Declararse “progre” ofrece impunidad

2 abr. 2014 - su interés en conservar las islas Malvinas bajo su tutela. La crisis de Crimea pone en el centro de la atención mundial la discusión sobre qué.
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OPINIÓN | 25

| Miércoles 2 de abril de 2014

un dudoso título. El progresismo, tradicionalmente asociado a partidos políticos de izquierda, hoy sirve de escudo

protector para gobiernos que cercenan la libertad de opinión, someten a la justicia y corrompen los principios democráticos

Declararse “progre” ofrece impunidad Marcos Aguinis —PARA LA NACIoN—

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Mario Vargas Llosa, en una de sus visitas a Buenos Aires, le preguntaron si era progresista. Sonó agresiva la consulta, como si se infiriese a priori que no lo era. Así se desnudaba antes a quien era negro, judío, gitano, homosexual o alguna de las muchas condiciones que se discriminaban (y discriminan) en el mundo. Ahora, no ser “progre” implica un estigma infernal. El escritor se limitó a una respuesta educada. Hubiera sido conveniente que preguntase a la entrevistadora qué entendía ella por progresismo. Entonces le hubiera transferido la carga de explicar algo que se ha convertido en un nudo gordiano. En efecto, el progresismo se asocia a los partidos políticos llamados de izquierda, en oposición a los conservadores, llamados de derecha. Preconizan el progreso (valga la redundancia) en todos los órdenes. Pero resulta que muchos de los partidos y líderes que se proclaman de izquierda llevan a cabo políticas crudamente opuestas al progreso: tiranizan sus naciones, cercenan la libertad de opinión, generan pobreza, someten la justicia a los miserables intereses del grupo dominante, son hipócritas, desprecian la dignidad individual, corrompen la democracia, quiebran la recta senda del derecho y otras calamidades por el estilo. No obstante, por el hecho de proclamarse “de izquierda” o “progresistas”, quedan protegidos por el escudo de una excepcional impunidad. Sin ese escudo, hubieran sido objeto de impugnaciones muy severas. Imaginemos que el gobierno actual de Venezuela estuviese compuesto por figuras que no se llaman a sí mismas “progres” y se las considerase “de derecha”. Y que, como el actual, haya surgido de elecciones poco claras. Supongamos que un gobierno desprovisto del maravilloso título de “progre” cercena el disenso, mete en la cárcel a los opositores, cierra medios de comunicación que le resultan molestos, reprime manifestaciones en las que mueren decenas de ciudadanos en la calle. ¿Qué ocurriría? Seguro que habría incontables y muy sonoras expresiones de condena. Líderes que en este momento son tibios o cómplices activarían a las organizaciones internacionales para detener los abusos de ese poder satánico. Se enviarían comisiones investigadoras, se escucharía a los disidentes, se difundirían con más intensidad los crímenes, se implementarían sanciones políticas y económicas. No hay duda de que se haría todo eso y aún más. Pero resulta que el gobierno de Venezuela se llama “progre”. Nació con la arrogante pretensión de crear un hombre nuevo (pretensión mesiánica que se repite de tanto en tanto y adquirió febril intensidad en 1917, con la fundación de la Unión Soviética). Cambió el nombre de la nación

