Algo vacío en el cielo

caliza las vidas privadas de individuos. Las novelas de Claire Messud (Los hi- jos del emperador), Jay McInerney (The. Good Life), Ian McEwan (Sábado) y.
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Esta novela llega recién ahora a las listas de lo que ya parece un nuevo subgénero: la “literatura 11S”, ficciones que tratan acerca de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Es, sin embargo, una de las más esperadas. Con una producción prolífica, su autor es un referente de la literatura estadounidense de las últimas décadas

Algo vacío en el cielo POR ANNA-KAZUMI STAHL Para La Nacion Buenos Aires, 2008

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sta novela llega recién ahora a las listas de lo que ya parece un nuevo subgénero, la “literatura 11-S”, ficciones que tratan acerca de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Es, sin embargo, una de las más esperadas. Su autor, Don DeLillo, es un referente en la literatura estadounidense de las últimas décadas; con una producción prolífica e inquietante, da a la literatura una función (acaso una responsabilidad) respecto de la realidad histórica. Es el autor de Libra (1988), sobre el asesinato de J. F. Kennedy, y de la monumental Submundo (1997), que abarca la era atómica y sus implicancias. En novelas tempranas como Jugadores y Los nombres (de los años setenta y ochenta), mostró a personajes estadounidenses (en el caso de Jugadores, agentes de la Bolsa de Wall Street) afectados por el terrorismo en su país y en el mundo. En Ruido de fondo (1985), sucede un “accidente” tóxico por razones tecnológicas. Mao II (1991) plantea un paralelo entre el escritor y el terrorista, porque “influencian la conciencia masiva” y son “formadores de sensibilidad y de pensamiento”. El título de El hombre del salto remite a una imagen emblemática del 11 de septiembre: un hombre de pelo corto, vestido con un pantalón negro, saco claro y botines negros, cae de cabeza con el cuerpo relajado, las manos colocadas casi serenamente a sus costados y las piernas tranquilas, una de ellas –la izquierda, creo– apenas flexionada. Su porte transmite calma resignación, casi un trance de entrega plena al destino. Pero saber el “cuándo, cómo y por qué” nos despierta al horror. En Estados Unidos la circulación de aquella imagen fue suspendida al día siguiente, pero generó efectos de acción 8 I adn Sábado 23 23 de de febrero febrero de de 2008 2008 8 I adn II Sábado

casi continua: motivó una búsqueda pública de la identidad de la víctima, se analizó su poder simbólico, inspiró a artistas, cineastas, novelistas. Tan fuerte, tan cerca (2005) de Safran Foer termina con imágenes del “hombre cayendo” que ha recolectado el protagonista niño. Esa novela presenta a un chico (personaje semejante al pequeño Oskar de El tambor de hojalata de Grass) que pone las fotos invertidas, de modo que el hombre puede subir siempre en vez de caer. Así, el niño imagina que su padre, fallecido en los ataques, se salva. La mayoría de la “literatura 11-S” focaliza las vidas privadas de individuos. Las novelas de Claire Messud (Los hijos del emperador), Jay McInerney (The Good Life), Ian McEwan (Sábado) y Ken Kalfus (A Disorder Peculiar to the Country) son algunos ejemplos. En el otro extremo, hay obras que intentan sondear las mentes de los terroristas (Updike, Amis) pero con los riesgos de reducir su comportamiento a idiosincrasias individuales, sin mayor consideración de las fuerzas históricas que los forjaron. DeLillo, en cambio, no ofrece con El hombre del salto ni conmemoración ni incriminación, sino que explora de qué modo ese acontecimiento ha afectado las maneras de dar sentido a la vida. Publicó esta novela en 2007 (quizás esa tardanza refleje una virtud). Editó otros dos libros después de 2001, pero sin tratar de manera explícita lo sucedido aquel día: una comedia negrísima situada en 2000, que trata la arrogancia y la inminente “caída en desgracia” de un joven agente de la Bolsa millonario (Cosmópolis, 2003) y una nouvelle evocativa, impactante (The Body Artist, 2002), en la que una mujer que acaba de enviudar es visitada por un extraño ser, a la vez genial y autista, con quien logra comunicación fragmentaria pero esencialmente innovadora. Ya en 1995 DeLillo declaró que la ficción con finales prolijos le resultaba anticuada frente a la realidad incoherente de la vida moderna. En diciembre de 2001, publicó un ensayo, En las ruinas

