Durkheim: arquitecto y héroe fundador

Proudhon, Comte—, las ciencias sociales se desarrollaron tar díamente en Francia ...... misas de Augusto Comte, quien imaginaba la posibilidad de de ducir las ...
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Durkheim: arquitecto y héroe fundador El período que describe Durkheim, en el cual tuvo un papel tan grande, puede ser llamado como el de los fundadores. En ese período la sociología se constituye como ciencia. Se emancpa de la moral, de la política, de las investigaciones normativas; por un lado, rompe con la filosofía; por otro, con la literatura y la música. Marcel Mauss

Desde el regreso de su visita a Alemania, en 1886, Durkheim tenía un proyecto: fundar un nuevo campo científico. No es fá­ cil estimar hasta qué punto la estada en el exterior lo influyó en esta dirección. Los críticos y comentaristas de su obra han subestimado o sobrevalorado el viaje. Un autor como Terry Clark considera que L'Année Sociologique toma como modelo de investigación colectiva a los institutos alemanes, en particular el laboratorio de psicología de Wudnt.1 Otros han ido más le­ jos al decir que la sociología era una ciencia totalmente impor­ tada de Alemania.2 Algunas veces es el propio autor quien in­ duce al lector a no considerar la influencia alemana, ya que en textos posteriores tiende a presentar la sociología como una “ciencia esencialmente francesa”.3 En realidad, a pesar del pasado promisorio —Saint-Simon, Proudhon, Comte—, las ciencias sociales se desarrollaron tar­ díamente en Francia. Durkheim tiene conciencia de eso cuan-

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do afirma que él “esperaba las luces” de Alemania.4 Al reflexio­ nar sobre el asunto, llega incluso a vincular las causas de ese atraso con las condiciones políticas de la época. Su interpreta­ ción no deja de ser seductora. Durkheim argumenta que el sur­ gimiento de la reflexión sociológica se produce con el desmo­ ronamiento del Antiguo Régimen. La Revolución Francesa desempeña así un papel fundamental, al desorganizar todo un marco de referencia intelectual y al abrir un espacio para un nuevo orden de ideas, “Durante los primeros años de la Restau­ ración tuvo lugar un verdadero ímpetu de entusiasmo raciona­ lista. Se esperaba que los medios para rehacer la organización moral del país sólo podrían provenir de la razón, esto es, de la ciencia. De esta efervescencia intelectualista resultaron, simul­ táneamente, el saintsimonismo, el fourierismo, el comtismo y la sociología.” Pero, con los acontecimientos de 1848, se pro­ duce un “retroceso”, porque las “causas profundas que habían dado origen a la sociología, y que sólo ellas podían mantener viva, habían acabado por perder su fuerza”.3 La sociología se eclipsa para resurgir después de la guerra de 1870, con la rui­ na del régimen imperial y el ascenso de la Tercera República. Ante esa ausencia, podía encontrarse una referencia intelec­ tual sólida en los trabajos elaborados en Alemania y, en menor medida, en Bélgica e Inglaterra. Si se toma como punto de partida la clase inaugural “Curso de ciencia social” (Burdeos, 1888), se puede decir que el proyecto se cristaliza entre 1885 y 1888. Los primeros escritos son más bien reseñas críticas de diversos libros que tratan, en general, sobre la existencia y las divisiones de la so­ ciología. Véanse, por ejemplo, los comentarios sobre las obras de Glumplowicz, Schaeffle, Spencer y De Greef.6 Sería, sin embar­ go, prematuro imaginar que sus ideas estaban ya plenamente elaboradas en esa fase. Es posible discernir varias lagunas, que po­ nen de manifiesto las dificultades y contradicciones que enfrentaba. En un comentario acerca de Spencer, Durkheim plantea que la sociología debería ser una disciplina distinta de la historia de las religiones, lo que significa circunscribir el estudio

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de la religión al conocimiento de sus funciones. La creencia en Dios sería un fenómeno psicológico del fuero íntimo y, por consiguiente, la nueva disciplina no debería ocuparse de ella. Hay que destacar que los escritos de esa época tratan, sobre todo, acer­ ca de la posibilidad de la existencia o no de una ciencia social; el autor esboza una respuesta a tal inquietud: [...] discutir para saber si una ciencia es posible y viable es siem­ pre una pérdida de tiempo. En lo que concierne a la sociología, la cuestión no sólo es innecesaria, sino que es perjudicial. La so­ ciología existe, vive y progresa, tiene un objeto y un método, comprende una variedad lo suficientemente amplia de proble­ mas como para justificar desde ya una división del trabajo; ha suscitado trabajos notables tanto en Francia como en el extran­ jero, y sobre todo en el extranjero.7

Palabras apresuradas, que contrastan con la prudencia ex­ hibida en la clase inaugural en Burdeos: Encomendado de enseñar una ciencia nueva y que sólo cuenta con un pequeño número de principios definitivamente estable­ cidos, sería una temeridad de mi parte no sentir recelo ante las dificultades de mi tarea. Además, hago esta confesión sin dificultad y timidez. Creo, en efecto, que en nuestras universidades, al lado de estas cátedras, desde cuya altura se enseña la ciencia ya hecha y las verdades adquiridas, hay lugar para otros cursos en los que el profesor va haciendo la ciencia a medida que la ense­ ña; donde encuentra oyentes que no son sólo alumnos sino tam­ bién colaboradores, con los cuales investiga, sondea y a veces, tam­ bién se equivoca. No vengo, por lo tanto, a revelar una doctrina cuyos secreto y privilegio estarían en manos de una pequeña es­ cuela de sociólogos, ni menos aún a proponer panaceas para cu­ rar a nuestras sociedades modernas de los males que pueden pa­ decer. La ciencia marcha más lentamente; precisa tiempo, mucho tiempo, sobre todo para hacerse prácticamente utilizable.8

Así se explicita el proyecto. Los cursos de Burdeos anticipan los escritos futuros y funcionan como ensayos para las ideas que desarrollará más tarde.9 Hay una lógica secuencial en las prime­ ras publicaciones: La división del trabajo social (1893) establece el

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objeto de la sociología, Las reglas del método sociológico (1895) sien­ tan las bases de una metodología específica de la nueva ciencia, El suicidio (1895) aplica el método a un terreno considerado has­ ta entonces ajeno al dominio sociológico. Cuando se crea L’Année Sociologique en 1898, el pensamiento durkheimiano ya está definido; se trata ahora de consolidar y expandir un conoci­ miento por medio de un equipo de investigadores especializa­ dos en el estudio de diferentes ramas de la sociedad. Pero ¿qué es un fundador sino un arquitecto que, al reco­ nocer el terreno existente, derriba antiguos muros para la cons­ trucción de nuevas fronteras? Varios autores han enfatizado el hecho de que la sociología surgiera con la expansión de la ra­ cionalidad burguesa.10 En este sentido, las ciencias sociales sur­ gen como instrumento de reformas políticas. Pero es posible utilizar la imagen de “reforma” también en el sentido arquitec­ tónico: las transformaciones del espacio urbano, que caracte­ rizan a las grandes ciudades europeas en la segunda mitad del siglo XIX, expresan un espíritu de modernidad inscrito en la materialidad de las calles, plazas, edificios. Los trabajos de Haussmann en París o los proyectos arquitectónicos de la Ringstrasse en Viena traducen la consolidación y la legitimidad de un gusto y de un imaginario de las clases dirigentes. En el caso francés, tales cambios no se limitan a la remodelación de los grandes bulevares: también afectan a establecimientos es­ pecíficos como las universidades. La vieja Sorbona, que había sido fundada por Robert de Sorbon en 1303 y remodelada en 1627, es completamente reconstruida. Dirá Durkheim en rela­ ción con sus nuevas funciones: Para colocarla a la altura de su nueva misión, hubo que trans­ formarla. Todos las antiguas edificaciones fueron demolidas, con excepción de la iglesia que había construido Richelieu y donde se encuentra su tumba. Simultáneamente, la Sorbona fue ampliada en todos lados; forma un vasto rectángulo de 21.000 metros cuadrados, el triple de la superficie que ocupaba la Sorbona de Richelieu.11

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Una universidad mejor equipada, moderna, dotada de ga­ binete para el rector, salones, sala de consejo y comisiones, au­ ditorios para los estudiantes. Esa reasignación espacial refleja una voluntad más amplia, inserta en una política que percibe a la educación como elemen­ to ideológico de cohesión social. En la Tercera República se implementa una reestructuración total de la enseñanza primaria y secundaria, cuya finalidad es integrar las diversas partes del país. Se puede tener un cuadro de la época cuando se constata que hasta 1870 la mayoría de las personas habitaba en las zonas ru­ rales y se encontraba alejada de los destinos nacionales; en 1863, un cuarto de la población no hablaba el francés y vivía en comu­ nidades que tenían sus propios idiomas.12 Era común que se ha­ blara de “dos Francias”. Una civilizada, culta, heredera de la Re­ volución y del espíritu iluminista; otra salvaje, ruda, adversa a las transformaciones, conservadora de un modo de ser característi­ co del Antiguo Régimen. En ese contexto la educación adquie­ re la función de amalgama entre la diversidad de las partes, lo que para algunos incluso eliminaría los conflictos sociales. La función del profesor, sobre todo en las escuelas primarias, adquiere así un acentuado carácter ideológico. Es visto como por tavoz de una cultura “civilizada y moderna” que debía extender se a los confines del país. La palabra misión adquiere un valor sagrado, y resurge en varios momentos en los textos del autor. Por ejemplo, cuando se refiere al poder de convicción del pro­ fesor, portavoz de los valores encarnados en el Estado laico: Lo que reviste de autoridad a la palabra del sacerdote es la idea elevada que él posee de su misión; él habla en nombre de un dios en el cual cree, de quien se siente más próximo que la mul­ titud de los profanos. El maestro laico puede y debe tener algo de este sentimiento. De la misma manera que el sacerdote es el intérprete de su dios, él es el intérprete de las grandes ideas mo­ rales de su tiempo y de sus antepasados.13

