Danza con tiburones

isla más grande de los cinco archipiélagos que conforman esta .... muestra la historia de este escritor, cuya novela Motín del Bounty llegó varias veces al cine ...
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Página 8/LA NACION

Turis smo

Domingo 27 de junio de 2010

Domingo 27 de junio de 2010 LA NACION/Página 9

[ PACIFICO SUR ] Islas de la fantasía

DATOS UTILES COMO LLEGAR

POLINESIA

LAN. La vía más directa desde la Argentina es pasando por Chile, con escala en Isla de Pascua, en un vuelo de Lan. Son doce horas de viaje, además de las escalas. La compañía tiene dos frecuencias semanales desde Santiago, Chile. Las tarifas en clase Económica (el tramo completo desde Buenos Aires), desde US$ 1707 (final). En clase Ejecutiva (Premium Business), desde 2705 (final). Ventas y consultas: 08109999-LAN (526). www.lan.com

Danza con tiburones

Tatuajes y bailes de fuego, parte de la cultura maohí

Sumergirse en las aguas increíbles de este destino exótico y exclusivo permite, además de nadar entre corales y miles de especies coloridas, encontrarse cara a cara con escualos grises y rayas intimidantes

DONDE DORMIR

sort Tahiti, a diez minutos del centro, con acceso privado a playa de arena volcánica. Desde 158 euros la noche. www.radisson.com L En Moorea: Moorea Pearl Resort & Spa: con cabañas sobre el agua, tiene habitaciones desde 212 euros en temporada baja, a partir del 1° de noviembre. - Legends Resort ofrece cabañas en la ladera de un cerro, con grandes vistas. Es una opción familiar, con cocina y menos parejas. Desde 196 euros por persona. www. legendsresortvillas.com L En Huahine: Te Tiare Beach Resort, una de las mejores cadenas de las islas, también con habitaciones sobre el mar o en jardines. Desde 304 euros (temporada baja). www.tetiarebeachresort.com PAQUETES LLANtours ofrece dos paquetes

Moorea es una de las islas más visitadas, por su belleza y cercanía con Papeete

Por Martín Wain Enviado especial

P

APEETE.– El barman se ríe de los turistas. Dice que las mujeres locales usan una flor en la oreja derecha cuando buscan novio y en la izquierda cuando están casadas. Un italiano prueba suerte con una soltera, pero fracasa por confiado: las mujeres de hoy usan la flor del lado que más les guste. El barman se ríe. Hay costumbres y hay leyendas. Uno se confunde, sobre todo de noche, después de unas Hinano. Esta cerveza típica de la Polinesia Francesa tiene como emblema una vahine, diosa del amor según la creencia popular. La imagen aparece también en postales turísticas. Sus representantes esbeltas se muestran con el torso desnudo. Siempre atrajo a los viajeros, pero hace tiempo que es sólo un ícono. Porque ya no se ven exploradores: sólo llegan parejas, unas pocas familias y algún italiano confundido. La atracción que no cambia es el mar: el que llega hasta acá sabe que jamás volverá a ver algo parecido. Eso no es cuento. Por su variedad de azules, verdes y turquesas, el lugar se ha convertido en uno de los destinos más buscados en el universo. También por lo exótico y lo lejano. Del otro lado del mundo, según el planisferio occidental, tiene motivos de

sobra para haberse transformado en la mayor aspiración de quienes sueñan con palmeras. El arribo es en el aeropuerto de Papeete, capital de Tahití, la isla más grande de los cinco archipiélagos que conforman esta región semiautónoma de Francia, en el Pacífico Sur. Uno suele pasar un solo día en esta ciudad; con embotellamientos y bocinazos, Tahití no es la Polinesia soñada. La misma está enfrente, a siete minutos de avión, o treinta en ferry. Su nombre es Moorea, una isla que, después de Bora Bora, es la más buscada por los visitantes.

Aventura entre dientes Desde la cubierta del ferry se ven delfines, que hacen piruetas como bienvenida. Hay más de cien en el área, que veremos luego en un paseo en lancha, tal vez el más sorprendente que se pueda hacer en unas vacaciones. Sólo aquí, animales tan lindos como los delfines quedan relegados por otros más llamativos. La excursión comienza a media mañana. No se realiza antes porque al amanecer, explican, los tiburones desayunan. Harold muestra sus manos. “No me falta ningún dedo, ¿o sí?”, bromea para convencer a los viajeros de que el riesgo es “mínimo”. ¿Mínimo? ¡Son tiburones! La propuesta de nadar junto con ellos despierta más dudas que convicciones. Una vez anclados, su compañero, Oscar, ingresa al mar con trozos de pescado. Los demás bajamos en fila india, con patas

