Ana Olivera, de Tupamaros a la intendencia de Montevideo

“La realidad está rota y te- nemos que hacer que funcione más como un juego”, afirma con entusiasmo Jane McGonigal, una rubia neoyorquina de peinado.
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ENFOQUES

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Domingo 30 de enero de 2011

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El perfil

Ana Olivera, de Tupamaros a la intendencia de Montevideo Militó en las filas de la guerrilla, aunque no tuvo actuación violenta; marchó al exilio en Cuba y Francia, se unió a las filas del PC y, hace unos meses, se convirtió en la primera intendenta de la capital de su país. Hace muy poco, un enfrentamiento sindical la obligó a recurrir a las fuerzas militares

NELSON FERNANDEZ CORRESPONSAL EN URUGUAY

MONTEVIDEO antiene la ilusión de un mundo socialista y comunista. Sigue creyendo en el ideario de Marx y de Lenin. Se considera tan comunista como uruguaya, tanto como para mostrar con orgullo un pasado charrúa. Su nieta se llama Aboiré, igual que la tatarabuela de su padre, que según cuenta “era charrúa”. Dice que ese nombre significa “tarde tranquila”, pero Ana Olivera ha tenido pocas tardes en calma desde que asumió hace seis meses en la intendencia de Montevideo. Ocurre que la primera mujer que gobierna la capital del Uruguay mantiene un enfrentamiento áspero con el sindicato de los funcionarios municipales, que entre otras cosas dejó a Montevideo tapada de basura, lo cual forzó a la funcionaria a tomar una decisión que le dolió en las entrañas: debió reclamar al gobierno nacional el decreto de “esencialidad del servicio”, que la facultó a aplicar drásticas sanciones a los sindicalistas e incluso recurrir a las fuerzas militares para la recolección de los residuos. ¡Militares! Quedó grabada la imagen de TV cuando en diciembre anunció esa medida, aplaudida por dirigentes de casi todos los grupos de la izquierda uruguaya. Los mismos grupos que calificaban de autoritarismo de derecha a los gobernantes de los partidos tradicionales cuando éstos adoptaron medidas de ese tenor, y los mismos que respaldaron siempre a los gremios en sus reclamos de mejoras laborales y salariales. Ahora del otro lado del mostrador, ante el malestar extendido por la mugre reinante y los riesgos de salud, Ana Olivera se puso firme. Fue pragmática al anunciar su decisión en cadena de televisión. “La administración hizo los mayores esfuerzos por mitigar las consecuencias que tienen para Montevideo las medidas adoptadas en los temas más sensibles”, pero “el monitoreo de salubridad hecho para el departamento estaba llegando a un punto límite”, dijo la jefa municipal. Es la primera mujer que asume la conducción de la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM) y es, también, la primera comunista al frente de un órgano ejecutivo de gobierno en Uruguay. Y hay un detalle: Olivera dice que lo correcto es que le digan “intendente” y no “intendenta”, como reivindican muchas mujeres de la política de este país. En rigor, la intendente supo que ocuparía el cargo un tiempo antes de las elecciones, cuando el Frente Amplio definió su nombre como candidata tras una puja interna que tuvo costos políticos para el oficialismo. La oposición no tenía chance de sacarle el gobierno de Montevideo a la izquierda, pero interpretó el retroceso frentista en las urnas como una muy buena señal a futuro. ¿Ese retroceso se debió a la candidata elegida? Los dirigentes de la izquierda evaluaron que, después de gobernar la capital durante las últimas dos décadas, sin duda hay una cuota de desgaste, admiten que hay también tareas pendientes, como la limpieza de la ciudad, que no supieron resolver y que afecta la consideración de su gestión, y argumentan además que muchos militantes se molestaron por el veto partidario a la postulación de un legislador socialista. En medio de la pulseada por un cargo clave, que la izquierda consideraba ganado antes de la votación (algo en lo que coincidía todo el espectro político), el Partido Comunista propuso el nombre de Olivera para zanjar la discusión con una postulación que no respondiera a ninguno de los sectores que pugnaban por el puesto. Y así fue, aunque instalar la candidatura de Olivera no fue sencillo. En el verano de 2010, la actual intendenta había sido presentada como ministra de Desarrollo Social del gobierno de Pepe Mujica, pero había dejado la cartera antes de asumirla. La campaña proselitista buscó entonces hacer conocer a Olivera, veterana militante pero mayormente desconocida para la opinión pública, mediante la combinación de su nombre y el de la ciudad, “Montevide-Ana”. Olivera nació en Montevideo el 17 de diciembre de 1953. Al cumplir los 18 se disponía a seguir la carrera de Arquitectura, pero los sueños revolucionarios truncaron ese proyecto y la llevaron, en cambio, a integrarse al grupo guerrillero Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros” (MLN-T), que iba en camino a una inexorable derrota militar. Uno de los tupamaros que compartió militancia con ella en esos tiempos le aseguró a LA NACION que Olivera no llegó

