Lección 5
Cómo ser salvo Sábado 26 de julio Debe realizarse una obra real en nosotros. Permanentemente debemos rendir nuestra voluntad a la voluntad de Dios, nuestro camino al suyo. Nuestras ideas personales lucharán constantemente por obtener la supremacía, pero debemos hacer de Dios el todo y en todo. No estamos libres de las flaquezas de la humanidad pero debemos esmeramos continuamente por liberamos de ellas, no para ser perfectos según nuestra propia manera de ver; sino perfectos en toda buena obra. No debemos morar en el lado oscuro. Nuestras almas no deben descansar en sí mismas sino en Aquel que es todo y en todos. Al contemplar como en un espejo la gloria del Señor estamos realmente siendo transformados a su misma imagen, de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor. Esperamos demasiado poco y recibimos de acuerdo con nuestra fe. No debemos aferramos a nuestros propios caminos, nuestros propios planes, nuestras propias ideas; hemos de ser reformados por la renovación de nuestras mentes para que podamos demostrar cuál es la voluntad de Dios, agradable y perfecta. Debemos vencer los pecados que nos acosan y derrotar los hábitos perversos. Las disposiciones y sentimientos inclinados al mal han de ser extirpados, para dar paso a caracteres y emociones santas, engendrados en nosotros por el Espíritu del Señor. Esto lo enseña específicamente la Palabra de Dios, pero el Señor no puede obrar en nosotros el querer y el hacer su buena voluntad a menos que a cada paso crucifiquemos el yo, con sus afectos y concupiscencias. Si tratamos de actuar a nuestro modo, fracasaremos penosamente... Tenemos una gran tarea que realizar y, si somos colaboradores de Dios, los ángeles ministradores cooperarán con nosotros en la obra... Por lo tanto, aferrémonos a este maravilloso poder por medio de una fe viva, orando y creyendo, confiando y trabajando. Entonces Dios hará lo que solo él puede hacer (Alza tus ojos, p. 216). RECURSOS ESCUELA SABATICA ©
Domingo 27 de julio: Reconocer nuestra necesidad El gran peligro con aquellos que profesan creer la verdad para este tiempo, es que sientan que deben recibir las bendiciones divinas porque han hecho un sacrificio o han realizado una buena obra. ¿Acaso te imaginas que debido a que has decidido guardar el sábado del Señor, Dios está obligado contigo? ¿Crees que has hecho méritos para recibir sus bendiciones? ¿El sacrificio que has hecho te parece suficiente mérito para recibir los ricos dones de Dios? Si aprecias lo que ha hecho Cristo por ti, verás que no hay mérito en ti mismo ni en tus obras. Por el contrario, verás tu condición perdida y te sentirás pobre en espíritu. Hay solo una cosa que el pobre en espíritu puede hacer: mirar continuamente a Jesús y creer en Aquel a quien el Padre ha enviado (Signs of the Times, 9 de mayo de 1892). De todos los pecados, el más incurable es el orgullo, la suficiencia propia. Detiene todo avance y todo crecimiento en la gracia. Ha causado la ruina de miles y miles de almas. Alguien puede ser un gran pecador, pero si comprende que ha pecado contra Dios, si se arrepiente y confiesa su pecado, y restituye a quien ha dañado, recibirá el perdón. Dios declara: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Su promesa al alma contrita y arrepentida es: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18). Pero cuando alguien está tan lleno de suficiencia propia que no puede ver sus faltas, ¿cómo puede ser limpio de su pecado? ¿Cómo puede mejorar si piensa que es perfecto en todos sus caminos? La suficiencia propia fue la ruina de los dirigentes de Israel. No aceptaban a Cristo porque pensaban que no necesitaban un Salvador; no reconocían sus pecados acariciados, ni creían que debían arrepentirse para ser perdonados. Muchos cristianos tienen tal suficiencia propia que no sienten la necesidad de que Cristo more en sus corazones. Y no solo ellos sufren una gran pérdida sino el mundo, que debería ver la luz que iluminaría las tinieblas del error reflejada a través de ellos. En lugar de mostrar a Cristo, muestran su pobre y egoísta humanidad. Algunos sienten que ya no necesitan nada más en su experiencia cristiana. Creen que “son ricos, y están enriquecidos, y de ninguna cosa tienen necesidad”. Pero si se vieran como Dios los ve, se darían cuenta que son “desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnuwww.escuela-sabatica.com