Tiburones de hasta 2,5 metros, compañeros llamativos s de un paseo sin comparación de rana. Se ven unos peces payaso cerca del fondo, hasta que Oscar lanza la carnada y se borran las sonrisas. Ahora sí: estamos en mar abierto rodeados de tiburones. Afuera del agua se distinguen las primeras aletas, amenazantes. Debajo, grandes mandíbulas se aproximan: veinte metros, diez, cinco… Cara a cara, sólo una máscara de snorkel nos separa de escualos grises más grandes que nosotros. ¿Cuál es el atractivo de semejante atrevimiento?, se cuestiona uno mientras oye sus propios latidos. La pregunta en realidad es qué hago acá. Dicen que los peces de la zona están habituados a los buceadores. El argumento es endeble para el temor generalizado, pero la tranquilidad llega en pocos minutos, cuando uno se acostumbra al azul marino. “Con ustedes, el océano”, parece decir Eric mientras señala otras especies que se mueven en la inmensidad. Más que un punto extravagante en el anecdotario de viajes, éste es el encuentro con un mundo casi desconocido, que aquí se luce como en poquísimos lugares del planeta. El sol pega sobre el agua transparente y la luz baja en forma de cortina, hasta los corales del fondo, a treinta metros de profundidad. Navegar es la mejor forma de interpretar la gama de colores. Como en gran parte de las 118 islas de la Polinesia, la gran diferencia es determinada por una barrera de coral, generalmente a su alrededor, que divide las aguas. Del lado externo quedan los azules del Pacífico; del interno, el turquesa baña las costas. A este último sector lo llaman laguna, porque siempre está en calma.

Movimientos suaves para narrar leyendas con las manos

LEn Tahiti: Radisson Plaza Re-

Esta particularidad del paisaje ayuda a comprender también la construcción, sin temor a los tsunamis, de esos hoteles símbolo de la Polinesia. Con cabañas sobre pilotes, aprovechan la tranquilidad del mar para ofrecer un servicio único: dormir sobre el agua, en habitaciones con balcones privados, que ofrecen zambullirse desde allí directamente en la piscina natural. Estas cabañas, que cuestan desde 800 dólares la noche, suelen tener parte del piso transparente, para disfrutar del mundo submarino también desde la cama. En un sector de la laguna se ancla por segunda vez. Cuando uno piensa que ya superó con creces la prueba de valor, llega el turno de las rayas. El guía baja nuevamente con comida. Es un sector de apenas un metro de profundidad. Desde la cubierta se ven llegar decenas de estos peces cartilaginosos, que se confunden con la arena y vuelan directamente hacia las manos de Oscar. Es fundamental no pisar las colas extensas de estos animales con aguijones mortíferos, que sólo utilizan cuando se sienten amenazados. También es importante saber cuándo es exactamente que se sienten amenazados, ya que no hay espacio para malas interpretaciones. Pero las rayas intentan socializar: no sólo se acercan, también se trepan de manera curiosa a los cuerpos de los humanos sorprendidos. Aunque son de lo más amigables (mejor tenerlas de amigas), sus colas nunca dejan de intimidar.

La vuelta a la isla invita a sumergirse también entre corales y ver desde el agua las montañas de Moorea, con picos de hasta 1260 metros que se destacan entre la gran vegetación. El más importante es Mou’a Puta, traspasado por una lanza del guerrero Pai, según la leyenda, en su batalla contra el dios Hito. Fairurani es otra montaña curiosa. Con forma de Pan de Azúcar, como la definió el escritor belga George Simenon, su imagen aparece en las monedas de 50 francos polinesios.

También la superficie Desde el restaurante del hotel se distinguen las olas que rompen a los lejos, sobre arrecifes de coral. Todavía hay luz, porque la comida se sirve al atardecer, en horario de viajeros europeos y norteamericanos, que son mayoría. Más del 80 por ciento de los pasajeros son jóvenes parejas en luna de miel. La buena relación con los peces no evita que uno se deleite con la gastronomía local, justamente basada en rayas, atunes rojos y mahi-mahi. Muchos se comen crudos, con limón y leche de coco. Pero la especialidad de la zona es el tama’ara’a, una especie de curanto que se cocina en un pozo con piedras ardientes. Suele tener cerdo, pescado, frutas y verduras, todo cubierto con hojas de bananero. Este tipo de cocina se muestra en el Tiki Theatre Village, un complejo curioso, con exhibición de actividades típicas y un anfiteatro a orillas del mar. La propuesta es recorrer

con aéreos y traslados incluidos, vigentes hasta noviembre. - 9 días, en Tahití y Moorea, en hoteles Sofitel. Cuesta desde 3452 dólares (impuestos incluidos). - 16 días, en Tahití, Moorea, Huahine y Bora Bora, en hoteles Moorea Pearl, Te Tiare, Sofitel y Manava, desde 5219 dólares (imp. incl.).

