Lección 13
Crucificado y resucitado Sábado 20 de junio Aplastados por el desaliento, la pena y la desesperación, los discípulos se reunieron en el aposento alto, y cerraron y atrancaron las puertas, temiendo que pudiera sobrevenirles la misma suerte de su amado Maestro. Fue allí donde el Salvador, después de su resurrección se les apareció. Por cuarenta días Cristo permaneció en la tierra, preparando a los discípulos para la obra que tenían por delante, y explicándoles lo que hasta entonces habían sido incapaces de comprender. Les habló de las profecías concernientes a su advenimiento, su rechazamiento por los judíos, y su muerte, mostrando que todas las especificaciones de estas profecías se habían cumplido. Les dijo que debían considerar este cumplimiento de la profecía como una garantía del poder que los asistiría en sus labores futuras. “Entonces les abrió el sentido -leemos- para que entendiesen las Escrituras; y díjoles: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando de Jerusalén.” Y añadió: “Vosotros sois testigos de estas cosas” (Lucas 24: 45-48). Durante estos días que Cristo pasó con sus discípulos, obtuvieron ellos una nueva experiencia. Mientras oían a su amado Señor explicando las Escrituras a la luz de todo lo que había sucedido, su fe en él se estableció plenamente. Llegaron al punto de poder decir: “Yo sé a quién he creído.” (2 Timoteo 1:12). Comenzaron a comprender la naturaleza y extensión de su obra, a ver que habían de proclamar al mundo las verdades que se les habían encomendado. Los sucesos de la vida de Cristo, su muerte y resurrección, las profecías que señalaban estos sucesos, los misterios del plan de la salvación, el poder de Jesús para perdonar los pecados, -de todas estas cosas habían sido testigos, y debían hacerlas conocer al mundo. Debían proclamar el evangelio de paz y salvación mediante el arrepentimiento y el poder del Salvador (Los hechos de los apóstoles, pp. 21, 22). Razonando sobre la base de la profecía, Cristo dio a sus discípulos una idea correcta de lo que había de ser en la humanidad. Su expectativa de un Mesías que había de asumir el trono y el poder real de acuerdo con los deseos de los hombres, había sido engañosa. Les había impedido compren-
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der correctamente su descenso de la posición más sublime a la más humilde que pudiese ocupar. Cristo deseaba que las ideas de sus discípulos fuesen puras y veraces en toda especificación. Debían comprender, en la medida de lo posible, la copa de sufrimiento que le había sido dada. Les demostró que el terrible conflicto que todavía no podían comprender era el cumplimiento del pacto hecho antes de la fundación del mundo. Cristo debía morir, como todo transgresor de la ley debe morir si continúa en el pecado. Todo esto había de suceder, pero no terminaba en derrota, sino en una victoria gloriosa y eterna. Jesús les dijo que debía hacerse todo esfuerzo posible para salvar al mundo del pecado. Sus seguidores deberían vivir como él había vivido y obrar como él había obrado, esforzándose y perseverando (El Deseado de todas las gentes, p. 740). Domingo 21 de junio: El Getsemaní: La lucha terrible Cristo es nuestro Redentor. Es el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros. Es la fuente en la cual podemos ser lavados y limpiados de toda impureza. Es el costoso sacrificio hecho por la reconciliación del hombre. El universo celestial, los mundos no caídos, el mundo caído y la confederación del mal no pueden decir que Dios podía hacer más por la salvación del hombre de lo que ha hecho. Nunca puede sobrepujarse su dádiva (A fin de conocerle, p. 71). Jesús, cuando se preparaba para una gran prueba o para algún trabajo importante, se retiraba a la soledad de los montes, y pasaba la noche orando a su Padre. Una noche de oración precedió a la ordenación de los apóstoles, al Sermón del Monte, a la transfiguración, y a la agonía del pretorio y de la cruz, así como la gloria de la resurrección. Nosotros también debemos destinar momentos especiales para meditar, orar y recibir refrigerio espiritual. No reconocemos debidamente el valor del poder y la eficacia de la oración. La oración y la fe harán lo que ningún poder en la tierra podrá hacer. Raramente nos encontramos dos veces en la misma situación. Hemos de pasar continuamente por nuevos escenarios y nuevas pruebas, en que la experiencia pasada no puede ser una guía suficiente. Debemos tener la luz continua que procede de Dios. Cristo manda continuamente mensajes a los que escuchan su voz. En la noche de la agonía de Getsemaní, los discípulos que dormían no oyeron la voz de Jesús. Tenían una percepción confusa de la presencia de los ángeles, pero no participaron de la fuerza y la gloria de la escena. A causa de su somnolencia y estupor, no recibieron las evidencias que hubieran fortalecido sus almas para los terribles acontecimientos que se