M

Quién es Nombre y apellido: ANA OLIVERA

Edad: 57 AÑOS Exilio en Cuba: De joven integró el grupo guerrillero Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y antes del golpe de 1973 se exilió en Cuba, donde se pasó al Partido Comunista. Vivió en Francia y volvió a Uruguay en 1984, junto con la democracia. Trayectoria en la función pública: Profesora de francés, fue directora de descentralización local en la intendencia municipal de Montevideo entre 1995 y 2005. Desde entonces y hasta llegar a la intendencia, fue la segunda en la cartera de Desarrollo Social.

a tener participación alguna en atentados o en otros actos guerrilleros, y que en realidad integraba “células periféricas” de respaldo político, al igual que muchos jóvenes de la época que simpatizaban con el movimiento armado. Cuando las autoridades que combatían a la guerrilla, las denominadas “Fuerzas Conjuntas” (militares y policías) detectaron su militancia y quedó en calidad de requerida, los propios tupamaros la sacaron del país y la llevaron a la cuna revolucionaria del continente. Y aunque muy joven, Ana Olivera se dedicó en Cuba a asistir a otros compañeros de militancia que también se habían refugiado en la isla. “Era notoria su capacidad de organización, su ímpetu, y eso fue de gran ayuda”, dijo el ex tupamaro consultado, quien además subrayó que “los dirigentes cubanos

percibieron eso y la reclutaron para su partido”. Olivera estuvo cuatro años en Cuba, cambió de filiación partidaria y trabajó para el Partido Comunista local. Regreso del exilio Su exilio siguió en Francia, desde donde se vinculó al PC de Uruguay. Era el año 1978 y su militancia consistía principalmente en denunciar a la dictadura oriental a nivel internacional y en conseguir apoyos para los dirigentes y afiliados del partido que permanecían en territorio uruguayo. Volvió al país en septiembre de 1984, unos días después de que el tradicional Partido Colorado, la coalición de izquierda Frente Amplio y un pequeño partido de católicos (la Unión Cívica) pactaran con las Fuerzas Armadas las condiciones para el retorno a la democracia. En esos días, fruto del acuerdo, la dictadura liberó a muchos de sus compañeros de militancia, que habían pasado toda su juventud en prisión. Las imágenes de esas jornadas registran los abrazos de familiares y amigos con “peladitos” que terminaban su condena en forma anticipada, escenas que se daban en la ruta de acceso al panel que curiosamente se llamaba “de Libertad”, a unos 100 kilómetros de la capital. Con el retorno a Uruguay –y el del país a la senda democrática– Ana Olivera se ganó la vida como profesora de francés. En el terreno de la política, era una militante más de los cientos de “comités de base” que el Frente Amplio tenía en todo el país. “Comunista de base”, así se definía en su militancia.

