Consumado clima Faulkner Un minimalista en la

13 jun. 2014 - las 20, en El Quetzal, Guatemala. 4516, y mañana, a las 21, en Nice- to Club, Niceto Vega 5510. “En 2003 surgió la oportuni- dad de mudarme ...
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espectáculos

| Viernes 13 de junio de 2014

La ópera de Strasnoy, con una hiperrealista puesta de Matthew Jocelyn

máximo parpagnoli

clásica

Consumado clima Faulkner réquiem. ★★★★★ excelente. ópera en un prólogo y dos actos de oscar strasnoy, encargada por el teatro colón. libreto:

Matthew Jocelyn, basado en la

novela de William Faulkner. dirección musical: Christian Baldini. dirección escénica:

Matthew Joselyn. escenografía: Anick La Bissonière y Eric Oliver La-

croix. vestuario: Aníbal Lápiz. iluminación: Enrique Bordolini. director del coro: Miguel Martínez. cantantes-actores: Jennifer Holloway, Siphiwe McKen-

zie, James Johnson, Brett Polegato, Cristian De Marco, Santiago Burgi, Damian Ramírez, Mario De Salvo, Matías Romig y Emilio Lopetegui. producción del teatro colón.

I

nterpretar los componentes de un material literario como el de William Faulkner a través de formas visuales y sonoras impregnadas de lirismo es una hazaña creativa. Su prosa tan precisa, deslindada y estricta, con imágenes claras y poéticas, casi sin lugar para matices intermedios y a menudo de un realismo frío y directo, puede alentar las

fantasías de un escritor y hacerle imaginar la mudanza a algún otro género. Albert Camus lo intentó y transformó Réquiem para una monja en una obra de teatro con resultados escasamente atractivos. Otro es el caso del canadiense Matthew Jocelyn, el régisseur de esta producción, enredado en sociedad artística con Strasnoy, que en

ningún momento de su adaptación devaluó la palabra escrita ni omitió nada de la información contenida en la novela, como suele suceder en la relación entre fuente original y libreto operístico. Su escena, que mostró un vuelo mental decisivo, manejó el despliegue de atormentadas pasiones en un alto nivel de refinamiento y aprovechó las posibilidades de la ópera que, como se sabe, siempre usa el arsenal sentimental más amplio posible. El martes, en el Colón, los lectores del escritor norteamericano habrán comprobado que la escena respira un consumado clima Faulkner. Queda claro que Joselyn aparece como culpable central de que así suceda. Pero el argentino Oscar Strasnoy es el padre indiscutido de esta memorable experiencia, al

demostrar hasta qué punto logró comprometer al espectador con los recursos auténticos de la ópera, el género que apela a todos los sentidos y ante el cual no se puede permanecer pasivo. Esta madurez operística de Strasnoy (que parece increíble ante su juventud) no sólo se advierte en su amigable y comprensible llegada al público, sino en una partitura orquestal difícilmente encasillable, que suena como un trabajo de muy cómoda admisión auditiva y de un notable sentido de síntesis expresiva. Impecablemente orquestada, sin una intención evidente de retratar estados extremos como la morbosidad o la neurosis, estas reacciones se destacan en la orquesta por contraste, una sombra con una luz, un brote histérico del texto, con una orquesta meditativa. El director marplatense Christian Baldini fue especialmente escrupuloso, pulcro, sagaz y minucioso, y eso le permitió transmitir el disfrute de una partitura plena de sugerencias que funcionó como anillo al dedo con la escena. Y además obtener de la orquesta un rendimiento de muy alta calidad sónica y notable transparencia, con gran relieve para metales y percusión. Hubo cinco grandes actuaciones escénicas que incluyen destacado desempeño vocal y actoral: Siphine McKenzie como Nancy, la tan sobria y digna criada; James Johnson como Gavin; Brett Polegato como Gowan, y Cristian De Marco como el Gobernador. En cuanto a Jennifer Holloway, como Temple Drake, es la figura de este elenco por su espléndido desempeño musical y su tan auténtico sentido dramático. Pero no hubo nadie que desentonara: la sobria escenografía, la cuidada iluminación, el discreto buen gusto del vestuario de Aníbal Lápiz y hasta la inteligente traducción del texto que lee el público, debida a Mónica Zaionz. Queda un elogio de máxima para el coro del teatro y su director, Miguel Martínez, como intérprete durante toda la función del Réquiem, hallazgo creativo de Strasnoy que evoca el rol del coro griego como estimulante de acción y reflexión. ß Jorge aráoz Badí