avecinaban. Así también hoy día los hombres que más necesitan la instrucción divina no la reciben, porque no se ponen en comunión con el Cielo... Tenéis que ser hombres y mujeres de oración. Vuestras peticiones no deben ser lánguidas, ocasionales, ni caprichosas, sino ardientes, perRECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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severantes y constantes. No siempre es necesario arrodillarse para orar. Cultivad la costumbre de conversar con el Salvador cuando estéis solos, cuando andéis o estéis ocupados en vuestro trabajo cotidiano. Elévese el corazón de continuo en silenciosa petición de ayuda, de luz, de fuerza, de conocimiento. Sea cada respiración una oración (El ministerio de curación, pp. 407, 408). Pedro acababa de declarar que no conocía a Jesús, pero ahora comprendía, con amargo pesar, cuán bien su Señor lo conocía a él, y cuán exactamente había discernido su corazón, cuya falsedad desconocía él mismo. Una oleada de recuerdos le abrumó. La tierna misericordia del Salvador, su bondad y longanimidad, su amabilidad y paciencia para con sus discípulos tan llenos de yerros; lo recordó todo. También recordó la advertencia: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandaros como a trigo; mas yo he rogado por ti que tu fe no falte”. Reflexionó con horror en su propia ingratitud, su falsedad, su perjurio. Una vez más miró a su Maestro, y vio una mano sacrílega que le hería en el rostro. No pudiendo soportar ya más la escena, salió corriendo de la sala con el corazón quebrantado. Siguió corriendo en la soledad y las tinieblas, sin saber ni querer saber a dónde. Por fin se encontró en Getsemaní. Su espíritu evocó vívidamente la escena ocurrida algunas horas antes. El rostro dolorido de su Señor, manchado con sudor de sangre y convulsionado por la angustia, surgió delante de él. Recordó con amargo remordimiento que Jesús había llorado y agonizado en oración solo, mientras que aquellos que debieran haber estado unidos con él en esa hora penosa estaban durmiendo. Recordó su solemne encargo: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”. Volvió a presenciar la escena de la sala del tribunal. Torturaba su sangrante corazón el saber que había añadido él la carga más pesada a la humillación y el dolor del Salvador. En el mismo lugar donde Jesús había derramado su alma agonizante ante su Padre, cayó Pedro sobre su rostro y deseó morir (El Deseado de todas las gentes, pp. 659, 660). Lunes 22 de junio: Judas Cuando Cristo permitió que Judas se asociara con él como uno de los doce, sabía que Judas estaba poseído del demonio del egoísmo. Conocía que su falso discípulo lo traicionaría, y sin embargo no lo separó de los otros discípulos alejándolo de él. Estaba preparando la mente de esos hombres para su muerte y ascensión, y previo que si alejaba a Judas, Satanás lo usaría para divulgar informes que serían difíciles de explicar... Por lo tanto, Cristo no alejó a Judas de su presencia, sino lo mantuvo a su lado para poder contrarrestar la influencia que él pudiera ejercer contra su obra (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1077). Judas... había visto las poderosas obras del Señor, había estado con él 92
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durante su ministerio y se había sometido a la abrumadora evidencia de que era el Mesías; pero Judas era calculador y codicioso; amaba el dinero. Se quejó airado por el costoso perfume derramado sobre Jesús. María amaba a su Señor. Él había perdonado sus pecados, que eran muchos. Había levantado de entre los muertos a su muy amado hermano, y creía que nada era demasiado costoso para ofrendárselo. Mientras más caro fuera el perfume, de mejor manera podía ella expresar su gratitud al Salvador dedicándoselo. Judas, como excusa por su codicia, sugirió que el perfume podría haberse vendido para dar el dinero a los pobres. Pero no se trataba de que se preocupara por ellos, porque era egoísta, y a menudo se apropiaba, para su propio uso, de lo que se le había confiado con el fin de que fuera dado a los pobres. Judas no se había preocupado de la comodidad y ni siquiera de las necesidades de Jesús, pero para excusar su codicia a menudo se refería a los pobres. Este acto de generosidad de parte de María constituyó una tajante reprensión de su carácter codicioso. Ya estaba preparado el camino para que la tentación de Satanás encontrara franca acogida en el corazón de Judas... Judas sabía cuán ansiosos estaban de prender a Jesús y se ofreció a los principales sacerdotes y ancianos para venderlo por unas cuantas monedas de plata. Su amor al dinero lo indujo a traicionar a su Señor para ponerlo en manos de sus más acerbos enemigos. Satanás estaba obrando directamente por intermedio de Judas, y en medio de las escenas impresionantes de la última cena el traidor estaba trazando planes para entregar a su Maestro (La historia