Pero las circunstancias históricas le tenían reservado un espacio mayor. Cuando la Unión Soviética implosionó en 1991, el PC de Uruguay, uno de los más fuertes de la región, quedó tan desacomodado en el tablero político que fue como si pasara un terremoto. Sin la red de la estructura internacional, sin financiamiento externo, pero sobre todo sin el faro ideológico mundial que le daba razón de existencia, sus principales figuras buscaron andar otros caminos. Y aquellos que se golpeaban el pecho en defensa del comunismo buscaron otras guías políticas para adecuarse a una realidad inesperada. La caída del Muro de Berlín, el derrumbe en dominó del “socialismo real” y el fin de la casa matriz comunista produjo en el otrora poderoso PCU una derrota que ni había logrado la dictadura militar, que de 1973 a 1984 encarceló, torturó, mató o envió al exilio a miles de sus militantes. Entonces, mientras los máximos referentes partidarios intentaban una reformulación ideológica, un grupo de dirigentes de segunda línea y militantes barriales resistió el aggiornamiento y se apoderó del partido con la determinación de mantener en alto la bandera del marxismo-leninismo. En ese grupo estaba la profesora de francés Ana Olivera, la misma que desde hace seis meses gobierna el departamento capital del Uruguay, Montevideo, que tiene la mitad de la población de este país. En 1992, con otros compañeros, juntó firmas para convocar a un Congreso Extraordinario del PCU, pese a la resistencia de los dirigentes del Comité Ejecutivo. Precisaban 5000 comunistas que lucharan para seguir siendo comunistas. No era sencillo por el golpe emocional que habían sufrido los militantes de ese otrora poderoso partido, que tenía muchos funcionarios rentados y que ahora sabían que tendrían que buscarse otra ocupación. Lo lograron y la plana mayor del partido se retiró. Fue entonces cuando militantes como Ana Olivera pasaron a la conducción. Pero no era lo mismo ser dirigente del PCU antes de esa catástrofe, por la visibilidad que tenía el partido, que incluso contaba con medios de comunicación propios, que serlo en ese momento, cuando había que buscar nuevo local y ponerse al frente de algo que era visto como “fuera de época”. Pasaron el temporal. En 1994, el Frente Amplio retuvo la Intendencia capitalina y en la distribución de cargos por sectores Olivera fue nombrada por la cuota de los comunistas como Directora de la División Administraciones Locales. Aunque no tuviera demasiado notoriedad, era un cargo interesante para la izquierda que había apostado a descentralizar el gobierno de Montevideo en centros comunales zonales. Estuvo diez años ahí, por dos períodos, y cuando el Frente Amplio ganó por primera vez el gobierno nacional, fue designada viceministra de Desarrollo Social. Era el ministerio creado por el gobierno de Tabaré Vázquez y que en el reparto de cargos ejecutivos había sido asignado al Partido Comunista. La ministra fue Marina Arismendi, hija del principal dirigente comunista uruguayo, Rodney Arismendi. Para el segundo gobierno frentista, con José Mujica en el poder, al PCU le tocó la misma cartera, y ella fue la elegida por su partido para ese cargo. Pero la puja de la izquierda por la postulación en Montevideo la sacó de esa tarea y la puso en una misión quizá mucho más difícil. En la elección de mayo, Olivera ganó con holgura frente a los partidos tradicionales, pero sacó 100 mil votos menos que en la votación anterior, una caída de 21,4%. Y no es que crecieran los adversarios, sino que hubo un altísimo e inusual voto en blanco. Y hasta ahora las encuestas sobre su gestión van en esa misma línea. Aunque se había fijado metas ambiciosas para el primer semestre, muchas de las cuales no ha podido cumplir, Olivera comenzará el año con su propio presupuesto y su propio plan. Los que trabajan con ella aseguran que conoce Montevideo como pocos, y que en su cabeza tiene todos los grandes planes ejecutados y también lo que se precisa hacer. Así, mientras los blancos y colorados se frotan las manos con la esperanza de recuperar Montevideo, esta dirigente comunista confía en que, con gestión, la izquierda seguirá gobernando en Montevideo por muchos años más. © LA NACION