festaciones universitarias, ni políticas, ni de organismos humanitarios, porque evidencia su condición de “progre” mediante su odio al gran enemigo que encarna el imperialismo yanqui. Desde hace décadas ser enemigo de Estados Unidos condecora de inmediato con la credencial de “progre”. No hace falta más. No importa si prevalece un salvajismo equivalente a las etapas más primitivas de la humanidad. No importa que el Amado Líder, para consolidar su fuerza basada en el terror, haya hecho devorar vivo por perros hambrientos a su tío. Llama la atención la escasa fortuna que ha tenido una obra mayúscula como El libro negro del comunismo. Con una documentación farragosa y estilo subyugante, pasa revista a las experiencias de izquierda, “progres”, que se concretaron desde comienzos del siglo XX. Los conflictos entre los reformistas socialdemócratas y los revolucionarios comunistas dieron por mucho tiempo ventaja a los comunistas. Tanta ventaja que ahora, cuando el comunismo ya está desenmascarado como una corriente ciega, que en la práctica nunca genera más libertad ni justa inclusión, todavía sigue gozando de tolerancia o silencio. No abundan las condenas a Stalin, a los gulags, a Mao, a Pol Pot y a los dictadores de las mal llamadas “democracias populares”. No son recordados como etapas tenebrosas de las que se deben sacar enseñanzas para no repetirlas ni por asomo. Con gran acierto, Horacio Vázquez Rial calificó a estos “progres” como la “izquierda reaccionaria”. ¡Gran definición! Los discursos de esa izquierda son falsos y engañosos, aunque no usen la palabra comunismo, sino socialismo, progresismo, nac&pop u otras variantes. No conducen a una mejor democracia ni a la consolidación de los derechos individuales, ni estimulan el pensamiento crítico, no consiguen un desarrollo económico sostenido, faltan el respeto a las opiniones diversas, destruyen la meritocracia en favor de la burocracia y la ineptocracia nutridas por el poder de turno. operan como la trampa de almas ingenuas u oportunistas, que no son pocas. Sigue operando la palabra “progre” como el ademán hipnótico de un desactualizado Mandrake. Como observación final, hago votos para que la palabra progresismo sólo se aplique a quienes de veras quieren el progreso (no lo contrario), la modernidad, la justicia, la decencia, el respeto, la ética, las instituciones de una vigorosa democracia y los derechos asociados siempre a las obligaciones.

con el agregado de “bolivariana” y se proclamó adalid del “socialismo del siglo XXI”, que sanaría las fallidas experiencias autoritarias del pasado. Desgraciadamente, igual que en las experiencias anteriores, fue hundiendo al país en las ciénagas de una dictadura empobrecedora, ignorante y brutal, que sólo mantiene como fachada la convocatoria a elecciones, a las que se contamina de fraude antes de que se realicen. La revolución cubana también fue “progre”. Muy “progre”. Millones creyeron en ella con juvenil esperanza. Modestamente, yo también. Pero los ideales sólo flamearon en los discursos y las racionalizaciones. La gran revolución que devastó esa hermosa isla y ensangrentó con aventuras guerrilleras América latina, África y otros continentes degeneró pronto en una dictadura unipersonal férrea, asesina y estéril. Los hermanos que la conducen son los tiranos más viejos del mundo, son los que más duran en el poder, sin amagos de una mínima consulta popular. Pero a ese gobierno inepto, delirante, corrupto y asesino se lo sigue considerando “progre”, es decir, de izquierda. La razón es simple: como se ha proclamado “progre” y sigue diciendo que es “progre”, brinda certificado de “progre” a quienes lo apoyan, aunque ese apoyo cause náuseas. Hace poco desfilaron ante el senil monstruo que supo engañar a su pueblo y a la humanidad casi todos los presidentes de América latina. Fue un espectáculo bochornoso que ofende el concepto de democracia que se pretende cultivar. Fue una traición y una mofa a ese concepto. Corea del Norte es una dictadura que ha elegido el aislamiento monacal. Es de izquierda porque nació con las bendiciones de la URSS y China, y sus líderes se proclaman marxistas-leninistas. Pero su socialismo ha optado por una forma de sucesión que debe convulsionar los huesos de Marx y Lenin, porque impuso el reaccionario modelo de la monarquía absoluta. Algo que ni siquiera en estado de delirio aquellas grandes cabezas hubieran sospechado. El Abuelo fundador fue seguido por su Hijo consolidador y su Nieto con cara de bebe perverso. Corea del Norte funciona como un colchón entre China y Corea del Sur y quizás por eso la dejan sobrevivir. El pueblo tiene hambre y debe mendigar comida, pero se gastan enormes cifras en bombas atómicas. Contra ese régimen no hay mani-

