Domingo 17 de enero de 2010
16
la contra
lasituación
BOBBY FISCHER
1972
Robert Fischer venció en Islandia al soviético Boris Spassky y se consagró campeón mundial; por la hazaña, recibió US$ 100 mil como premio.
No descansa en paz
A dos do años de su muerte, su esposa, sobrinos, una amante y una hija sse pelean por la herencia del genio, de dos millones de euros Por Carlos A. Ilardo Para LA NACION
J
Arriba, Bobby Fischer junto con su hija Jinky y su amante filipina; abajo, en Islandia, Fischer y su esposa japonesa, Miyoko Watai
unto al segundo aniversario de la muerte del excéntrico ajedrecista Robert James Fischer, acaso la estrella más rutilante del milenario ri juego, un sainete jurídico que no n sabe de indulgencias ni filantropías se desató por la disputa tr de una herencia cercana a los dos d m millones de euros. El conciliábulo, l que incluye a una esposa por conveniencia, c una amante incendiaria e hija ausente, dos sobrinos d descarados y un amigo de lo ajeno, d ssalió a luz con la presentación de varios escritos en los tribunales v de Islandia. De regreso, los fand tasmas de Bobby Fischer parecen ta darle eternidad a su leyenda; así no dar tiene paz. Nace la historia. tien El 17 de enero de 2008, Robert Fischer falleció en el Landspitalis de Reykjavik (hospital de la capital isReykj landesa), según el parte médico como landesa consecuencia de un fallo renal. Tras 48 consecu horas de sigilo s y misterio, sus restos fueron enterrados durante la madrugada, previa enterrado ceremonia privada que contó con sólo cinco testigos –e –el matrimonio Sverrisson, Gardar ((amigo i de d Fischer) y su esposa Krisin, junto con sus dos hijos, y una mujer japonesa, Miyoko Watai, acreditada como señora del difunto–, en un terreno de propiedad de los Sverrisson ubicado frente a la pequeña iglesia luterana Laugardaelir, en Selfoss, a 50 kilómetros de Reykjavik. El reverendo Kristinn Fridfinsson, que debía oficiar la ceremonia, llegó tarde, cuando el féretro ya estaba bajo tierra. Hábil, improvisó una breve oración y pidió por la paz eterna de ese hombre de 64 años y de vida intensa; el que luchó contra los fantasmas y al que lo atraparon los demonios. Con el transcurrir de los días, la tumba de Fischer fue visitada no sólo por aficionados: por allí pasaron el ruso Boris Spassky y el húngaro Lajos Portisch, viejos rivales que ensayaron el solemne adiós entre lágrimas de dolor y de admiración. Otros, en cambio, rápidos y a contramano, como Russel Targ, el cuñado, casado con Joan Fischer –hermana del genio, fallecida en 1999–, que sin culpa ni remordimientos, aunque sólo se cruzaron en sus vidas en dos ocasiones, se presentó ante los tribunales islandeses para solicitar la herencia del tío Bobby para los sobrinos, Alexander y Nicholas Targ, sus hijos. “Somos los únicos familiares directos de Fischer. El matrimonio con Watai no tiene ninguna validez legal”, ratificó ante el juez.
La jugada puso en alerta a la mujer, que había contraído nupcias de apuro con Fischer mientras estuvo preso en Japón entre julio de 2004 y marzo del año siguiente. Sucede que para eludir el pedido de extradición de la administración del presidente estadounidense George W. Bush –querían condenar a Fischer con una multa de 250.000 dólares y diez años de cárcel por haber jugado y cobrado US$ 3 millones en su duelo con Spassky, en 1992, en la extinta Yugoslavia, sobre la que pesaba un embargo internacional–, el abogado defensor, John Bosnitch, ideó el plan de un casamiento como primer paso para demorar el traslado. El 17 de agosto de 2004, Bobby y Watai se juraron amor eterno y, cinco meses después, el Ministerio de Justicia de Japón registró definitivamente esa unión. Por eso, Miyoko Watai, que a su vez es la presidenta de la federación de ajedrez japonesa, se presentó como legítima heredera de los casi dos millones de euros de su marido. Gardar Sverrisson, al descubrir que no existe testamento alguno, no quiso quedarse fuera del juego; ante el enrarecido ambiente familiar, aguardará el último fallo para solicitarle al beneficiario una recompensa por haber brindado su terreno para el entierro de su mejor amigo. Pero hay más sorpresas. En diciembre pasado, la justicia islandesa recibió la visita de una joven filipina, Marilyn Young, de 29 años, junto con su hija Jinky, de 8, fruto, según la mujer, de su amor con Bobby Fischer. La joven amante del ex campeón mundial llegó acompañada por María Priscilla Zanoria, cónsul filipina en Islandia, y solicitó la extracción de muestras de sangre de su hija para efectuar los análisis de ADN, cuyos resultados se conocerán en tres semanas. Acompañó su presentación con evidencias fotográficas y cartas reveladoras sobre la autenticidad de sus dichos. El maestro filipino Eugene Torre, viejo amigo de Fischer, acompañó a Marilyn Young y completó una declaración jurada en la que reconoce a la pequeña Jinky como hija de Bobby. Dado que para la justicia islandesa dos tercios de la herencia corresponden a los hijos y el resto, a la esposa; el fallo parece caer sobre el Oriente; entre Filipinas y Japón. Entre una amante de 29 años y con sorpresa, y una esposa por conveniencia, de 62 y ninguna flor. Bobby Fischer, el que jugó para la memoria y habló para el olvido. El que exacerbó fobias en la vejez y disparó su odio contra los negros, los judíos, los comunistas, los norteamericanos y las mujeres, vuelve a escena con nuevos fantasmas, con jugadas desde el más allá. Bobby Fischer y una historia que no da tregua. No tiene paz.
1975
Fischer denunció que la secta religiosa La Iglesia Mundial de Dios se quedó con US$ 94.315 de sus ahorros. Vivió quince años en el límite con la indigencia.
1992
Tras 20 años de ausencia, Fischer regresó al ajedrez; se midió con Spassky en Yugoslavia y lo venció; recibió un premio de US$ 3.000.000.
2005
El banco suizo UBS, sin el consentimiento de Fischer, abrió su caja de seguridad, convirtió 3.058.731,86 francos suizos (la tercera parte de esa suma correspondía a oro y plata) en 1,9 millones de euros y los transfirió a un banco islandés.
2008
Fischer murió el 17 de enero, a los 64 años, por una afección renal. Fue sepultado en un terreno –propiedad de Gardar Sverrisson– ubicado frente a la pequeña iglesia luterana Laugardaelir, en Selfoos, a 50 kilómetros de Reykjavik, tras una ceremonia privada en la que participaron sólo cinco testigos.