Cuando oír significa hacer - Recursos Escuela Sabática

momento no resultó agradable ni para Adán ni para Eva: «El hombre y su mu- ... Y él [Adán] respondió: "Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque.
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4 Cuando oír significa hacer a situación se volvía incómoda por momentos. Al principio, las noticias que nos llegaban de lo que estaba haciendo Jesús nos preocuparon. Algunos conocidos nos hicieron saber que llevaba días sin dormir bien, que pasaba noches enteras orando a la intemperie y que durante el día era tal la cantidad de gente que lo buscaba que ni siquiera dedicaba tiempo para comer. Algunos de hecho nos expresaron su conclusión de que, debido al estrés al que había estado sometido los últimos meses, era probable que estuviera perdiendo la cordura. No era que nos interesara mucho lo que hacía, y menos que simpatizáramos con su causa, pero mis hermanos y yo decidimos ir a buscarlo a Capernaum. Sentimos que era nuestro deber hacerlo cuando supimos que los fariseos llegaron a la conclusión de que, si expulsaba demonios, lo hacía por el poder del mismo Satanás. 1 Además, cuando todo esto se supo en Nazaret, donde vivíamos, nuestra preocupación inicial se transformó en vergüenza. ¡Apenas puedes imaginarte el oprobio que eso representó para nuestra familia! Por ello, seguros de que había que poner fin al alboroto creado por sus palabras y su actitud en contra de los escribas y fariseos, convencimos a María para que nos acompañase. Convencidos de que debíamos obligarlo a dejar de actuar así, pensamos que su amor por ella facilitaría nuestras intenciones y así evitaríamos que sus acciones siguieran causándonos problemas. Nos dirigimos al pueblo de Capernaúm y, al enterarnos de que estaba enseñando sus "extrañas ideas" en una casa a orillas del lago de Galilea, al parecer la casa de Pedro, nos dirigimos hacia allí. No obstante, era tal la multi-

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44  SANTIAGO: UN HERMANO DE JESÚS NOS ENSEÑA A VIVIR LA FE tud que se había agolpado para escucharlo que lo más práctico fue pedir que le avisaran que su madre y sus hermanos estábamos fuera y queríamos verle. Pensábamos que eso bastaría para que nos recibiera. Estábamos muy equivocados. En lugar de una bienvenida, su respuesta a nuestra petición fue un duro revés para nosotros; en muchos sentidos. Sus palabras textuales, como después nos enteramos, fueron: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y entonces, señalando a sus discípulos, añadió: «Estos son mi madre y mis hermanos, pues todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mateo 12: 48-50). ¿Mis familiares son aquellos que hacen la voluntad de quién? «Bueno», pensé en ese momento, «al menos José, mi padre, ya no vive como para sentirse ofendido por estas palabras». Pero, ¿a qué se refería en realidad al decir esto? Te confieso que, todavía años después de aquel incidente, cada vez que recordaba estas palabras me estremecía no solo porque revivían en mí la situación, sino por lo que finalmente entendí que implicaban: Todos los que aceptaran a Jesús como el Mesías tenían que estar unidos a él por un vínculo mucho más íntimo que el del parentesco familiar; ser parte de su familia implica creer en él y, sobre todo, actuar como él. Por eso, la reacción de Jesús ante nuestra visita me llevó a entender que oír o mirar la voluntad de Dios revelada en su ley no es suficiente, sino que hay que poner en práctica lo que esta requiere. En efecto, en la vida cristiana no basta con saber, hay que hacer. No actuar así sería tan necio como mirarnos a un espejo y, pese a darnos cuenta de nuestra mala apariencia, salir a la calle olvidando por completo lo que acabamos de ver en él (Santiago 1:22-25). El problema, es que, tal como lo explico en mi libro, a varios de mis primeros lectores les resultaba mucho más fácil ver el "espejo" de los demás que controlar su propia impaciencia y sus palabras. De modo que, pese a conocer su importancia y valor, les era difícil practicar la religión a la manera de Jesús, especialmente en lo que a reaccionar correctamente ante las pruebas se refiere. Por mi parte, no me avergüenzo de reconocer lo irónica que resultó mi visita a Cristo aquel día en Capernaúm. ¿O acaso debo hablar de una interrupción? Yo deseaba aconsejarlo, pero en realidad necesitaba su consejo. Quería que renunciara a sus ideas, pero al pedírselo no me daba cuenta de que esto iba en contra de su misión y que, por lo tanto, yo tenía que abandonar mis prejuicios respecto a la religión que él vino a enseñar.