Esta ideología moralizante y civilizadora tiene reflejos impor­ tantes en la universidad, dado que ésta es el lugar por excelen-

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cia de la formación de cuadros para la vida social y política. Pe­ ro existe también otra dimensión, de carácter práctico. Jules Ferry, ministro de Educación, pensaba que el espíritu científico descendería desde las alturas de la universidad hasta los niveles inferiores de la sociedad.14 En este sentido el término “misión” adquiere otra dimensión, distinta de la anterior, ya que en el nú­ cleo de la propuesta ideológica residía en un programa de estí­ mulo a la producción científica. Como observa Victor Karady, [...] la sociología universitaria está vinculada a una innovación institucional que estuvo por completo bajo la responsabilidad de la autoridad administrativa, así como una serie de innovacio­ nes paralelas en el tiempo; todas esas innovaciones responden a preocupaciones ideológicas y a un proyecto de renovación científica de las universidades.15

Junto a las necesidades políticas se alinean intereses de or­ den académico. La valorización de la universidad como foyer de vie scientifique es vital para el florecimiento de la sociología en Francia. No es casual que Durkheim, al hacer el balance de las diferentes corrientes sociológicas de fines de siglo, se defina co­ mo participante del “grupo universitario”, un espacio concre­ to en el cual se inserta y que brinda las condiciones objetivas para la realización de su ambición personal. George Weiz describe sugestivamente el período de la Terce­ ra República como el del surgimiento de la moderna universidad francesa.16 En efecto, el sistema universitario republicano intro­ duce una ruptura con el pasado. Son varias las transformaciones llevadas a cabo: implantación de una red de enseñanza nacional, que descentraliza el monopolio que ejercía París en relación con el interior (el monopolio pasa a ser hegemonía); expansión del número de puestos de profesores; construcción de una infraes­ tructura material (edificios, laboratorios, bibliotecas); creación de una carrera universitaria (chargé de cours, maestro de conferen­ cias, profesor adjunto, profesor titular); incentivo a la investiga­ ción; introducción de un sistema de becas para los estudiantes. Tales cambios expanden cuantitativamente la enseñanza supe-

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rior, la consolidan cualitativamente y fortalecen la especialización de las disciplinas. Para tener una idea, las antiguas universidades del interior no tenían ni siquiera un público profesional, pero, a partir de la reformulación de la enseñanza, la docencia y la inves­ tigación se dirigen a una audiencia calificada. Las cátedras se es­ pecializan (se eliminan progresivamente materias como literatu­ ra extranjera, literatura antigua, historia, filosofía, a favor de una especialización más acentuada, como literatura griega, literatura latina, épocas históricas, períodos de historia literaria, etcétera) y se introducen otras disciplinas: geografía, pedagogía, sociología, psicología.17 Cuando Durkheim afirma que la sociología vive una “era de especialidades”, en el fondo está traduciendo un movi­ miento que se realiza en los diferentes campos intelectuales. Sin embargo, este proceso ha sido descrito muchas veces ca­ si únicamente en términos de institucionalización y de expansión de un mercado universitario. No tengo dudas de que en parte es­ te tipo de interpretación es útil. Jean Louis Fabiani, por ejemplo, describe de manera convincente el surgimiento de un mercado de bienes filosóficos que se consolida con las reformas universi­ tarias.18 Pero no se puede perder de vista que el movimiento de especialización significa también para algunas disciplinas, y éste es el caso de la sociología, la conquista de una autonomía episte­ mológica. La profesionalización de las ciencias humanas implica también públicos específicos, esto es, un patrón de legitimidad propio del orden de cada disciplina. Durante el período republi­ cano aparecen varias revistas que se esfuerzan por encontrar a es­ te público, que luchan por una delimitación más precisa de sus áreas de acción: en filosofía, la Revue Philosophique (1876) y la Re­ trae de Métaphysique de la Morale (1893); en psicología, L'Année Psychologique (1895); en sociología, La Reforme Sociale (1881), La Scien­ ce Sociale (1886), la Revue Internationale de Sociologie (1893) y L'Année Sociologique (1898). Muchas de esas publicaciones cargan aún la herencia de cierto eclecticismo, pero sin duda se orientan hacia un movimiento de autonomización y profesionalización de las diferentes ramas de las humanidades.

Límites y fronteras Para que exista una verdadera sociología es necesario que se produzcan, en cada sociedad, fenómenos de los cuales esta so­ ciedad sea la causa específica, y que no existirían si ella no exis­ tiese, que son lo que son porque ella se constituye como tal. Só­ lo se puede fundar una ciencia que posea como materia un factor sui generis, distinto de aquellos que constituyen el objeto de estudio de las otras ciencias.19

Hay un término que reaparece con insistencia en los escri­ tos durkheimianos: “sui generis”. La recurrencia con la que lo utiliza manifiesta la tenacidad del autor en la prosecución de su objetivo. Bachelard decía que la física se erigió como cien­ cia en el momento en que rompió con la alquimia y la explica­ ción religiosa del mundo. Esto es, cuando constituyó un corpus teórico autónomo. La inteligibilidad de los fenómenos natura­ les se da por tanto en el interior de un cuadro que delimita la propia disciplina, independientemente de las demandas y de las especulaciones de orden externo. Durkheim aspira a lo mis­ mo: explicar lo social por lo social. Lo que admira en Condorcet, Saint-Simon, Spencer, Comte, es justamente el hecho de que hayan percibido tal especificidad. Sobre los economistas clásicos dirá lo siguiente: “Fueron los primeros en proclamar que las leyes sociales son necesarias como las leyes físicas y en hacer de este axioma la base de una ciencia”.20 Su análisis de los pensadores del siglo XVIII pone de relieve la misma proble­ mática. Incluso su lectura de Rousseau, cuya doctrina del con­ trato social plantea un entendimiento racional entre los indi­ viduos, revela que la “sociedad no es natural, sino artificial en segundo grado”.21 La sociedad conformaría un reino aparte del “estado de naturaleza” en el que se encontraba sumergida la individualidad asocial de las personas. Durkheim valoriza a Saint-Simon y a Comte como precursores de la sociología por la misma razón: por haber explicado lo que hay de particular en la sociedad, con lo cual abrieron el camino para una nueva esfera del conocimiento (fisiología social y sociología).

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Un texto que trabaja de manera interesante la especificidad de lo social es la tesis latina, escrita en 1892. Durkheim parte del principio de que toda disciplina científica debe tener un obje­ to propio. La evaluación de la obra de Montesquieu es realiza­ da desde esta perspectiva: ¿en qué medida cumpliría con los criterios necesarios para el surgimiento de una ciencia de lo social? Una primera condición sería la oposición entre individuo y so­ ciedad. Así, en El espíritu de las leyes, Montesquieu no pretende estudiar a los hombres que gobiernan, sino a las sociedades con­ cretas. Por eso construye una tipología que clasifica las diversas formas de gobierno que las constituirían: república (democra­ cia y aristocracia), monarquía, gobierno despótico. Sin embar­ go, no es la forma de gobierno la que determina a la sociedad, sino lo contrario. La república florece en las ciudades pequeñas (Grecia antigua) y sus límites son estrechos; el volumen de po­ blación es limitado y favorece una mayor cohesión social. Pues­ to que la división del trabajo es reducida, existe mayor control de la desigualdad entre las riquezas, situación que se caracteri­ zaría por el hecho de que la vida social forma “un bloque de ele­ mentos de la misma naturaleza, yuxtapuestos unos a los otros”.22 El cuadro que se presenta en la monarquía es diferente. Las fun ciones sociales están distribuidas en varias clases (agricultura, comercio, artesanado, etcétera); el volumen medio de la población es superior al de las ciudades republicanas; la división del trabajo tiende a aumentar, y se hace necesario un poder centra­ lizador. Sin embargo, la competencia entre las partes limitaría el poder del monarca y llevaría a que todas ellas contribuyesen a la armonía del todo. Por último, el gobierno despótico se vin­ cula a un tipo de sociedad que, al haber crecido más allá de los límites de la posibilidad de control, a causa de su volumen, su extensión y el gran número de súbditos, requiere el uso de la fuerza como único elemento de cohesión social. Se puede percibir cómo Durkheim anticipa una serie de ar­ gumentos que serán mejor elaborados en La división del trabajo social. El rasgo que define a la república es la solidaridad mecá­