dos”. A los tales, el “Testigo fiel y verdadero” les dice: “Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte –el manto de la justicia de Cristo– y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apocalipsis 3:17, 18) (Signs of the Times, 9 de abril de 1902). Lunes 28 de julio: Arrepentirse Es un error pensar que hay que arrepentirse antes de acercarse a Jesús. El pecador puede ir a Cristo tal como es y contemplar su amor hasta que su corazón endurecido se quebrante. “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17). Es verdad que a menos que el pecador se arrepienta de sus pecados, no puede ser perdonado; pero también es verdad que no debe esperar hasta que las emociones y sentimientos lo embarguen de tal manera que piense que su pena es suficiente como para hacer méritos para recibir el perdón. Que el pecador vaya a Cristo tal como es, con toda su indignidad, para comprender que el amor de Cristo derriba toda barrera. El pecador debe acercarse a Cristo a fin de ser capacitado para arrepentirse, porque es la virtud que fluye de Jesús la que fortalece las decisiones del corazón de apartarse del pecado y seguir la verdad; esa misma virtud hace que el arrepentimiento del penitente sea sincero y genuino. El apóstol Pedro ratifica cuál es la fuente del arrepentimiento cuando declara: “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hechos 5:31). Cuando el pecador ve a Jesús levantado en la cruz, muriendo para que él no se pierda sino que tenga vida eterna, entonces capta la enormidad de su pecado y desea ser perdonado de todas sus transgresiones. El Espíritu Santo impresiona su mente para orar con más fervor y para creer que si él pide, recibirá lo prometido: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiamos de toda maldad. (1 Juan 1:9). Se regocija en el amor perdonador de Dios y en la realidad y sinceridad de su conversión, lo que lo lleva a poner empeño en obedecer los mandamientos divinos. El alma que ha recibido al Señor renunciará a todo lo malo y aprenderá a hacer lo bueno, porque Cristo es en él, la esperanza de gloria (Review and Herald, 3 de septiembre de 1901). RECURSOS ESCUELA SABATICA ©
El arrepentimiento, tanto como el perdón, es el don de Dios por medio de Cristo. Mediante la influencia del Espíritu Santo somos convencidos de pecado y sentimos nuestra necesidad de perdón. Solo los contritos son perdonados, pero es la gracia de Dios la que hace que se arrepienta el corazón. El conoce todas nuestras debilidades y flaquezas, y nos ayudará. Algunos que acuden a Dios mediante el arrepentimiento y la confesión, y creen que sus pecados han sido perdonados, no recurren, sin embargo, a las promesas de Dios como debieran. No comprenden que Jesús es un Salvador siempre presente y no están listos para confiarle la custodia de su alma, descansando en él para que perfeccione la obra de la gracia comenzada en su corazón. Al paso que piensan que se entregan a Dios, existe mucho de confianza propia. Hay almas concienzudas que confían parcialmente en Dios y parcialmente en sí mismas. No recurren a Dios para ser preservadas por su poder, sino que dependen de su vigilancia contra la tentación y de la realización de ciertos deberes para que Dios las acepte. No hay victorias en esta clase de fe. Tales personas se esfuerzan en vano. Sus almas están en un yugo continuo y no hallan descanso hasta que sus cargas son puestas a los pies de Jesús. Se necesitan vigilancia constante y ferviente y amante devoción. Pero ellas se presentan naturalmente cuando el alma es preservada por el poder de Dios, mediante la fe. No podemos hacer nada, absolutamente nada para ganar el favor divino. No debemos confiar en absoluto en nosotros mismos ni en nuestras buenas obras. Sin embargo, cuando vamos a Cristo como seres falibles y pecaminosos, podemos hallar descanso en su amor. Dios acepta a cada uno que acude a él confiando plenamente en los méritos de un Salvador crucificado. El amor surge en el corazón. Puede no haber un éxtasis de sentimientos, pero hay una confianza serena y permanente. Toda carga se hace liviana, pues es fácil el yugo que impone Cristo. El deber se convierte en una delicia, y el sacrificio en un placer. La senda que antes parecía envuelta en tinieblas se hace brillante con los rayos del Sol de Justicia. Esto es caminar en la luz así como Cristo está en la luz (Fe y obras, pp. 37-39). Martes 29 de julio: Creer en Jesús Una fe nominal en Cristo, que le acepta simplemente como Salvador del mundo, no puede traer sanidad al alma. La fe salvadora no es www.escuela-sabatica.com