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Pero Jesús no se dio por vencido. Gracias a que tuvo mucha paciencia conmigo, finalmente logró que yo pusiera en práctica "su religión", aquella que se caracteriza por hacer y no solo por oír.

Repasemos Hasta este punto de nuestro estudio hemos visto que los primeros lectores de Santiago estaban pasando por una serie de sufrimientos y problemas, especialmente económicos (Santiago 1: 9-11). Ante esto, Santiago los exhorta a considerar dichas pruebas como un motivo de gozo, ya que pasar por ellas les permitirá desarrollar paciencia (Santiago 1:2-8) y recibir como recompensa final la «corona de vida» (Santiago 1:12). Tras ello, Santiago aclara que las pruebas en la vida cristiana no son solo de origen externo, sino también interno (es decir, aquellas propiciadas por los deseos pecaminosos del ser humano; Santiago 1:13, 14). Sin embargo, jamás provienen de Dios, quien solo nos otorga dones «perfectos» (Santiago 1:15-18). Hacia el final del capítulo 1 Santiago aclara que escuchar es importante, pero que hacerlo debe ir seguido por una vida de acción, por una obediencia activa (Santiago 1:19-25), una obediencia que, más que practicar ciertos rituales, tiene que evidenciarse mediante el control de la «lengua» y la ira, así como la ayuda a los necesitados. Un estilo de vida así, afirma, constituye la religión verdadera (Santiago 1:27). En este capítulo pretendo hablar un poco sobre este tipo de religión. Por eso, mientras lo hago, una pregunta estará repitiéndose en mi mente: ¿Estoy practicando ya este tipo de religión?

La importancia de oír Mientras que en los versículos 22 al 27 Santiago sigue mostrando la forma correcta de enfrentar las pruebas, su énfasis específico ahora es enseñar cómo se espera que el verdadero cristiano se relacione con los que sufren pruebas económicas. Dada su intención, el énfasis en estos versículos evidentemente está en el hacer. «Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos» (Santiago 1: 22). Así, tal como acabamos de ver, del «ser prontos para oír» (Santiago 1:19), Recursos Escuela Sabática ©

