SÁBADO | 9
| Sábado 22 de marzo de 2014
E
s como tratar de salir del subte en hora pico con los ojos cerrados. Eso siento mientras trato de avanzar hacia la línea de largada, rodeado de unos 10.000 corredores que, como yo, participan de la Carrera Unicef por la Educación aquí en Palermo. La única diferencia con los que me rodean es que yo llevo los ojos vendados. Así, atado muñeca con muñeca a Marcelo Regalado, colega y compañero de carreras que oficiará de lazarillo, planeo correr 10 kilómetros en un puro ejercicio de confianza que consiste en hacer caso omiso a mis sentidos y sólo obedecer a unas pocas palabras. Izquierda, derecha, lomada y... ¡pará! Camino con paso dudoso hacia adelante. Siento las manos de quien va detrás de mí apoyadas en la espalda, del mismo modo en que yo apoyo las mías en la espalda más próxima. Así avanzamos. Los gritos y los aplausos que suscitó el cronómetro oficial al llegar a cero en su cuenta regresiva me aturden. Ni siquiera puedo escuchar lo que me dice Marcelo en los superpoblados metros que transcurren hasta que piso la línea de largada. Creo que me trataba de decir que había mucha gente... En cuestión de segundos la marea humana empieza a abrirse: siento el aire fresco que empieza a circular a mi alrededor y las voces de los otros corredores que se van alejando. Entonces sí lo escucho a Marcelo, que me dice que podemos empezar a correr. Y me lanzo a perseguir el sonido de las pisadas que me aventajan, atento a las indicaciones de “izquierda”, “derecha”, que me permiten sortear los distintos obstáculos, como el cordón de la vereda, los charcos y al resto de las personas que corren conmigo. Un joystick con zapatillas Pocas veces me sentí tan desorientado como la primera vez que me puse un antifaz (de esos que se usan para dormir) y traté de correr unos metros. Fue un jueves, unos días antes de la carrera, cuando nos juntamos con Marcelo detrás del diario, en el Paseo de la Costa de Vicente López, para ver cómo era esto de correr sin ver. A modo de ejercicio, me puse el antifaz y traté de salir al trote, así, solo, para ver qué se sentía. No llegué a dar diez pasos y ya había perdido cualquier tipo de orientación. No sólo no sabía hacía dónde estaba corriendo, sino que había perdido noción de la distancia que me separaba de aquellos elementos –los autos estacionados a mi derecha,
U
n joven veinteañero entra con una sonrisa a su casa y les grita a sus padres: “Mamá, papá: fracasé. La carrera que elegí es un desastre”. Sus padres se miran, sonríen y lo abrazan: “Estamos orgullosos de vos”. Aunque exagerada, la escena podría servir para un comercial de uno de los mantras que vienen ganando protagonismo en el terreno de la creatividad: el de la “puesta en valor” de los errores, como un mecanismo de aprendizaje y superación. Los libros sobre “el éxito del fracaso” se acumulan, están apareciendo cátedras en escuelas de negocios sobre este tema, hay teorías evolutivas al respecto y uno de los modelos para nuevos emprendimientos de moda, el Lean Startup, tiene a los errores –cuanto más rápidos y a bajo costo, mejor– como piedra angular para llegar a buen puerto. “El primer paso es admitir que uno, por lo general, está equivocado, y eso es más difícil de lo que parece”, cuenta a la nacion Alexis Caporale, un ex estudiante de ingeniería química de 24 años que en 2010 fundó junto a su hermana la compañía Bixti, una tienda online de productos de artesanos y diseñadores independientes que en 2012 se vendió a la brasileña Elo7. “En Bixti tuvimos muchos fracasos”, dice Caporale, que aplicó la metodología Lean a su emprendimiento. “La forma de trabajo Lean tiene un verbo clave: iterar. Esto significa modificar una de las variables de la ecuación en forma controlada para ver cómo impacta en el resultado, o sea, ir cambiando una cosa por vez –no todo de una– para poder ir validando la hipótesis a través de información clara y no depender de subjetividades”, explica el joven empresario, que además da clases de Emprendimientos en Ingeniería de la UBA, forma parte de Trimaker, un proyecto que desde la Argentina hace impresoras 3D para todo el mundo, y es el referente para temas de energía del Instituto Baikal. Para esto, hay que generar un producto mínimo viable (MVP, por sus siglas en inglés) que permita poner a prueba una idea al costo más bajo. Esto sirve para fallar lo antes posible sin perder plata y tiempo, recursos escasos en cualquier startup. Un ejemplo concreto es determinar si a los clientes de un sitio les importa más la calidad o el precio de los productos; o si se verán más atraídos por descuentos, recomendaciones de amigos o envíos gratis. Caporale y sus socios se preguntaron por este último di-
