CAPITULO 1
No estaba siendo mi mejor semana en el trabajo. Charlie siempre proponía horas extra pero nunca las pagaba a su justo precio, y solo cuando me desvinculé del negocio fui consciente de que, o bien el porno debería ser un trabajo no remunerado, o bien no existiría dinero suficiente en el mundo para sentirte recompensada. Era únicamente mi cuerpo lo que captaba la cámara, pero cada vez me sentía menos identificada con mi propia sexualidad, reducida a una máquina de follar sin apenas poder sentir nada. Con un hombre ya hacía años que no conseguía llegar al orgasmo. Ni siquiera Toni podía lograrlo sin recurrir a alguno de sus juguetes a pilas. Y además del problema con mi cuerpo estaba lo que rondaba por mi cerebro. No tenía energía para nada que no fuera sobrevivir por inercia: mentalizarme y aguantar otro año en aquello, siempre esperando que fuese el último, consciente de que no tenía preparación para ganarme la vida de otra manera, como había ocurrido desde que la calle fuese mi única salida. Pero eso pertenece a un pasado remoto, y ahora tengo un presente, y una esperanza de futuro. Incluso soy capaz de expresarme por escrito de manera aceptable. Y no siempre fue así.
Como, sin ir más lejos, el día en que ese chico apareció en el casting. Yo era poco más que una simple caricatura medio analfabeta de actriz porno que sirve para cubrir la cuota de orificios corporales en pantalla. En cuanto a él, desentonaba allí tanto como una monja en un burdel. Lo malo no viene solo, como suele decirse, y Toni no paraba de dejar mensajes urgentes en mi móvil, sin importarle que estuviese en mitad de una escena, como si no temiese que su principal fuente de ingresos se fuera al garete. No me da ninguna vergüenza reconocer que fui la mayor estúpida en la vida de ese hombre, al fin y al cabo no estaba en pleno dominio de mis facultades cuando caí en sus garras, como tampoco lo está cualquier mujer que se enamora ciegamente, solo que en este caso lo patético era que ni yo estaba realmente enamorada ni él merecía algo que no fuese la cadena perpetua. Pero ese era mi mundo, no conocía otro ni tenía elementos para comparar. Mis compañeros de reparto se parecían de manera alarmante. Supongo que, al igual que los médicos se alejan emocionalmente de sus pacientes por cuestión de salud mental, así nosotros trazábamos una línea entre trabajo y relaciones personales. Y en eso me gané la medalla de oro. Mi fama de antisocial la llevaba muy a gala. Era mi burbuja de supervivencia. Y hasta el momento me
funcionaba a la perfección. Cuando regresé a la sala del casting tras la enésima discusión telefónica del mes con Toni, dando un portazo dirigido tanto a él como al explotador de Charlie, vi por un instante fugaz al novato: solo le faltaba llevar la palabra escrita en la frente con letras rojas. A medio vestir, mirada perdida, torpeza de movimientos... se notaba a la legua que no se sentía cómodo ni luciéndose en una piscina pública y, sin embargo, ahí estaba, en una prueba para actor porno. Al parecer había gente más desubicada que yo en el planeta. —¿Qué tripa se te ha roto, Charlie? —le dije al gordo de mi jefe, que momentos antes había
gritado como un poseso reclamando mi presencia. —Oh, vaya, aquí está la reina al fin… —respondió él con su tono más sarcástico—. No me
eches la culpa si contrato a un enano tuerto de ochenta años la próxima vez. Es lo que os merecéis todas… Vosotras dos también —añadió, señalando a dos de mis compañeras habituales de reparto, un par de rubias cotillas, tontas de manual y de risa fácil. No me digné a responderle y él siguió hablando con el chico nuevo, quien me miraba sin pestañear según podía ver de reojo, admirando con toda probabilidad mi perfecto cuerpo, o mi conjunto de lencería, que hacía honor al bonito simple trozo de carne en que me había convertido. Supe que intentaría, como otros cientos antes que él, llevarme a la cama fuera del plató, y yo quizá accedería, como hacía de vez en cuando, tan solo para reírme en sus caras y hacerles sentir que yo los utilizaba a ellos tanto como a la inversa. Ojo por ojo: la ley de la calle que yo tan bien conocía.