Del pasaje Rivarola al mundo

23 feb. 2013 - esta sátira, que se burla de una cos- tumbre con seguridad tan exten- dida en la nación germana como en la nuestra. La fábula es simple:.
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espectáculos

| Sábado 23 de febrero de 2013

teAtro

Una sátira dedicada a las cirugías b Beso en español Buenos Aires, Argentina, 2005

b Beso en catalán Girona, España, 2008

b Beso en inglés Perth, Australia, 2013

b Beso en alemán Berlín, Alemania, 2007

Del pasaje Rivarola al mundo

la marea. En 2005, Mariano Pensotti y su equipo estrenaron una experiencia

escénica en plena calle que, contra toda lógica, ya se repitió en otras 13 ciudades Alejandro Cruz LA NACIoN

Hubo una vez una experiencia escénica que se llamó La marea. La dirigió Mariano Pensotti. Fue una producción del Festival Internacional de Buenos Aires, versión 2005. Durante tres noches, se expandió por el bello pasaje Rivarola del centro porteño. Eran nueve situaciones que duraban diez minutos y que se repetían diez veces por noche (o función). El público iba presenciando cada escena de manera azarosa mientras leía en carteles electrónicos los diálogos o pensamientos de cada personaje. En el marco de experiencias en las que la ficción irrumpe en la realidad (o al revés), La marea fue un montaje icónico. Claro que más allá de esas virtudes fue sumamente complejo producir esa movida: hubo que cerrar la calle, vaciar negocios enteros para instalar allí una secuencia, convencer a los consorcios de los edificios para usar las fachadas, meses de trámites, permisos, ensayos y –el lunes– volver a instalar el bar, la librería o el negocio como si nada hubiera pasado. Fueron apenas tres noches y nadie pensaba, ni sus creadores, que el mundo Marea podría volver a tomar cuerpo. Error. Ya tuvo versiones en otras calles de Bélgica, Escocia, Alemania, Letonia, Canadá, Japón, España, Dinamarca e Inglaterra. En Canadá, por ejemplo, hizo tres ciudades: Quebec, Montreal y Vancouver. El fin de semana pasado copó una calle de Perth, Australia. En un repaso rápido, la cosa se podría

b Beso en japonés. Yokohama, Japón, 2008 resumir así: pasó por 14 ciudades, se realizó en nueve idiomas, se hicieron 60 funciones y tuvo un público estimado de 120.000 personas (algo así como dos estadios River). También se lo podría contar desde el mismo proceso de montaje. Claro que eso lo sabe mucho mejor Pensotti, su creador. “El primer trabajo –cuenta todavía con un dejo de jet lag luego de once horas de avión– es conseguir una calle en la que haya una buena mezcla de negocios con vidrieras en donde instalar las escenas. Después, seleccionamos los 16 actores que participan en la obra. Lo siguiente es hacer una adaptación de los textos en el cual se incluyen menciones a sucesos históricos, políticos y culturales de esa ciudad.” El proceso dura meses. Las funciones, en general, son sólo unas tres o cuatro. “La idea es que el espectador

sienta que está mirando a personas reales de esa calle; que se vuelve voyeur de vidas ajenas de un lugar que, posiblemente, ha visto muchísimas veces antes, pero que, ahora, observa desde una perspectiva diferente. Es como si pudiéramos, de pronto, conocer todas las historias y pensamientos de todas las personas que pasan junto a nosotros en la calle cada día”, cuenta el creador de El pasado es un animal grotesco. Con tanto millaje a cuestas, La marea dio (da) para todo. En Montreal, por ejemplo, alguien llamó a una ambulancia porque pensaron que la escena del accidente de moto era real. En Dublin unas personas se colaron en la escena de la fiesta y aparecieron bailando en la ventana del edificio junto al actor. En Yokohama estuvieron a punto de suprimir la escena del beso porque

en Japón la gente no hace esas cosas en espacios públicos. En Buenos Aires llegaron a la esquina del pasaje un grupo de punks que se sentó en el cordón de la vereda. Al ratito, se formó un grupo de espectadores frente a ellos esperando que aparecieran los subtítulos dando por hecho que eran personajes. La marea nació como algo único, irrepetible. Ni Pensotti ni Mariana Tirantte ni Matías Sendón ni Federico Marrale, el equipo que creó todo esto, imaginaron que después de ocho años este maravilloso delirio podía seguir con vida. Sin embargo, aunque se trata de un proceso complejísimo de elevado costo de producción, varios festivales siguen haciendo cálculos para llevar aquello que nació en el pasaje Rivarola y que se sigue expandiendo por el mundo.ß