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nica, donde los gobernados participan de manera inmediata de una conciencia colectiva que los envuelve; en cambio, la solida­ ridad orgánica sería fruto de un estado de desarrollo en el que las partes de la sociedad se especializan y constituyen el funda­ mento del gobierno monárquico. El análisis de la obra de Montesquieu revela aun otros elementos, como el clima y el suelo, que serían causas secundarias en la formación de las sociedades. La extensión de las llanuras favorecería el despotismo; las islas y las montañas circunscribirían la autoridad del jefe; la tierra po­ co fecunda estimularía la frugalidad de la república. Durkheim concluye así su razonamiento: “Del tamaño de un pueblo, de la configuración del suelo que ocupa, de la naturaleza y del clima, se puede deducir a qué genero de sociedad pertenece y cuáles son sus leyes y sus instituciones”.23 Por lo tanto, es posible leer lo social de modo de extraer de allí determinadas regularidades (leyes) que serán estudiadas por una ciencia particular. Pero una disciplina no debe apenas establecer su objeto. La sociología tiene que resolver, además una crisis de identidad, pues comparte una herencia intelectual que la confunde con otros sectores. El problema que enfrenta no es demasiado dife­ rente de aquellos que encuentran los grupos identitarios. Cuan­ do los movimientos negro y feminista perciben la posición que ocupan en la jerarquía social, sus intelectuales son llevados de inmediato a reescribir la historia. La expresión “a partir de” ma­ terializa una visión que se subleva contra la versión oficial de los acontecimientos. Ahora bien, el pensamiento sociológico dis­ ponía hasta entonces de varias versiones. Durkheim tuvo que enfrentarlas, criticarlas, para marcar una ruptura entre el pasado ecléctico y el presente "científico". Como él mismo afirma: En un principio todas las ciencias han atravesado una fase que podríamos llamar ideológica. Este es el ejemplo de la física, que, en sus comienzos, intentaba conocer las nociones corrientes de calor y de frío, de peso, de líquido y de sólido, descomponién­ dolas y comparándolas, más que buscando relaciones según las cuales sus objetivaciones se vinculan a los hechos, de los cuales derivaban esas representaciones informes.24

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Lo mismo ocurre con la sociología. Se impone una ruptu­ ra con las antiguas formas de conocimiento, lo que significa un distanciamiento de la filosofía, que hasta entonces mantenía cierto monopolio en la reflexión sobre la sociedad. La distin­ ción que Durkheim establece entre métodos deductivo e induc­ tivo es fundamental. Al proponer que los hechos sociales sean pensados como “cosas” (y no que son cosas), invierte la premi­ sa anterior que los consideraba desde la perspectiva de cómo “deberían ser”. Fundar una ciencia “positiva” implicaba partir de la realidad, de la observación de los hechos, alejarse de las prenociones e imponer un abordaje inductivo que lo diferen­ ciaba del discurso filosófico. En este sentido, incluso Comte y Spencer, a quien Durkheim dispensa gran admiración, serán cuestionados. Al reflexionar sobre el momento que estaban atravesando las ciencias sociales en el siglo XIX, dice: Fue en vano que Comte y Spencer proclamaran que los hechos sociales son hechos de la naturaleza, que las ciencias sociales son ciencias de la naturaleza. Cuando al salir de esas generalidades ellos aplicaron sus principios, retornaron a la concepción y al método antiguos. Para Comte, la evolución social consiste en la realización de la idea de humanidad; para Spencer, la sociedad no es nada más que la realización de la idea de cooperación.23

En el caso del positivismo había, además, un agravante: sus premisas habían evolucionado hacia una religión de la huma­ nidad que las alejaba del ideal trazado en los cursos de Filoso­ fía Positiva. Por esa razón Comte y Spencer son considerados más como filósofos que como sociólogos. Esta interpretación, que ya está presente en la clase inaugural de Burdeos, tiene, según mi opinión, un valor estratégico. Permite que el presente sea orientado “a partir de” un corte que introduce la escuela durkheimiana. La historia de la sociología adquiere un centro que ritualmente separa a los precursores de los “auténticos” pro­ fesionales. Como en todo mito fundacional, se puede discernir entre un “antes” y un “después”, quedándole a Durkheim el pa­ pel de héroe fundador de la nueva centralidad científica.

Pienso que el debate sobre el individúo y el individualismo en la obra durkheimiana adquiere otra dimensión cuando se lo con­ sidera desde esta perspectiva. No tengo dudas acerca de la rele­ vancia de las innumerables críticas que se le han hecho. Su pen­ samiento tiene una dificultad real para tratar al individuo como categoría sociológica y, en particular, política. Sin embargo, es ne­ cesario entender que la oposición individuo/sociedad no remite sólo a una cuestión de naturaleza política, sino que echa raíces en una táctica cuya intención es circunscribir, de manera inequí­ voca, el dominio de la sociología. Es cierto que Durkheim reco­ noce la importancia de los economistas clásicos como precurso­ res de las ciencias sociales, pero no deja de criticarlos cuando éstos vinculan la nueva disciplina a la existencia del individuo ra­ cional. Si la economía política avanza cuando afirma que existe una especificidad de lo social, pierde enseguida “todas las venta­ jas del comienzo. Continúa siendo una ciencia abstracta deducti­ va, ocupada no en observar la realidad, sino en construir un ideal más o menos deseable; porque este hombre en general, este egoísta sistemático del que nos habla no es más que un ser de ra­ zón”.25 Esto es, los economistas están presos de la ideología libe­ ral, lo que les impide percibir la conducta humana mediada por las fuerzas sociales. El tema del individualismo aproxima incluso la perspectiva durkheimiana a la de Marx. En uno de los raros textos que escribe sobre el materialismo histórico, en un comentario a un libro de Labriola, dice: “Consideramos fecunda esta idea de que la vida social se debe explicar, no por medio de la concepción que tienen los que participan en ella, sino por las cau­ sas profundas que escapan a la conciencia”.27 O sea, los hombres hacen la historia sin tener conciencia de eso. No estoy sugirien­ do que su análisis se identifique con el marxista; lo que interesa señalar es que la oposición entre individuo y sociedad adquiere un valor epistemológico tal que, por medio de ella, el propio autor establece conexiones con teorías alejadas de la suya. En una primera aproximación, individual significa contingen­ cia. Cuando Durkheim polemiza con los historiadores tradiciona-

les, éste es el punto que retiene. Seignobos, por ejemplo, defen­ día la tesis de que historia debería limitarse a describir los “acon­ tecimientos”, circunscribiéndose así al análisis de los documentos escritos y de los testimonios que dejan conscientemente los agen­ tes sociales. Durkheim se rebela contra esta concepción; para él [...] las causas, indicadas por los agentes, lejos de tener alguna importancia, deberían ser genéricamente consideradas como, hipótesis bajo sospecha. ¿Cómo explicar los hechos si no por medio de una metodología experimental que opera lenta y ob­ jetivamente? ¿Qué puede saber la conciencia individual de las causas de esos hechos tan considerables y tan complejos?28

En realidad, el debate con los historiadores plantea de ma­ nera clara la pregunta: ¿cómo hacer de la historia una discipli­ na científica? La respuesta es directa: “sólo puede ser una cien­ cia con la condición de que se eleve por encima de lo individual”.29 Para ello debería abandonar la descripción de los “síntomas”, contingentes, y desplazar su explicación hacia un ni­ vel más profundo, no visible, de modo de captar la estructura y las causas de los acontecimientos. El texto sobre Montesquieu retoma de manera ejemplar la misma cuestión. La lectura durkheimiana evidentemente privilegia el peso de la sociedad sobre e1 individuo, pues se trata de demostrar en qué medida Montesquieu sería un precursor de las ciencias sociales. Sin embargo, el propio texto original ofrecía algunas resistencias para la aceptación irrestricta de esa tesis. Para muchos Montesquieu era un defensor del libre arbitrio. En varios pasajes sugiere cier­ ta independencia del legislador en relación con la coerción que ejercen las sociedades. Así, en los países cálidos, que invitan a sus habitantes a la pereza, Montesquieu prescribe que el legis­ lador debe actuar con firmeza; entre los pueblos de carácter or­ gulloso e intrépido, es necesario instituir castigos terribles a fin de contener tal extralimitación. Resta por tanto una duda; ¿en qué medida el legislador, como individuo, actúa de manera au­ tónoma? ¿Es él el creador de las leyes?

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Para Durkheim ésta es una cuestión crucial, de la cual de­ pende el fundamento de la ciencia que se busca construir; al fin de cuentas, una “mala” comprensión de Montesquieu abri­ ría la posibilidad de que se introdujera un elemento de con­ tingencia que “podría destruir el fundamento de las ciencias sociales”.30 Su respuesta es simple. En general, el legislador sería el instrumento a través del cual se realiza el sentido de la sociedad. La expresión jurídica de un pueblo expresaría así la “naturaleza” de su organización social: las leyes no serían otra cosa que costumbres codificadas. Según, su interpreta­ ción, retomando el ejemplo anterior, vemos que en los países cálidos la firmeza del legislador no es arbitraria, pues deriva­ ría de una exigencia que se corresponde con la propensión a la pereza en determinados pueblos. Durkheim concede, no obstante, que en ciertos casos la forma jurídica estaría en de­ sacuerdo con la “esencia” de la sociedad. De la misma mane­ ra que en la vida individual existen imperfecciones, en la vi­ da social ocurrirían desvíos, como las leyes injustas (por cierto, entendidas según el patrón de justicia relativo al nivel al que se refieren) o las instituciones defectuosas. Evidente­ mente es posible comprender esos hechos, pero ellos están determinados por causas fortuitas, accidentales, que Durk­ heim asociará con la idea de enfermedad, de anormalidad. Como la ciencia se funda sobre la regla, el estado enfermizo es visto como una excepción. Este artificio le permite superar la eventual contradicción entre individuo y sociedad. Se pue­ de así aclarar la duda anterior: Para Montesquieu, en todos los lugares donde las cosas son normales, éstas se realizan de acuerdo con leyes necesarias, y esta necesariedad sólo se interrumpe cuando las leyes se alejan del estado normal. Por esa razón, la contingencia no destruye a la ciencia social, pero limita su alcance, ya que ésta tiene como único objeto las formas normales de la vida en sociedad, mientras que las enfermedades, según la opinión de nuestro autor, están casi fuera de la ciencia.31