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Jane McGonigal: la vida real como juego GASTON ROITBERG LA NACION

“La realidad está rota y tenemos que hacer que funcione más como un juego”, afirma con entusiasmo Jane McGonigal, una rubia neoyorquina de peinado sauvage que cruzó Estados Unidos de costa a costa para establecerse en San Francisco, muy cerca de ese Silicon Valley que convierte los sueños digitales en realidad. Es una de las diseñadoras de juegos on line más prestigiosas del momento. Sus creaciones marcan tendencia y ella está convencida de que esa especialidad de construcción de entornos, ambientes y acciones tiene una misión humanitaria. De hecho, pregona que el objetivo número uno en su vida es ver que un desarrollador de juegos gane el Premio Nobel de la Paz. Se especializa en la elaboración de entretenimientos en los cuales los competidores tienen el desafío de abordar los problemas del mundo real: la pobreza, el hambre y el cambio climático, a través de la colaboración social a escala planetaria. Parece un objetivo mucho más ambicioso que la simple respuesta lúdica de los buenos y los malos que abunda en el ambiente del gaming mundial. Ha dado vida a juegos multipremiados de más de 30 países en seis continentes diferentes. Trabajó para el Comité Olímpico Internacional, el Banco Mundial y la New York Public Library, entre otros. Entre sus creaciones más populares están Evoke, Superstruct, World Without Oil, Cruel 2 B Kind y The Lost Ring. Jane ayuda a pronosticar el futuro conectado y en la actualidad es Directora de Investigación y Desarrollo de Juegos en el Institute for the Future, una organización sin fines de lucro. Su trabajo allí se enfoca en cómo los juegos están transformando la manera en que las personas desarrollan su vida real (off line) y cómo se pueden utilizar para aumentar el estado de bienestar. Algunos de sus trabajos fueron motivo de interés para Vanity Fair, The New Yorker, Fast Company, The New York Times y otras publicaciones de su país. “Es muy duro predecir el futuro, pero podemos empezar por entender los materiales con los que contamos para dar forma a ese horizonte, es decir construir escenarios creíbles que nos acerquen a ese futuro”, dice McGonigal. Es posible que su ambición por entender el movimiento, las formas y las reacciones humanas la haya llevado a explorar el futuro a través del desarrollo de juegos Doctorada en la escuela de teatro, danza y estudios de performance, es además docente de diseño y teoría sobre juegos en Berkeley y el San Francisco Art Institute. Sobre el diseño de juegos, McGonigal sostiene que no tienen que basarse en mundos artificiales sino en tratar de recrear situaciones terrenales: “Vamos a ver juegos de lucha por los derechos de la mujer. Vamos a ver entretenimientos en torno al cambio climático. Y vamos a ver los juegos en torno a la innovación médica, a los que también los médicos van a jugar”. En su libro de reciente publicación Reality is Broken: Why Games Make Us Better and How They Can Change the World (“La realidad está rota: ¿por qué los juegos nos hacen mejores y cómo pueden cambiar el mundo?”), la diseñadora asegura que “más de 174 millones de estadounidenses son jugadores, que el joven promedio gasta miles de horas en este entretenimiento y la razón de este éxodo masivo a los mundos virtuales es que los videojuegos son cada vez más cercanos al cumplimiento de las auténticas necesidades humanas”. Es allí, en esos mundos recreados, donde se pueden extraer pistas, dice McGonigal, para hacer la vida más parecida a un videojuego. [email protected] Twitter: http://twitter.com/grmadryn

Más información. Enlaces, videos y otros contenidos multimedia www.lanacion.com.ar/diario-dehoy/ suplementos/enfoques

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http://janemcgonigal.com Su sitio oficial, recién rediseñado. http://twitter.com/avantgame Para seguirla de cerca en Twitter. http://on.wsj.com/gYOd5D La crítica del WSJ.com sobre el libro de McGonigal.