© LA NACION

Malvinas, un mandato histórico y constitucional Ernesto Sanz —PARA LA NACIoN—

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a crisis en el este de Europa, a raíz de la anexión de Crimea a la Federación Rusa, además de la preocupación que produce todo conflicto que pueda poner en riesgo la paz y la seguridad internacionales, puede generar condiciones favorables para la política exterior argentina en pos de reinstalar en el escenario mundial la cuestión de las islas Malvinas. El avance extraordinario que significó la aprobación de la resolución 2065 en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1965 no pudo profundizarse por el golpe militar de 1966, aunque se conoció, hace poco, que en sus últimos meses de vida el presidente Juan Domingo Perón recibió una propuesta del gobierno británico para compartir la soberanía de las islas. La última dictadura militar intentó utilizar el conflicto para perpetuarse en el poder, pero se perdió la guerra y colapsó la dictadura.

El gobierno del Raúl Alfonsín, al ordenar el enjuiciamiento de las Juntas de Comandantes, concitó la atención y el respeto de la comunidad internacional y obtuvo el respaldo de las democracias del mundo. En ese contexto de recuperación del prestigio internacional de la Argentina, se decidió regresar a la Asamblea General de las Naciones Unidas y fue así como se obtuvo, año tras año, un respaldo casi unánime de la comunidad internacional para que se cumpliese con el mandato de la resolución 2065/65, que dejaba totalmente aislado al Reino Unido. El gobierno que lo sucedió decidió retirar el tema de la Asamblea, y desde aquel entonces los gobiernos se han limitado a llevar el tema al Comité de Descolonización, donde seguimos recibiendo el respaldo de la comunidad internacional pero con muy escasos efectos, lo que le facilita al gobierno británico continuar con su negativa a dialogar sobre la disputa de sobe-

ranía, mientras ocupa y explota las islas y el mar adyacente. El punto central de los debates es, cuando se trata el tema en los foros internacionales, si debe aplicarse el principio de la integridad territorial o si es pertinente atender al principio de la autodeterminación de los pueblos. La Argentina siempre ha sostenido que las islas Malvinas le pertenecen por derecho y por historia, y denuncia que el Reino Unido usurpó el dominio de las islas mediante un hecho de fuerza y, por lo tanto, el principio invocado es el respetar la integridad del territorio nacional. El Reino Unido, a pesar de su pasado colonial y de que el principio de la autodeterminación fue la bandera que levantaron todos los pueblos de las naciones colonizadas contra el dominio inglés, invoca ese mismo principio en defensa de su interés en conservar las islas Malvinas bajo su tutela.

La crisis de Crimea pone en el centro de la atención mundial la discusión sobre qué principio debe prevalecer en este conflicto y demuestra, de modo incontrastable, que la disputa de soberanía no es una cuestión abstracta, como sostienen los británicos cuando se les reclama una negociación. La historia de Crimea es parte de la historia del imperio ruso, y en ese territorio Rusia luchó contra Inglaterra, Francia y el imperio turco. Crimea formó parte de la República Soviética Rusa mientras existió la Unión Soviética, y durante esa Unión de Repúblicas Soviéticas se produjo la cesión de Moscú a Kiev. Como puede verse, las circunstancias históricas y políticas que anteceden a la actual crisis de Crimea no pueden asimilarse con la posesión histórica de la Argentina de las islas Malvinas y la usurpación por la fuerza que realizó Inglaterra. Nuestro país, actualmente miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones