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El principio se presenta con más fuerza en Las reglas del mé­ todo sociológico. En efecto, para que la sociología se vuelva “ver­ daderamente una ciencia de las cosas [es necesario], que la ge­ neralidad de los fenómenos sea tomada como criterio de su normalidad”.32 El capítulo en el que se diferencia lo normal de lo patológico asume el papel de una divisoria de aguas. Si la anormalidad es vista como accidental, ella forma parte, con el individuo, del reino de la contingencia, de modo tal que se en­ cuentra fuera del campo que cubre la sociología. No es difícil hilvanar una serie de críticas al modo en que Durkheim construye su objeto. El lector de La división del tra­ bajo social percibe claramente cómo algunas hipótesis determi­ nan el razonamiento del autor. Todo el libro se estructura a partir de la referencia al derecho, con la intención de mostrar que el avance de la solidaridad orgánica se corresponde con una preponderancia del derecho restitutivo respecto del dere­ cho coercitivo. En las sociedades llamadas “primitivas”, en las cuales los castigos colectivos al “crimen” son una práctica cons­ tante y generalizada, reinarían las técnicas de coerción; en las sociedades industriales, complejas, el derecho sería de tipo restitutivo y arbitraría las relaciones entre la diversidad de las partes. Sin embargo, aun cuando las ciencias jurídicas permi­ tan este tipo de comparación, queda claro que a Durkheim se le escapa un aspecto esencial del derecho. ¿Cómo pensar el universo que los juristas denominan derecho real, que abarca justamente la relación entre los individuos y las cosas? Una vez más Durkheim cree resolver el problema y retoma la oposición anterior. Según é1, [...] se puede ejercer un derecho real creyendo estar solo en el mundo, haciendo abstracción de los otros hombres. En conse­ cuencia, dado que es sólo por intermedio de las personas como las cosas son integradas a la sociedad, la solidaridad que resulta de esta integración es negativa. No hace que las voluntades se muevan hacia fines comunes, sino apenas que las cosas graviten en orden alrededor de las voluntades.33

El derecho real es visto como parte del orden de la individua­ lidad, por lo que escaparía a los intereses del análisis sociológico. Al contrario del marxismo, que entiende la organización de la so­ ciedad a partir del proceso de alienación (el derecho a la propie­ dad es privado), el mismo tema es visto como, “negativo”. En este sentido, cualquier tipo de reflexión relativa a la reificación de las relaciones sociales, de su cosificación como decía Marx, es expul­ sada del universo durkheimiano. Una vez que se entiende a la di­ visión del trabajo como generadora de solidaridad, la tesis pro­ puesta debe necesariamente omitir los fenómenos “negativos” que separan a los hombres en lugar de unirlos. Por eso la anomia es una pesadilla, una anormalidad marcada por el signo de lo in­ dividual, de lo accidental. Pero no se puede perder de vista que el artificio durkheimiano aporta algunos beneficios: se trazan, de manera inequívoca, las fronteras de un universo científico. Más aún, es posible diferenciarlo de otras disciplinas incipientes, co­ mo la psicología. La polémica con Gabriel Tarde es en este senti­ do reveladora, pero para tratarla de modo apropiado es intere­ sante retomar algunos puntos relativos a la constitución del campo universitario en Francia. Terry Clark muestra que, entre 1870 y 1914, se llevaba a ca­ bo una variedad de investigaciones sociológicas; sin embargo, sólo la versión durkheimiana logró consolidarse. ¿Cómo se en tiende lo que ocurrió? La línea de investigación que inaugura Durkheim, y que otros irán a explorar, encuentra respuesta en el proceso de institucionalización de las disciplinas científicas. En principio, L’Année Sociologique habría formado en el interior del sistema universitario un laboratorio competente y articula­ do, capaz de reunir a un grupo cohesionado en torno del lide­ razgo de Durkheim. Cuando se lee Prophets and patrons se tiene a veces la impresión de que estamos frente a una visión un tan­ to esquemática de las cosas. Clark, de modo algo obvio, parte del siguiente razonamiento: “Para la mayoría de los nuevos cam­ pos [científicos] son esenciales tres elementos: buenas ideas, in­ dividuos talentosos y un soporte institucional adecuado”.33 Pe­

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ro su estudio tiene el mérito de llamar la atención sobre una di­ mensión olvidada. Como diría Bourdieu, las disputas en el inte­ rior del campo científico no son apenas de naturaleza teórica, remiten a una estrategia que envuelve las posiciones de los agen­ tes que lo constituyen. En el caso francés existían en efecto va­ rias corrientes, antagónicas, que practicaban la sociología fue­ ra de los muros de la universidad: los continuadores de Le Play, el grupo de René Worms, reunido en torno de la Revue Interna­ tionale de Sociologie, y un autor de renombre, Gabriel Tarde. La cuestión que se plantea es cómo relacionar la fragilidad de esos proyectos alternativos con la posición de sus portadores en el interior del sistema intelectual francés. Tras la muerte de Le Play (1882) se produce una escisión en su grupo y los representantes de la Reforma Social forman dos tendencias: Science Sociale y Société d’Economie Sociale. La primera, dirigida por Tourville, desarrolla una serie de investigaciones sobre la familia en Francia y en el exterior, pero, de modo coheren­ te con su opción política conservadora, se vincula al catolicismo social en el momento en que Francia sufría transformaciones profundas bajo el gobierno republicano. La disputa entre la enseñanza laica y la religiosa marcaba a la sociedad francesa, y el movimiento católico iba perdiendo control sobre una serie de organismos que le garantizaban un relativo monopolio de la educación moral y política. No hay que olvidar que uno de los motivos de la reforma universitaria era impedir la expan­ sión de la hegemonía católica, la cual se ejercía incluso en al­ gunas instituciones de nivel superior. Dentro de ese contexto, como observa Antoine Savoye, [...] para los seguidores de Le Play, a la pérdida del monopolio se le agrega la pérdida de la hegemonía. Los tiempos ya no eran aquellos en que Le Play era solicitado por la clase dirigente, ávi­ da por comprender una realidad que no lograba entender. La ciencia social ya no podía tener la pretensión de desempeñar la función de consejera del príncipe, ahora, su adversario político.30

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La influencia de Tourville y Demolins se debilitará cada vez más. La tendencia de la Société d’Economie Sociale tiene un futuro más promisorio, si bien prendido al Estado. Pioneros de la técni­ ca estadística, poco a poco sus miembros se acercan a la Oficina del Trabajo, órgano del Ministerio de Comercio, la Industria y las Colonias, cuya función era recolectar informaciones sobre el mundo obrero: desarrollo de la producción, organización del tra­ bajo, condiciones de vida, relaciones con el capital, etcétera. La sociología que se practicaba seguía los moldes de lo que Adorno, en su crítica a Lazarsfeld, llamaría “investigación administrativa”. El destino de René Worms es semejante al de los anteriores. Junto a la Revue Internationale de Sociologie, él funda la Biblioteca Internacional de Sociología y la Sociedad de Sociología de París (1885). Pero todas esas instituciones están bajo el signo de una actividad científica débil. Al contrario de L’Année Sociologique, que desde el inicio busca demarcar el campo de la sociología, en la Revue Internationale de Sociologie, más ecléctica, en diez años de ac­ tividad, sólo una tercera parte de los textos publicados se refie­ ren de manera directa a la nueva disciplina. La elección del ca­ rácter internacional que propone Worms tampoco fue de las más felices. Los colaboradores extranjeros eran en su mayoría rusos, seguidos de españoles e italianos. Dice Roger Geiger: [...] esta orientación contribuyó poco a que la Revue favoreciera el progreso de la sociología. Los participantes europeos prove­ nían, sobre todo, de los países menos desarrollados de Europa. Todos esos colaboradores tenían un enfoque poco sofisticado de la sociología y alimentaban una predilección por los filóso­ fos científicos. Sus escritos trataban de sus propios sistemas filosóficos y de los de sus respectivas ciudades de origen. Llama la atención la ausencia de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, países en los que se desarrollan tradiciones sociológicas parale las a la formación de las sociedades industriales modernas. 37

La Sociedad de Sociología de París no tuvo mejor suerte. En realidad, era sólo una más entre las muchas asociaciones existen­ tes en la época. Su función era la de congregar personas de dife-

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rentes horizontes para que debatieran problemas coyunturales, so­ ciales y políticos. Como institución fue un elemento importante [...] en la popularización creciente de la sociología, pero es im­ probable que haya contribuido en algo para el desarrollo inte­ lectual de la disciplina. Los asuntos debatidos en las reuniones mensuales eran temas sumamente abstractos (las causas del pro­ greso) y cuestiones de actualidad (Exposición Universal, infor­ mes de viajes). Sin embargo, el discurso, lejos de superar el ni­ vel de la Revue, mostraba la mayoría de las veces la falta de profesionalismo de sus miembros.38