46  SANTIAGO: UN HERMANO DE JESÚS NOS ENSEÑA A VIVIR LA FE Santiago pasa ahora al "no basta con oír”. Y no es que la naturaleza de la acción de escuchar haya cambiado en la mente del autor, sino que sus oyentes parecen haber olvidado el significado práctico de esta acción. Para un judío, el verbo escuchar (shama) es muy importante. En el Antiguo Testamento se usa más de mil veces. El sentido de esta acción va más allá de la mera descripción del proceso auditivo. Por consiguiente, su significado se percibe mejor al ser traducido como «obedecer» (1 Samuel 15:22; Jeremías 35:13, compare con Hechos 4:19), tal como podemos ver al analizarla primera historia bíblica en donde este verbo aparece. Y es que, lejos de ser casual, la primera ocasión que el verbo shama se usa en la Biblia precisamente tiene que ver con oír a Dios: «Cuando oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el jardín en el fresco del día» (Génesis 3:8). Pero tristemente, según el mismo relato, oír la voz de su Creador en ese momento no resultó agradable ni para Adán ni para Eva: «El hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto […]. Y él [Adán] respondió: "Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo. Por eso me escondí"» (Génesis 3:8, 10). Desde la perspectiva divina, sin embargo, percibir la voz de Dios no fue en realidad lo que provocó el miedo del primer ser humano. De hecho, el inicio de todos los problemas de Adán no fue descubrir que estaba desnudo, sino haber "escuchado" la voz de su mujer en lugar de la de su Creador: «Y al hombre dijo: "Porque obedeciste [escuchaste] la voz de tu mujer y comiste del árbol del que te mandé diciendo: 'No comas de él"» (Génesis 3: 17). Así, la Biblia nos dice que la entrada del pecado y sus trágicas consecuencias tuvieron su origen en el hecho de que nuestros primeros padres hicieron caso (escucharon) a la persona equivocada. 2 No bastó con que hubieran conocido y oído de Dios mismo lo que se esperaba que fuera su comportamiento, porque en la Biblia escuchar no solo implica prestar atención a lo que alguien dice, sino también hacer caso, obedecer lo que dice. Es un hecho que los niños pequeños no solo tienen generalmente mejor audición que los adultos, sino también una asombrosa aptitud y capacidad para distinguir ciertos sonidos. Por ejemplo, son capaces de percibir sonidos que van desde la nota más baja de un gran órgano, hasta el agudísimo sonido de un silbato para perros, algo que la mayoría de los adultos somos incapaces de hacer. 3 De manera similar, puesto que, a menudo, llegar a la "edad espiritual adulta" tampoco hace que oigamos mejor, sino todo lo contrario, tener en cuenta la recomendación que Cristo nos dejó de recibir el reino de Dios co-

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mo un niño (ver Marcos 10:15), también parece relevante en este contexto. 4 No obstante, autosuficientes y confiados por lo que creemos que nos ha enseñado la "experiencia", muchos tendemos a olvidar que escuchar a Dios debe seguir siendo tan real e importante como lo fue aquel día en que lo aceptamos como nuestro Salvador; tan lógico y significativo como aquel día en que, sin que nos importaran nuestros temores ni las consecuencias, entregamos nuestra vida a Dios aferrándonos a su mano, tal como un niño pequeño lo haría con su padre. Lamentablemente, al crecer, llega un momento en que pensamos que "caminar solos", además de normal, también es una especie de prerrogativa. Eso, lejos de ayudarnos, a menudo se convierte en una barrera entre nuestros padres y nosotros. ¿Consejos? ¿Quién los necesita? Creemos saber lo que nos conviene, y con eso parece que nos basta. Gracias a Dios, este no siempre ha sido el caso. Ejemplos como el de Salomón, al inicio de su reinado, así lo evidencian: «Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo» (1 Reyes 3:9). ¡Cuánta falta nos hace entender hasta qué punto esto es importante y cuán bueno sería pedir a Dios lo mismo que Salomón! ¿Por qué? Porque al vincular la acción de "escuchar" con el corazón, la Biblia nos dice que obedecer a Dios también significa prestar atención sincera y total a los planes que él tiene para nuestra vida (vea, por ejemplo, Ezequiel 40:4). Y si escuchar implica este tipo de obediencia, resulta lógico entonces que este verbo aparezca tan frecuentemente en el contexto del pacto de Dios con su pueblo (Éxodo 19:5), y sea prácticamente un sinónimo de observar sus mandamientos (Deuteronomio 27:10; 28: 45). 5 Deducción que parece haber pasado también por la mente de Santiago, como veremos a continuación.

