capítulo 1 - Goodreads

saludó discretamente con un gesto y se puso a revisar algunos papeles que se ... con él—. No te metas en mi vida, no estoy aquí para hacer amigos. —Con esa ...
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CAPÍTULO 1 Apenas llevaba allí una hora y ya quería irse. Todo lo que le rodeaba le molestaba, desde el blanco nuclear característico de la habitación hasta el olor a antiséptico y desinfectante que inundaba el edificio. Los pasos y el arrastrar de ruedas que se escuchaban al otro lado de la puerta le gustaban incluso menos que el silencio, y tener que vestir uno de esos ridículos pijamas verdes que parecían de papel no hacía más que incrementar su creciente enfado. Se sentía como un animal enjaulado y humillado, incapaz de asimilar que aquel encierro duraría, como mínimo y teniendo mucha suerte, hasta el día siguiente. Ni siquiera se había molestado en encender la televisión de la habitación, primero porque dudaba que estuvieran poniendo nada interesante y segundo porque no tenía monedas para echarle en aquel estúpido pijama sin bolsillos. Había intentado entretenerse mirando por la ventana, pero pronto descubrió que aquello le ponía de peor humor. ¿A qué gilipollas se le había ocurrido construir un hospital tan cerca de la playa? ¿Era necesario que los pobres desgraciados que estaban allí internados recordaran lo que se estaban perdiendo cada vez que se asomaban a la ventana? La suave voz que escuchó a sus espaldas tras unos ligeros golpes en la puerta le recordó que ahora él era uno de esos desgraciados. Ni siquiera se molestó en girarse. —Jeremy, cariño…—el aludido bufó ante aquel apelativo—. El médico ha dicho que serán sólo un par de días. —Siempre son sólo un par de días —contestó con sarcasmo, aun dándole la espalda—. ¿Dónde os vais esta vez? ¿Filipinas? ¿Estambul? —…No te pongas así —le pidió la mujer—. Tienes que quedarte aquí por tu bien, estás enfermo y… —Y mientras a mí me inflan a pastillas y me fríen a pruebas no hay nada de malo en que vosotros hagáis turismo —la interrumpió, clavando por fin su mirada en ella—. Oh, perdona, ¿no era eso lo que ibas a decir?

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—A mí no me hables así —sus ojos, de un verde algo más vivo que el de Jeremy, relampaguearon con fiereza un instante—. Estarás bien, ya hemos encargado que nos llamen a diario para informarnos y hemos pagado los mejores tratamientos. Lo importante es que te recuperes. Una risotada sarcástica por parte del chico precedió a unos minutos de incómodo silencio. —Estás siendo muy inmaduro, Jeremy —comenzó a reprenderle la mujer, pero el castaño volvió a interrumpirla. —Que tengáis buen viaje, mamá —el tono en que escupió las palabras dejó claro que aquello era lo último que les deseaba. Dando por concluida la conversación, la mujer asió su bolso y se encaminó de nuevo hacia la puerta. —Procura comportarte —fueron las últimas palabras que le dirigió a su hijo antes de bajar a la planta baja y reunirse con su marido, que la esperaba en el coche.

En la segunda planta, habitación 207, Jeremy se esforzaba por no dirigir su enfado hacia todo lo que tenía alrededor. Le daba exactamente igual que sus padres se fueran de viaje sin él. Ni siquiera le molestaba que no les importara en absoluto dejarlo solo mientras estaba en el hospital. Lo que le cabreaba era que le intentaran hacer creer que aquello era por su bien y que no pasaba nada porque ellos no estuvieran. Que lo más importante era que se recuperara. Odiaba toda aquella pantomima, el juego de la familia feliz. ¿Se creían que era gilipollas? Puede que cuando era pequeño colara, pero ahora con diecisiete años todo aquello era inútil. ¿Por qué se esforzaban en fingir que se preocupaban por él? Preferiría que se limitaran a mantenerle hasta que fuera mayor de edad y se perdieran mutuamente de vista. El sonido de la puerta abriéndose de nuevo le hizo volver a ponerse a la defensiva. Para su tranquilidad, no era más que un enfermero el que entró en la habitación. Este le saludó discretamente con un gesto y se puso a revisar algunos papeles que se encontraban a los pies de la cama contigua a la suya. OJOS QUE NO VEN Alice E. Mint Preview para Goodreads

