Dios permite que nos internemos en la oscuridad y la ... - ObreroFiel

otros pensaban que yo era orgulloso, pero yo sabía que era muy miedoso. ... seis para ir a Filipinas en febrero de 1972, para enseñar a la nación los principios ...
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Conociendo al Dios de gracia - finalmente Artículo escrito por: Bill Lawrence, Presidente de “Leader Formation International” (Formación Internacional de Líderes) ObreroFiel usa este artículo con permiso del autor Dios permite que nos internemos en la oscuridad y las profundidades de experimentar el fracaso, para que podamos conocerlo – y ver cómo su gracia convierte una pérdida total en una verdadera ganancia. Orgullo: Insidioso, engañoso, destructivo. Un ciego enfoque en uno mismo, envuelto en un manto de rectitud, ira y temor. ¿Cómo puede ser orgullo el temor? ¿Cómo puede alguien – Yo – ser orgulloso cuando estaba tan temeroso? Con frecuencia me hacía esta pregunta siendo un joven líder, siempre que otros pensaban que yo era orgulloso, pero yo sabía que era muy miedoso. Las oportunidades que podían representar un desafío, me asustaban y me llenaban de incertidumbre y arrepentimiento por haberlas aceptado. Una de esas oportunidades llegó cuando recibí una invitación para enseñar a una nación. Así es como iniciaba una carta de mi tutor, Ray Stedman. Ray, ciertamente uno de los hombres más relevantes que he conocido, me estaba invitando a ser parte de un equipo de seis para ir a Filipinas en febrero de 1972, para enseñar a la nación los principios de Efesios 4 sobre acerca de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio. Las reuniones de la escuela dominical debían ser mantenidas con el objeto de cubrir al país con estas verdades a fin de iniciar un proceso de transformación que haría que la iglesia marchara hacia adelante para Cristo. Esto era un asunto difícil para un fundador de iglesias de 33 años, con solo cuatro años fuera del seminario. Las visiones de grandeza danzaron en mi cabeza mientras pensaba en viajar y contemplar lo grandioso del ministerio que tendría. Cuando se reunió el equipo antes de salir, Ray nos exhortó a orar – aún recuerdo eso – pero pasé más tiempo pensando en mi éxito del que pasé orando acerca de mi servicio. Mi iglesia estaba emocionada – su pastor iba a ir con Ray Stedman a enseñar a la gente en Filipinas la verdad de Dios. Ellos cubrieron gustosamente el costo de los $1,250.00 dólares del viaje, y me comisionaron durante la mañana de un servicio dominical. El ministerio de mujeres me escribió una serie de cartas, para que las abriera a lo largo de mi viaje, animándome con la promesa de oración, específicos pasajes bíblicos, y la anticipación de un excitante regreso. Pero lo que sucedió estuvo muy lejos de ser una bienvenida excitante. Regresé frustrado y enojado y eventualmente pasé por el período de una oscura noche en el alma que duró ocho meses, en un desgaste abrumador por haber fracasado en las Filipinas. ¿Verdaderamente había fracasado? Indudablemente lo había hecho, pero no por las razones que pensaba. Y lo que no sabía en ese tiempo, era que este fracaso era realmente el triunfo de Dios, el verdadero inicio de mi peregrinar en el liderazgo.