Eclecticismo. La palabra surge reiteradamente en la pluma de Durkheim para descalificar a sus competidores. ¿Pero se tra­ taría sólo de eso? Creo que no. Por cierto, el grupo durkheimiano se fortaleció a costa de la declinación de sus adversarios. Sin embargo, la idea de eclecticismo implica cierta arbitrarie­ dad, una confusión de fronteras y de actividades. En sí, duran­ te siglos, ésa fue la característica saliente de la reflexión sobre los fenómenos sociales. Se puede incluso decir que la noción de eclecticismo pasa a existir como contrapunto de alguna co­ sa sólo cuando está asociada al proceso de autonomización de las ciencias. En este momento, por primera vez, la legitimidad científica se vuelve un factor de promoción intelectual. Al final del siglo cohabitaban todavía dos tipos de legitimi­ dad: una, heredada del pasado, fundada en la erudición; otra, emergente, que privilegia el trabajo, y la investigación propia­ mente científica. Las corrientes sociológicas extrauniversitarias llevan la marca sobre todo del primer tipo de legitimidad. Se puede percibir ese rasgo en el origen profesional de sus inte­ grantes. Mientras que la mayoría de los durkheimianos, agregés de Filosofía o egresados de la École Normal, se dedicaban completamcnte a la investigación científica, los seguidores de Le Play, que trabajaban con “dedicación parcial”, eran banqueros, hombres de negocios o profesionales liberales. Esta indiferenciación en el reclutamiento se reproduce en los debates intelec­ tuales y en los trabajos realizados. Los continuadores de Le Play

combinan a menudo la difusión de un credo político, católico, con sus análisis sociológicos, siguiendo con aplicación la orien­ tación del maestro, para quien el conocimiento era una forma directa de acción reformista.39 No es casual que ellos escojan preferentemente como objeto de estudio a la familia y la vida rural. Son dos temas clave de una ideología que pretendía or­ ganizar la sociedad a partir de las relaciones familiares y del mundo agrícola. Esto no les impide brindar una contribución importante a la metodología de observación de la sociedad. Sus estudios, estadísticos y monográficos, anticipan un tipo de tra­ bajo que más tarde llevará a cabo con éxito la escuela de Chica­ go. Pero como estima Antoine Savoye, “respecto de los objetos de esta ciencia, su campo de aplicación es visto como secunda­ rio”.40 Eso posibilita un margen de inconsistencia bastante gran­ de. Lo mismo se puede decir en relación con René Worms. A pesar de su teoría organicista, en declinación a fines de siglo, [...] su sociología carece de un verdadero paradigma. las obras producidas no son acumulativas. Cada autor de po se coloca como sociólogo, pero de manera aislada, lo ce que las cuestiones fundamentales de la disciplina siempre a la empresa de Comte, su punto de partida.41

Por eso su gru­ que haretornen

Gabriel Tarde también ocupa una posición marginal res­ pecto del sistema universitario, a pesar de su ingreso al Collè­ ge de France como titular de la materia Filosofía Moderna (1900). Su trabajo será, sin embargo, solitario; prácticamente no tiene alumnos, ni continuadores. Como afirma Ian Lubek, “al enseñar fuera de los marcos universitarios clásicos, Tarde permanece como un one man show sin paradigma/comunidad, que continúe su pensamiento”.42 Pierre Favre lo describe de manera concisa y consciente: Tarde no era un universitario: su formación se interrumpe pron­ to, nunca será doctor ès lettres, y comienza a enseñar a los 53 años de edad. Tarde es, en realidad, parcialmente autodidacta. Es tam­ bién un provinciano: vive en un pueblo minúsculo de la Dord-

93 gone, donde la soledad intelectual lo confina a su biblioteca. De­ be su éxito, su celebridad, a sus escritos, solamente a sus escritos. No teme escribir sobre los dominios más diversos: criminología (un terreno más cercano a su profesión de abogado), filosofía (su vocación más antigua, como la poesía), psicología, economía política, estadística, sociología, ciencia política, estética.43

A esta serie de intereses, dispares y diversificados, se pue­ den sumar los libros sobre futurología, como Fragments d 'histoi­ re future, que transcurre en el tercer milenio de nuestra era. Pero ¿en qué medida ese eclecticismo en la formación inte­ lectual y en la elección de los temas se manifiesta en su propia concepción sociológica? Releer hoy Las leyes de la imitación es, de cierta forma, un ejercicio de paciencia, pues el libro no tiene la misma actualidad de otros clásicos del siglo XIX. No obstante es imposible dejar de notar la relevancia de los problemas que se plantea Tarde. El primer párrafo del capítulo “La repetición universal” comienza con la siguiente cuestión: “Existiría una ciencia, o solo una historia, y en el mejor de los casos, una filo­ sofía de los hechos sociales”.44 Se trata de una cuestión que si­ gue, por lo tanto, el mismo camino de los intereses de Durk­ heim; Tarde también anda en busca de una base científica para la sociología naciente. Sin embargo, al contrario de Durkheim, él cree que los fenómenos sociales tendrían su clave de explica­ ción en el concepto de imitación. La teoría tardiana percibe las relaciones sociales como derivadas de un proceso imitativo, cu­ yo foco de irradiación serían las innovaciones. Habría así un mo­ mento inicial, marcado por la invención humana, a partir del cual se inicia una serie imitativa: por ejemplo, la invención de la pólvora, del molino de viento, del telégrafo. En la fase siguien­ te, de expansión, el fenómeno se generaliza a toda la sociedad. Tarde tiene conciencia de que una ciencia sólo puede existir en la medida en que se construya sobre la regularidad de los he­ chos. Como existe una ruptura entre el hecho inicial (la inven­ ción), que es contingente, y el proceso de imitación derivado de él, Tarde propone limitar el alcance de la sociología al estu-

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dio de las regularidades imitativas. Durkheim tiene conciencia de la fragilidad de su argumentación. Tarde no llega a sostener que no existe ningún orden en la serie de los hechos históricos, lo que equivaldría a negar la posibili­ dad del estudio científico de las sociedades. Todos los hechos so­ ciales derivarían, en efecto, de las imitaciones individuales y se generalizarían mediante la vida de la imitación. Ahora bien, la invención es un producto del genio, y el genio es un “accidental supremo”, refractario a toda previsión así como a toda explica­ ción científica. Nace, aquí o acullá, de la casualidad. La casuali­ dad se encuentra así en el mismo fundamento de la vida social.43

En realidad, la perspectiva tardeana debilita el suelo episte­ mológico en el cual se arraiga. Al fundarse en el individuo, en la casualidad, se diluye la especificidad de lo social. Pero existen otras implicaciones. Cuando Tarde fundamenta la existencia de la sociedad en las manifestaciones individuales, no logra diferenciar su disciplina de otras, como la psicología. Ahora bien, esta nueva área de conocimiento surge en Francia en el mismo momento en que la sociología está buscando legi­ timarse. L’Anneé Psychologique es de 1895, y de inmediato la psi­ cología, como disciplina, pasa integrar el nuevo currículum de las universidades46. Se tiene así la impresión de que los dos campos de estudio, la sociología y la psicología, dividen tácti­ camente sus objetos, la sociedad y el individuo, y pueden ocu­ parse de ellos ignorándose los unos a los otros. Durkheim pen­ saba que la naturaleza humana estaba regida por una lógica dual y que podía ser comprendida por medio de oposiciones como cuerpo/alma, sociedad/individuo, sagrado/profano, moral/fuero íntimo. No hay dudas de que esta manera de concebir la realidad la empobrece, pero es sumamente convenien­ te para una disciplina que aún se halla en la fase de formación y tiene ante sí una fuerte competencia de otros campos del co­ nocimiento. De manera un tanto ruda, Durkheim recuerda a los pioneros que al repartir los terrenos de ocupación, sus te­ rritorios, fijan los límites reconocibles de sus dominios.

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Tarde se encuentra comprimido entre las fronteras. Su in­ definición epistemológica tiende unas veces hacia la psicología social, otras hacia la sociología, y no llega nunca a definirse muy bien. A esas dificultades se suman otras. La psicología que se practica en los medios universitarios franceses es básicamente experimental, y ve con desconfianza todo abordaje de tipo so­ cial.47 Su destino es ejemplar. Marginado por las dos disciplinas, se encuentra en un terreno movedizo, sin lograr establecer con claridad un paradigma que aprehenda las relaciones entre el in­ dividuo y la sociedad. Roger Bastide decía que fue Marcel Mauss quien logró celebrar un tratado de paz entre los “imperialismos” sociológico y psicológico.48 En este momento, entre 1920 y 1930, las dos áreas de conocimiento, plenamente maduras, con iden­ tidades propias, podían finalmente tener un intercambio real entre ellas. Pero a fines del siglo XIX la realidad era otra. Se debe hacer una última referencia, de orden topográfico, en relación con una ciencia que ejerció gran fascinación entre los pensadores del siglo XIX: la biología. En su sistema de clasi­ ficación, Comte la consideraba como una disciplina abarcadora, que incluía también a la sociología. Para este autor la física social, esto es, el estudio del desarrollo colectivo de la especie humana, sería una rama de la fisiología, pues la historia de la ci­ vilización sería en realidad una continuación de la historia na­ tural. Spencer también acentúa esta dependencia de las cien­ cias sociales en relación con el mundo fisiológico y llega a prescribir la necesidad de estudiar a la ciencia biológica como preparación para el conocimiento de la sociedad.49 El mismo Durkheim se vio envuelto de alguna manera en la maraña del vocabulario organicista de la época. En La división del trabajo so­ cial son innumerables los pasajes que comparan a la sociedad con un organismo, la vida social con la salud del cuerpo huma­ no, el desarrollo de la sociedad con la evolución de las especies. La oposición entre lo normal y lo patológico es por cierto una deuda pesada en relación con la concepción biologicista de la sociedad. En su clase inaugural en Burdeos, Durkheim valora