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Para colmo, esta vez ni siquiera se habían preocupado por pagarle una habitación individual. Se dejó caer pesadamente en su cama, comprobando que, como bien recordaba, a pesar de lo carísimo que era aquel hospital privado las camas eran insufriblemente incómodas. Suspiró y levantó ambas manos ante sus ojos, observando la palidez de éstas y las venas que se transparentaban con demasiada claridad. ¿Conseguirían esta vez dar con un tratamiento eficaz…? Casi se había quedado dormido cuando volvió a escuchar el chirrido de la puerta al abrirse. En esta ocasión el mismo enfermero de antes, junto a otras dos compañeras, empujaba una camilla en la que un chico parecía dormir profundamente. Con gesto aburrido observó cómo cambiaban al chico a la cama y comprobaban que todo estuviera en orden. No fue hasta que los enfermeros salieron que se permitió analizar con curiosidad al que sería su compañero de habitación durante los próximos días. Lo primero en lo que se fijó fue en las vendas que le cubrían los ojos y parte de la cabeza. Entre el vendaje podía ver mechones de pelo de un color muy rubio, casi blanco, y fijándose en el rostro del muchacho decidió que no podía tener más de doce o trece años.

Pasaron varias horas hasta que el chico despertó, horas que Jeremy había pasado recreándose en su mal humor y en lo mucho que odiaba estar allí, por lo que cuando el rubio se sentó en la cama y se giró hacia él lo que menos le apetecía era esforzarse por ser amable. —¿Hola? —tanteó el muchacho, con una sonrisa algo inquieta. El castaño resopló. —Hola —le contestó con desgana. Ahora que estaba despierto se dio cuenta de que no era tan joven como le había parecido en un principio. —Me llamo Ethan —se presentó, sonriendo más ampliamente ahora—. ¿Y tú? —Jeremy —se limitó a contestarle.

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—Jeremy… —memorizó, en voz algo más baja—. ¿Y qué es lo que te pasa? — añadió con genuina curiosidad, inclinando la cabeza hacia donde suponía que estaba el otro chico. —Eso a ti no te importa —le espetó el castaño, descargando parte de su mal humor con él—. No te metas en mi vida, no estoy aquí para hacer amigos. —Con esa actitud no me extraña —Ethan, que parecía dolido por haber recibido ese trato sin merecerlo, se tumbó de espaldas a él. Unos minutos después, Jeremy se reprendía mentalmente. Había pagado su enfado con quien menos culpa tenía y gracias a eso había estropeado su única oportunidad de hacer más llevaderos los días que estuviera allí.

Cuando un par de horas después trajeron la cena aun no habían vuelto a cruzar palabra. Ethan le había dado la espalda todo el tiempo, aún algo adormilado por la anestesia, y Jeremy simplemente le había ignorado, demasiado orgulloso como para disculparse. Una vez empezaron a comer, le sorprendió la facilidad que mostraba el rubio para manejar los cubiertos a pesar de tener los ojos vendados, y mientras él mismo daba cuenta de su propia comida no pudo evitar observar con qué habilidad se desenvolvía e iba vaciando el plato. —¿Eres ciego? —le preguntó de repente. El rubio dio un pequeño respingo, sobresaltado, y tardó unos segundos en contestarle, posiblemente planteándose si devolverle el ataque gratuito de antes. —…Sí, desde hace unos cinco o seis años —al final decidió ser amable y le sonrió ligeramente. —Vaya… —fue la escueta respuesta de Jeremy, que de pronto se sentía incómodo— . …Menudo asco de comida —se quejó, cambiando de tema—. ¿Cómo puede algo no saber a nada y estar asqueroso al mismo tiempo?