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La espiral Descendente Mi espiral descendente comenzó en una choza de Quonset de la época de la II Guerra Mundial, en el distrito de Makati en Manila. Fue ahí donde los sentimientos comenzaron a golpear, sentimientos de extrañeza e incertidumbre y temor que tampoco esperaba ni sabía cómo manejar. Manila era muy cálido y húmedo, y el aire acondicionado en esa choza abandonada de Quonset sonaba como el motor de un jet en toda su potencia. El cuarto se sentía encerrado, extraño y oscuro, aún con las luces encendidas, y yo me sentía sumamente incómodo. Llegamos un par de días tarde a Manila, porque alguien había quemado el principal edificio del aeropuerto, con el fin de cubrir algo corrupto. Nosotros habíamos llegado tarde por la noche y el cansancio del viaje y aún un poco del choque cultural me habían impactado. De repente me pregunté por qué razón había aceptado la invitación para ir a enseñar a otro país. Si tan solo pudiera irme a casa, todo sería fabuloso. Pero era demasiado tarde para eso. El plan era que cada uno de nosotros estuviera hablando en seis diferentes partes del país, así que el grupo nunca estaba junto, pero sabíamos que era nuestro objetivo y salimos a cumplirlo. Era una gran oportunidad, y hoy en día me encantaría, pero aún no había conocido al Dios de gracia, así que el éxito era todo lo que contaba para mí, a pesar de mis sentimientos de arrepentimiento y temor en esa choza de Quonset, yo planeaba alcanzar el éxito. ¿Cómo es que planeaba tener éxito? Siendo el mejor predicador de los seis. Eso es para lo que había sido llamado. Dios me había llamado para ser un predicador, pero era yo mismo el que me había llamado para ser el mejor de todos los predicadores. El primer lugar al que fui, era una ciudad llamada Romblón en la isla de Odiogon. El líder principal de Romblón era arrogante y bastante engreído, asegurando que él era un apóstol para ese lugar (no que yo tuviera para nada un problema similar), y teológicamente era bastante diferente de mí, lo cual me hizo sentir muy incómodo. Supongo que no ayudó en nada el que yo tuviera una perspectiva bíblica muy diferente a la suya. Los muchos días que pasé allí, solo aumentaron mi incomodidad y mi temor. Posteriormente fuimos a Leyte, pero el obispo de ahí era liberal, así que forzó a la reunión a mudarse de Tacloban hacia el otro lado de la isla, hasta un pueblo aún más remoto llamado Kananga, y esa re-localización disminuyó significativamente la asistencia a la conferencia. Recuerdo haber tomado un autobús a través de esa hermosa isla, trepando por las laderas de las montañas y vadeando ríos para llegar a Ningún-lugar. El sonido más fuerte durante toda la semana en Kananga, era el crujir de pisadas de la gente que pasaba junto mi ventana, y la única estación de gasolina se usaba una vez por semana, para llenar el tanque del autobús cuando yo llegaba. Ni mi hambre por el éxito, ni mi creciente temor fue aliviado en ese lugar. Finalmente, fui a la Ciudad de Cebú, la segunda ciudad más grande en las Filipinas. Me sentí más cómodo con la gente de ahí, pero no más seguro en mi ministerio. Aún estaba lleno de temor y carente de confianza. Aunque todavía no había estado con nadie más del equipo, concluí que no era el mejor predicador de todos, y eso me hacía un fracasado. No hay nada racional acerca de esto. Se que mis sentimientos de fracaso no tenían ningún sentido, pero eso no me importaba. Había fracasado y gastado el dinero de mi iglesia y nada podría convencerme de lo contrario. La lógica no tenía ningún sentido para mí, como les sucede a todos los que están envueltos en la falsa rectitud del orgullo. En cuanto a mi regreso a casa, estallé en ira en mi iglesia a causa de mi percibido fracaso. La gente vio el cambio en mí, y eso impactó su respuesta a mi ministerio.