Un minimalista en la Patagonia

guitarrista. Mariano Rodríguez, experto

en fingerpicking, actúa hoy y mañana

Crepitar de leños que se desploman, nieve adversa y, en el medio, buscando reavivar el fuego, hormiguean punzantes las guitarras de american primitivism, un subgénero folk que consistió en adaptar a la guitarra el piano de ragtime y que en los 60 perfeccionaron los guitarristas John Fahey y Robbie Basho a base de fingerpicking (técnica de dedos), formas clásicas y otros experimentos. Cuando Mariano Rodríguez desenchufó por última vez su eléctrica y puso proa al Sur, nunca imaginó que dejaría la púa de lado para sumarse a las huestes del por entonces recién desaparecido Fahey. Menos aún imaginó que integraría una selecta red de unos 30 “punteadores” internacionales (chequear “American primitivism” en Wikipedia) y trabaría amistad con el norteamericano Jonah Schwartz, del grupo Los Álamos y del dúo folk Springlizard. Con él compartirá escenario hoy, a las 20, en El Quetzal, Guatemala 4516, y mañana, a las 21, en Niceto Club, Niceto Vega 5510. “En 2003 surgió la oportunidad de mudarme a Villa Lago Gutiérrez, cerca de Bariloche –cuenta Rodríguez, ex guitarrista de Adrián Paoletti y bandas hardcore del sur del conurbano–. Siempre fui más un guitarrista eléctrico, pero en el bosque me entró a abrumar la cuestión de enchufar cables y efectos.” Rodríguez redescubrió un compilado de John Fahey, que en los años noventa compró a instancias de un amigo periodista. Eso, cuenta, abrió su cabeza respecto de las posibilidades de la guitarra acústica. “Empecé a tocar con afinaciones abiertas,

con o en una sola nota y con arpegios de fingerpicking. El entorno me llevó a ser minimalista en la instrumentación y los efectos, a conectarme con la madera.” Las ilustraciones de american primitivism, con su raíz en la pintura aborigen y el cómic lisérgico de Robert Crumb, proyectaron un lazo adicional. Recién ingresado al catálogo de Grass-Tops Recordings, Mariano publicó su disco Praise the Road y se convirtió en ilustrador de la etiqueta norteamericana, aportando su visión de ese estilo rural y psicodélico, corrugado de zarcillos y pequeños animales. Menos iniciático fue el viaje de Jonah Schwartz, que llegó de Filadelfia hace diez años con la cabeza llena de folk y rock. “Mi mamá salía de gira con los Grateful Dead; mi viejo vio varias veces a Hendrix –cuenta–. Llegué a Buenos Aires con una mochila y sin hablar español, conocí a los chicos de Los Álamos y al poco tiempo nos ofrecieron plata para grabar un disco. Eso era inimaginable para mí, que venía de tocar en sótanos feísimos de Nueva Jersey.” Desde 2009, cada vez que Rodríguez viaja a Buenos Aires, Schwartz y Andrés Barlesi, su compañero en Springlizard, organizan fechas de fingerpicking. Y si bien el género los seduce, la etiqueta no deja de resultarles molesta. “Yo también estoy con Los Álamos y Mariano hace ragas, toca con músicos electrónicos; las escenas se mezclan, eso ocurría con el propio Fahey –dice Jonah–. Como leí en un grafiti hace poco, definir géneros mata la subjetividad.”ß Jorge luis Fernández