de la redención, pp. 215-217). Martes 23 de junio: Con él o contra él Los seguidores de Cristo deben estar listos para servir en todo momento y de todas las maneras requeridas. Dios solo aceptará hombres que sean de corazón leal, de mente equilibrada y cabales. “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30). Muchos han tratado de ser neutrales en medio de la crisis, pero han fallado en su propósito. Nadie se puede mantener en terreno neutral. Los que traten de hacerlo cumplirán las palabras de Cristo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). Los que comienzan su vida cristiana a medias, no importa qué intenciones tengan, se encontrarán finalmente de parte del enemigo. Los hombres y las mujeres de doblado ánimo son los mejores aliados de Satanás. No importa cuán favorable sea la opinión que tengan de sí mismos, su influencia será debilitante. Todos los que son leales a Dios y a la verdad deben mantenerse firmemente de parte de lo recto porque es recto (Cada día con Dios, p. 240). RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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Quien es atraído una vez y otra por su Redentor, y desatiende las advertencias dadas, no cede a su convicción de que debe arrepentirse y no escucha cuando es exhortado a buscar perdón y gracia, está en una posición peligrosa. Jesús lo está atrayendo, el Espíritu está ejerciendo su poder sobre él, instándole a entregar su voluntad a la voluntad de Dios, y cuando esta invitación es desatendida, el Espíritu es contristado. El pecador elige permanecer en el pecado y la impenitencia, aunque tiene evidencias para estimular su fe, y una evidencia adicional no será de ninguna utilidad... Está respondiendo a otra atracción, y esa es la atracción que Satanás ejerce sobre él. Presta obediencia a los poderes de las tinieblas. Esta conducta es fatal y deja al alma en obstinada impenitencia. Esta es la blasfemia más generalizada entre los hombres, y obra en forma muy sutil, hasta que el pecador no siente remordimiento, no oye la voz de la conciencia, no experimenta el deseo de arrepentirse, y en consecuencia no tiene perdón (A fin de conocerle, p. 246). Durante su agonía sobre la cruz, llegó a Jesús un rayo de consuelo. Fue la petición del ladrón arrepentido. Los dos hombres crucificados con Jesús se habían burlado de él al principio; y por efecto del padecimiento uno de ellos se volvió más desesperado y desafiante. Pero no sucedió así con su compañero. Este hombre no era un criminal empedernido. Había sido extraviado por las malas compañías, pero era menos culpable que muchos de aquellos que estaban al lado de la cruz vilipendiando al Salvador... En el tribunal y en el camino al Calvario, había estado en compañía de Jesús. Había oído a Pilato declarar: “Ningún crimen hallo en él”. Había notado su porte divino y el espíritu compasivo de perdón que manifestaba hacia quienes le atormentaban... Penetró de nuevo en su corazón la convicción de que era el Cristo. Volviéndose hacia su compañero culpable, dijo: “¿Ni aun tú temes a Dios, estando en la misma condenación?” Los ladrones moribundos no tenían ya nada que temer de los hombres. Pero uno de ellos sentía la convicción de que había un Dios a quien temer, un futuro que debía hacerle temblar... El Espíritu Santo iluminó su mente y poco a poco se fue eslabonando la cadena de la evidencia. En Jesús, magullado, escarnecido y colgado de la cruz, vio al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La esperanza se mezcló con la angustia en su voz, mientras que su alma desamparada se aferraba de un Salvador moribundo. “Señor, acuérdate de mí -exclamó- cuando vinieres en tu reino”. Prestamente llegó la respuesta. El tono era suave y melodioso, y las palabras, llenas de amor, compasión y poder: De cierto te digo hoy: estarás conmigo en el paraíso (El Deseado de todas las gentes, pp. 697, 698). Miércoles 24 de junio: Ha resucitado David, como rey de Israel, y también como profeta, había sido especialmente honrado por Dios. Se le mostró en visión profètica la vida y el 94
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ministerio futuros de Cristo. Vio su rechazamiento, su juicio, su crucifixión, su sepultura, su resurrección y su ascensión. David dio testimonio de que el alma de Cristo no quedaría en el Hades (la tumba), y que su carne no vería corrupción. Pedro comprobó que esta profecía se cumplió en Jesús de Nazaret. Efectivamente Dios lo levantó de la tumba antes que su cuerpo viera corrupción. Era entonces el Exaltado en el cielo de los cielos. En esa memorable ocasión mucha gente que hasta ese entonces se había reído de la idea de que una persona tan humilde como Jesús fuera el Hijo de Dios, se convenció cabalmente de la verdad y lo reconoció como su Salvador. Tres mil almas se añadieron a la iglesia. Los apóstoles hablaron impulsados por el Espíritu Santo; y sus palabras no podían ser