un mero asentimiento intelectual a la verdad. El que aguarda hasta tener un conocimiento completo antes de querer ejercer fe, no puede recibir bendición de Dios. No es suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en él. La única fe que nos beneficiará es la que le acepta a él como Salvador personal; que nos pone en posesión de sus méritos. Muchos estiman que la fe es una opinión. La fe salvadora es una transacción por la cual los que reciben a Cristo se unen con Dios mediante un pacto. La fe genuina es vida. Una fe viva significa un aumento de vigor, una confianza implícita por la cual el alma llega a ser una potencia vencedora (El Deseado de todas las gentes, pp. 312, 313). La fe, la fe salvadora... es el acto del alma por el cual el ser entero es entregado a la custodia y la dirección de Jesucristo. El mora en Cristo y Cristo mora en el alma por la fe suprema. El creyente confía su alma y su cuerpo a Dios, y puede decir con certeza: Cristo puede guardar lo que yo le he confiado para aquel día. Todos los que hagan esto serán salvados para vida eterna. Habrá una seguridad de que el alma está lavada en la sangre de Cristo y vestida de su justicia, y es preciosa a la vista de Jesús. Recuerde que el ejercicio de la fe es el único medio de preservarla. Si Ud. se queda sentado siempre en una misma posición, sin moverse, sus músculos perderán su fuerza y sus miembros la capacidad de moverse. Lo mismo ocurre en cuanto a su experiencia religiosa. Debe tener fe en las promesas de Dios... La fe se perfeccionará en el ejercicio y en la actividad (En lugares celestiales, p. 104). Es importante que entendamos claramente la naturaleza de la fe. Hay muchos que creen que Cristo es el Salvador del mundo, que el evangelio es real y que revela el plan de salvación, y sin embargo no poseen fe salvadora. Están intelectualmente convencidos de la verdad, pero esto no es suficiente; para ser justificado, el pecador debe tener esa fe que se apropia de los méritos de Cristo para su propia alma. Leemos que los demonios “creen y tiemblan”, pero su creencia no les proporciona justificación, ni tampoco la creencia de los que asienten en forma meramente intelectual a las verdades de la Biblia recibirán los beneficios de la salvación. Esa creencia no alcanza el punto vital, porque la verdad no compromete el corazón ni transforma el carácter. En la fe genuina y salvadora hay confianza en Dios por creer en el gran sacrificio expiatorio hecho por el Hijo de Dios en el Calvario. En Cristo, el creyente justificado contempla su única esperanza y su único Libertador. Puede existir una creencia sin confianza; pero la confianza no puede existir sin fe. Todo pecador traído al conocimiento del poder RECURSOS ESCUELA SABATICA ©
salvador de Cristo, manifestará esta confianza en grado creciente a medida que avanza en experiencia (Mensajes selectos, tomo 3, p. 218). Miércoles 30 de julio: Aceptar el vestido de boda Cuando el rey vino a ver a los convidados, se reveló el verdadero carácter de todos. Para cada uno de los convidados a la fiesta se había provisto un vestido de boda. Este vestido era un regalo del rey. Al usarlo, los convidados mostraban su respeto por el dador de la fiesta. Pero un hombre estaba aún vestido con sus ropas comunes. Había rehusado hacer la preparación requerida por el rey. Desdeñó usar el manto provisto para él a gran costo. De esta manera insultó a su señor. A la pregunta del rey: “¿Cómo entraste aquí no teniendo vestido de boda?” no pudo contestar nada. Se condenó a sí mismo. Entonces el rey dijo: “Atadlo de pies y de manos, tomadle, y echadle en las tinieblas de afuera”. El examen que de los convidados a la fiesta hace el rey, representa una obra de juicio. Los convidados a la fiesta del evangelio son aquellos que profesan servir a Dios, aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida. Pero no todos los que profesan ser cristianos son verdaderos discípulos. Antes que se dé la recompensa final, debe decidirse quiénes son idóneos para compartir la herencia de los justos. Esta decisión debe hacerse antes de la segunda venida de Cristo en las nubes del cielo; porque cuando él venga, traerá su galardón consigo, “para recompensar a cada uno según fuere su obra”. Antes de su venida, pues, habrá sido determinado el carácter de la obra de todo hombre, y a cada uno de los seguidores de Cristo le habrá sido fijada su recompensa de acuerdo con sus obras... El vestido de boda de la parábola representa el carácter puro y sin mancha que poseerán los verdaderos seguidores de Cristo. A la iglesia “le fue dado que se vista de lino fino, limpio y brillante”, “que no tuviese mancha, ni arruga, ni cosa semejante”. El lino fino, dice la Escritura, “son las justificaciones de los santos”. Es la justicia de Cristo, su propio carácter sin mancha, que por la fe se imparte a todos los que lo reciben como Salvador personal... Únicamente el manto que Cristo mismo ha provisto puede hacernos dignos de aparecer ante la presencia de Dios. Cristo colocará este manto, esta ropa de su propia justicia sobre cada alma arrepentida y creyente. “Yo te amonesto -dice él- que de mí compres... vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez”. www.escuela-sabatica.com
Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo hilo de invención humana. Cristo, en su humanidad, desarrolló un carácter perfecto, y ofrece impartimos a nosotros este carácter... Por su perfecta obediencia ha hecho posible que cada ser humano obedezca los mandamientos de Dios. Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida. Esto es lo que significa estar vestidos con el manto de su justicia. Entonces, cuando el Señor nos contempla, él ve no el vestido de hojas de higuera, no la desnudez y deformidad del pecado, sino su propia ropa de justicia, que es la perfecta obediencia a la ley de Jehová (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 251-254). Ninguna obra que el pecador pueda hacer es eficaz para salvar su alma. La obediencia y las buenas obras son requeridas por el Creador porque él ha dotado al ser humano con los atributos para que le sirva. Pero las buenas obras no pueden ganar la salvación porque es imposible que el ser humano se salve a sí mismo. Algunos pueden confundirse con relación a este tema, pero es la verdad: solo la justicia de Cristo puede salvarlos, y es un don gratuito de Dios. Es el vestido de bodas con el que se nos dará la bienvenida a la cena de bodas del Cordero. Recibamos por la fe a Cristo, sin demora, para ser nuevas criaturas que sean una luz para el mundo (Review and Herald, 20 de diciembre de 1892). Jueves 31 de julio: Seguir a Jesús Los que quieran ser victoriosos deberán tomar en cuenta el costo de la salvación. Las fuertes pasiones humanas deben ser subyugadas; la voluntad independiente debe ser sometida al cautiverio de Cristo. El cristiano debe comprender que no se pertenece a sí mismo. Tendrá que resistir tentaciones y librar batallas contra sus propias inclinaciones, porque el Señor no aceptará un servicio a medias. La hipocresía es abominación para él. El seguidor de Cristo debe andar por fe, como viendo al Invisible. Cristo será su tesoro más querido, su todo (La maravillosa gracia de Dios, p. 271). Estudiad la definición que Cristo da de un verdadero misionero: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Marcos 8:34). Seguir a Cristo en la forma como se indica en estas palabras, no es una simulación ni una farsa. Jesús espera que sus discípulos sigan sus pasos, soporten lo que él soportó, RECURSOS ESCUELA SABATICA ©
sufran lo que él sufrió, venzan como él venció. Él está esperando ansiosamente ver a sus seguidores profesos manifestar el espíritu de abnegación y renunciamiento (Consejos sobre la salud, p. 512). Nuestro Señor está informado del conflicto de los suyos, en estos últimos días, con los instrumentos satánicos combinados con hombres inicuos que descuidan y rehúsan esta gran salvación. Con la mayor sencillez y franqueza, nuestro Salvador, el poderoso General de los ejércitos del cielo, no oculta el severo conflicto que ellos experimentarán. Señala los peligros, nos muestra el plan de la batalla y la difícil y peligrosa obra que debe hacerse; entonces levanta la voz antes de entrar en el conflicto para contar el costo, al mismo tiempo que anima a todos a tomar las armas de su contienda y a esperar que la hueste celestial integre los ejércitos para guerrear en defensa de la verdad y la rectitud. La debilidad de los hombres encontrará fuerza sobrenatural y ayuda en cada conflicto severo para realizar las obras de la Omnipotencia, y la perseverancia en la fe y la perfecta confianza en Dios asegurarán el éxito. Aunque la antigua confederación del mal está en orden de batalla contra ellos, él les ordena que sean valientes y fuertes y luchen valerosamente, pues tienen un cielo que ganar y más que un ángel en sus filas: el poderoso General de los ejércitos que conduce las huestes del cielo. En la conquista de Jericó ninguno de los ejércitos de Israel pudo jactarse de haber empleado su limitada fuerza para derribar las murallas de la ciudad, ya que el Capitán de las huestes del Señor hizo los planes de esa batalla con la mayor sencillez, de modo que solo el Señor recibiera la gloria y no se exaltara al hombre. Dios nos ha prometido todo poder, “porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que estáis lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Comentario bíblico adventista, tomo 2, pp. 989, 990). Viernes 1 de agosto: Para estudiar y meditar El camino a Cristo, pp. 21-35
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