¿DÓNDE TE SACIAS? Por Yoandys A. López Pérez Si te preguntaran hoy acerca de la verdadera fuente de satisfacción, valor y significado en tu vida, ¿qué responderías? Si te cuestionaran sobre el verdadero origen de tu felicidad y la causa de tu verdadera realización o propósito de vivir, ¿qué dirías? En todos los tiempos el hombre se ha inquietado con lo que hoy llamamos las preguntas existenciales. ¿Quién Soy?, ¿De dónde vengo?, ¿A dónde voy?, ¿Cuál es el propósito de mi vida?, ¿Cómo alcanzo la felicidad? ¿Entonces dónde se encuentra la verdadera satisfacción? ¿Será acaso en una buena casa, un auto moderno, solvencia económica, el amor de mi cónyuge o el orgullo por la moralidad y capacidad intelectual de mis hijos; será en un buen ministerio, mis actitudes y devoción cristiana, en un doctorado, en el fulgor de la experiencia religiosa casi mística, en mis dones espirituales o en el hecho de experimentar como pocos el favor de Dios en mi vida? ¿Cuál es la regla digna de confianza para medir la felicidad genuina? ¿Cuál es la base segura para el verdadero sentido de vivir? Esta pregunta puede tener disímiles respuesta dependiendo del pensamiento, ideología, conceptos y filosofías de vida del interrogado. Pero aunque el relativismo es un interesante concepto científico, en la vida real la verdad es totalmente absoluta. Un conocido cristiano afirmó. No pongas tu confianza en lo que puedes perder, sino en el amado que permanece. Jesús dijo: No hagáis tesoros en la tierra donde la polilla y el orín corrompen y donde ladrones minas y hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Siendo objetivo en tu vida, ¿sin qué no puedes vivir? Si fuéramos por un momento sinceros, sin importarnos apariencia ni opinión de los demás, si pudiéramos mostrar la realidad de lo que domina nuestro corazón; tendríamos que estar de acuerdo con el reformador en que: nuestro corazón no es menos que una fábrica de ídolos. No en vano el apóstol Juan termina su primera carta con una exhortación que sin duda nos desconcierta: Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén, 1 Jn. 5:21. ¿Cómo se le ocurre al apóstol llamarnos al cuidado sobre la idolatría, si no fuera a la de nuestro corazón? Hoy casi de seguro, y aun siendo cristianos, somos más idolatras que aquellos que sacrificaban en los lugares altos a Baal. Estos adoraban a su falso dios,” pero nosotros adoramos, nuestra reputación, empleos, hijos, ministerios, mascotas, entretenimientos, móviles y, mucho más, buscamos aceptación y popularidad. Nos desgastamos en la carrera de buscar en ÍDOLOS lo que solo Dios nos puede dar. Hay un personaje bíblico que me desafía y abruma con su ejemplo al compararlo con mi propia vida. Es un hombre de carne y hueso, con los pies en la tierra, pero su vida se aferraba a un tesoro que no podía perder. Job perdió todo lo que humanamente tenía. No parte, sino Todo. Sus posesiones, su familia (además de sus hijos, en sentido figurado, también su esposa), su reputación, su salud. Pero el sentido de su vida no estaba allí, entonces cuál era el secreto de este hombre que en medio de su situación aseguró: Jehová dio y Jehová quitó, sea su nombre bendito; Yo sé que mi redentor vive, Y después de desecha esta mi piel, En mi carne he de ver a Dios; Aunque él me matare en él esperaré. Si viéramos
esta escena en nuestro días quizás diríamos es un obstinado, insensible, rebelde y sobre todo masoquista, pero esta no sería la definición correcta de qué era. Y es que para Job su existencia no dependía de nada de lo que perdió; su vida era Dios, y solo Dios era todo cuanto necesitaba. ¿Es el Señor nuestro verdadero tesoro? Como Pablo, ¿estamos plenos al ser hallados en él (Dios)? ¿Es Dios nuestra total Satisfacción y base de nuestra verdadera felicidad? Nuestra respuesta va a guiar el verdadero propósito y sentido de nuestra vida. Como Agustín de Hipona, roguemos al Padre que así sea, y que únicamente él nos sea suficiente al decir: “ Sé tú para mi dulzura más grande que todas las mundanas seducciones que antes me arrastraban. Haz que te ame con profundidad y que apriete tu mano con todas las fuerzas de mi corazón hasta verme libre al fin de todas mis tentaciones.” ¿Es él nuestra fuente de deleites? ¿Vives por él y para él? Ro. 14:7-9 Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven. Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. Puede comunicarse con MCU al correo:
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