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La risa de Ethan resonó clara en la habitación, arrancándole a su vez una ligera sonrisa a Jeremy, aunque no había sido su intención hacer ningún chiste. —Eso no es nada… Espera a probar el desayuno —le siguió el juego, aliviado de que la tensión entre ellos hubiera disminuido. Un gemido de angustia por parte del castaño (quien omitió el detalle de que conocía de sobra el sabor de los desayunos de los hospitales) provocó que volviera a reír, y siguieron cenando en silencio hasta que, unos minutos después, Jeremy le hizo una nueva pregunta. —¿Cuánto tiempo llevas aquí? —el rubio se encogió de hombros y le hizo un gesto con la mano para que esperara. —Unos seis meses, creo —le explicó, una vez que había tragado la comida que tenía en la boca—. La verdad es que he perdido la cuenta… Jeremy asintió, sintiéndose estúpido al recordar que Ethan no podía verle. —Para estar ciego eres muy hábil —observó, aún sorprendido al verle comer. —Sí, bueno… He tenido tiempo para acostumbrarme —sonrió de nuevo, pero esta vez había en su gesto un rastro de tristeza y melancolía que no pasó desapercibido para Jeremy. —Ya —fue lo único que contestó. Sabía que había metido la pata. Se volvió a instaurar el silencio entre ellos, frío e incómodo como el edificio en el que estaban. Poco tenían dos desconocidos que decirse en aquellas circunstancias, menos aún si uno de ellos era Jeremy, criatura asocial por excelencia. —¿Y qué edad tienes? —se aventuró a preguntar el rubio una vez hubo terminado de cenar—. Por tu voz no pareces demasiado mayor. —Diecisiete —le contestó Jeremy con la boca llena, lo que convirtió en un milagro que Ethan le entendiera—. Tu tendrás quince o por ahí, ¿no? —Casi —le concedió, con una sonrisa—. Tengo dieciséis. —Como eres tan canijo no los aparentas —fue la excusa que dio el castaño por haberse equivocado, a la defensiva. Odiaba equivocarse. OJOS QUE NO VEN Alice E. Mint Preview para Goodreads

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—Vaya, gracias —Jeremy estaba seguro de que bajo las vendas Ethan había levantado las cejas para acompañar el sarcasmo que destilaba su voz—. Seguro que tú aparentas por lo menos veinticuatro, ¿no? —Por lo menos —no pudo evitar el deje de autosuficiencia al saber que su comentario había picado al rubio. En ese momento entró una mujer a recoger las bandejas de la cena, por lo que la respuesta de Ethan nunca llegó. Por el contrario, se limitó a girarle la cara y darle las gracias a la mujer cuando se fue. Con el estómago lleno y sin nada que hacer el sueño no tardó en alcanzarle. Tumbado en la cama de espaldas a su rubio compañero no pudo evitar pensar en lo raro que era compartir habitación con alguien que no podía ver. El cómo tanteaba a su alrededor con las manos, o giraba la cabeza hacia el lugar exacto donde él estaba cuando le hablaba, incluso la facilidad con que se movía por la habitación para ir al baño o salir al pasillo; todo aquello le había sorprendido. La cama de Ethan era la más cercana a la ventana, y aun así no había tropezado con la otra ni con ninguna de las sillas al cruzar la habitación. «Por tu voz no pareces demasiado mayor». «Seguro que tú aparentas por lo menos veinticuatro, ¿no?». Ahora que se había parado a pensar comprendía lo que aquellas palabras implicaban. Lo natural que era para Ethan el no ver. Debía haber perdido la vista en torno a los diez años, por lo que llevaba casi la mitad de su vida sin ese sentido. A oscuras. Sin quererlo, de pronto sintió una pizca de admiración por el chico. De haberle pasado a él, seguro que estaría amargado y compadeciéndose de sí mismo por los rincones. Tenía que reconocer que el chaval era fuerte… A pesar de ser un canijo.

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