contradichas porque las confirmaban extraordinarios milagros llevados a cabo gracias al derramamiento del Espíritu de Dios. Los discípulos mismos se asombraron de los resultados de esta manifestación, y de la rapidez y la abundancia de la cosecha de almas. Todos se llenaron de asombro. Los que no quisieron abandonar sus prejuicios y fanatismo se sintieron tan abrumados que no se atrevieron a oponerse a esa poderosa obra ni por palabras ni por actos de violencia, y por el momento su oposición cesó. Los argumentos de los apóstoles por sí solos, aunque claros y convincentes, no habrían sido capaces de eliminar los prejuicios de los judíos que se habían opuesto a muchísima evidencia. Pero el Espíritu Santo introdujo esos argumentos con poder divino en sus corazones. Eran como agudas flechas del Todopoderoso, que los convencieron de su terrible culpa al rechazar y crucificar al Señor de gloria. “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (La historia de la redención, pp. 255, 256). La gran obra de evangelización no terminará con menor manifestación del poder divino que la que señaló el principio de ella. Las profecías que se cumplieron en tiempo de la efusión de la lluvia temprana, al principio del ministerio evangélico, deben volverse a cumplir en tiempo de la lluvia tardía, al fin de dicho ministerio. Esos son los “tiempos de refrigerio” en que pensaba el apóstol Pedro cuando dijo: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor, y enviará a Jesucristo” (Hechos 3:19, 20). Vendrán siervos de Dios con semblantes iluminados y resplandecientes de santa consagración, y se apresurarán de lugar en lugar para proclamar el mensaje celestial. Miles de voces predicarán el mensaje por toda la tierra. Se realizarán milagros, los enfermos sanarán y signos y prodigios seguirán a los creyentes. Satanás también efectuará sus falsos milagros, al punto de hacer caer fuego del cielo a la vista de los hombres (Apocalipsis 13:13). Es así como los habitantes de la tierra tendrán que decidirse en pro o en contra de la verdad. RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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El mensaje no será llevado adelante tanto con argumentos como poimedio de la convicción profunda inspirada por el Espíritu de Dios. Los argumentos ya fueron presentados. Sembrada está la semilla, y brotará y dará frutos. Las publicaciones distribuidas por los misioneros han ejercido su influencia; sin embargo, muchos cuyo espíritu fue impresionado han sido impedidos de entender la verdad por completo o de obedecerla. Pero entonces los rayos de luz penetrarán por todas partes, la verdad aparecerá en toda su claridad, y los sinceros hijos de Dios romperán las ligaduras que los tenían sujetos. Los lazos de familia y las relaciones de la iglesia serán impotentes para detenerlos. La verdad les será más preciosa que cualquier otra cosa. A pesar de los poderes coligados contra la verdad, un sinnúmero de personas se alistará en las filas del Señor (El conflicto de los siglos, pp. 669, 670). Jueves 25 de junio: “Que se cumpliese todo” Empezando con Moisés, alfa de la historia bíblica, Cristo expuso en todas las Escrituras las cosas concernientes a él. Si se hubiese dado a conocer primero, el corazón de ellos habría quedado satisfecho. En la plenitud de su gozo, no habrían deseado más. Pero era necesario que comprendiesen el testimonio que le daban los símbolos y las profecías del Antiguo Testamento. Su fe debía establecerse sobre éstas. Cristo no realizó ningún milagro para convencerlos, sino que su primera obra consistió en explicar las Escrituras. Ellos habían considerado su muerte como la destrucción de todas sus esperanzas. Ahora les demostró por los profetas que era la evidencia más categórica para su fe. Al enseñar a estos discípulos, Jesús demostró la importancia del Antiguo Testamento como testimonio de su misión. Muchos de los que profesan ser cristianos ahora, descartan el Antiguo Testamento y aseveran que ya no tiene utilidad. Pero tal no fue la enseñanza de Cristo. Tan altamente lo apreciaba que en una oportunidad dijo: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los muertos”. Es la voz de Cristo que habla por los patriarcas y los profetas, desde los días de Adán hasta las escenas finales del tiempo. El Salvador se revela en el Antiguo Testamento tan claramente como en el Nuevo. Es la luz del pasado profètico lo que presenta la vida de Cristo y las enseñanzas del Nuevo Testamento con claridad y belleza. Los milagros de Cristo son una prueba de su divinidad; pero una prueba aún más categórica de que él es el Redentor del mundo se halla al comparar las profecías del Antiguo Testamento con la historia del Nuevo (El Deseado de todas las gentes, pp. 739, 740). Viernes 26 de junio: Para estudiar y meditar El Deseado de todas las gentes, pp. 636-646; 738-746. 96
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