FAMILIA DISFUNCIONAL Hombre fatuo, que te empeñas en acumular riquezas; las cuales, en el mejor de los casos, será otro quien las disfrute y vas por el mundo deleitándote con los placeres pasajeros que él te ofrece, como si la fortuna o lo que con ella se compra, fuera el único sentido de tu vida, mientras relegas a un segundo plano a esa mujer que te he dado por esposa y a la descendencia que también de mí has recibido. Mujer, necia también, que desperdicias las horas de tu vida yendo de la manicura a la peluquera y de la peluquera al modista, afanada en tu apariencia externa, mientras por dentro estas sucia y vacía, haciendo a un lado a ese hombre que te he dado por esposo y al hijo que yo mismo formé en tú vientre. Y tú, joven desaconsejado, que lejos de honrar a tu padre y a tu madre como yo he mandado, te rebelas a su mandato, por absurdo o pernicioso que este sea, y quieres decidir tu propia vida. Una vida que yo te he dado, usándoles a ellos para materializar tal milagro. Vosotros todos, insensata familia que ha perdido la cordura de vivir conforme al plan que yo preparé para ustedes desde que los creé. A vosotros os digo, y escúchenme; aunque les parezca que necesitan el tiempo para mal emplearlo en otra cosa, a criterio de ustedes, de mayor utilidad: Si, hace ya veinte siglos vine a la tierra a hacer el milagro más maravilloso de todos los tiempos. A dar el regalo más grande que jamás nadie haya recibido, el sacrificio mayor y perfecto desde que por vuestra terquedad fueron destituidos del lugar de gloria que yo concebí para ustedes. Y lo hice solo por mi amor y misericordia, no por los méritos vuestros. En tu nombre hombre, mujer, joven... otros gritaron ¡crucificadle!, escupieron mi rostro, me abofetearon, hicieron burla de mi para, finalmente, clavarme a una cruz y que muriese de la manera más vergonzosa posible. Cuando fui a la cruz lo hice en tu nombre, no en el mío, porque tú eras el que merecías morir. Lo hice para que tú vivieras, siendo yo, irónicamente, quien merecía vivir. Allí te di mi vida, que es eterna, a cambio de la tuya que ya no era vida. Y, ¿qué he recibido a cambio? Has cerrado tus oídos a mi palabra, convirtiéndote en una bestia, que presta más atención a la voz del instinto y a la voluntad propia. Has cerrado tus ojos ante mi rostro, para deleitar tú visión con las cosas que yo he creado, sin tener en cuenta, ¡oh, insensato!, que ellas tan sólo dan testimonio de mi grandeza. Tu boca permanece también cerrada ante mí. Y glorificas, alabas y exaltas los placeres y goces con que te deslumbra el Príncipe de este mundo, mientras te olvidas, ¡ingrato!, del que te formó del polvo y te puso por sobre toda su creación. Escondes de mí tu rostro, en la idea de que no soy merecedor de mirarte a la cara, cuando realmente eres tú quien no tienes la dignidad para hacerlo. Por eso, yo levanto hoy mi voz y declaro, ante ti y toda esa creación que a ti he sujetado, que he sido paciente contigo y he postergado el día de mi ira a la espera de que te arrepientas de corazón y vuelvas a mi tu rostro, me escuches, veas y hables mientras aún queda tiempo, porque ya está amaneciendo el día en que no aplazaré más mi ira y vendré frente a ti, cara a cara y mirándote a los ojos, a juzgarte con justo juicio.
Más te valiera que para ese entonces te hayas puesto a cuentas conmigo, arrepintiéndote de corazón de las pasadas maldades y creyéndome. Haciendo a un lado esa hipocresía con la que a veces declaras haberte entregado a mí, mientras con tu mal testimonio confundes a otros que, al igual que tú, no me han creído. Y renuncies a esos hipócritas razonamientos humanos con los que tratas de explicar las maravillas con las cuales te he rodeado, negándome el mérito y la gloria. Más te valiera que, llegado el día final, te encuentre ocupado de mis asuntos, hablando con sabiduría de mí a esos otros que tampoco hasta hoy me han conocido y no de cosas vanas como el último modelo de coche, la casa, la nueva novela que ponen por la tele, el fútbol o tu plata. Que algunas de esas cosas las tienes tan sólo por mi misericordia y otras por los lazos que te ha tendido el Maligno para que seas su esclavo. Cuando debieras conocer y dar testimonio a otros de mi Palabra. Siempre, hasta hoy, he esperado de ti que muestres mi gloria, que vayas dejando todo cambiado a tu paso con tu palabra (o, mejor dicho, mi Palabra), que recibas con gozo esta nueva vida que trato de darte, que franquees las nuevas puertas que para ti he abierto y escuchar de tu boca palabras de gratitud por las bendiciones que he traído a tu existencia. Ya no espero eso. Ha llegado el momento, y este es, de esperar tan sólo que te arrepientas de corazón y creas en mí, pues el tiempo de mi clemencia acabó. Mira a tu esposa, ¡Oh, hombre!, y mira también a tú hijo. Mira a tu esposo, ¡Oh, mujer!, y mira también tu descendencia. Mira a tus padres, ¡Oh, hijo! ¡Miren todos mi rostro! Por ustedes he sido paciente, pues no quiero que ninguno de los que he predestinado para mí se pierda ¡Es ahora o nunca! Porque mañana ya no será. Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. Puede comunicarse con MCU al correo:
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