Cuando oír no basta Habiendo aprendido de Jesús que no basta con oír o "mirar" la voluntad de Dios revelada en su ley, sino que hay que poner en práctica lo que esta requiere, que en la vida cristiana tan solo "saber" es quedarse corto, sino que hay que "hacer", Santiago explica que no entender esto sería tan necio como mirarnos a un espejo y, pese a damos cuenta de nuestra mala apariencia, salir a la calle olvidando por completo lo que acabamos de ver en él:

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48  SANTIAGO: UN HERMANO DE JESÚS NOS ENSEÑA A VIVIR LA FE Si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, ese es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural; él se considera a sí mismo y se va, y pronto olvida cómo era. Pero el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace (Santiago 1:23-25). Aunque ya no reflejaban mucho (a no ser el paso de los siglos), hace tiempo tuve la oportunidad de ver en el museo del Vaticano algunos espejos egipcios finamente labrados. Eran lo que llamaríamos unos hermosos espejos de mano. Sin embargo, el espejo que tenía en mente nuestro autor es posible que, aunque del mismo material, fuera mayor. 6 En ese caso, a diferencia de nuestros días, no estaba sujeto a una pared, sino recostado sobre una mesa, colocación que obligaba a las personas a inclinarse, a fin de apreciar lo mejor posible su reflejo en él. Si este era el caso, el proceso necesario para mirarse en el espejo no era complicado, pero sí requería cierto grado de decisión. ¿Ve que tener en cuenta esto nos permite apreciar mejor la paradoja a la que alude Santiago? «Si no actúas en congruencia con lo que ves en el espejo, si no decides hacer algo respecto a lo que viste hace un momento», razona Santiago, «el esfuerzo y la decisión que tomaste para mirarte en él no solo habrán sido infructuosos, sino incluso ilógicos». Una vez ha quedado establecido que tomar solamente la decisión de "mirar la ley" no es sensato, es bueno preguntarnos ahora a qué ley se refiere Santiago. Él mismo nos da parte de la respuesta al llamarla «ley perfecta» y de «libertad» (Santiago 1:25). Estas características también se mencionan en otras secciones de su carta que haremos bien en repasar brevemente. 7 Por ejemplo, al calificar la ley de perfecta, Santiago la vincula claramente con Dios, de quien precisamente proviene todo don «perfecto» (Santiago 1:17). Junto a esto, resulta interesante notar que Santiago también usa el mismo calificativo para describir el grado de madurez que tendrían que alcanzar la paciencia y aquel que la ejerce (Santiago 1:4; 3:2). De esta forma, dado el concepto que nuestro autor tiene de la perfección, asociar la ley con tan importante característica no solo destaca su procedencia divina, sino también las implicaciones y la naturaleza práctica de la misma. Asimismo, si bien la ley no perfecciona a nadie, como tampoco puede www.escuela-sabatica.com

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hacerlo un espejo, esta nos dice la distancia que nos separa de la perfección y la medida de la necesidad que tenemos de acudir a Dios a fin de adquirir dicha virtud. Por eso Santiago también la llama ley «de la libertad» ya que, como buen judío, tiene un concepto positivo de la ley. Al ser la expresión de la voluntad de Dios, la ley no es coercitiva, sino instructiva y formativa. Observarla, por lo tanto, no es sino ejercer la libertad que el Señor nos concede para hacer precisamente su voluntad (Sal. 1); voluntad que, al practicarla, nos liberará de nuestros intereses egoístas y nos capacitará para amar al prójimo y servirlo. Puesto que prestar atención a la «perfecta ley», no esporádicamente sino con perseverancia, y puesto que ser capaz de llevar a la práctica sus lineamientos no es algo fácil ni común, Santiago anticipa una "bienaventuranza" para aquellos que logren hacerlo (Santiago 1:25). Que ser un constante «hacedor de la obra» merezca la misma declaración de dicha atribuida, versículos atrás, a quien «soporta las pruebas» (compare Santiago 1:25 con 1:12 y 5:11) 8 demuestra la importancia que Santiago concede a ambas características, pero también reitera el hecho de que Dios no solo está interesado en el hacer, sino también en el ser de quienes profesamos conocerle. En efecto, oír significa hacer, pero también ser. Algo reflejado nuevamente en el pensamiento judío de aquellos días: «El que odia la ley no llegará a ser sabio, será como nave sacudida por la tempestad. El sabio entiende la palabra del Señor y mira la ley como enseñanza divina» (Eclesiástico 33: 2-3, DHH). 9 Tan positivo cuadro de la ley me hace recordar que, mientras escribo estas palabras, millones de judíos están celebrando precisamente haber sido depositarios, hace tres mil quinientos años, de la ley divina, 10 una ley cuyo sentido en plenitud, siglos después, vendría a revelar Aquel de quien Moisés escribió: «Un profeta como yo te levantará Jehová, tu Dios, de en medio de ti, de tus hermanos; a él oiréis» (Deuteronomio 18:15). «Profeta» al que Santiago no solo escuchó, sino que también siguió al practicar y enseñar lo que este le contestó aquel día en Capernaúm: «Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mat. 12: 50). En efecto, oír significa hacer, pero también ser.