EXPERIENCIAs Sebastián A Ríos
Animarse a correr 10 kilómetros a ciegas como un ejercicio de confianza Un periodista participa de una carrera de calle con sus ojos tapados, atento a los sentidos y asistido únicamente por un lazarillo
patricio pidal/afv
un banco y un árbol a mi izquierda– que había tomado como referencias espaciales antes de tapar mis ojos. Estaba incluso un poco mareado y del todo perdido en la oscuridad. Me saqué el antifaz. Al siguiente intento, las cosas fueron mejorando. Después de unos segundos parado, con los ojos vendados, comencé a caminar despacio, ahora sí atento a las instrucciones de Marcelo. El primer desafío fue tratar de entender qué tanto tenía que moverme cuando él me decía “derecha”. En más de una ocasión, al “derecha”
le seguían unos nerviosos “izquierda, ¡izquierda!”, y yo con la sensación de estar a punto de chocar con algo o alguien, de caer o al menos tropezar. “Es como manejar un joystick con la voz”, se divertía a costa mía el lazarillo. Después de un par de cuadras de caminar a ciegas, me animé a correr. El oído, un sentido que, según yo esperaba, me ayudaría a compensar la anulación de la vista, poco hacía en mi favor: más que orientarme, los sonidos de otras voces, de otros corredores, de las bicicletas y las boci-
10.000 runners solidarios En su séptima edición, la Carrera Unicef por la Educación reunió el domingo último a unos 10.000 corredores y recaudó $ 1.625.000 que serán destinados a los proyectos que Unicef lleva adelante en el país.
nas me confundían todavía más. Un auto dio arranque cuando yo pasaba a su lado, y por una ínfima fracción de segundo me imaginé debajo de sus ruedas. Por suerte eso no sucedió. Sí hubo un par de tropezones, estuve a punto de chocar con un triciclo que se cruzó por delante sin previo aviso, y me llevé puesto uno de los conos naranjas con rayas blancas colocados en la calle para que los automovilistas practiquen estacionamiento. Pero ningún accidente que lamentar, y la certeza de que la clave era ignorar todo dato
CREAtIvIdAd Sebastián Campanario
El éxito del fracaso. Por qué los errores pueden fomentar la innovación Hoy las equivocaciones son valoradas positivamente como un mecanismo de aprendizaje y superación
Alexis Caporale utilizó el método Lean Startup para crear su emprendimiento lema en los orígenes de Bixti y, para responderlo, se la pasaron semanas “regalando” los envíos, ellos mismos, en bicicleta, por toda la ciudad. Lean Startup se hizo famoso porque su autor, Eric Ries, logró condensar en forma muy simple y práctica varios conceptos de una metodología ágil que tiene varios años de desarrollo. Ries no inventó ninguna fórmula, pero logró condensarla y comunicarla en forma clara y efectiva, sobre todo para las startups de Silicon Valley que buscan crecer rápido con poco capital. En un reciente libro aún no tra-
ducido al castellano, The Up Side of Down (El lado bueno de las caídas), Megan McArdle rastrea los orígenes evolutivos de la intolerancia al error. “Miles de años atrás, en una sociedad de cazadores y recolectores, los fracasos se olvidaban rápido, por una cuestión de supervivencia. El nacimiento y desarrollo de la agricultura promovió un énfasis en la responsabilidad personal: aquellos que trabajaban menos o lo hacían en forma deficiente debían sufrir algún tipo de castigo”, explica McArdle. La autora destaca que todo el sistema educativo y laboral
La tasa de éxitos está relacionada con un alto número de fracasos previos Hay compañías que actualmente están creando “premios al error del año”
ignacio coló
de los siglos siguientes se construyó aumentando el miedo y la aversión a cometer errores. “La escuela no debería perseguir la perfección en las pruebas y exámenes, sino fomentar la experimentación y la resiliencia ante fracasos”, sostiene. Los estudios sobre “genios creativos” muestran que la tasa de éxitos está correlacionada con un alto número de fracasos previos. Orson Welles comenzó a filmar El otro lado del viento en 1970, la siguió modificando hasta su muerte, en 1985, y la película jamás se estrenó. Axl Rose invirtió 15 años en arreglar la canción “Chinese De-
