Cuando la ropa sirve para discriminar

19 nov. 2010 - ban ropa íntima cerrada. Esto simboliza el libre acceso al sexo femenino, una ausencia de protección que fragiliza, vuelve vulnerable…
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Consejos sexistas en una revista para amas de casa de los años 50: como se ve, el hombre hacía uso y abuso del pantalón

8 Viernes 19 de noviembre de 2010

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ción, la seguridad o el transporte) y los empleadores suelen exigir una “correcta presentación”. En el Viejo Continente, ni la Convención Europea de Derechos Humanos ni la Carta de Derechos Fundamentales del Ciudadano evocan la libertad para vestirse. Todavía hoy, hay mujeres en ciertos países de Europa y Estados Unidos que son despedidas por vestirse con pantalón. Y no hay duda de que la apreciación de lo que podría llamarse “una vestimenta apropiada” es uno de los terrenos donde el abuso de poder del empleador puede ejercerse con más facilidad. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos por contenerlo, el pantalón progresó inexorablemente. La moda fue su vector privilegiado y la que le otorgó sus letras de nobleza. Hoy, el mundo profesional lo acepta mucho más fácilmente aun cuando la falda sigue siendo casi obliga-

toria en ciertos actos públicos o sociales. Christine Bard reconoce que no es fácil hallar estadísticas precisas para cifrar esa vertiginosa evolución. Sin embargo, entre 1971 y 1972, repertoriado en la categoría “prendas de deporte”, las mujeres mayores de 14 años habían comprado en Francia unos 12.363 pantalones por año. Diez años después, ese rubro había aumentado a 2,7 millones. En 1984, las mujeres francesas utilizaron 17 millones de pantalones. Por primera vez en su historia, y sin distinción de sexos, el pantalón llegó ese año a ser la prenda más vendida. Sin embargo, aún quedan bolsones de resistencia en los cuales el pantalón simboliza el rechazo a la igualdad de géneros. No en vano el medio más refractario fue el político, incluso en la actualidad. A pesar de la igualdad de derechos políticos entre ambos sexos, proclamados alrededor de 1900 en Europa, las mujeres siguieron moviéndose en un medio extremadamente masculino y sus diferencias físicas y vestimentarias fueron siempre un problema que estuvieron obligadas a “administrar”, como lo ilustra perfectamente la anécdota que comienza esta nota. En 1976, Alice Saunier-Seïté provocó un escándalo de proporciones cuando asistió a su presentación oficial como secretaria de Estado de Enseñanza Universitaria y el entonces primer ministro Jacques Chirac, estupefacto, descubrió que llevaba pantalones. El jefe del gobierno francés solicitó de inmediato a su jefe de gabinete, Jérôme Monod, que informara a la rebelde que, vestida así, “degradaba su función y la imagen de Francia”. Terrible misión para ese hombre de maneras exquisitas, a quien la interesada respondió: “Si se trata de mis pantalones, diga al primer ministro que estoy obligada a esconder mis piernas, ¡porque son horribles!”. Chistine Bard recuerda que la historia clásica de toda prenda pone de relieve tres funciones: el adorno, el pudor y la protección. Con el tiempo, esa historia sumó una cuarta función a las precedentes: la simbólica. En el caso del pantalón –afirma la autora–, seguir el hilo conductor de su evolución fue lo mismo que acompañar la evolución de un sexo, situándola en el plano político. Cada episodio de esa epopeya demuestra hasta qué punto la batalla del pantalón pone en crisis no sólo el universalismo democrático, tal como fue pensado por sus teóricos masculinos. También cuestiona el movimiento feminista en sí mismo, siempre atravesado por enfrentamientos entre defensoras del orgullo femenino y partidarias de la indiferenciación sexual, entre las que rechazan la virilización y las adeptas de un feminismo con escote. Todas esas batallas terminaron por demostrar que el combate político es también un combate cultural y hasta qué punto la conquista de una auténtica ciudadanía femenina exigía también –y antes que nada– una verdadera revolución de las apariencias.

Extremar la diferenciación entre géneros para satisfacer el espectáculo de la diversidad es un modo de establecer jerarquías, dice Bard

Cuando la ropa sirve para discriminar S

u libro anterior fue una historia de la falda, ahora es el pantalón. ¿Qué la apasiona en esas prendas, su calidad de símbolos? –Lo que me apasiona es que ambos participan, en forma espectacular, en la construcción del género. Falda, enagua, faldón eran formas metonímicas de designar a la mujer. El pantalón alude a la masculinidad, pero también al poder. El único poder de la falda es de orden erótico y estético. Es una prenda abierta, tanto más cuanto que, hasta comienzos del siglo XX, las mujeres no llevaban ropa íntima cerrada. Esto simboliza el libre acceso al sexo femenino, una ausencia de protección que fragiliza, vuelve vulnerable… La prenda cerrada —el pantalón— es, por el contrario, protectora. –¿Es posible decir que esa diferencia no existía en la Edad Media? ¿Cuándo y por qué apareció esa necesidad de diferenciar los sexos por la ropa? –Los sexos ya estaban diferenciados pero de otra manera. La Biblia indica que una mujer no debe vestirse como un hombre y viceversa. En las Galias, los hombres usaban bragas —una palabra antigua, sinónimo de pantalón amplio— que los romanos consideraban como una prueba de barbarie. En el mundo antiguo, mientras que griegos y romanos usaban prendas abiertas, sus esclavos extranjeros tenían culottes largas. La vestimenta permite todo tipo de diferenciación: nacional, social, de género… Esta última retuvo mi atención. La tesis que defiendo a través del ejemplo de Francia en los dos últimos siglos es que la extrema diferenciación según el género es un marcador de desigualdad sexual. ¿Por qué hay que diferenciar los géneros? No sólo para satisfacer el espectáculo de la diversidad, sino más bien para marcar una jerarquía, sutilmente, porque a las mujeres se les acuerda una suerte de privilegio estético. –Usted menciona en su libro el miedo “a la confusión de géneros”. ¿Ese temor existió siempre o se vio acentuado a partir de una época precisa? –El miedo de una revancha femenina ya existía en la Antigüedad. Mitos como el de las amazonas o las comedias de Aristófanes tratan de conjurar ese miedo. Las disputas del pantalón, que muestran una subversión de los