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Cuando oír se convierte en hacer Al llegar al último segmento del capítulo 1, podemos ver que Santiago une los temas de controlar la lengua y llevar a la acción la Palabra (la ley) de Dios con el tema de practicar una religión auténtica que, además de lo anterior, también se caracteriza por una vida altruista y sin mancha (Santiago 1:19-27). 11 Como ejemplo, notemos especialmente los últimos dos versículos: «Si alguno se cree religioso entre vosotros, pero no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. La religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo» (Santiago 1:26, 27). Partiendo de que en la congregación a la que se dirige hay quienes se consideran a sí mismos "orgullosamente religiosos", Santiago desafía tal actitud al contrastarla con el estilo de vida del cual ha estado hablando y denomina «la religión pura y sin mancha». ¿Religión? ¿Quién está interesado en ella? ¿Acaso el tiempo y los postulados de la sociedad posmoderna en la que vivimos no se han encargado ya de evidenciar su ineficacia? Pese a que la palabra religión es, para muchos, sinónimo de pertenecer a alguna denominación o adherirse a un conjunto de creencias determinadas y, por lo tanto, algo en lo que no desean involucrarse, esta conclusión es incorrecta. Lejos de circunscribirse a un conjunto de dogmas o doctrinas, la palabra religión (del latín re-ligare) significa simplemente "volver a unir". 12 Pero el uso de esta palabra, claro está, no resalta el hecho de unir algo, sino de unir a alguien, a saber, al ser humano con Dios. Vista así, la religión, la auténtica, tendría que ser un medio para conducirnos de vuelta a Dios; un medio que, al traducirse en una permanente convivencia con Cristo, habría de propiciar que su estilo de vida llegue a reflejarse también en el nuestro. Por eso, perder el control al hablar no es incorrecto solamente porque la Biblia lo dice, sino porque hacerlo no nos hace semejantes a Dios, ni tampoco a Cristo. De ahí que este comportamiento se asocie directamente con el pecado (Proverbios 10:19) e incluso con el primer engaño en el que cayó el ser humano (compare Santiago 1:26 con 1 Timoteo 2:14 y Génesis 3:13). Una religión que no nos hace más semejantes a Dios, por lo tanto, es «vana» o, en otras palabras, vacía, hueca. Pero, si en vez de intentar llenar este vacío supliendo egoístamente sus propias necesidades, el cristiano decide «visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones», es evidente que la