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Durante los siguientes ocho meses, luché con sentimientos de fracaso y experimenté lo que era el agotamiento por primera vez en mi vida. No tenía idea de que en mi orgullo, había concentrado mi atención en los resultados de mi ministerio, en vez de confiar en Cristo para producir el fruto que Él quería a través de mí. Sin darme cuenta, había pasado por la Ley del Éxito de Lawrence – Vos seréis el mejor – y me condenaba a mí mismo por no haberlo cumplido, en vez de buscar cumplir con los dos grandes mandamientos de amar a Dios y a mi prójimo sobre todas las cosas. Realmente pensaba que estaba amando a Dios al buscar ser el mejor predicador, porque creía que eso es lo que Él quería de mí. Lo que no me di cuenta, era que me estaba amando a mí mismo, no a Dios ni a mi prójimo y que estaba cegado por el orgullo. ¿Qué importaba que no fuera el mejor predicador? Todo para mí, y nada para nadie más. Conociendo al Dios de Gracia … Finalmente Al final de esos ocho meses, leí el libro “Mero Cristianismo” de C.S. Lewis y descubrí que había escrito mi biografía. En un capítulo Lewis hablaba acerca de la competitividad y mostraba que el móvil de la competencia es la comparación, y el corazón de la comparación es el orgullo. Nunca me había dado cuenta de eso anteriormente. Finalmente comprendí que el miedo que nace de la comparación es orgullo, y que ese orgullo era destructivo para mí y para cualquier otro que pensara de la misma forma. Aún puedo recordar haber sido impactado por esa verdad. En ese momento le dije a Dios, “Esta bien, Señor, soy un hombre orgulloso, pero tu me has dado dones.” Y esa fue la primera vez que dije algo bueno de mí sin dudarlo. Eso es algo que me asombra. Hasta que tuve treinta y tres años, nunca pude decir nada bueno de mi sin dudarlo de alguna manera. Ese momento se convirtió en el principio de todo para mí, porque fue en ese momento que conocí al Dios de gracia. Después de hacer un compromiso formal de seguir a Cristo, después de toda una educación teológica, después de haber visto el éxito como pastor por tres años, finalmente conocí al Dios de gracia. Hasta ese momento, realmente pensaba que necesitaba ser el mejor para complacer a Dios, que dependía de mí ser el mejor. Realmente quería glorificar a Dios en todo lo que hacía, solo pensaba que tenía que guardar la Ley de Lawrence del Éxito para lograrlo – aún llegué a creer que era la ley de Dios y que Él no me bendeciría, a menos que cumpliera con esa meta. Lo que no sabía era que mientras buscaba la gloria de Dios, también estaba buscando mi gloria, porque si podía ser el mejor, sería ese alguien que siempre había querido ser. No estaba consciente de que Dios ya me había hecho ser quien Él quería que yo fuera en Cristo, como un acto de gracia salvadora, así que pensaba que dependía todo de mí para convertirme en alguien de valor. También pensaba que le había fallado a Dios y que por haberle fallado Él me despediría. Yo me habría despedido. Todo ese sentido de fracaso era parte de mi agotamiento; me lamentaba por mi malogrado éxito. Dios había acabado conmigo. Ya nunca le serviría trans-culturalmente de nuevo, algo que yo quería hacer porque, a pesar de todo lo que me había sucedido en ese viaje, gocé grandemente ministrar para Dios en lugares transculturales. Ahora ¿por qué le cuento esto? ¿Pienso acaso que usted es como yo, atrapado en la insidia del orgullo envuelto en la justicia de la auto-suficiencia, pero viviendo en una profunda duda acerca de usted mismo? No necesariamente. Ciertamente no todos son como yo, pero he conocido a muchos como yo durante mi vida, y como yo, muchos de ellos no tienen idea de lo que les sucede. Ellos han impuesto su propia ley del éxito y se miden a sí mismos por ella. Usualmente se califican a sí mismos por números, importándoles solamente uno: el # 1. Así que escribo esto para cualquiera que pueda necesitar darse cuenta de que el éxito no

