonado? De ninguna manera lo merecería, y merecería el doble de su condena por haberse burlado de su señor al pretender buscar misericordia. Si una esposa hubiera dejado a su marido, “¿cree que tendría la impudencia, el descaro de volver y pedir perdón apoyándose en el brazo de su amante? No, no podría tener tal impudencia, sin embargo, eso sucede con usted—quizá pide misericordia mientras siguiendo en pecado—ora pidiendo reconciliación con Dios y sin embargo alberga y cede a su lascivia. ¡Despierte! ¡Despierte! y clame s su Dios, usted que duerme. La nave se está acercando a las rocas, quizá mañana se estrelle y sea destrozada, y usted se hundirá en las profundidades insondables del sufrimiento eterno. Clame a su Dios, le digo, y cuando clame a él, arroje lejos su pecado o él no lo escuchara. Si levanta usted sus manos impías con una mentira en su mano derecha, la oración en sus labios es despreciable. Oh, acuda a él, dígale: “Quinta toda mi iniquidad, recíbeme en tu gracia, ámame libremente,” y él le escuchara, y aun orara usted como un príncipe reinante, y un día se presentara más que vencedor ante el trono brillante de aquel que reina eternamente, Dios de todo, bendito por siempre jamás.

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