del futuro, en el que meditaba sobre la función del novelista luego del 11-S: “El escritor quiere entender lo que este día nos ha hecho… Hay algo vacío en el cielo. El escritor intenta dar memoria, ternura y sentido a todo ese espacio que aúlla”. También admite: “Nos gusta pensar que Estados Unidos inventó el futuro… Pero hay incomodidad ahora, de grandes y pequeñas maneras, una cadena de reconsideraciones…” El hombre del salto comienza en la mañana del 11 de septiembre de 2001, luego de los ataques a las Torres: la novela indaga en lo que les sucede a varios personajes a partir de entonces. Keith Neudecker, un abogado de 39 años que ha sobrevivido, busca reorientarse en la vida. Tiene una breve e intensa relación con otra sobreviviente, antes de reunirse con su esposa y su hijo. Abandona su actividad anterior y, al final, encuentra un destino provisorio en el póquer profesional. Su mujer, Lianne, explora la memoria con enfermos de Alzheimer y observa, atenta, las performances de un artista que imita a un hombre que salta desde las Torres. Su hijo Justin, junto con sus amigos, mira el cielo con binoculares y traslada su pánico a las rutinas cotidianas. En la novela también se narran los preparativos de los terroristas desde la óptica de un seguidor de Atta, aquel que embistió un avión contra la torre Norte. Por último, una línea común entre los personajes, la memoria, cobra cuerpo y relevancia. Los personajes parecen encarnar reconsideraciones específicas: El sobreviviente: Keith sobrevivió sin saber cómo pudo hacerlo, salió caminando con la sangre de otros en la ropa, con lastimaduras y aferrado a un portafolio que no era el suyo. Vuelve a su familia, y en ese marco intenta recuperar su orientación en la vida. Antes era un abogado en el World Trade Center. ¿Volverá ahora a sus actividades anteriores? ¿Hará algo relacionado con servicios para las víctimas? No. Se transforma en jugador profesional de póquer: en el juego encuentra una “lógica secreta”. Lo atrapa como una

religión; esto le permitirá, en la era posterior al 11-S, no tener que pensar. Deseando no tener que pensar y con el peso de la memoria sobre los hombros, Keith Neudecker cae hacia el azar, pero en medio de una “cadena de reconsideraciones”. La mujer del sobreviviente: Lianne actúa como interlocutora mientras Keith intenta reconstruir su vida. Pero la reconsideración tiene que ver con su actividad en un taller de escritura para enfermos de Alzheimer: ¿es posible una narrativa propia sin memoria?, ¿qué pasa con nuestra identidad si tenemos una percepción errada de la realidad? El niño: Justin, hijo de Keith y Lianne, mira el cielo y, con sus amigos, espera atemorizado la próxima acción de uno al que ha escuchado nombrar como “Bill Lawton”. La distorsión del nombre “bin Laden”, que lo vuelve más anglo, es un guiño a una corresponsabilidad en el conflicto histórico, como Susan Sontag sugirió después del 11-S. El artista: en sus actuaciones, David Janiak aparece de sorpresa, colgado desde puentes o balcones, sobre vías de tren. Los testigos, luego del primer susto, se quejan de lo que perciben como una deshonra a la memoria de la víctima, pero, lejos de tal ofensa, el acto del artista mantiene viva la memoria. El terrorista actual: DeLillo elige alguien de rango menor y, desde esa perspectiva oblicua, ofrece una visión, más creíble por lo parcial, del líder Muhammad Atta. Un terrorista de los años 70: Un personaje menor (el novio de la madre de Lianne), introduce la pregunta inquietante: ¿son comparables los izquierdistas de los años 70 con estos terroristas islámicos? Este personaje, un ex Baader-Meinhof, hoy marchand de arte burgués, da voz a un pensamiento quizá compartido por muchos en silencio: “Las Torres, ¿no fueron construidas como las fantasías de riqueza y poder que algún día se transformarían en su propia destrucción?… La provocación es evidente”. © LA NACION