justamente este aspecto en Spencer, porque él no se habría “contentado con señalar analogías aparentemente verdaderas entre las sociedades y los seres vivos: él declara categóricamen­ te que la sociedad es una especie de organismo”.30 Steven Lukes observa, sin embargo, que una de las dificul­ tades que enfrentó Durkheim fue la de liberarse de un estilo metafórico con el que describía los fenómenos sociales abusan­ do de las analogías orgánicas. Esto obedecía a que su proyecto era justamente crear un área autónoma de conocimiento.31 En realidad, la biología le sirve de modelo científico para pensar la sociedad, pero al mismo tiempo es necesario separarse de ella. La distancia no puede quedar comprometida por la pro­ ximidad. Dice Durkheim: La analogía es una forma legítima de comparación, y la compara­ ción es el único medio del que disponemos para hacer las cosas inteligibles. El error de los sociólogos biologicistas fue el de ha­ berla usado mal: Ellos quisieron, no controlar las leyes de la socio­ logía por medio de la biología, sino inducir las primeras a partir de las segundas. Esas interferencias carecen de valor, porque las leyes de la vida se encuentran en la sociedad bajo una forma nue­ va y con rasgos específicos que la analogía no permite conjeturar y que sólo podemos alcanzar mediante la observación directa.32

Por lo tanto, no es posible confundir los niveles. Pensar la so­ ciedad como sui generis implica introducir una ruptura entre la naturaleza y la cultura, lo que impide derivar lo social de lo bio­ lógico. Los estudios sobre las “representaciones”, llevados a cabo por el grupo durkheimiano, reposan todos sobre esta premisa. Por ejemplo, el trabajo de Robert Hertz sobre la polaridad reli­ giosa. Este autor reedita la polémica con los sociólogos biologi­ cistas, en la medida en que se niega a encontrar las razones de la asimetría entre derecha e izquierda en argumentos de orden pu­ ramente orgánico. Para Hertz, si el desequilibrio no existiese or­ gánicamente, “habría que inventarlo”. Lo mismo hace Halbwachs cuando considera a la memoria colectiva como algo distinto de la memoria biológica. En realidad, sería inconcebible retornar a

las propuestas de Comte y Spencer, ya que eso comprometería completamente al proyecto. Por eso Durkheim se aleja de los es­ tudios basados en la raza que caracterizaban a la escuela de Lombroso en Italia, o de Lacassagne en Francia. Para él, tales estudios, que intentaban descubrir las causas del comportamiento crimi­ nológico en las razas humanas, consistían en un eclecticismo sin sentido, que mezclaba concepciones antropológicas con necesi­ dades fisiológicas.23 La separación entre sociología y biología pue­ de, de esta manera, ser establecida con seguridad.

Ciencia, sociedad, ideologías En el epígrafe que escogí Marcel Mauss dice que, a fines del siglo XIX, la sociología se había emancipado “de la moral, de la política y de las investigaciones normativas”. La cita sugiere al­ gunos parámetros adicionales en nuestra discusión. ¿En qué me­ dida la ciencia y la ideología se comparan y se interpenetran? Durkheim vivió en un tiempo de perturbaciones, cuando, para­ lelamente al ascenso de la burguesía, brotaban los conflictos so­ ciales y sindicales. En 1870, Francia fue derrotada en la guerra contra Alemania y, en 1871, el episodio de la Comuna de París puso de manifiesto la lucha de clases con toda su crudeza. Este clima de crisis se reproduce en dos eventos; importantes, el ca­ so Dreyfus (1898) y la Primera Guerra Mundial. La Tercera Re­ pública surge como un gobierno de reconstrucción nacional que busca rearticular el consenso en la sociedad francesa. La ge­ neración de Durkheim está por tanto educada en un contexto en el que la política estaba en el orden del día. Como sus con­ temporáneos, él tenía la impresión de que había algo que “no andaba bien”, de modo tal que la inquietud por la cosa pública pasaba a ser una necesidad teórica y práctica. Su concepción de las ciencias sociales está impregnada, desde sus estudios en la Ecole Nórmale Supérieure, de una perspectiva política. Georges David recuerda que para él era impensable concebir

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[...] una filosofía que no desembocase en una aplicación políti­ ca y social, y de modo inverso, una política que no estuviese fun­ damentada en una filosofía. La sociología sería la filosofía apta para asentar definitivamente la República e inspirar sus refor­ mas racionales, al mismo tiempo que le daba un principio de orden y de doctrina moral a la nación.34

¿Estaría en lo cierto? Sólo en parte, pero para convencerse de eso es necesario volver a los textos. Gurvitch decía que Durkheim, al igual que Cristóbal Colón cuando buscaba el camino de las Indias, había encontrado a América. La boutade tiene mucho de verdadero. Las Indias co­ rresponden a una visión de moralista, un norte ideológico cons­ tante a lo largo de su vida. No es casual que su primer texto es­ crito, cuando regresa de la pasantía en las universidades alemanas, trate sobre la “ciencia positiva de la moral en Alema­ nia” (1887). La primera edición de La división del trabajo social lleva también la marca de la misma preocupación: una larga digre­ sión sobre la “definición del hecho moral” introduce al lector en el plan general del libro. Aun en el final de su vida, Durkheim hace planes para volver a trabajar la problemática de la moral.55 Heredero de una tradición positivista, busca en la ciencia una base filosófica para el planteo de los problemas sociales. Pero ¿cuál sería la filosofía capaz de orientar la acción de los hombres? En primer lugar, no debería ser “deducida” de un a priori, como normalmente hacía la filosofía, sino “inducida” de un es­ tudio de la realidad. Con este artificio, homólogo al que desarro­ lla en relación con el discurso sociológico cuando critica las ideas preconcebidas, cree estar fundando una propuesta sobre bases verdaderamente “positivas”. Como Lévy-Bruhl, cree que es posi­ ble construir una “moral teórica” a partir del conocimiento de la sociedad y del comportamiento de los hombres.56 Las ciencias, en particular las sociales, serían por consiguiente una fuente obli­ gatoria de referencia para la realización de tal proyecto. Sin em­ bargo, para Durkheim la moral no deriva de la ciencia, lo que se pretende construir es una “ciencia de la moral”. La inversión de

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los términos no es meramente retórica, pues lo aleja de las pre­ misas de Augusto Comte, quien imaginaba la posibilidad de de­ ducir las reglas de la acción a partir de las ciencias positivas. Hay algo que definitivamente separa a Durkheim de su antecesor. Ciencia y progreso no son necesariamente pensados como un avance de la humanidad.57 Por otro lado, la ciencia no es perci­ bida ni como sustituto, ni como superación de las otras fuerzas de cohesión social, en particular la religión. Evidentemente, Durkheim cree que la moral laica y racional es superior a la re­ ligiosa; sin embargo, en ningún momento concibe a la moral co­ mo un subproducto del pensamiento científico.58 ¿Pero cuál sería la relación entre ideología y ciencia? La respuesta es sugestiva. “La especulación moral, que nos parece te­ ner un carácter científico, apunta al mismo tiempo a fines prác­ ticos. Es obra de la reflexión y del pensamiento, pero es también un elemento de la vida. Por eso se dice que es arte y ciencia.”39 “Arte” no como concepción estética, sino como ofi­ cio. Durkheim retoma del pensamiento medieval el concepto de artesanía, esto es, un conjunto de prácticas tradicionales ajustadas a determinados fines. El arte sería todo aquello que es “práctica pura sin teoría”. La “moral teórica” sería un tipo de conocimiento intermediario entre la práctica y la teoría. Co­ mo parte de la ciencia conserva un elemento de reflexión, pe­ ro no cae en la necesidad de autonomizarse. Al fin de cuentas, como él mismo aprecia, “la ciencia tiene la obligación de dar soluciones a plazo fijo”.60 Como “sistema de juzgamiento de la realidad” no produce valores, se trata de una “moral sin ética”. Puesto que la idea de ética se articula con la de solidaridad, ella rige la interacción entre los hombres. Se sigue que el dis­ curso científico, encerrado en sí mismo, es incapaz de unir a los individuos en torno de intereses colectivos comunes. Su ob­ jetivo es conocer, apenas conocer. La finalidad de la ideología, esto es, de la religión y la política, es otra. Se trata de “ideas que tienen por objeto no expresar la naturaleza de las cosas, sino dirigir la acción”.61 Por eso Durkheim distingue entre so-

ciología y pedagogía. Esta última es una “actitud mental inter­ mediaria” entre el arte y la ciencia, “una teoría práctica que no estudia científicamente los sistemas de educación, pero re­ flexiona sobre ellos con objeto de brindar a la actividad del educador ideas que lo orienten”.62 Si el papel del sociólogo es el de comprender la realidad, el del moralista es el de actuar en ella. Amparado por un sistema teórico, él es un hombre de acción capaz de mirar al futuro, de orientar las decisiones. La concepción durkheimiana de la praxis está próxima del con­ cepto de organicidad de Gramsci. Los intelectuales son aque­ llos que se ocupan de los universos teóricos “intermediarios”, de las concepciones de mundo que les permiten realizar deter­ minadas tareas colectivas. En este sentido, Durkheim puede ser caracterizado como un “intelectual orgánico” de la Tercera Re­ pública. Sus cursos y sus producciones en el área de la pedago­ gía tienen como meta inculcar una “filosofía” entre los futuros agentes sociales del nuevo orden. Desde esta perspectiva se jus­ tifica la enseñanza de la historia y la filosofía en la red de ense­ ñanza secundaria y universitaria. Son disciplinas cuyo objeto se­ ría formar una visión consensuada de los grandes temas de la sociedad. Entretanto, “si los sociólogos nacen como intelectuales or­ gánicos del orden”, como decía Florestan Fernandes, la acti­ vidad ideológica no coincide enteramente con la práctica aca­ démica.63 Hay fronteras, aun cuando no siempre sean claras, que separan sus territorios. El camino de las Indias presupo­ ne a América, o sea, continentes distintos. En Durkheim en­ contramos una estrategia doble: como científico, se dirige a la construcción de un conocimiento específico, como sociólogopedagogo, sus objetivos tienen un cuño claramente político. Hay un distanciamiento entre Las reglas del método sociológico y la Introducción a la moral. Basta recordar que Las reglas termi­ na con la siguiente observación: “Creemos que ha llegado el momento de que la sociología renuncie al éxito mundano, de­ be asumir el carácter esotérico que conviene a toda ciencia.