sonoro que no fuera la voz de mi lazarillo. Correr sin ver, casi sin escuchar. Confiar en esa máquina en la que se convierte el cuerpo cuando entra en calor y dejarse llevar. Tratar de obviar los sentidos, olvidarse del mundo. Sólo correr. Hacia la meta Ahora, la primera recta del circuito –Figueroa Alcorta entre los bosques y GEBA– es la oportunidad perfecta para poner a prueba mi idea de correr ajeno a mi entorno. Y para mi sorpresa... ¡funciona! Corro sin pensar en nada de lo que me rodea, sólo atento a alguna que otra indicación de Marcelo, que me permite esquivar a los corredores zigzagueantes. El resto es una charla, como si estuviéramos en una mesa de café; vamos a 5,3 km/h y no está mal, si tenemos en cuenta que no veo hacia dónde voy. De repente, Marcelo me dice: “Estás doblando la curva solo”, y ahí caigo en la cuenta de que, sin pensarlo, mis pies hicieron caso a la leve inclinación del asfalto que permite a los autos doblar cómodamente y que, a mí, me llevó a seguir ese recorrido en forma inconsciente. Claro que el piloto automático dura poco: tras la curva que nos sacó de Figueroa Alcorta, la calle se angosta y empieza el clásico escenario running en el que todos tratan de abrirse paso esquivando gente. Bajamos el ritmo y tratamos de avanzar sin llevarnos puesto a ninguno de los que siento que pasan frente a mí y cuyos talones pateo o rozo a cada nuevo paso. Algunos dicen “perdón” al ver que se cruzaron al “no vidente”, otros me alientan y más de uno aplaude al pasar a mi lado. Los siguientes 7 u 8 kilómetros de carrera transcurren esquivando corredores. De a ratos siento el sol sobre el cuerpo o el viento que se cuela por algunas de las calles del circuito. Estoy corriendo unos 10k, no son los primeros, y la mecánica de mantener el paso no me es ajena, así que avanzo sin mucha más complicación que la que implica obedecer las instrucciones de mi lazarillo; por momentos, es sólo una carrera más. Pasado el kilómetro 9, entramos en la recta final. La marea se abre y podemos subir la velocidad. Entonces empiezo a sentir la adrenalina que se experimenta al acercarse a una nueva meta; le pregunto a Marcelo si ya se ve la llegada, y me dice que sí. “Vamos más rápido”, le pido, pero me dice que no se puede: hay mucha gente. Así, con las ganas contenidas, cruzo la línea de llegada. Me saco el antifaz y Palermo estalla ante mis ojos.ß
mocracy”, que mostró recién en 2008, cuando varios de los miembros originales de Guns N’ Roses ya se habían retirado de la banda. Las biografías de varios de los escritores más exitosos del último siglo, como Stephen King, John Grisham o J.K. Rowling están repletas de fracasos estrepitosos que se suceden una y otra vez. Thomas Alva Edison, la quintaesencia del inventor e innovador, pasó mucho más tiempo de su vida intentando lograr un método para separar metales –sin éxito– que con la lamparita. Edison, que acumuló más de mil patentes en su vida –un invento cada 15 días– fue un fracaso en la escuela primaria: sus profesores lo consideraban “estéril e improductivo”. En el mundo corporativo, la aversión a los errores suele provocar estragos sobre los procesos de decisión, y mucho más sobre la innovación. Por eso, hay compañías que están creando “premios al error del año”, o fomentando prácticas como repartir al principio de cada ciclo una o dos cartas que sirvan para obtener un “perdón” si una determinada iniciativa no sirve, sin costos personales. Así, en las evaluaciones de fin de año, se restan puntos si no se utilizan, ya que se considera que no hubo toma de riesgos. “Muchos altos gerentes sueñan con convertirse en millonarios con un proyecto personal para abandonar la carrera corporativa. Pero la mayor parte de ellos nacieron y se desarrollaron en una empresa grande, con lo cual no tienen ni la menor idea de cómo gestionar un emprendimiento propio. En estos casos, sirve la metodología Lean Startup, para darse cuenta de si una idea es buena o no, a bajo costo y sin echar a perder el camino ya recorrido”, explica Andrés Hatum, director del Centro de Investigación Grupo RHUO del IAE Business School y autor de Yrrupción (Temas). “Hoy en día, en nuestra cultura, el fracaso es prácticamente la muerte civil, por eso los proyectos se estiran hasta el infinito, cuando en realidad lo lógico o más eficiente sería aceptar la caída, aprender y empezar de nuevo”, cuenta ahora Mariano Mayer, director de Emprendedores de la CABA. Mayer cree que, “si no se logra este cambio cultural, es muy difícil que la gente se anime y se arriesgue a emprender e innovar. Quizá debiéramos empezar por hablar no tanto de fracaso sino de falla, de error”. O filmar un comercial como el del primer párrafo de esta nota, para quitarle dramatismo a la situación.ß
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