Unidas, debería coordinar con las demás naciones latinoamericanas una posición común que favorezca la paz y la seguridad internacionales. Del mismo modo, estoy convencido de que la Argentina tiene que aprovechar esta discusión, sobre la prevalencia de un principio u otro, para reinstalar en el más alto nivel internacional –la Asamblea General de las Naciones Unidas– nuestro reclamo de que se cumpla con la resolución 2065 y que ambos gobiernos, el argentino y el británico, comiencen a negociar la disputa de soberanía y el futuro de las islas Malvinas. Es necesario que cumplamos con el mandato histórico y constitucional de hacer todos los esfuerzos políticos y pacíficos para recuperar las islas Malvinas. © LA NACION

El autor es senador nacional y presidente del Comité Nacional de la UCR

libros en agenda

Cuando la palabra es acción Silvia Hopenhayn —PARA LA NACIoN—

“A

mar es combatir.” Esta frase de octavio Paz que circuló en libros, grafitis y tuits y fue título de una canción de Maná, proviene de su poema circular “Piedra de sol”, incluido en el poemario Libertad bajo palabra (1960). Es el sello de su voz. En su obra poética, por la que recibió el Premio Nobel en 1990, el amor es una cruzada inseparable de la llama que lo sustenta, el erotismo (léase el libro La llama doble, 1993). El combate es una manera de hacer justicia poética. Para que las palabras denuncien o evoquen la belleza y el dolor por vivir. Un buen ejemplo es su largo poema, “Pasado en claro”. Ya el título es un hallazgo;

se trata de su propia historia, del intento de pasarla en limpio, de comprender los lazos familiares, sus entregas y pérdidas. Sobre todo la relación con su padre, también llamado octavio, quien trabajó junto a Emiliano Zapata y participó de la reforma agraria luego de la Revolución. Una relación basada en ausencias y una tragedia. Su padre era un bebedor y murió en un accidente ferroviario, completamente ebrio. Así lo describe su hijo en el poema: “Del vómito a la sed,/atado al potro del alcohol/ Mi padre iba y venía entre las llamas./Por los durmientes y los rieles/De una estación de moscas y de polvo/Una tarde juntamos sus pedazos./Yo nunca pude hablar con él./

Lo encuentro ahora en sueños/Esa borrosa patria de los muertos./Hablamos siempre de otras cosas.” otro ejemplo de acción con las palabras fue la temprana denuncia de Paz de los campos de concentración en tiempos de Stalin, a partir de la lectura de David Rousset, publicado en 1951, autor tan cuestionado por la izquierda en su momento. Años más tarde, Paz vuelve sobre el tema en Polvos de aquellos lodos, con motivo de la expulsión de Solyenitzin de la Unión Soviética. Su visión de México también es combativa, feroz, exigente y profunda, en el libro El laberinto de la soledad, distinto y complementario de la visión torrentosa

que da del D.F. Carlos Fuentes en su libro La región más transparente. Entre todos, elijo un libro cumbre y subrepticio de octavio Paz –autor total, poeta por sobre todas las funciones y ejercicios– como fuente de inspiración para todo viaje, hacia afuera y hacia dentro: El mono gramático (1974). Se trata de un periplo en dos escenarios convergentes, el camino de Galta, en la India, y un jardín de Cambridge, donde se establecen correspondencias poéticas entre los mitos y las palabras, entre el ser y los lugares. Conlleva un buen consejo para estos tiempos: “Deberíamos someter el lenguaje a un régimen de pan y agua, si queremos que no se corrompa

y nos corrompa”, escribe Paz. o más adelante, en el mismo libro: “Yo siempre voy adonde estoy, yo nunca llego adonde soy”. En bella coincidencia, octavio Paz, como Marguerite Duras, Bioy Casares y Cortázar, nació en 1914. En su caso, el 31 de marzo. Antes de ayer fue un hermoso día de festejo en la Fundación Proa, propiciado por la embajada de México, junto a los escritores Edgardo Cozarinsky, Miguel Espejo y el mexicano Rafael Toriz. Pero como si el destino anudara las fechas, sucedió en estos días otra coincidencia, oscura y extraña: Helena Paz Garro falleció horas antes del centenario del natalicio de su padre. © LA NACION