Ella ganará en dignidad y en autoridad lo que pierda en po­ pularidad”.64 Como conocimiento autónomo, la sociología debe dirigir­ se a un público restringido. L’Année Sociologique es el ejemplo típico de este proyecto. Al alejarse de las demandas de la so­ ciedad, se establece como una empresa académica. Se tiene así la impresión de que Durkheim reserva sus estudios estricta­ mente sociológicos para esta revista, y echa mano de la Revue de Métaphysique et la Moral, especializada en filosofía, para de­ fender sus posiciones “moralistas”.63 Se instaura una división del trabajo y de la competencia. No se puede olvidar además, a pesar de que el ambiente re­ publicano favorezca las soluciones ideológicas durkheimianas, que la sociología es una disciplina periférica. Comparada con la geografía y la pedagogía, introducidas en los programas de es­ tudio escolar desde la década de 1880, el sistema universitario tiene dificultades en asimilar a la sociología. Posiblemente aque­ llas dos áreas del conocimiento se vinculasen de manera más di­ recta con las cuestiones de orden práctico-ideológico. El desa­ rrollo de la pedagogía está íntimamente ligado al proyecto educacional de la Tercera República. La geografía, tras la gue­ rra contra Alemania, crece de manera acelerada debido a que el conocimiento de los terrenos europeos se vuelve un imperativo de seguridad nacional. Asimismo, los geógrafos defienden los intereses comerciales y coloniales de Francia. Durante la década de 1870 se fundan, en las principales ciuda­ des comerciales, sociedades de geografía que reunían regular­ mente eruditos y hombres de negocios. Esas sociedades finan­ ciaban expediciones para descubrir fuentes de materias primas y nuevos mercados. Se proponen divulgar el conocimiento geo­ gráfico, al mismo tiempo que defienden la misión colonial de Francia. Así, en tomo de 1880, existe una red institucional de sociedades, revistas y congresos nacionales e internacionales que ejercen presión para que la geografía sea introducida en las facultades.66

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La sociología vive una situación ambigua. En 1882 se crea en Burdeos la materia de Ciencia Social de la Educación y, al año siguiente, la cátedra de Ciencia de la Educación en la Sorbona (Durkheim ocupa ambos puestos). Pero en el contexto de las reformas educativas, no se percibe claramente a la socio­ logía como una disciplina capaz de prestar en lo inmediato un “servicio ideológico”. Por el contrario, la opinión corriente es que de alguna manera está asociada al socialismo. Cuando se proyecta, por ejemplo, implantarla como disciplina regular en las facultades de Derecho, la reacción contraria es violenta, pe­ ro sintomática: Entre todas las ciencias, la sociología es por cierto la más peli­ grosa porque estudia a la sociedad. Por lo tanto, como conse­ cuencia derivada de ella, tenemos las reformas sociales, las in­ surrecciones y los atentados. Ahora bien, ¿ésta es la ciencia mortal que quieren enseñar en los grandes auditorios, inscribir en los programas curriculares?67

Esta posición marginal en el orden de los determinantes po­ líticos se reproduce en las universidades. La sociología es un producto del interior, florece en Lyon, Montpellier, Burdeos, lo que indica la distancia que la separa de las prioridades centra­ les. Durkheim inicia su carrera como “auxiliar de enseñanza” en la Facultad de Letras de Burdeos, no en la Sorbona. La nue­ va disciplina conquista, por cierto, un espacio abierto a las in­ novaciones, pero subalterno dentro del sistema jerárquico exis tente. Las ciencias sociales sufren también una dura crítica de parte del establishment filosófico, que se niega a aceptarla como un área propiamente científica. Las impugnaciones inciden sobre todo en su pretensión de constituir un dominio específico del conocimiento. Otros elementos acentúan esta situación incómoda. Ante la imposibilidad de existir de manera indepen­ diente, los primeros cursos de sociología aparecen mezclados con cuestiones de naturaleza pedagógica. El proyecto durkheimiano se encuentra en un impasse. La propuesta de L’Année So-

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ciologique es justamente escapar de las presiones políticas inme­ diatas; sus miembros quieren desarrollar un campo científico específico. Pero las preocupaciones en torno de la moral nue­ vamente remiten a la sociología naciente al encuentro de las ne­ cesidades pedagógicas. La actitud de Durkheim es ambigua en extremo. Al mismo tiempo que busca legitimarla científicamen­ te, intenta, en vano, institucionalizarla sobre la base de una ar­ gumentación ideológica. Como la historia y la filosofía, la socio­ logía debería enseñarse en las universidades como fundamento de la cohesión social. Pero la realidad le niega tal pretensión, lo que no deja de resultarle frustrante: La enseñanza de la sociología debería tener lugar en todas las uni­ versidades, un lugar importante; ahora bien, de hecho, práctica­ mente no está representada. Existe en la actualidad sólo una cá­ tedra de Sociología, creada en 1896 en la Facultad de Letras de Burdeos. En Lyon existe un curso municipal y en Montpellier, un curso complementario. Es verdad que en el Collège de France se creó en 1887 una cátedra de Filosofía Social, que con un nombre diferente podría servir para el mismo propósito; pero el Collège de France es un establecimiento científico y no pedagógico.68

Escrito en condicional, el testimonio revela la incapacidad de las ciencias sociales para legitimarse. Victor Karady considera que la estrategia durkheimiana sufre un semifracaso. Por un la­ do, la estrategia buscaba el reconocimiento científico; por otro, su institucionalización en el sistema universitario francés. Sólo se logró el primer objetivo. Mal recibida por los filósofos espiritualistas que dominaban la Sorbona, cuestionada por los profe­ sores de derecho que la consideraban "subversiva", algunas veces confundida con la idea de socialismo, reemplazada por la pedagogía —más eficaz para la preparación de nuevos cuadros profesionales—, la sociología tuvo que contentarse con un esta­ tus académico menor, un público “esotérico” y una escasa legiti­ mación en el universo institucional. Pero fue esa derrota la que le permitió fortalecer sus bases epistemológicas, delinear su ob­ jeto y su metodología, asegurando así su continuidad posterior.69

32

É. Durkheim, Les règles de la méthode sociologique, Paris, PUF, 1973, p. 74.

[Las reglas del método sociológico, Buenos Aires, Pléyade, 1975.] 33

É. Durkheim, De la division du travail social, París, PUF,. 1973, p. 85. [La

di-jisián del trabajo social, Mexico, Premiá, 1985.] 34

Terry Clark, “Emile Durkheim and the institutionalization of sociology

in french university system”, Archives Européennes de Sociologie, v. IX, n° 1, 1968. 35

Terry Clark, Prophets and Patrons, Boston, Harvard University Press,

1973, p. 8. 36

Antoine Savoye, “Les continuateurs de Le Play au tournant du siècle”,

Revue Française de Sociologie, v. XXII, n° 3, julio-septiembre de 1983, p. 327. 37

Roger Geiger, “René Worms, l’organicisme et l’organisation de la so­

ciologie”, Revue Française de Sociologie, v. XXII, n° 3, julio-septiembre de 1981, p. 351. 38 39

Ibid., p. 355. Véase A. Savoye y B. Kalaoara, “La mutation du mouvemente lepay-

sien”, Revue Française de Sociologie, v. XXVI, n° 2, abril-junio de 1985. 40

Antoine Savoye, “Les continuateurs de Le Play au tournant du siècle”,

ob. cit. 41

Roger Geiger, “René Worms, l’organicisme et l’organisation de la so­

ciologie”, ob. cit., p. 436. 42

Ian Lubek, “Histoire des psychologies sociales perdues: le cas de Ga­

briel Tarde”, Revue Française de Sociologie; v. XXII, n° 3, julio-septiembre de 1981, p. 378. 43

i'

Pierre Favre, “Gabriel Tarde et la mauvaise fortune d’un baptême de

la science politique”, Revue Française de Sociologie, v. XXIV, n° 1, enero-marzo de 1983, p. 6. 44

Gabriel Tarde, Les lois de l’imitation: étude sociologique, Paris, Félix Alcan,

1895, p. 1. 43

E. Durkheim, “La sociologie”, Textes, I, ob. cit., p. 115. Véase también “La

sociologie et les sciences sociales: confrontation avec Tarde”, Textes, I, ob. cit. 48

Véase Erika Apfelbaum, “Origines de la psychologie en France”, Revue

Française de Sociologie, v. XXII, n° 3, julio-septiembre de 1981. 47 48

Ian Lubek, “Histoire des psychologies sociales perdues”, ob. cit., p. 377. Roger Bastide, “Sociologie et Psychologie”, G. Gurvitch (comp.), Trai­

té de sociologie, Paris, PUF, 1969.