El fEo. ★★★

buena . de:

Marius von Mayenburg. traducción: Francisco

Díaz Soler. dirección general: Fabián Díaz. elenco: Pablo Roselli Mirci, Salomé Boustani, Alfredo Zenobi y Pablo Chao. dispositivo escénico e iluminación: Juan Andrés Piazza. vestuario: Isabel Gual. asistencia de dirección: Muma Casares. duración: 50 minutos. teatro: El Camarín de las Mu-

sas (Mario Bravo 960). funciones: sábados, a las 20.30.

U

na tendencia muy acentuada entre nuestros contemporáneos es someterse a toda clase de cirugías para lograr la permanencia de una fisonomía –o de una belleza cuando la hay– que pueda vencer los cambios que produce el paso de los años. Esto, no sólo en las mujeres, también en los hombres. Esa compulsión es mucho más que el fruto de una simple vanidad personal o una coquetería para estar mejor. Como lo manifiestan con frecuencia algunos pensadores, se trata de un fenómeno relacionado con cierta aspiración de la sociedad moderna a vivir el presente como un proceso eterno, sin ninguna vinculación con el pasado, el futuro o la muerte. Ilusión que pronto la vida desvanece, es verdad, pero que no deja de producir conductas a veces patéticas. El joven autor alemán Marius von Mayernburg (1972), al que se conoce por obras como Cara de fuego, El dorado, El turista o Parásitos, entre otras, no pretende meterse en la médula filosófica del tema, pero de hecho la roza y deja pensando al espectador con esta sátira, que se burla de una costumbre con seguridad tan extendida en la nación germana como en la nuestra. La fábula es simple: un creador de sistemas eléctricos de seguridad debe asistir a un congreso para presentar su nuevo producto, pero de pronto su empresa descubre que es demasiado feo para lograr “venderlo” bien. ¿Cómo resuelven el problema? Lo someten a una cirugía facial que lo vuelve totalmente seductor y lo pone una vez más en carrera. Pero sus compañeros de trabajo y algunos conocidos apelarán al mismo recurso para poder com-

petir o parecerse a él. El problema es que el método del cirujano conduce a un mismo modelo facial y ocasiona una inquietante homogeinización de los rostros y la pérdida de la propia identidad. Es obvio que, por elevación, el autor está hablando de la uniformidad de las conductas y del pensamiento de la gente en la sociedad actual, donde los estándares de consumo masivo nos llevan a aceptar valores que no siempre son meditados con la suficiente autonomía. En lo real cotidiano, esa homogeneidad de los rostros tiene algo de siniestro y hace recordar a algunas caras de personas muy sometidas a la cirugía, que finalmente parecen todas como sacadas de un museo de cera. En ese aspecto, la sátira es efectiva, aunque no consigue plasmar situaciones muy hilarantes en su desarrollo, conforme lo requiere el género. Los que logran subirle la puntería al espectáculo en ese aspecto son los actores con sus composiciones, de modo particular Salomé Boustani y Alfredo Zenobi, aunque los otros dos integrantes del elenco aportan también lo suyo. Todos hacen varios roles, trabajando sin cambios o agregados faciales, sino a pura gestualidad. Se deja al público imaginar cómo es la mutación. La planta escenográfica está formada por cinco cajas de metal rectangulares, cubiertas por una tela blanca y muy iluminadas por dentro, lo cual produce un efecto de gran visibilidad –característica distintiva de las sociedades que se quieren hacer ver mucho–, que es acertado en lo simbólico, aunque a veces molesto a los ojos. La dirección general de Fabián Díaz es cuidada.ß Alberto Catena