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diferencia será diametralmente opuesta. En palabras de Cristo: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25:40). Practicar un estilo de vida altruista y misericordioso no hace religiosa a una persona (existen muchas organizaciones que realizan obras filantrópicas sin promover ningún credo religioso). En cambio, alguien que en realidad está "religado" a Dios reflejará en sus acciones lo que Cristo mismo hizo mientras estuvo aquí en la tierra. Con toda razón, Santiago llama a esta religión «pura y sin mancha», porque al provenir de Dios, quien sin duda ya es así, sus practicantes también han de llegar a serlo (compare Santiago 1:27 con 2 Pedro 3:14). Por cierto, Santiago, sus hermanos e incluso María, siempre vieron esas características reflejadas en los actos de Cristo: «A veces [María] vacilaba entre Jesús y sus hermanos, que no creían que era el enviado de Dios; pero abundaban las evidencias de la divinidad de su carácter. Lo veía sacrificarse en beneficio de los demás (...]. Inocente e inmaculado, andaba entre los irreflexivos, los toscos y descorteses [...]. Pronunciaba una palabra de simpatía aquí y otra allí, al ver a los hombres cansados, y sin embargo obligados a llevar pesadas cargas». 13 De esta forma, Santiago presenta un perfil claro de lo que es un cristiano. Cristiano es aquel que entiende que su religión es un llamamiento a vivir con altas expectativas éticas: las expectativas celestiales. Cristiano es aquel en cuya vida la Palabra y la Ley de Dios se encarnan en acciones de amor para con sus semejantes, pero también alguien que, al hacer de su convivencia con Dios un estilo de vida, dicha convivencia lo llevará a mantenerse, como Cristo, sin mancha en un mundo que dista mucho de ser así. Ya que oír significa hacer, poner en práctica las exhortaciones de Santiago a fin de alcanzar el alto ideal que plantea al final de su primer capítulo, ciertamente es algo prioritario; razón por la que, dadas nuestras circunstancias y las de los primeros lectores de su carta, tendríamos que concordar con lo expresado en la siguiente oración tradicional judía: Yo pedí fuerza y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte. Yo pedí sabiduría y Dios me dio problemas para solucionar. Yo pedí amor y Dios me dio personas quebrantadas a quien ayudar. Mis oraciones, en efecto, fueron contestadas por él.

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52  SANTIAGO: UN HERMANO DE JESÚS NOS ENSEÑA A VIVIR LA FE Teniendo en cuenta que oír significa hacer, ni las adversidades ni nuestra falta de semejanza con él tendrían que estorbar el avance de la religión que Cristo enseñó y practicó.

A manera de ilustración Alexander Graham Bell, inventor de origen escocés, debe su fama en buena medida al invento del teléfono. Pero haber patentado tan formidable medio de comunicación en 1876, 14 definitivamente no fue lo único importante que realizó en su productiva vida. Entre otros de sus inventos pueden mencionarse la balanza de inducción (utilizada para localizar objetos metálicos en el cuerpo humano) y el primer cilindro de cera (la primera versión de una grabadora de sonidos). En 1907, tras una incursión en el campo de la aeronáutica, construyó algo parecido a una gran cometa capaz de elevar y transportar a una persona. Además, junto con un grupo de socios, también logró desarrollar el alerón (sección del ala de un avión que controla su balanceo), así como el dispositivo de aterrizaje de tres ruedas. Desde mi perspectiva, sin embargo, hay algo todavía más importante sobre su obra que, aunque no es muy conocido, tal vez haya sido el más útil de todos sus logros. Graham Bell mostró desde pequeño un gran interés por el estudio de los fenómenos sonoros. Siendo que su abuelo era profesor de retórica y su padre maestro de dicción, pero sobre todo debido a que tanto su madre como su esposa eran sordas, sus investigaciones en este campo se orientaron no solo hacia los aspectos lingüísticos del sonido, sino también a buscar formas efectivas de limitar los efectos de la sordera, o al menos facilitar la comunicación a quienes la padecían. Entre lo más útil que realizó en este campo destacan un instrumento que transmitía sonidos mediante impulsos de corriente eléctrica, así como el audiómetro (instrumento para medir la agudeza auditiva). Bell también creó un método de locución para sordomudos, basado en el llamado "lenguaje visible" (su versión del lenguaje de signos), y también fundó una escuela para sordomudos en Boston, Massachusetts, que posteriormente se integró en la Universidad de Boston, institución de la que fue nombrado profesor de fisiología vocal y en la que continuó estudiando las causas y la herencia de la sordera. Consciente de la importancia del oído, pero entendiendo que, a fin de