FOTOS: SOLEDAD AZNAREZ / ENVIADA ESPECIAL

tiendas precarias, donde se muestra la confección de telas y artesanías, y parte de la forma de vida tradicional. Hay además espacio para reproducciones de Paul Gauguin, que vivió en Tahití e Islas Marquesas y tuvo a su mujer, Tehura, como musa lugareña. La villa es algo kitsch, pero como no hay mucho que hacer en las noches isleñas, reúne bastante gente. Lo más simpático es tal vez el dueño, Olivier Briac, un francés que fue coreógrafo de Moria Casán en el Teatro Tabarís y es una especie de Fitzcarraldo, el personaje de Klaus Kinski, instalado en la Polinesia. Aquí armó este proyecto, que tiene un megashow con danzas típicas como punto culminante. El tama’ara’a es servido en formato buffet. Se come mientras un hombre y una mujer muestran las mil y una formas de ponerse un pareo. Ella lo hace en forma elegante; él, simpático y en sunga, quita un poco el apetito. Para el día siguiente uno puede optar por una excursión en cuatriciclo, buena manera de conocer la isla. Hay una única carretera, casi siempre por la orilla. La vuelta completa a Moorea es de 60 km. Manoel, el guía portugués, mide la habilidad de los conductores para meterse o no en pendientes atractivas, que llegan hasta miradores impresionantes. Es una manera de conocer los campos de ananás, árboles llorones y la vida en el interior. El circuito dura tres horas. Es decir, tres horas sin playa. El camino es muy atractivo, pero la decisión es difícil de tomar.

   

  

 

 

  



  

 



  



  

Tradiciones corporales

Todo despierta curiosidad. Los tatuajes, por ejemplo. Antiguamente hechos con dientes de tiburón, hoy se realizan con material descartable. Pero la tradición continúa: la gran mayoría de los polinesios tiene en su cuerpo imágenes indelebles de la naturaleza, que representan a los protectores de cada familia. Asociado con la religión de los habitantes originarios, el tatuaje forma parte de la cultura como en ningún otro lugar. Incluso la palabra tatoo o tatuaje proviene de la tahitiana tatau. La danza es también parte de la seducción local. Con música de ukeleles, guitarras y toeres u otros tambores,

miles de maohíes aprenden a bailar desde muy chicos. Los hombres practican danzas como la otea, de origen guerrero, y entre las mujeres se destaca la aparima, donde el movimiento de las manos narra leyendas de las diferentes islas. Se utilizan pareos. También el more, falda de fibras de purau. Las mujeres suelen bailar con el tradicional corpiño hecho con mitades de coco. Antiguos exploradores se mostraban asombrados por el erotismo de las danzas locales. El mito de las vahine surge de sus escritos: ellas eran jóvenes mujeres que los jefes de las tribus supuestamente entregaban a los extranjeros, para contar con su apoyo ante posibles guerras y, también, tenerlos desarmados en todo momento.

Presidentes, Marlon Brando y otras perlas La mayoría de los hombres viste camisas hawaianas. Incluso Gaston Tong Sang, que camina por el mercado de Papeete con una colorida blusa de mangas cortas. Es el presidente de la Polinesia Francesa. Hombre fuerte de la política, no llama la atención por su ropa, sino porque nadie lo saluda ni molesta. Cada uno está en la suya: compran y venden ananás, peces espada, atunes rojos y, por supuesto, flores. El lugar es uno de los atractivos de Papeete, donde los viajeros suelen quedarse un solo día. Se ven muchos autos caros en sus calles transitadas. En el camino, Albert, de la Secretaría de Turismo, habla de otros mandatarios. Cuenta que guió en sus paseos por la isla a “Carlos Méndez (sic) y a Néstor Kirchner, que salía a caminar de repente, y sus custodios lo perdían”. “Es un hombre muy simpático, pero su mujer es la que manda”, asegura. Un lugar atractivo para visitar es el James Noman Hall Museum, donde se muestra la historia de este escritor, cuya novela Motín del Bounty llegó varias veces al cine, con protagonistas como Clark Gable, Marlon Brando y Mel Gibson. El caso de Brando es tan famoso como particular, ya que se enamoró de la Polinesia durante el rodaje y compró una isla, Tetiaroa. En 2011 se inaugurará allí el resort ecológico de lujo The Brando, creado por su hijo Teihotu. Otro sitio para conocer en Papeete, si sobra tiempo, es Wan Pearl Museum, donde se explica el cultivo de perlas negras, y se puede comprar alguna. Los precios oscilan entre 50 El mercado, en el centro dólares y 500.000 por un collar.