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depende para nada de usted, que los números no son la clave acerca de usted, que conocer al Dios de gracia es lo que más importa en la vida, y que todo su ministerio consiste en presentarle a usted al Dios de gracia, para que a su vez usted pueda presentarlo a otros. La verdadera ganancia He leído las declaraciones autobiográficas que hace Pablo, y quiero perseguir el mismo propósito que él tenía al contarles acerca de mi lucha; quiero llevarlos de la pérdida total, a la verdadera ganancia. Para mí ese tiempo en las Filipinas fue una pérdida total, pero el Dios de gracia lo convirtió en verdadera ganancia. Él logró que al iniciar el proceso de enseñarme que la confianza en la carne es skubala – basura – en el mejor de los casos; el único lugar donde puedo poner mi confianza es en Jesús, que toda la vida y el ministerio y el liderazgo es acerca de conocerlo a Él, algo que para mí en ese tiempo no significaba nada. El éxito en servir a Cristo es lo que pensaba que importaba. Pensaba que el liderazgo era acerca de ser el mejor, acerca de ser reconocido como un ser mejor que el resto, acerca de ganar. Cuando conocí al Dios de gracia, comencé a aprender que el liderazgo es acerca de amar, acerca de ver a los demás como mejores que yo, acerca de servir a los demás para que ellos me superen, no acerca de impresionarlos para que me exalten. En 1 Corintios 15:10, Pablo parece jactarse cuando afirma que él había trabajado y superado a los otros apóstoles, pero termina el verso añadiendo algunas palabras muy reveladoras. Pero no lo hice yo, nos dice, “sino la gracia de Dios conmigo.” Lo que Pablo entendió y lo que he llegado a comprender es que la gracia no es solo el favor inmerecido de tener la vida de Dios en nosotros, también es un poder inmerecido de vivir la vida de Dios para Él. Esto quiere decir que el éxito no es lo importante. El llegar a ser alguien no es para nosotros el propósito del liderazgo, aunque lo sea para el mundo que nos rodea. Ser el mejor no es lo que Dios quiere para nosotros. Dios quiere lo mejor de Él para nosotros, a fin de poder llevar a cabo Sus propósitos en otros. Para lograr esto, Él nos resistirá y nos llevará al fracaso, porque a partir de ahí, Él podrá transformarnos y hacernos fructíferos. No sé en que etapa esté en su peregrinaje, pero si está lleno de temor, si se compara usted con otros y siente que es un fracaso, si cree que Dios lo ha despedido y que ya ha terminado con usted, entonces usted está en el lugar más grandioso que pueda estar como líder. Ahora usted está preparado para conocer al Dios de gracia que no ha terminado con usted y que no lo ha despedido. Me asombra, pero cada año desde 1972 Dios me ha llevado alrededor del mundo para servirlo y edificar a otros. Cuando estaba en mi punto más bajo, Dios comenzó a levantarme hasta Sus alturas. El Dios de gracia no nos despide cuando cuando estamos en el punto más bajo, encontrarnos y levantarnos hasta nuestra sentados con Cristo en el lugar más alto de

caemos hasta el fondo, porque es precisamente que Él está en el más alto, inclinándose para verdadera posición de acuerdo a Sus propósitos, todos, junto al Padre en los lugares celestiales.

Conclusiones Lo que no sabía en ese entonces, era que este fracaso era realmente el triunfo de Dios, el verdadero inicio de mi peregrinar en el liderazgo. Yo no me había dado cuenta de que el orgullo que tenía, me había hecho enfocarme en los resultados de mi ministerio, en vez de confiar en que Cristo produjera el fruto que Él quería a través de mí.

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Dios no quiere lo mejor para nosotros – Dios quiere lo mejor de Él para nosotros, a fin de poder llevar a cabo Sus propósitos en otros. Para lograr esto, Él nos resistirá y nos llevará al fracaso, porque a partir de ahí, Él podrá transformarnos y hacernos fructíferos. El Dios de gracia no nos despide cuando cuando estamos en el punto más bajo, encontrarnos y levantarnos hasta nuestra sentados con Cristo en el lugar más alto de

caemos hasta el fondo, porque es precisamente que Él está en el más alto, inclinándose para verdadera posición de acuerdo a Sus propósitos, todos, junto al Padre en los lugares celestiales.

Citas: Viajan ligero quienes llevan consigo a la gracia de Dios. Thomas A. Kempis ObreroFiel.com- Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.

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