Doce meses sin aftosa / Doce horas sin desnutrición Por Daniel de Michele
En el país de los grandes contrastes, la consigna del SENASA «Un año sin focos de Aftosa”, palidece frente al que podría ser el diagnóstico de la situación de salud de nuestras poblaciones más vulnerables. Es palpable la incapacidad de nuestro sistema de salud para contener en el interior del país el avance de endemias medievales como el cólera, el dengue, el Chagas, el hanta y la tuberculosis. A esta lista de oprobio, se le ha agregado el hambre y su tétrica sombra: la desnutrición infantil con sus secuelas de enfermedad y muerte. Los técnicos rápidamente inculpan a la crisis económica del desastre sanitario que está ocurriendo con la población infantil vulnerable. Y es cierto. Sin embargo, debe también hablarse de las políticas de salud, o de su ausencia, de otra forma la ecuación: crisis + desempleo = hambre, se vuelve una hermética caja negra sobre la que sólo se puede operar modificando el primer término, lo cual, por ser parcialmente cierto puede ser llegar a ser falso. Obsérvese que nuestro ente de salud animal (SENASA) ha logrado un verdadero éxito sanitario en medio del mismo desastre económico al cual achacamos la hecatombe con la salud humana. La explicación a este fenómeno en apariencia contradictorio, la da el propio presidente del ente, Bernardo Cané, cuando informa de las políticas desplegadas por el ente; “desde abril del 2001 se vacunó cuatro veces al rodeo nacional, con la aplicación de más de 230 millo230.000.000 de dosis”1 El “rodeo nacional” es de aproximadamente 52.000.000 millones de cabezas y Cané informa que ha sido vacunado ¡cuatro veces en poco más de un año! Las vacas no acuden a vacunarse 2 , hay que salir a buscarlas por la geografía no precisamente reducida de nuestro país, por lo que se puede imaginar el esfuerzo de productores, profesionales y del estado para obtener este nivel de cobertura, utilizando una estrategia tan proactiva como salir al encuentro del problema para atacarlo y erradicarlo. A esto llamo yo, una política clara para el sector: tan correcta es, que logra saltar por encima de la peor crisis económica de la que se tenga memoria, para alcanzar lo que se propone en un período relativamente breve. En el otro extremo –el de la salud humana– el sistema ni siquiera cuenta con cifras confiables y actuales de lo que está ocurriendo. Se suman los casos de desnutrición, a medida que llegan a los hospitales, pero la verdadera magnitud del desastre es una incógnita. El traspaso a las provincias de casi todos los servicios sanitarios, ha fragmentado el mapa del cuidado de la salud en veinte porciones distintas entre sí. 1 2
Clarín Rural Edición del 9 de Febrero 2003 Enrique de Michele, discurso inaugural “Jornadas Integración público-privado” en Asociación Médica de Pergamino – 2002
En algunos estados provinciales, hay programas con años de desarrollo, que han logrado excelente cobertura de atención primaria y secundaria, con estadísticas confiables, seguimiento de las poblaciones vulnerables, estrategias coherentes y proactivas. En otras provincias, se observa como única acción, intentos por apagar los incendios. Si pudiera aplicarse el término a las políticas de salud pública, se diría que en estos casos, se verifica una “mala praxis continua”. (R. Mercer) Muchos de los actores involucrados en el sistema de seguridad social, asisten con estupor o indiferencia al espectáculo del derrumbe de la salud pública, y sus consecuencias, sin atinar formular una propuesta concreta. En el mismo escenario uno se pregunta el significado de algunos hechos vinculados al diagnóstico que da título a estas reflexiones; la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitarias) acredita sin objeciones a una sola facultad de medicina en toda la Argentina, la de Tucumán, la que a su vez, forma profesionales en el lugar donde aparece el foco de desnutrición infantil más preocupante del país. Surgen otras preguntas inquietantes: ¿Cómo se espera que la calidad acreditada por la institución se refleje en la comunidad en ésta que se halla inmersa? ¿La Facultad de Medicina tiene algo que hacer en el fenómeno de la desnutrición infantil, o este es un asunto de los técnicos y los políticos? ¿Esta calidad de instituciones con paredes espejadas, a la cual se accede llenando trabajosamente prolijas planillas durante meses, tiene algún valor si no sirve para evitar lo evitable a nuestro alrededor? ¿Qué significa acreditar calidad en la docencia de la medicina en medio de la más vergonzante de las catástrofes sanitarias del país? ¿No será que para sortear los obstáculos académicos imposmodernizables de las acreditaciones, estamos trabajando para la calidad en lugar de hacerlo para la gente? Y por fin, si no la usufructúa la gente ¿a quién le sirve esta calidad acreditada? “¿Para quién canto yo entonces?” preguntaría Charly García. Si desde el Estado podemos velar por la salud de 52.000.000 de vacas impecables, haciendo el esfuerzo monumental de ubicarlas y vacunarlas cuatro veces a cada una en poco tiempo, y no podemos controlar el hambre en una población mucho más pequeña, accesible y focalizada, es que algo estamos haciendo mal... El modelo hospitalario de sentarse a esperar y satisfacer malamente la demanda de quien acude, jamás ha de brindar soluciones a los problemas sanitarios que nos preocupan. 3 Deberíamos aprender del SENASA, “¿alguien vio alguna vez una vaca desnutrida?” Está claro que hay cuestiones económicas que explican semejante despliegue del ente nacional de la salud animal. Un vacuno vale cerca de 200 dólares y los embarques dejan 480 millones de dólares al año a los productores. Si hubiera una mínima sombra de aftosa, los europeos no querrían ver una vaca argentina ni en fotos. El SENASA pudo con el desafío. Quizá, si exportáramos pibes...
3 Enrique de Michele, discurso inaugural “Jornadas Integración público-privado” en Asociación Médica
de Pergamino – 2002