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suplir las necesidades y ayudar a quienes lo rodeaban, no bastaba solamente con oírlos, la reacción de Graham Bell lo llevó a hacer algo que, a la postre, resultó ser sumamente útil, así como congruente con lo que él era. Ya que escuchar a Dios, más que percibir lo que nos dice, es estar dispuestos a hacer algo, es poner en práctica lo que nos dice, mientras continúo cuestionándome si practico la religión de la que habla Santiago, también agradezco a Dios por seguir escuchando mi oración: ¡Señor, haz posible que logre hacerlo!

Referencias 1

Marcos 3:21 dice qué pasaba por nuestra mente cuando fuimos a buscarlo. Aunque en la conversación entre Eva y la serpiente el verbo 'escuchar' solo está implícito, la siguiente cita es muy esclarecedora: «Satanás no los seguiría continuamente con sus tentaciones; solamente podría acercarse a ellos junto al árbol prohibido. Si ellos trataban de investigar la naturaleza de este árbol, quedarían expuestos a sus engaños. Se les aconsejó que prestaran atención cuidadosa a la amonestación que Dios les había enviado, y que se conformaran con las instrucciones que él había tenido a bien darles» (Elena G. White, Patriarcas y profetas, cap. 3, págs. 32, 33). 3 Este rango, técnicamente hablando, iría de los 20 Hz (la nota del órgano) a los 20.000 Hz (el sonido del silbato). La intensidad del sonido se mide en decibelios, pero su tono (la cantidad de veces por segundo que se repite una onda sonora) se mide hercios (Hz). 4 Recuerde que, en ocasiones, Dios decide comunicarse solo mediante un «silbo apacible» (1 Reyes 19:12). 5 La desobediencia a Dios es, por lo tanto, un acto de rebelión y arrogancia (Deuteronomio 1:43; Isaías 1:19, 20; Jeremías 3:13), la lógica consecuencia de no escuchar a Dios (Jeremías 7:23-26). 6 En aquella época, los espejos solían ser de bronce bruñido. Para más detalles, véase Craig S. Keener, Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Mundo Hispano, 2003), pág. 687. 7 Dado que el tema de la Ley se retomará y desarrollará en el capítulo 2 de la epístola, aquí solo nos limitaremos a reflexionar sobre las características de la ley mencionadas en el capítulo 1. 8 Santiago solo usa en estas tres ocasiones el término “bienaventurado” o “dichoso” (makários). 9 Dado que el pensamiento judío del tiempo de Santiago se considera que la sabiduría es «un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad» (Sabiduría 7:26), y que quienes la obtienen son «amigos de Dios» (7:14), ser sabio implica entonces a amistarnos con él a fin de asemejarnos a él. 10 Los judíos celebran el haber recibido la ley de Dios en el desierto de Sinaí con la fiesta de shavuot («fiesta de las semanas»). Celebración que es más conocida por nosotros con el nombre de «Pentecostés». 11 Santiago, como ya nos estamos acostumbrando a notar, retomará estos temas en los capítulos siguientes. De hecho, varios eruditos ven en los tres ejemplos de la religión pura mencionados aquí (refrenar la lengua, mostrar misericordia y mantenerse incontaminado) una especie de bosquejo de los cuatro capítulos restantes de la epístola. 12 Algunos especialistas piensan que el prefijo “re-” denota también la intensidad de la relación implícita en la palabra religión. 13 Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, cap. 9, pág. 70. 14 Cabe aclarar que en el año 2002 se reconoció oficialmente que el inventor del teléfono fue Antonio Meucci y no Alexander Graham Bell. 2

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