49

Herbest Spencer, The Study of Sociology, Londres, Williams and Norga-

te, 1S80, p. 348. D°

Emile Durkheim, “Curso de ciencia social”, ob. cit., p. S7.

51

Steven Lukes, Emile Durkheim: su vida y su obra, Madrid, Siglo XXI Edi­

tores, 1984. 52 53

E. Durkheim, Sociologie et philosophie, Paris, PUF, 1951, p. 1. Véase E. Durkheim, “L’état actuel des études sociologiques en Fran­

ce”, ob. cit. 34

Georges David, “Emile Durkheim; l’homme", Revue de Métaphysique et

de Morale, 55

n9

4, junio-octubre de 1949, p. 188.

E, Durkheim, “La science positive de la morale en Allemagne”, “Défi­

nition du fait moral”, “Introduction à la morale”, Textes, I, ob. cit. 56

Lucien Lévy-Bruhl, La morale et ía'sáence des moeurs, Paris, PUF,. 1971.

Véase también Roberto Cardoso de Oliveira, Razào e afetividade: o pensamento de Luden Lévy-Bruhl, Campiñas, Centro de Lògica, Epistemologia e Histórica da Ciencia, Unicamp, 1991. 57

Véase E. Durkheim, “Débàt sur les rapports entre les idées égalitaires

et rrcionalité de la moral”, Textes, II, ob. cit. 58

Véase É. Durkheim, “Débat sur le fondement religieux, ou laique à

donner à la morale”, ob. cit.. 59

É. Durkheim, “Introduction à la morale”, ob. cit., p. !! 17.

60

É. Durkheim, I.a educación moral, México, Colofón, s/d, p. 7.

01

É. Durkheiiv., “Nature et móthode d- !;t Péch-go^ic", h'dvc/itìnv ri tono

logie, ob. cit., p. 79. 02

Ibid.

63

Florestan Fernandes, A natureza sociològica da sociologia, San Pablo, Ati­

ca, 1980, p. 26. 64

É. Durkheim, Les règles de la méthode sociologique, ob. cit., p. 144. . '

6j

Ês importante que quede claro que en esta época la filosofía se vuel­

ve un aparato de la Tercera República. Paul Nizan dirá de ella, en Les chienes de garde (París, Maspero, 1976, p. 90): “La filosofía francesa, con excep­ ción

de

algunos

francotiradores,

es

una

institución

pública.

Las

ideas

filosóficas están en una situación privilegiada. Para expresarse y difundirse, cuentan con un verdadero aparato del Estado. Como la Justicia. Como la Policía. Como el Ejército. Son una producción de la universidad, a pesar de

104

Renato Ortiz

Notas 1

Terry Clark, ‘The structure and fonction of a research institute: the An­

née Sociologique”, Archives Européennes de Sociologie, v. IX, n2 1, 1968. Una in­ terpretación diferente se encuentra en Philippe Besnard, “La formation de l’équipe de F Année Sociologique”, Revue Française de Sociologie, v. XX, n2 1, enero-marzo de 1979. 2

Durkheim recibió duros ataques del católico Simon Déploige, quien,

desde una visión xenófoba, percibía a la sociología como una importación germánica. Véase Émile Durkheim, “Deux lettres sur l’influence allemande dans la Sociologie française —Réponse a Simon Déploige” y “Contro%Terse sur l’influence allemande et la Théorie Moral”, Textes, I, Paris, Minuit, 1975. ' 3

Véase É. Durkheim, “A sociología em França no século XIX”, A ciencia

social e a açâo, San Pablo, Dite], 1975. 4

É. Durkheim, “Note sur l’influence allemande dans la Sociologie fran­

çaise”, Textes, I, ob. cit., p. 400. La influencia alemana sobre los miembros del equipo de Durkheim es grande. Se puede tener una idea de su presencia al considerar el número de reseñas de libros en L’Année Sociologique. Los autores alemanes constituyen el 38% entre 1896 y 1900, el 39% entre 1901-1909 y el 46% desde 1909 hasta el final de la primera serie de la revista. En el mismo pe­ ríodo vemos, respectivamente: autores anglosajones, 17%,;20% y.22%; france­ ses, 28%, 29% y 27%; otras nacionalidades, 18%,-12% y 5%. Véase Victor Karady. “Stratégies de réussite et modes de faire-valoir de la sociologie chez les durkheimiens”, Revue Française de Sociologie, v. XX, n2 1, enero-marzo de 1979. 3

É. Duridieim, “A sociologia em França no século XIX”, ob. cit., p. 111.

6

É. Durkheim, “La sociologie selon Glumplowicz” y “Organisation et vie

du corps social selon Schaeffle”, Textes, I, ob. cit. • 7

É. Durkheim, “Ós estudos da ciência social”, ob. cit., p. 89.

8

E. Durkheim, “Curso de ciencia social”, ob. cit., p. 75.

9

milia,

Los cursos dictados fueron “La solidaridad social” (1887-1888) ; “La fa­ orígenes,

tipos

principales" (1888-1889); “El suicidio” (1889-1890);

“Fisiología del derechoyde la moral” (1890-1891); “La familia” (1891-1892) y “La sociología criminar (1892-1893). j 10

Por ejemplo, Robert Nisbet, La formación del pensamiento sociológico,

Buenos Aires, Amorrortu, 1969.



Durkheim: arquitecto y héroe fundador

10S

'1 É. Durkheim, “La vie universitaire à Paris”, Textes, I, ob. cit., p. 468. 12

Eugen Weber, Peasanls inio Frenchman, Stanford, Stanford University

Press, 1976. Un iibro interesante que muestra la penetración de ìos valores republicanos en el interior de Francia es el de Maurice Agulhon, La républi­ que au village, París,-Pion, 1970. 13

E. Durkheim, Éducation et sociologie, París, PUF, 1977, p. 68. [Edumàôn

y sociologia, Madrid, Península, 1975.] 14

Véase George Weiz, “L’idéologie républicaine et les sciences sociales”,

Reime Française de Soàologie, v. XX, ns 1, enero-marzo de 1979. 15

Victor Karady, “Durkheim, les sciences sociales et l’université: bilan

d’un semi-échec”, Rame Française de Soàologie, v. XVII, n2 2, abril-junio de 1976, p. 280. 16

George Weiz, The Emergence of Modèm-Universities in France: 1863-1914,

New Jersey, Princeton University Press, 1983. 17

También sobre las reformas, véase Victor Karady, “Les professeurs de

la république: le marché scolaire, les reformes universitaires et les transfor­ mations de la fonction professorale à la fin du XIX siècle”, Actes de la Recher­ che en Sciences Soàales, n2 47-48, 1983. 18

Jean Louis Fabiani, Les philosophes de la république, Paris, Minuit, 1988.

19

É. Durkheim, “Le domaine de la sociologie”, Textes, I, ob. cit., p. 23.

20

E. Durkheim, “Curso de ciência social”, ob. cit, p. 78.

21

E. Durkheim, Montesquieu et Rousseau: précurseurs de la soàologie, Paris,

Librairie Marcel Rivière, 1966, p. 135. 22

Ibid., p. 59.

23

Ibid., p. 81.

24

É. Durkheim, “L’état actuel de la sociologie en France”, Textes, I, ob.

cit., p. 74. 25

Ibid., p. 95.

26

É. Durkheim, “Curso de ciência social”, ob. cit., p. 81.

27

Ibid., p. 21.

28

É. Durkheim, “L’histoire et les sciences sociales”, ob. cit., p. 201.

29

Ibid., p. 196. .

30

E. Durkheim, Montesquieu et Rousseau: précurseurs de la soàologie, ob. cit.,

p. 87. 31

Ibid., p. 91.

Renato Ortiz

que todo sucede como si la filosofía entera no fuese más una filosofía del Estado”. 66

George Weiz, “L’idéologie républicaine et les sciences sociales”, ob. cit.

57

Ibid.,p. 91.

68

E. Durkheim, “Le rôle de l’université dans l’éducation sociale du pays",

Revue Française de Sociologie, v. XVIII, n2 2, abril-junio de 1976, pp. 183-184. 69

A partir de la década de 1920 el destino de la sociología se transfor­

ma. Se establece una ciara division dentro del antiguo grupo de L’Anriée So­ ciologique. Una vertiente más académica, compuesta por Mauss, Simiand, Granet y Halbwachs, trabaja con pequeños grupos de estudiantes en la École Pratique des Hautes Études y en el Instituto de Etnología. Lá otra, de la cual participan Georges David, Fauconnet, Bouglé y Parodi, busca difundiría co­ mo una doctrina filosófica que debe ser enseñada en las escuelas. Estos últi­ mos son los responsables de las cartillas sociológicas y de la enseñanza prác­ tica de las ciencias sociales, cuyo primer objetivo sería legitimar el orden intelectual y social. Véase Johan Heilbron, “Les métamorphoses du durkheimisme: 1920-1940*,Revue Française de Sociologie, v. XXVI, ns 2, abril-junio de 1985.